De San Martín a Cristina: la chispa en el polvorín

La historia estuvo a punto de dar uno de esos garrotazos irreparables e imposibles de prever en sus consecuencias.

De San Martín a Cristina: la chispa en el polvorín

Por:Jaime Correas

Un loco, al parecer por cuenta propia, intentó asesinar a la vicepresidenta argentina y ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Las imágenes al principio parecían de una ficción. Suele ocurrir con estos hechos conmocionantes. Con el paso de los minutos se transformaron en una pesadilla. Está claro que el crimen no se consumó por azar, porque el arma fue manejada por un inexperto y no funcionó. La historia estuvo a punto de dar uno de esos garrotazos irreparables e imposibles de prever en sus consecuencias. Por fortuna la situación no tuvo un desenlace trágico y quedó en el intento. Luego se pusieron en marcha mecanismo archiconocidos que hicieron acordar a la idea expuesta la semana pasada en esta columna. Mientras un perro mea una pared hay quienes sostienen, contra el sentido común, que es la pared la que mea al perro. Derivas de la razón populista que volvió a aflorar. Sucede cuando hay que construir un enemigo.

Cuenta la tradición histórica que el general José de San Martín dispuso la prohibición de entrar con espuelas al polvorín del ejército que organizaba en El Plumerillo. Dio la instrucción al soldado de guardia de que se impidiera el ingreso con ese artefacto ecuestre en las botas, a fin de evitar que una chispa nacida del metal hiciera estallar la pólvora. Para probar la efectividad de su disposición él mismo intentó ingresar portando espuelas al lugar donde estaba la pólvora. El soldado de la puerta, de quien se ha perdido el nombre si es que la anécdota es cierta, le impidió el ingreso argumentando razones de seguridad. San Martín insistió, invocando su graduación y pidiendo una excepción, y el efectivo volvió a rechazar la orden. El general fue a buscar sus alpargatas y ahí recién el vigía le franqueó el paso. Las versiones del desenlace son divergentes. Una indica que merced a su buen desempeño para cumplir la orden fue ascendido a cabo y otra que recibió un premio en oro.

Ver también: Las paredes no mean a los perros

Es importante la enseñanza de que frente al peligro de estallido del polvorín hasta el último de los soldados debe cumplir con el protocolo ideado para evitarlo. Complicado es cuando algunos no lo cumplen y mucho más cuando son numerosos los esmerados en conseguir una explosión. Salvo excepciones patológicas, la mayoría de los argentinos repudió lo sucedido, entendiendo que estuvo la paz social en peligro como nunca y que ese es un bien con el cual no se puede especular y mucho menos jugar. Esto no llevó a cambiar la idea que cada uno pueda tener sobre Cristina, pero en esa situación muchos la dejaron de lado para solidarizarse con su drama.

Una de las primeras reacciones públicas fue la foto simbólicamente más fuerte conocida en los últimos tiempos. Un nutrido grupo de senadores del Frente de Todos y de Juntos por el Cambio se reunió en el Congreso para hacer una declaración conjunta de repudio. Vale la pena destacar que están en la imagen los tres senadores por Mendoza, Fernández Sagasti, Juri y Cornejo, que no siempre tienen las mejores relaciones. El impulsor de la iniciativa, el senador del Frente de Todos José Mayans, quien se comunicó para que los legisladores que habían sesionado hasta las 21 volvieran al edificio, fue categórico: "repudiar este hecho lamentable, penoso, que consterna a toda la sociedad. Queremos expresarle a Cristina Fernández de Kirchner nuestra solidaridad, a ella y a su familia. Esperamos el pronto esclarecimiento. Nuestra preocupación es que se esclarezca de forma inmediata e instamos a todos a trabajar por la paz social". A su vez reconoció y agradeció: "la visita de los senadores de la oposición. Valoramos el hecho". Un discurso adecuado. La paz social por delante, en momentos en que algunos ya empezaban a desbarrancar, de uno y otro lado. Una concepción republicana de actuar, donde lo institucional vence a lo faccioso. Pero cuando afloró el populismo nació la necesidad de construir un enemigo y ahí entonces empezó la catarata de acusaciones referidas a que el intento de magnicidio había sido causado por la oposición, la prensa y la Justicia. Demasiado obvio, repetido y falso. ¿Es factible unirse con alguien a la vez que se lo acusa de un delito?

