Crónicas del subsuelo: El velorio de la trompeta

Crónicas del subsuelo: El velorio de la trompeta

Por:Marcelo Padilla

¡Pero qué bien la pasamos esa noche en el rancho, en el velorio de la trompeta! Como fieles a un dios nos congregamos y solito el rancho nos quedaba grande. La trompeta había caído en combate y creo que fue en el de Bariloche si mal no recuerdo. Podría afirmar que fue en El Combate de Bariloche la última noche que sonó. La última noche de la trompeta, unas ráfagas de fuego salieron reviradas de un cohete hacia el instrumento, mientras en pleno combate, tronaba por el soplo de la boca del trompetista: labios pegados con cola de carpintero de Bariloche.

El fuego entró por la trompa y de ahí pasó al tubo, a mil kilómetros por hora de ardor. Viboreó en las profundidades del cuerpo del trompetista y una estatua de fuego quedó estoica en el bosque de Las Urdes. Una belleza la estatua de fuego, obra pura y liberada para destruirlo todo y apagarse para siempre. Eso es para mí una verdadera obra de arte. La que arde desde el comienzo y al final se hace cenizas con el contemplador: y los dos, obra de arte y contemplador, se van de joda por la noche del desierto a tomar granizado de grapa, y por el locurón de la grapa se les da por azotar autoridades, romper vidrieras, llevándose maniquíes a los castillos tomados, y que los maniquíes sean los que entren por la fuerza, como liberados de una iconoclastía errabunda de austerísima vitalidad pasional, a vejar a los habitantes que se guarecen en los castillos.

Como una obra de arte piraña que devora y fagocita el soplo fijo de la extinción de la especie humana pero también de todas las especies protohumanas que están floreciendo en los inodoros de las casas y los departamentos de alquiler. Es cuestión de agacharse nomás y ver de cerca los zócalos, los esquineros, el agujero donde cae el agua de nuestras manos. Los azulejos. Ojo con los azulejos, ojo con sus tajitos oscuros entre azulejo y azulejo que allí puede haber algo o alguien escuchando.

Uno se encariña con la obra de arte porque la obra se te mete por todos los agujeros que tengas y te hayas hecho. Pero, donde te fulmina no es en el cuerpo de carne precisamente. Es en el pinzamiento psíquico donde eleva a placeres no ilustrados por la letra chica ni la cifra. Hablo del verdadero orgasmo de la mente sola, despegada ya de la carne del cuerpo y de todas las palabras, pero sobre todo del nombre, y del buen nombre de tener nombre.

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Y bueno, así es como veo a la obra de arte en este preciso momento, más tarde puede ser otro ver, si mis ojos en tratamiento y por tramos de tiempo ven cosas que luego hacen su metamorfosis, como el procesamiento en el estómago después de ingerir alimentos suele acontecer el sueño, y con el sueño puede que adormezcan las palabras y la manos caigan.

Pero, vamos que vamos, que el velorio que nos congregó fue el de la trompeta. Porque el trompetista no cuenta en esta historia, quiero advertir, para terminar acá con el tema y anticiparme a la posible pregunta por el destino del trompetista.

Entonces, repito: era el velorio de la trompeta. En el rancho, en el templo, bajo el cielo de la húmeda pampa, los gatos cuelgan de la mampostería caníbal. Unos están embalsamados y tienen mote de marqueses. Otros giran en derredor del féretro sin nombre y sin dios.

El estuche de la trompeta también cayó al velorio: creímos no llegaba, que no se aguantaría la imagen de su feto criado sobre un vientre de cajón color cuarzo y verle toda chamuscada a la pobrecita trompeta.

Dicen que el estuche hizo fuerza espiritual y que hizo magia, pero fundamentalmente hizo una profundísima meditación drusa que logró sacarlo de ese estado de shock. El revoltijo de supercherías lo eyectó del descampado mugriento donde vivía desde aquella noche, desde aquel combate. Cuestión que el estuche cayó al velorio y a todos nos pareció bien por él.

La primera vez que fui a una casa donde embalsamaban animales dijeron que era de unos tíos y también dijeron que lo hacían porque eran unos oficios, y que por ello eran unos artistas mis tíos. Tía y tío eran embalsamadores de gallos, cóndores y pericotes. Gatos, perros, papagayos y ocelotes traídos del amazonas. Les llegaban los animales muertos a tío y a tía.

Al embalsamador le llegan los animales muertos, más si quienes embalsaman no han tenido hijos.

Incursionaron en la serpiente y se hicieron profesionales en el embalsamamiento de animales de arrastre, a tal punto, que a mis tíos los llamaron de unos países extrañísimos donde les pagaban todo: la cama, la comida y el traslado ida y vuelta. Además de unos buenos honorarios. Y allá iban tío y tía, según me contó un hombre vestido de Padre, a embalsamar.

Recuerdo al llegar me dieron un abrazo y sentí endurecer mi espalda. Supe, esto lo vine a saber 45 años después, que el endurecimiento de la espalda luego del abrazo de un embalsamador significa que ibas a ser embalsamado tras el umbral; pero, en ese momento, yo no lo sabía. Solo me quedó el habla para contarles lo que tal vez estén leyendo o quizá alguien lo haya leído y se lo estén contando. Eso no es lo importante porque si de embalsamamientos se trata, que se sepa o no se sepa, da igual.

"Acá se embalsama y punto", imaginé dijeron tío y tía en una discusión no existente, pero que en mi cabeza funcionaba existente por la incapacidad de moverme del todo bien.

Y cuando digo la pasamos bien en el rancho en el velorio de la trompeta no es joda. Lo digo en serio. La trompeta acerada ya no tenía su bronce original. Veteada por el fuego y por contornos derretida, en el centro del rancho sobre una mesa despedíamos a la trompeta que perdió su vida en el cruentísimo combate de Bariloche. La obra de arte, excelsa, duró lo que dura una quemazón chica pero fértil. Porque las cientos de fotografías que sacaron los periodistas del trompetista prendido fuego haciéndola sonar se viralizaron por el mundo conocido.

En el rancho, a unos borrachos se les ocurrió hacer un sorteo para juntar fondos para el monumento a la trompeta a la entrada del pueblo. El listado de donaciones se hacía infinito y con las mismas donaciones y el aporte de algunos acaudalados se construyó el monumento en la entrada del pueblo. Tenía 129 metros de altura y un pasadizo interior con escalerita para llegar hasta la trompa y asomarse más arriba de las nubes.

El proyecto fue un éxito en cuanto a sus expectativas por lejos superadas. Esa misma noche del velorio lo craneamos en el rancho junto a viscosas personas en estado de soporífera ebriedad.

Embalsamar al trompetista no se podía. Por su deterioro, a la trompeta menos, por eso el monumento y por eso la posibilidad de que la trompeta pasara al estado inmaterial de todo instrumento velado. De cualquier manera, había que enterrar a la trompeta en el cementerio junto a tubas y cornetas de las más variadas gamas y orígenes. Algunos vecinos querían que la enterráramos junto al Mausoleo de la Quena, otros en La Bóveda Alemana donde bandoneones, acordeones y fuelles descansaban su paz. Hubo incidentes en el entierro y hubo requisas a todo aquel que osara desviar el camino de la trompeta al cementerio. Larguísimas colas de murgueros con tristes candombes acompañaron el cortejo. Lágrimas de gatos y de bichos del campo embadurnaron la caja donde se encogía la trompeta muerta.

Dicen que las trompetas al morir se encojen 3 centímetros y pierden peso, queda el alma nomás, suspendida, en un sonoro mohín de silencio.

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