Roberto Rosas fue un escultor profundamente mendocino. En esta nota recordamos uno de los tantos legados de su obra y cómo adornan e inspiran espacios de nuestra cotidianidad.
La arquitectura como refugio del arte: uno de los tantos legados de Rosas
El 30 de julio de 2015, hace poco más de 10 años, Roberto Rosas dejaba el mundo terrenal y, con su partida, Mendoza perdía a uno de los grandes artistas del último siglo.
Sería injusto decir que Roberto fue "solo" un escultor, aunque tal vez esa sea la primera palabra que aparezca cuando buscamos su nombre en alguna reseña de internet o en libros que repasan su carrera y legado.
Caminar por las calles del centro mendocino puede llevarnos a pasar junto a algunas de sus esculturas integradas a la arquitectura local. Esa relación simbiótica que Roberto tan bien supo conjugar para mostrar su arte y embellecer la ciudad.
En diálogo con el Post, su compañera de vida y madre de su hija Paloma, Fabiana Mazza, recordó parte del legado de Roberto, su carrera, sus objetivos y nos acompañó en un recorrido por su casa, taller y galería ubicada en la calle Mathus Hoyos de El Bermejo, Guaymallén.
Al ingresar a la casa de Roberto, un portón con figuras y columnas talladas dan la bienvenida a un jardín delantero que cuenta con esculturas de grandes dimensiones y muestran un poco de lo que se verá dentro.
"Roberto tenía muchos amigos arquitectos, hicieron trabajos juntos, hay varias de sus esculturas integradas a obras arquitectónicas de distintas partes de Mendoza", reveló Fabiana.
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Hoy por hoy, su casa es recorrida por turistas que vienen a Mendoza y visitan este faro artístico en Guaymallén para conocer su huella artística. "Los últimos días de Roberto fueron de una coherencia dolorosa", confesó la entrevistada.
"Él siempre decía que cuando no pudiera seguir trabajando, no iba a querer seguir viviendo. Aguantó por Paloma. Si no, se hubiese ido antes. Lo deprimió no poder trabajar con el hierro, no poder soldar, porque para él vivir era eso", detalló.
En 2003, La Nación le dedicó una nota extensa. Allí, con su hija de apenas seis meses, decía que tomaba diez pastillas por día para sostener su salud frágil, pero que lo esencial era seguir creando.
Roberto era, en palabras de Eduardo Galeano, uno de esos fuegos que "arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende". Así vivió Rosas, encendido por su propia pasión creadora.
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Una obra de puertas abiertas
Quienes lo conocieron hablan de su obsesión, pero también de su generosidad. En la entrada de su casa-taller en El Bermejo, un cartel rezaba: "Visitas miércoles y jueves de 17 a 20".
"Aunque no llegara nadie, Roberto abría las puertas. Creía que el arte debía ser compartido. 'No sirve de nada hacer esculturas si no las mostrás', repetía", contó Fabiana.
Y mostraba. Desde la vereda, los transeúntes podían asomarse a ese mundo de hierro y monumentos en construcción que ya vimos en fotos anteriores de esta nota.
Su vida entera fue esa: hacer y difundir. "¿Qué vamos a hacer para que dentro de cien años nuestra obra siga siendo observada?", se preguntaba.
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"Cuando el arte habita la arquitectura"
Esta frase proviene de un ensayo realizado por la especialista mendocina en Historia del Arte, Florencia Giovannini, quien colaboró con esta nota y compartió datos y un trabajo titulado de esa manera.
En ese trabajo, esta estudiosa del arte y la arquitectura advierte que en la obra de distintos arquitectos existe una especie de simbiosis y convivencia con el arte, o también llamado "arte aplicado".
