Crónicas del subsuelo: Invitación a la masacre

Crónicas del subsuelo: Invitación a la masacre

Por:Marcelo Padilla

Voy en taxi trucho en una provincia trucha de un país trucho. El viaje es lejano y hormigueante. -: "Ponéte el cinturón", me dice taxi trucho como primera medida. Hago caso y me lo ensarto como si fuera una banda presidencial negra, funebrera, y por qué no decir ¿estoica? El aparatito donde se clava la traba, funca. Trabados íbamos por la avenida ancha y luego por los recovecos del laberinto de Dorrego -que sabe de pasadizos secretos y brumosos en el verdear de la primavera pandémica-. La segunda primavera pandémica. Por lo general, charlas psiquiátricas y terapéuticas. Los taxis, los remises, extensión de plegarias que vienen de los divanes cotidianos donde caen las cabezas decapitadas, en la competencia con los bondis y las bicicletas, y todo el sistema de transportación de los cuerpos, las mentes quedan disecadas al sol en cada fondo de casa, luego de la guillotina cotidiana.

El chofer taxi trucho es un viejo cascarrabias y tiene una kangoo blanca, base, pero dice que tiene otro auto de gran estirpe, que no dijo su marca. Que además es enólogo y tiene la experiencia de haber viajado por varios países. El desprecio se fue notando con el pasar de las cuadras en la repitencia de árboles explotados en una tarde grisácea sin frío ni calor, con anuncio de lluvias que no caían. Arriba la entripada en las nubes, de una tormenta en ciernes, de guisa permanente, acompañando como un fantasma de algodón el cielo gris y la parca necedad de la peregrinancia errática. Las hordas de personas sujetadas en bandas presidenciales negras, funebreras, y agónicas por naturaleza apocalíptica. De negación de los mares de otros lados y del desierto que nos rodea. Rodeados de desierto en la fogosa decrepitud de los cuerpos.

-: "Bancar un auto es como bancar a dos hijos", me dice el tipo. Y luego de preguntarme qué opinaba de la situación en el país, a la cual me remití respondiendo livianamente pero con la paciencia de alguien a quien se le ha preguntado y espera ser escuchado; el tipo me cortó en seco cuando le dije que primero debemos enmarcar todo lo que nos pasa en la situación internacional, lo que en el mundo sucede y de la escasa capacidad de negociación que el país tiene por su rol periférico en el capitalismo mundial. Que desde ahí debíamos partir para luego bajar a la situación puntual del país. Me cortó, otra vez, en seco, -:"No, no, no, no, ¡Te vas por las ramas! Decime, concretamente, y en 30 palabras, ¡Qué pasa en el país!". "Bueno", le dije, "es difícil en 30 palabras, puedo hablarle dos o tres horas sobre el tema porque no se puede definir la situación de un país en 30 palabras". Taxi trucho se enoja y me exige que le dé la respuesta que él quiere. :- "Mire, a usted no le gusta mi respuesta y por más que se la diga en 30 palabras no va a estar de acuerdo". -: "A mí no me vengan con tanto vuelteo, acá se chorearon todo, esa es la situación". :-"Y bueno, ¿para qué me lo pregunta, si usted ya tiene la respuesta?", le digo, ya incómodo. El tipo quería vomitar, y justo me encontró a mí para dirigir todo su odio e ira.

No se bancaba una charla distendida como supuse él quería, al preguntarme, -:"Vos que sos ("vos que sos" ya es un apriete) de la Facultad de Ciencias Políticas, decime cómo ves la situación del país". Intenté improvisadamente una clase durante el viaje, con geopolítica e historia. No pude seguir, en las esquinas, donde doblaba con la kangoo, el tipo espetaba: "Se la chorearon toda, desde que empezó el peronismo se la chorearon, antes", dice el tipo:-"Se podía trabajar si uno quería y se la ganaba. Por ejemplo, (insistía) laburé desde los 7 años, mi viejo nos hizo laburar desde esa edad". Claro, le dije, pero hoy eso es un delito, los niños no deben trabajar. Al tipo no le gustaba nada de lo que yo pensaba. Me fue odiando de a poco. En cada cuadra que avanzaba noté su rencor, y por el hedor, la cargadísima frustración de un hombre viejo, jubilado, manejando un taxi trucho con una kangoo blanca, base. Todo base, y todo básico, además, como para no poder entablar conversación alguna. Ese ida y vuelta liviano que uno puede establecer con alguien desconocido por un rato, si es que uno quisiera conversar en medio del tedio de los autos y motos y camiones que nos pasaban por los costados y por encima, como drones gigantes, en una tarde, repito, grisácea, de fin de semana extra large.

