La política como peregrinación borrascosa a la convivencia

Se vive un presente marcado por la incertidumbre sobre el futuro y teñido de un marcado enojo ciudadano frente a lo que cada día se muestra más como una nación fallida.

La política como peregrinación borrascosa a la convivencia

Por:Jaime Correas

"Más o menos conocidos, somos viejos conscriptos de las luchas de la República; hemos asistido a los grandes sacudimientos que la han conmovido; tuvimos nuestra parte en los combates; y en nuestra peregrinación borrascosa hemos adquirido una clase de valores, el único que venimos a ostentar ante vosotros: el valor de la concordia".

Carlos Guido Spano, poeta e hijo de Tomás Guido, el escudero del general José de San Martín, en el programa del periódico "El Río de la Plata", fundado por José Hernández en 1869

El conocido y sugestivo título del estudio del historiador Tulio Halperín Donghi "Una Nación para el desierto argentino" (1980) interpela al presente. Hoy cabría formular "Una democracia republicana para la Nación argentina", pensando que, con las vicisitudes que cada uno quiera tomar para su versión del país, la Argentina se encuentra frente a una encrucijada, una más en su historia. ¿Se quiere una democracia republicana, con todo lo que implica, que es mucho más que votar cada tanto, o se prefiere un régimen populista donde el voto es sólo una puesta en escena para reafirmar a un líder? La segunda opción es la de los últimos veinte años, con una pequeña interrupción de cuatro años y las ruinosas consecuencias de todo tipo que van desde la economía a la educación, mientras que la primera es un camino a seguir que requerirá de trabajo duro, creativo y ajustes constantes. Además de aprendizajes y modificaciones de rumbo hechos con coraje.

Se vive un presente marcado por la incertidumbre sobre el futuro y teñido de un marcado enojo ciudadano frente a lo que cada día se muestra más como una nación fallida. Halperín Donghi sostiene que la gran construcción del siglo XIX había sido la del Estado nacional para dar cuerpo a esa Nación que requería el desierto argentino. Escribe: "Si la acción de Rosas en la consolidación de la personalidad internacional deja un legado permanente, su afirmación de la unidad interna basada en la hegemonía porteña no sobrevive a su derrota de 1852. Quienes creían poder recibir en herencia un Estado central al que era preciso dotar de una definición institucional precisa, pero que, aun antes de recibirlo, podía ya ser utilizado para construir una nueva nación, van a tener que aprender que antes que ésta -o junto con ella- es preciso construir un Estado. Y en 1880 esa etapa de creación de una realidad nueva puede considerarse cerrada, no porque sea evidente a todos que la nueva nación ha sido edificada, o que la tentativa de construirla ha fracasado irremisiblemente, sino porque ha culminado la instauración de ese Estado nacional que se suponía preexistente".

El camino no había sido fácil. Estuvo sembrado de violencia y enfrentamientos entre hermanos. Lo contrario de lo postulado por el general San Martín para dar aliento a su epopeya libertadora, lo cual quizás explique su alejamiento de la Patria y su dificultad para relacionarse con ella. Es sugestivo que una vez alejado, cuando ya no fue útil para las luchas facciosas, su figura había sido casi olvidada o, al menos, muy dejada de lado. Hasta que, justamente en ese 1880 de consolidación del Estado nacional, durante la presidencia de Nicolás Avellaneda, se repatriaron sus restos. Y con ellos y su depósito en la Catedral de Buenos Aires, frente a la Casa Rosada, se instaló la figura que unificó simbólicamente a la Nación en la presencia de un padre fundador. No es casual que el principal discurso lo hizo Domingo Faustino Sarmiento, el gran constructor de ese Estado nacional que consolidarían Avellaneda y Julio Argentino Roca.

Halperín Donghi se pregunta a qué se debió la excepcionalidad argentina de esa segunda mitad del siglo XIX en el concierto de las naciones hermanas, que produjo el gran crecimiento del país y la consolidación del estado nacional. Y reflexiona: "La excepcionalidad argentina radica en que sólo allí iba a aparecer realizada una aspiración muy compartida y muy constantemente frustrada en el resto de Hispanoamérica: el progreso argentino es la encarnación en el cuerpo de la nación de lo que comenzó con ser un proyecto formulado en los escritos de algunos argentinos cuya única arma política era su superior clarividencia. No es sorprendente no hallar paralelo fuera de la Argentina al debate en el que Sarmiento y Alberdi, esgrimiendo sus pasadas publicaciones, se disputan la paternidad de la etapa de historia que se abre en 1852".