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Según subraya Giovannini, Mendoza fue un escenario de binomios creativos - colaborativos. "Durante las décadas del cincuenta y sesenta, Mendoza atravesó un proceso de consolidación institucional y modernización estética, impulsado por políticas culturales, académicas y edilicias. En ese contexto, se desarrollaron alianzas estratégicas entre arquitectos y artistas plásticos, motivadas por una concepción integral del proyecto moderno. Este espíritu colaborativo promovió la incorporación de elementos visuales, materiales y simbólicos a la arquitectura como parte de la visión 'de la cuchara a la ciudad'", destaca.
En ese marco, algo del legado de Rosas late en espacios que hoy forman parte del paisaje mendocino. En calle Patricias Mendocinas, la escribanía Mora conserva un friso monumental de 1975, una obra de Roberto que integró arte y arquitectura en tiempos en que incluso se daban beneficios fiscales a quienes incorporaran esculturas en sus frentes.
A pocos metros, otra pieza suya: un enorme Menorá. También la plaza de la fuente, frente a Casa de Gobierno, exhibe su escultura "Libertad", de cinco metros de altura.
En el cementerio de la Capital, dos portones diseñados por él resisten el paso del tiempo. En San Rafael, portales gigantes recuerdan su oficio de forjador. Y en su propio jardín, sillones de hierro de más de cuatro metros encarnan su sueño frustrado de que los bancos de plazas mendocinas fueran diseñados por escultores.
Según subraya Fabiana, Rosas no era del "palo" del arte, sin embargo se ganó el respeto por su trabajo. Fue autodidacta y muchas veces considerado un outsider. Vendió más de 120 obras en Buenos Aires entre 1972 y 1984, expuso en galerías de renombre y hasta fue elegido "artista joven del año". Sin embargo, eligió quedarse en Guaymallén. "Decía que aquí había aprendido a dominar sus demonios", cuenta Fabiana.
Esa elección de vida marcó su obra. Lejos de los circuitos del mercado, se concentró en levantar un espacio propio en el Bermejo, rodeado de álamos y humedales, donde convivían vecinos, artistas y curiosos. Allí recibió en el año 2000 al mismísimo Julio Le Parc, quien le dijo: "Si vivieras en Europa, serías millonario". Rosas respondió: "Pero no sería yo".
La obsesión de permanecer
Más allá de las piezas visibles en la ciudad, Rosas pensó siempre en la posteridad. Fundó en 1999 la Fundación Rosas para la Escultura, que hoy mantienen viva Paloma y Fabiana. La casa-taller se conserva casi intacta: "Para Roberto no era su casa-taller, era su taller-casa. Todo estaba integrado: la habitación, la biblioteca, los jardines, las esculturas. Y sigue siendo así".
Las visitas guiadas permiten descubrir un universo íntimo y monumental a la vez. "Son 1.500 metros que se van revelando de a poco, con cajones, recovecos y obras que sorprenden a cada paso. Hay gente que se queda cuatro horas recorriéndolo", cuenta Fabiana.
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Un camino por recorrer
Pese al reconocimiento que despierta en cada visitante, Fabiana es contundente: "No hemos avanzado como quisiéramos en poner en valor el legado de Roberto. Mendoza es potencia turística, pero el arte sigue fuera de los circuitos. Roberto decía: ‘El arte, el turismo y el comercio están integrados'. Y eso todavía no sucede".
Hoy, la Fundación recibe escuelas públicas y mantiene el lugar gracias al aporte de turistas que llegan mediante agencias internacionales. "Guaymallén tiene un patrimonio cultural enorme, pero falta decisión política para convertirlo en un circuito. Yo lo voy a seguir intentando, como lo hacía Roberto, pero no es fácil", admite Fabiana.
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La herencia que interpela
Diez años después de su partida, Roberto Rosas sigue siendo una certeza del capital cultural local y un desafío para la posteridad. Su vida fue un acto de coherencia: vivir por y para el arte. Sus esculturas persisten, en su casa, en distintas latitudes del país e integradas en la arquitectura mendocina y en la memoria de quienes lo conocieron.
El Bermejo guarda su refugio, donde la arquitectura se volvió espacio para el arte y donde todavía resuena su obsesión: que la obra se exponga, que el arte se comparta.
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