Crónicas del subsuelo: Delirio místico

Crónicas del subsuelo: Delirio místico

Por:Marcelo Padilla

Perlas bicolores en el cieno de la patrushka de atropellamiento, geriátricos débiles de imperios agrios, fastuosos, polizónicas las costras de la cara abierta y, de entremés: el mes, del mes, pero en el quebrazal de lona donde se alza un peso muerto. Peso por muerto, el kilo al 25% de descuento por ser acomedida... y traer la bolsa negra. Todo eso, se comenta.

El Bataraz produce testileno a ocho motores, el testileno solía hacerse diluido con un poco de escabio viejo y pasao, pero, en este caso, lo concentran al 5, por eso es que el parlante azul no le hablaba al traje. El hombre del traje como si nada, pero, el traje, como buen traje, decía: "del traje a la tragedia hay un paso", luego a la derecha: dos, y a la izquierda: otro poquitín. Bueno, ahí no es. Es exactamente enfrente, donde está el cartel del Hotel City, el iluminado frente a la terminal de Luxan, donde luisito el Peregrino le canta a la virgen tapándose uno de los oídos. Por sordo -o vaya a saber qué-, luisito se saca la oreja derecha para mayor comodidad, es como de goma la oreja. Se la guarda en el bolsillo del pantalón de brocha y entona una sencilla y maravillosa canción.

En la canción -en la letra- la virgen va navegando por un río sobre un pilote de madera, hecho a la rápida como balsa, "a la que te criaste" la virgen firme como rulo e estatua y sus avíos prestos a la ceremonia. Tul por todos lados, tul blanco y veganias fulgurantes sacadas de los matorrales para vestir mejor, traqueteando por las olitas ventajeras va la virgen comiendo unas pachadinhas caseras que le mandan las tías para cada peregrinación acuática, porque el viaje es largo y son cerca de medio millón de malasayanos y malasyanas que salen de sus casas a la vera del río mugroso, mire vea. Hace sol, hace mucho calor para un diciembre gregoriano. Tádio es de llegar siempre tarde, se acostumbró desde aquella vez, a la virgen estaban cambiando de tesones, porque ese día no sé qué onda la ropa, no le venía bien o le resultaba incómoda. Habrase visto che...una virgen hecha y derecha discutiéndole al traje mientras nadie se hacía cargo de luisito que cantaba y cantaba esa canción de la virgen, atormentando al malevaje cansino de la terminal, mire vea, Don Lincoln: - me cuentan que: allá iré a la excursión-. Perdón, le dijo, luego de llenarle la cara de saliva, luisito el peregrino a la señora que salía del Hotel City, por haberle dado baba de labia tanto rato, mire y vea.

Cuando los trajes no miran al trajeau se producen estas confusiones. El traje tiene su dignidad, más en estos tiempos donde la pinta es lo de más; pero mire vea usté, ¡Qué viene a hacer un traje con semejante expediente! Bajo el brazo, pegoteado tiene el traje al expediente. Hace sol. Hace muchísimo calor en el invierno de la sangre y las nals no salen tanto por estos días. "Nals, nals, nals", gritan, los que las venden por la calle, a más bajo precio que el negocio de la esquina, esos careros tanos hijunagranputas. Nals y bichicomes a dos denarios, si me da uno da igual, nals y bichicomes, bla bla bla blá. Dijo el tipo, con el canasto colgando del brazo.

El traje le compró, y el trajeau no.

El paquetito dejó sobre la mesa, parado, con unos 15 puchitos. El canasto, el traje, del trajeau. El traje del canasto. El bicho canasto, el bicho. Las cortaderas a la vera del río, la virgencita va, ahora, con más ritmo sobre el agua. Le han puesto una música en el acople. La letra lo va diciendo en la canción. Se abren las aguas a la altura del Valle de los Faraones, la virgencita -según la letra- se siente Cleopatra. Confunde su rol y se hace imperial. La virgen imperial ahora va a todo lo que da la manija en una moto de agua saltando hilos. El tul se vuela y la virgencita no. Desde la ventana del Hotel City, la del primer piso, asoma una cabeza mechuda. Grita la cabeza mechuda desde el primer piso. Canta a la virgen la cabeza del primer piso. Mechuda, canta. El trovador popular está borracho y en delirio místico. Los bondis salen como ratas de la terminal.

Moscú cae en los brazos de Van de Gral, ésta le suaviza la estampida y le arma una camita rugosa con los pulóveres de los perros. Moscú tose. Van de Gral le masajea la espalda. Moscú quiere agua, tiene sed, pero no habla. El traje acude a la cita y pide un gin tónic. Lee "la noche que me hiciste tanto arroz" y anota palabritas al costado de la servilleta. "Maoístas" dice y escribe, una, dos, tres, cuatro, cinco veces la palabra maoístas. Se hace temprano y camina hacia el Hotel Vendeville con Moscú desvanecida, a la rastra Moscú de las vanecimientas. Sin ton ni son, en el grill se hace orquesta ese ruidito suelto y enlaza las crines de la virgen, del caballo de agua de la virgen y en el final se ahoga, pero en el sueño nomás. Nada pa preocuparse, mire vea, don usté.

Marcelo Padilla

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