La bronca del tipo contagiaba. A tal punto que me le planté y le dije que el sacrificio es para cristianos con culpa, que al pueblo hay que permitirle el goce y el placer y no pedirle el sacrificio siempre, como las momias incaicas, de entregar niños (al trabajo) a los 7 años. Todo lo que me decía me lo largaba agresivamente como un perro con espuma en la boca. El 90% de sus fragmentos eran consignas rabiosas. Racistas y clasistas. Y él, un cagado de hambre, escupiendo para arriba, como yo, escupiendo para abajo. Odiaba los derechos de los que tienen vacaciones, odiaba todo lo que yo le decía. No había posibilidad de diálogo. Nunca la hubo. "Es hora de matar", pensé. "Esto es el final". La gente quiere matar, quiere sangre y linchamientos, quiere ver cómo apalean a un pendejo que se robó un celular hasta matarlo entre cien. Eso quiere él y los que piensan como él. Atorado por la radio, Cadena 3, o Cadena del baño, da igual. El odio y la frustración del tipo no tenían límites. Y mi azoración tampoco. Sin embargo fumé de sus temblores y de su vejez anidada en una Kangoo blanca, base.

Reitero: el viaje era lejano, largo, tedioso, incómodo. Yo no quería hablar más que del tiempo y de las tormentas anunciadas por Federico Norte, y cagarme de risa con esos temas, que a decir verdad, me encantan, hablar del tiempo, de las posibles lluvias, del sol que está afuera de las ventanas tapiadas. El tipo solo quería rumiar el hueso sin carne y decirme en definitiva que antes no había pobreza hasta que apareció Perón (el demagogo) y Evita (la ladrona puta).

Vi en el tipo a la sociedad hegemónica. Un caso entre miles de casos de charlas en ascensores o en la fila de almacenes chascos. Reviví esas pesadas cargas de los discursos anti todo, ahogándose en ellos, y yo sintiendo la mierda de la que estamos hechos también, por el roce de las palomas mensajeras que vienen con cartas lejanas anunciando un mundo de terror, apocalíptico. Llegué decaído tras el celaje. Sin embargo, luego de prepararme un café, me puse a hojear para levantar el ánimo "Vida, obra y Milagros de Marcelo Fox" (de Matías Raia y Agustín Conde De Boeck) editado hace unos días por Borde Perdido, un libro de investigación sobre la escritura de un maldito del terror argentino de la década del 60, en la manzana loca, en la Capital Federal. Donde deambularon los beatniks con sus perfos y cantos de cataclismos ensalzando la locura como método y forma de decir lo que se quema.

Me hice uno, lo armé, y bajo la escasa luz de la lamparita leí al desalmado. Invitando a la masacre. "Invitación a la masacre" y "Señal de fuego". Las dos obras que escribió el gordo Fox, ese monstruo que fue decapitado por un tren en las vías del Ferrocarril Mitre, a los 30 años. Y lo vi al chofer ahí, decapitando y siendo decapitado. Formando una pira de decapitaciones. Con los cráneos con algo de carne quemada, viboreando por los laberintos de Dorrego, el hedor espantoso de la masacre y las llamas que se funden al difuminar los cuerpos maldecidos. Es hora de matar. Es hora de morir. Todo es en vano. Pasarán así los años, de masacre en masacre, con los aplausos realistas de toda literatura periodística, escribientes de florero con gladiolos de plástico, y paredes que simulan un pasto perfectísimo para dar vuelta el mundo de tu simulada casa. En el viento juguetean las cenizas todavía. La masacre es una invitación cuidada y pensada. Y fue escrita para nosotros.