Crónicas del subsuelo: El museo de combatientes congelados

Crónicas del subsuelo: El museo de combatientes congelados

Por:Marcelo Padilla

 Pasados de emedé, eufóricos y borrachos, estaban dos morenos jugando, bajo una madrugada neblinosa, al palimpsesto, en el playón de esclavos de la Plaza Principal, La Arévalo Zausky, en homenaje al Gran Arévalo Zausky, Jefe militar del Primer Batallón del Ejército Irregular de las Harapientas de Malasya, que llegó hasta los Urales con sus tropas cagadas de frío, meadas encima, cagadas de hambre. Re contra cagadas de hambre, a tal punto, que las latitas que consumían eran caramelos, las latitas de atún en lomitos que les mandaban los japoneses desde los barcos cargueros, esos que exploran los fondos de los mares para sacar centollas, ostras, conchas de nácar, pescadilla y etcéteras. Con "eso japonés" la fueron pasando para el manye, yugulando, hasta que cayeron en una fosa helada como la punta del Aconcagua y el Kilimanyaro, todas juntas, delirando, donde apenas pasaban el brocal, aguaitando, se les congelaba el aparato respiratorio en 19 segundos, y la sangre tornábase rosada, los respiros últimos y alientos hervían, y hacían niebla en la fosa helada. Ahí aguantaron 25 noches y 24 días, porque cayeron de noche y las encontraron de día, como que hicieron el check-in el día 25 a las 10 de la mañana con un sol radiante, hermoso... mire vea, como se acostumbra en los alojamientos de Linternaia; en Malasya también hacen algo parecido, solo que el huésped puede salir a las 12 del mediodía, políticas del turismo de los lugareños... mire vea: cositas, minucias que hacen a lo importante a la hora de los bifes, que como todos en general sabemos, los bifes, se hacen pasadas las 12 del mediodía. En fin, luego murió el batallón entero, quedaron congeladas en la fosa de los Urales, el Principado de Malasya se hizo cargo, por acuerdos diplomáticos, de la fosa; se rindió Malasya a cambio de hacer un Museo de Combatientes Congeladas en los Urales, donde se dieron por rendidas, en la práctica, ganaron los rusos, como siempre.

:- A ver... antes del petiso que se las sabía todas, estuvo también el mono, andando por ahí, de honguitos, funyis, jugueteando en los Urales, y en la Siberia escandalosamente tortural; y le fue, también al mono, para el orto. Es que venimos de los ancestros, y ahora, los que andan diciéndose por ahí... italianos, españoles, etc., para darse alcurnia de venir de esos lugares desconocidos, esos, que andan diciéndose ingleses, también, vienen de Malasya, de la que gobernaba la dinastía de la Dama del Agua, en los océanos antiguos, donde nació, dicen, toda esta locura porvenir.

La cosa es que Malasya se hace cargo de la fosa, con los fiambres adentro, levanta un museo en la zona, "...con los fiambres congelados para siempre", decía, el Rey Plebeyo, que todo lo aprovechaba, hasta las derrotas sabía hacerlas pasar como victorias, y en toda Malasya se creía habíamos ganado. El museo, debo decir, yo que lo visité por esto de "andá a ver qué pasa en la fosa, quedáte a monitorear que ande todo bien con la construcción del museo, y tráeme un informe de esos que vos hacés"; debo reconocer, además de decir, Es una maravilla de la humanidad, éste museo, donde estoy acurrucado, escribiendo el informe, construido por la naturaleza con los cuerpos de nuestras combatientes de Malasya, que puedo decir viven mucho más, desde antes, con el método de nuestro Rey, que el propio Walth Richmond Disney, el que luego montaría la gran empresa infantil que nos ha dejado prácticamente en el olvido, a nosotros, los habitantes de la Gran Malasya, a nuestros niños, a nuestras madres, que supieron disfrutar del entretenimiento infantil propio, y después se tuvieron que topar con esos bichitos que hablaban por otros, como ventrílocuos, en realidad los bichitos del tal Disney eran ventrículos, vos después pensala un poco, ellos hablaban por otros. Vos podés decir que el contexto, que los caídos, que el respeto a la memoria, Etc. Etc. Etc., pero a ellos le hicieron la plazoletita Arévalo Zausky y quedaron chochos, los comandantes generales y el área de baterías subterráneas. Ellos tienen su héroe, ¿y nosotros?... pero para el pueblo de Malasya, la ganamos loco, ahora el turismo está de parabienes y toda la tarasca es en dólares, el 50 % de lo que se recauda en el museo viene al Tesoro Nacional de Malasya, con esa guita en dólares (pasálas a yunques así me entendés de lo que estoy hablando) montamos edificios de 45 kilómetros donde nos pueden divisar desde un dron, antes que a los ángeles negros que como moscardones no entran a la nube que los manda por negros, a jugar al palimpsesto, en las plazoletitas, ¿me entendeús o no me entendeús?

Decía, en el informe, el de la pluma fácil.

El temita del museo causó algunas suspicacias en los comandos medios de la Corona de Malasya, y los tropezones fueron increscendo. Algunos, como el Conde de Brismerck, conservador él, sugirió que al museo lo trasladaran a la capital de Malasya, repatriar los restos congelados de las combatientes y montar el museo para la población que, fatigada por las guerras, bien le vendría un museo pa entretenerse (entre-tenerse, esa palabra que tanto se usa sin modorrar en ella, tenerse entre, entretenimiento, ni miento entre te entre-tengo, tengo y no tengo por eso entretengo, etc.). Sin embargo, era de puro contreras nomas, el Conde con sus sugerencias. No le dieron ni bola. Se quedó cosiendo una medias viejas que no quiere tirar porque se las regaló su ex, y entró en un silencio profanofundo. Estaba ido, (será por las dosis de la mañana que lo dejan delirando) y no comprendía muy bien lo que venía sucediendo. El Conde, de buen corazón, pero contreras, terminó de coser y ofreció un recital de metal (su música preferida) a los presentes. Sonó una música entreveral, marchita y hosca. Las máquinas repiqueteaban en toda la ciudad, y desde los edificios que la rodean salieron las cabecitas decapitadas de los habitantes citadinos, a pispiar, esa música catarral, funeral, de oro esquilmado con instrumentos de cirugía, un compositor de otro tiempo el Conde, un loco, un mechudo que agitaba su cabeza al ritmo de "Oh my devil Oh Oh Oh, my devil". Como una musicana sonaba la música del Conde, las gentes pasaban corriendo porque creyeron que esa música anunciaba la hecatombe definitiva de la civilización. Hubo momentos de tensión sonora y el cielo acompasaba, con nubes negras, despidiendo al sol, antes de los ataques de territorios enemigos, desconocidos territorios que se hacen llamar ingleses, franceses, españoles. Solo Alemania del Este, desde su abandonado diseño monumental, podía interpretar la música que escupían las gárgolas de las basílicas, ahí estaban los parlantes, en las gárgolas de la las basílicas. La ciudad se puso tétrica, daba como miedo quedarse en las calles.

Marcelo Padilla