Crónicas del subsuelo: El Embajador de Finlandia

Crónicas del subsuelo: El Embajador de Finlandia

Por:Marcelo Padilla

En el callejón de las malas muertes se escucha a Sibelius y a toda su orquesta. Si hasta parece Finlandia, mire vea, Señor Embajador, aún en las miserias y precariedades, ésta gente, en los suburbios en que vive, escucha a Sibelius, -déjese sorprender por una vez en estos territorios tristes-, le dijo el Entrenador de gallos al Embajador de la lejana Finlandia, que, a decir verdad, no sabemos bien qué andaba haciendo por estos pagos.

El Embajador, siempre diplomático en su apariencia, dijo querer conocer: los túneles y las calles de las grandes ciudades donde habitan los millones de mendigos y suplentes de mendigos. Los suplentes no lo saben, no saben nada de su suplencia, pero están ahí de caer, ahí de ser titulares indiscutidos. Por eso las largas filas. Uno detrás del otro, con la paciencia del pobre, mal arropados. En toda su magia esperpéntica (porque ya funcionaban como animales mágicos) bajo vientos cromáticos hechos de silbidos largos y permanentes, los suplentes se la veían venir sin querer saberlo, pero todo se sabe ya desde el miedo inicial. Ese miedo originario que nos deposita en el lugar de la resolución inmediata. De la desesperación tal vez, porque el propio Embajador vio cómo defeccionaban los más jóvenes, niños y niñas, correteando entre los remolinos, huyendo. Con esa vieja excusa se producían las desapariciones, de cientos que buscaban la huida para resguardarse de las bombas que caían desde las tres y cuarto de la tarde, y allí, en medio del ensangrentamiento, las capitanas con sus catres de cuero con dos palos largos para ir subiendo a los que caían en la espera, y llevarlos a los salones de embalsamamiento. Cosa típica de estos pagos, mire vea.

El Embajador seguía con la inquietud de por qué estas gentes escuchan a Sibelius, primer país del mundo en que barriadas enteras lo celebraban en rituales con fogatas y quemazones de símbolos, porque se quemaban símbolos, de antepasados que supieron transmitir por radio, y antes por oralidad, las fuentes de La Creación Nocturna. La que permite en la oscuridad ver y determinar la esencia de esa mesiánica labor que funcionaba como estaca vital para hacer las filas y esperar. De ahí vendrá el término "paciente", imagino yo, Embajador, porque la paciencia es la amante de la espera y cuando no anda bien una con la otra, todo explota en tormentas y relámpagos, y, lo peor de todo, desaparece el norte de toda acción de sentido.

Eso le decía el Entrenador de gallos al Embajador, azorado por la locuacidad y filosófica guisa de describir el panorama de mutantes clasificados en numeritos que figuraban en una tarjeta, con la que cada uno de los miserables se presentaba a la entrega de cubitos de hielo, 5 por cabeza, para que se entretuvieran mientras las autoridades discutían el jugo de naranja aguado que le habían servido para la reunión, en la cual recibirían al Embajador de Finlandia, que todavía andaba por allá, en los camposantos de mendigos. Que la leche estaba tibia, que el café era muy negro o que las masitas finas eran berretas, y un quilombo que ni les cuento. ¡Las masitas! con eso no se juega, es un mal signo darle masitas duras y vencidas a un Embajador, ya sea del bando enemigo o amigo. ¡Es diplomacia! Dijo a los gritos el Presidente de la Comisión de Recibimiento a Grandes Personalidades, golpeando su puño contra la mesa oval del salón.

Todos quedaron estupefactos por la reacción del Presidente de la Comisión. El golpe, la agresividad para decir eso, los hizo temblar. Es el Embajador de Finlandia, el único que se ha atrevido a venir a conocer nuestras costumbres y formas de vida; es más, anda por ahí de población en población atendiendo los testimonios de la gente, que escucha al Wagner del Finlandia y nosotros aquí con el jugo de mierda éste, que no tiene gusto a naranja, y las masitas duras, especialmente las maicenitas, como piedras. Ajjjj, se le van a caer los dientes al Embajador, y que le vamos a decir, ¿ah? ¿Que así se come aquí, que comemos cosas duras y vencidas como país pobre? En fin, la discusión pasaba por cómo engatusar al Embajador haciéndose pasar por un país próspero con funcionarios probos, y, en este caso, con una confitería proba que deleitara con sus manjares al extranjero; pero por dios, no es tan difícil. ¿O sí?

El Embajador de Finlandia, al que no le pronunciamos el nombre porque es imposible, llegó a la reunión del funcionariato lleno de tierra, polvo hasta en la cara y con la galera llena de presentes que le hicieron por las barriadas: muletillas, pedacitos de juguetes rotos, trompitos de árbol de trompitos, pelotudeces, cositas chotas que a él le encantaron, y, que en la galera, le entraban. Chocho estaba el gringo.

-"Buendía Señor Embajador de Finlandia, esteeee, mmm... su nombre no me lo sé", dijo el Presidente de la Comisión. Todos se pusieron colorados. En fin, creían al Embajador un tipo aplomado y muy serio, adusto en sus formas de Embajador de Finlandia, nada más y nada menos. Pero resultó que el tipo que venía supuestamente de la Embajada de Finlandia era un loco, un extravagante que lo pusieron ahí para que no jodiera en su propia tierra, y el tipo chocho, porque cayó a un villerío donde escuchaban al músico referencial de la cultura musical finesa. Sibelius, el loco. En fin, se entiende, ¿no?

Es más, el Embajador no sabía ni donde estaba, a veces nos decía americanos, otras veces españoles, nos confundía porque no sabía dónde puta estaba. Por eso, a cada frase se la traducía un servil intérprete, por cada enunciado, el traductor la pasaba a cinco idiomas. Un quilombo que nadie entendía. -¿Le gusta el jugo de naranja?-, le dijo, temblando de cipayo, el Presidente de la Comisión. -: "Ou nou, dijo el loco del Embajador. Nou, naranjas, nou, muy mal panza, caca después, baño". Todos se miraron sin saber qué responderle. Uno de la punta de la mesa hizo arcadas, lo retaron y dijo: y qué, si me da asco pensar ver al embajador con diarrea sentado en el baño que limpio yo, o qué, ¿lo vas a limpiar vos? Le dijo a una funcionaria vestida de gala. ¡Qué cochino!, le dijo la dama. El Embajador seguía parado hablando de esas boludeces, cuando de pronto trajeron las nuevas maicenitas y le pasaron una en una bandeja. "Ou, cabildo cabildo, yeah, eu querer café con leche". Pa qué, la leche se les había terminado y solo tenían en polvo, pero como ya estaban en el bardo le sirvieron dos cucharadas de leche en polvo, y agua hirviendo en la taza. -: "Ahora debe revolver embajador", le dijo el mozo, vestido de mozo, con moño lila.

-Ya se lo revuelvo yo-, dijo un cipayito de un metro veinte, y le dio y le dio hasta que quedó una espesa leche.

-"Ou, maravilias"-, dijo el chabón lleno de tierra. :-"Es boeno, muy boeno, páseme otrau de esas cositas dulces" (se refería a las maicenitas) y el intérprete, al pedo, lo tradujo en 5 idiomas. Todos se miraban, no estaban al tanto, ni qué decir ni cómo arrancar una reunión que no se sabía para qué estaba armada. No obstante, así eran la mayoría de las reuniones, nadie sabía para qué eran, solo se reunían y las discusiones centrales pasaron por esas cosas innecesarias para vista de cualquiera, discutir por el jugo, las masitas finas, el café, o la leche, en polvo.

Marcelo Padilla