Es decir que la gran fortaleza de la Nación es haber sido construida sobre las formidables bases de las ideas de grandes pensadores. En este juego de espejos entre aquel proceso de esplendor que se anuda en 1880 y este presente que muestra la máxima decadencia de una Nación vale la pena escuchar a Julio María Sanguinetti, quien entrevistado por Carlos Pagni cuenta la relación que lo une hoy a Pepe Mujica. Ese encuentro entre ambos ex presidentes uruguayos, cuyo resultado es un libro de diálogos recientemente publicado, lo lleva a afirmar: "Mujica y yo tenemos historias distintas, muy distintas políticamente. Él estuvo en la guerrilla y yo estaba en los gobiernos que combatían la guerrilla. Es decir, podemos decir que fuimos enemigos en una guerra. Luego, cuando retornada la democracia ellos se incorporan a la política, fuimos adversarios políticos. Hoy, somos colegas amistosos. Su sueño sigue siendo un sueño anarco socialista, con mucho de bohemia y de contenido personal e intransferible. El mío es el de un liberal, socialdemócrata, racionalista que representa un sentimiento republicano. Somos distintos, nos vestimos distinto, pero sin embargo tenemos eso que es el otro concepto que es esencial a la democracia, que es convivencia. No tenemos consenso, pero tenemos convivencia. No tenemos consenso en muchas cosas, pero lo tenemos en las reglas de juego que permiten la convivencia. Estamos todos en la democracia liberal, estamos todos en el sistema de mercado, estamos todos en la paz internacional y estamos todos en el sistema de derecho".

Vale la pena escuchar con detalle la entrevista a ese gran político, pensador y periodista que es Julio María Sanguinetti por la reivindicación que hace de la política como actividad y del sistema de partidos. No nos debería ser indiferente que con gran cariño por la Argentina elogie que tenemos todavía un sistema político de partidos que ha aguantado todo, incluso al populismo, sin dejar paso a experiencias como las actuales de Chile, Brasil o Perú que desabarrancaron y están transitando dificultosos caminos. Es curioso que en este contexto alguien defienda a la política y a los partidos, pero Sanguinetti lo hace con tanta sabiduría que vale la pena escucharlo. En sus análisis resuenan los ecos de alguien que sabe por viejo y por zorro, que no justifica las deformaciones y lo que está mal y muy mal en la política, pero que sabe por experiencia larga de vida que los países no se construyen sólo con desencanto y quejas, sino que hay que desarrollar caminos. Como se hizo en la Argentina del XIX.

Convivencia antes que consenso. ¡Qué gran definición! Sobre todo en un país en el que la mayoría de los políticos se llenan la boca con la búsqueda de presuntos consensos sin haber pasado por la prueba de la convivencia, como reclama Sanguinetti. De ahí el papel fundamental de la política y el político, hoy tan denostados. Pero con una característica que bien marca el uruguayo: de dilemas como el actual de la Argentina sólo se sale con políticos que hagan gran política. Algo que sucede poco y por eso los resultados. Este análisis explica el por qué de la necesidad de unidad de quienes se oponen al populismo porque los populistas postulan como condición la no convivencia con el distinto y de ahí que buscan asimilarlo a lo malo con falsedades para poder descalificarlo. Pero además de unidad, y se ha visto en estos días, el republicanismo necesita de reglas de funcionamiento que eviten los internismos y las rupturas. Sería clave para un futuro gobierno de coalición contar un esquema de funcionamiento colaborativo y de resolución de conflictos que no dependa tanto de decisiones personales, siempre sujetas a arbitrariedades y visiones sesgadas. Se necesita esto hacia adentro de los partidos y hacia adentro de la coalición republicana. El populismo ni se lo plantea porque hace seguidismo del líder mesiánico. Por acción u omisión, incluso por reacción.

José Ortega y Gasset en su imprescindible ensayo "Mirabeau o el político" recuerda: "La política de Mirabeau, como toda auténtica política, postula la unidad de los contrarios. Hace falta, a la vez, un impulso y un freno, una fuerza de aceleración, de cambio social, y una fuerza de contención que impida la vertiginosidad. El impulso de 1789 era la nueva burguesía y su credo racional; el freno era el pasado de Francia, resumido en la autoridad Real. Con motivo de la Declaración de los Derechos, la magnífica definición abstracta en que fructifican dos siglos de razón pura, Mirabeau dijo: ‘No somos salvajes del Orinoco para formar una sociedad. Somos una nación vieja, tal vez demasiado vieja para nuestra época. Tenemos un Gobierno preexistente, un Rey preexistente, prejuicios preexistentes. Es preciso, en lo posible, acomodar todas las cosas de la Revolución y salvar lo súbito del tránsito'. ¡Lo súbito del tránsito! ¡Admirable expresión que condensa todo el método político y diferencia éste de la magia! El revolucionario es lo inverso de un político: porque al actuar, obtiene lo contrario de lo que se propone. Toda revolución, inexorablemente, provoca una contrarrevolución. El político es el que se anticipa a este resultado, y hace a la vez por sí mismo, la revolución y la contrarrevolución".

La Argentina necesita políticos que convivan en sus diferencias y por eso la unidad es imprescindible para enfrentar al populismo dañino. Todas las objeciones son atendibles, pero romper la unidad de los republicanos es un límite que no se debería pasar. Todas las excusas son débiles ante esta necesidad imperiosa de pararse firme frente al virus populista.