Dejando de lado lo negativo, lo cínico, lo perverso, lo inhumano, lo mentiroso, lo especulativo, lo bajo, que desde el jueves proliferó por doquier fue difícil encontrar hechos para sumar a la foto de los senadores. La imagen se fue diluyendo en su potencia. Es imposible avanzar sin decir, en relación con la anécdota sanmartiniana, que la máxima autoridad formal del país, el presidente, por cadena nacional entró esa anoche con espuelas al polvorín y bailó un malambo adentro. Se va haciendo costumbre. Dispuso un incomprensible feriado nacional, olvidando el célebre apotegma de un antiguo secretario de Trabajo y Previsión, coronel de profesión por ese entonces, que en septiembre de 1945 para evitar problemas y provocaciones por reformas laborales efectuadas recomendó a los trabajadores "ir de la casa al trabajo y del trabajo a la casa". Frente a la conmoción no hay nada mejor que mantener la calma y la rutina. Invitar a la movilización puede ser, innecesariamente, una invitación al desastre. Lo sucedido en la Recoleta en los últimos días, con el desenlace dramático del jueves, podría haber servido de laboratorio de cuáles mecanismos incontrolables se ponen en marcha cuando se invita a "tomar la calle", con los matices bélicos que implica. La paz no se consigue tomando la calle, sino transitándola con normalidad. Si es trabajando, mejor.

Cuando se produjo el atentado criminal hacía pocas horas se había firmado entre la autoridad nacional de seguridad y la de la Ciudad de Buenos Aires un acuerdo que debería haber implicado la liberación de la zona de la vivienda de la vicepresidenta, no sólo para la tranquilidad de los vecinos sino para la seguridad de quien finalmente estuvo en peligro de muerte. Se acordó sobre bengalas y parrillas, acampes y ferias, un disparate folclórico, como si esas situaciones pudieran tener alguna razonabilidad en la porteña calle Juncal y debieran ser prohibidas explícitamente. Nada se hizo para cerrar el lugar y dejarlo a salvo de un fanático como el que gatilló la pistola homicida a centímetros de la cabeza de la vicepresidenta.

Fue difícil encontrar más racionalidad como la expresada por la foto del Senado. Un hecho que una vez más mostró la excepcionalidad mendocina fue la declaración firmada por siete de los ocho ex gobernadores, peronistas y radicales, de repudio al atentado. Una lástima que no estuviera la firma del octavo. Allí se veía el encuentro, la recuperación del espíritu sanmartiniano en cuanto a la unión entre compatriotas. En nuestra provincia, poco para rescatar. Lo excepcional fue la prudencia del gobernador Rodolfo Suarez y su decisión de no adherir al feriado y algunos tramos del senador Lucas Ilardo, un referente que suele ser áspero pero que esta vez mechó sus habituales críticas al gobierno local, justamente por no adherir al feriado, con un llamado a la mesura, la cordura y la paz. No lo siguieron muchos entre quienes lo rodeaban el viernes que sólo se quedaron en la frenética construcción de culpables de lo sucedido con alocadas teorías conspirativas.

Ver: Quincho: Cristina, el atentado, "efecto Néstor", y la dieta batracia de JxC

Lo vivido me hizo acordar a una vieja cita de Carlos Guido Spano, hijo de Tomás Guido, el amigo de San Martín. Escribió hacia 1870, cuando se intentaba dejar atrás la heridas de las cruentas luchas civiles: "Más o menos conocidos, somos viejos conscriptos de las luchas de la República; hemos asistido a los grandes sacudimientos que la han conmovido; tuvimos nuestra parte en los combates; y en nuestra peregrinación borrascosa hemos adquirido una clase de valores, el único que venimos a ostentar ante vosotros: el valor de la concordia".

A pesar de que busqué y busqué signos de concordia, más allá de los pocos que he rescatado, me tuve que resignar a la sentencia que me mandó un amigo: "trascendente hecho criminal que en lo político sirvió para que todos confirmen sus prejuicios y nada cambie". La concordia requiere abandonar la lógica perversa de construcción de un enemigo. Para conseguirlo se necesitan denominadores comunes. Imposibles de lograr si una de las partes cree que el otro es el culpable de lo que conmueve a ambos.