Crónicas del subsuelo: Primavera imaginaria en el PGSM

Crónicas del subsuelo: Primavera imaginaria en el PGSM

Por:Marcelo Padilla

Lo del Parque fue una excusa para que Clairo no pasara de largo a la altura de los Caballitos de Marly. Los pequeños equinos no están en la rotonda, porque Marly, en su narcisismo serial quiso quedaran dentro de su propiedad y devueltos por más réplicas de mármol de carrara que fueran, a Versalles. Marly le dijo a Clairo que no dejara la siembra de semillas en el cantero porque allí crecerían las altas plantas -con los problemas que hay con las crecidas y perfumes no era momento para jugar con fuego- sugirió Marly. Sin embargo en la soledad del Parque nuestra búsqueda del asiento trasero del auto del Nicola fue una verdadera obsesión. ¡Ay Nicola! si hasta me acuerdo cómo lo bajamos esa noche para depositarlo allí en medio de la oscuridad sobre el pasto alto donde nadie se le animaba al riesgo de la noche juvenil. En ronda, bajo la noche estrellada contra los pinos, bailábamos en torno al asiento que si bien era largo y confortable para arrojar el cuerpo agotado por la jornada, no escatimó incomodidad en medio de esa nada que era el Parque artificial más grande de Sudamérica. La preocupación por Clairo fue básicamente que no se pasara del punto de encuentro. Los caballitos no estaban y en su lugar las plantas de cannabis fueron creciendo y esparciendo sus semillas por donde el viento decidió. Eso no lo veíamos por aquel entonces, más bien lo proyectábamos como locura de juventud imaginando ese parque poblado de plantas crecidas alrededor del lago mientras miles de niños y niñas, familias y turistas locales se bañaban y jugaban en cámaras de gomones de camión, haciendo competencias nativas de remo popular. Eso sí, sin la técnica del remero que supo conquistar en base a jornadas de rutinas cronometradas la profesión y el oficio que la noble institución que administraba el domino acuífero le permitía.

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El sueño del agua estaba ahí, en el misterioso Lago y en su tenebrosa Isla donde por entonces practicaban bajo ocultamiento ritos paganos de adoración a la tierra y a otras divinidades. Las esculturas de consagrados escultores llamados a trabajar por Lola Mora, colgados de los vestidos brillantes de Lola Mora, fueron decapitadas. Las cabezas hundidas al lago como ofrenda y los restos enterrados en el descalabro vocacional de toda juventud anímica sin desparpajos. Tal vez la única Isla en la ciudad -cercada por variedades de plátanos y pinos, más allá la escalera que sube y no va a ninguna parte y tan solo sirviera para quedarse ahí arriba mirando a los amantes del laberinto que con la idea de sortearlo terminaron agazapados en sus esquinas infranqueables-, podía albergar a la fauna dislocada de la que fue objeto el comunicado oficial del gobierno de la provincia. La frondosidad del Parque desolado, alentada por la ausencia de personas que solían tomarlo por estas épocas, cuando principiaba la primavera, hubo convertido al mismo en un verdadero vergel que brotaba del suelo y transformaba el perfume cotidiano. No sé si fue Clairo, creo que sí, porque no la vimos esa noche.

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Sin embargo no cabía otra explicación. El sembrado, en la dispersión de las hectáreas anegadas por la lluvia anterior dio su fruto del suelo. El asiento del auto de Nicola en el atajo quedó ahí desapareciendo pero al menos nos sirvió esa noche de primavera para despojarnos de todo lo que nos acompañaba por años. Las amigas del Hogar Eva Perón (el guachero) estaban listas y pitucas para salir por el barrio, su barrio, y recorrer ondulantes la noche en medio de vahos que la brisa aconchaba sobre las Playas Serranas. El pulmón de la ciudad emitía sus efluvios y todo el Parque más la zona aristocrática de la Mendoza patrimonial olían a marigüana. Sí, el Parque ya era un proyecto de cultivo para plantas medicinales y recreativas, algo similar a lo que hizo Uruguay pero no en terreno de las Fuerzas Armadas que vivían enfrente, hacia el norte. En el Parque Público donde crece la yerba buena y la mala, el macho y la hembra, en ese fundido exacto por las condiciones de la tierra, el Parque nos aparecía como pampa húmeda para la extracción de una renta diferencial que ya en la palestra de la discusión proyectaba mercados internacionales. *** Aquella juventud ya no estaría, había dejado por acción eufórica un proyecto incipiente que para la época hubiera creado discordias en el páramo. Los tiempos cambiaron, nuevas generaciones empezaron por un cultivo temprano pero repito: siempre bajo el ocultamiento. Algunos para hacer aceite que adormila a los padecientes, otros para el mal del insomnio y endulzar la noche con trufas de chocolate y coco. Y de la experiencia ingobernable miles de jubilados y jubiladas tomando gotas o fumando en los alrededores del proyecto higienista de Don Emilio Civit, del paisajista francés Carlos Thays y del ingeniero Frank Romero Day, que bien viene a cuento decir que nació en Mendoza en 1893, y su madre, María Day, soprano y primera mujer que condujo un automóvil en Mendoza -vaya paradoja- falleciera en un accidente vial en el propio Parque hacia 1911. Una familia de buena fortuna de los pagos que supo hacer de lo artificial una virtud para permitir la migración de la realidad a otros fundos más civilizados. A tal punto que fue el mismo ingeniero Day, diputado nacional por Mendoza en el Congreso Nacional quien pidió en el parlamento la intervención de la provincia al gobierno de Carlos Washington Lencinas. Nunca imaginó aquel proyecto fundacional que embelesó a toda una generación avícola, que el Parque de la ciudad hacia fines del siglo dieciocho y principios del diecinueve fuera a transformarse ciento cincuenta años después en el centro de producción de cannabis más grande de América Latina.