Crónicas del subsuelo: Café Ni Hablar, otra cita con la muerte

Crónicas del subsuelo: Café Ni Hablar, otra cita con la muerte

Por:Marcelo Padilla

Café Ni Hablar está cerrado. Sin embargo, atestado de parroquianos. Café Ni Hablar inauguró así: ¡Atestado de parroquianos para curtir el silencio! O hacer mímica. No sé. He pasado ya tres veces en la semana por su puerta desde que inauguró. Café Ni Hablar en la misma. Salvo el lugar donde se lo ha montado: baldío quejoso por las noches que sordina voces en el fondeadero. Voces cristalinas pasadas por la felpa. Y no las voces de los arquitectos Porchia que trajeron de Pashmina para diseñar lo que sería un vasto distrito de casas chicas, montadas unas arriba de la otras.

El criterio va de la mano de la necesidad. Y ésta es hereje.

Café Ni Hablar se ensambló en un baldío, delante de él. Para ubicarnos, El Frente del baldío. En el baldío pasaron cosas siniestras, por decir algo, una que otra noche. Además de servir de día para patear la pelota, el baldío nada de nada. Puro polvo, terregales, viento huracanado los días de guardar, cardos rusos rodando por el campo ¡Creciendo como un monstruo seco! Baldío de los que ya no quedarían desde los primeros visigóticos.

De noche ni te cuento. La luna dominaba sola, imperial, única luz penetrante, que oída.

En el lateral de las tierras vivía un viejo y una vieja en una tapera de barro: harapientos, ajilgados de perros y gatos. Viejos marranos día y noche. Pero, tenían agua. Entonces en el baldío, de niños jugando, íbamos a beber de la manguera agua cristalina y pura, fresca por la sombra, luego de horas de hacer la boba. A decir verdad, tanto la vieja como el viejo, eran buenos. Lo que pasa es que nos dijeron siempre que les temiéramos

¿Por qué? Preguntábamos en las casas.

-Porque son raros y se arrastran en una vida licenciosa, decían a coro, las madres y las tías, las abuelas y las de pañuelo verde cata, a lunares amarillos.

¿Qué tiene de malo, si nos dan agua?

Cuando los arquitectos llegaron a la ciudad en cuestión, les dijeron que había abierto un café nuevo (Eran cinco arquitectos Porchia menos uno, de La Familia Porchia menos uno, calabreses menos uno) Fueron a verlo. En la desolación estaba Café Ni Hablar abarrotado de fieles. No se audiencia música ni susurros. Mucho menos baladros. Les pareció a los arquitectos, tanto, que decidieron montar un distrito para doscientas mil personas en derredor del café. Eso iba a durar años en acoplarse, poblarse.

Como se puede apreciar, la idea fue al revés: se instala un café primero y luego llega en masa la clientela. Pero... ¿por qué Café Ni Hablar? Deberíamos averiguarlo con los arquitectos. El dueño no atiende. Y no sé cómo hay que hacer para entrar y preguntar. Además, ¡quiero tomar café y no hablar con nadie! Al fin, parece que lo he encontrado, pero debo resolver cómo entrar.

El arquitecto más afable -el que hablaba, el único permitido a hablar- es un tipo alto y flaco de piel aceitunada. Árabe, pensé, y di en la tecla. Mahmud No Porchia Aquelarress, con doble s -SS al final- por nombres, -Le llamaban muy de vez en cuando. Generalmente le decían el turco, quien me dijo: ¡Ahh, esto es un tema complicado!

Le pregunté si podíamos entrar al café y tomar unas fotos; pero, me dijo que no. Contundentemente. En cualquier caso, que tomáramos té. ¡Pero yo quería entrar! Al té lo puedo tomar con Mahmud sin problemas. "Es que no me entiende este árabe loco". ¿No será el árabe loco del Necronomicón?

No le dije nada de la comparación. Solo vi cómo Mahmud ardía lentamente por dentro. Cuando atiné a socorrerlo, hubo hervido y perdido su color naranja fuego. Y a lo mago, su mano derecha haciendo firuletes, sostenía una bandejita de plata trabajada por artesanos, de muy buen gusto, con dos pócimas de té moro. Y masas crocantes dulces. Una delicatessen.

- ¿Usted es mago?

-No señor. Soy árabe y alemán.

- ¿Pero mago?

- ¿Y usted de dónde viene? Inquirió, el árabe alemán.

-De Kanishca. Una ciudad a trescientos kilómetros de acá. Es muy pequeña, no la conoce nadie casi. Queda en Hungría.

-Kanishca, Kanishca, meditó el árabe alemán. ¡Si sé cuál es!

- ¡Cuál!

-No se lo voy a decir. Es un tema delicado. Hungría es un tema delicado. Lo delicado no necesita expresarse con la palabra. Porque la palabra rasga con lo delicado del tema. No sé si me explico, señor Kanishca. Es más, está en el Tao. Al profeta lo tuvo que detener un soldado de su propia tropa cuando aquel se estaba tomando el palo, para encarcelarlo. ¿Cuál fue el problema? El profeta no quería escribir sus pensamientos. Él decía: al escribirlos los mato, quedan ineficaces.

Pero los discípulos del profeta necesitaban una escritura cuando muriera el viejo, aunque más no sea para hojearla en los ratos de vicio (¿No será el viejo que vive con la vieja en la tapera del baldío, que se hace pasar por profeta? ¡Dónde estará la vieja! ¿y los perros y los gatos? Me pregunté, ido, por el calor insoportable.

En tres días el profeta escribió la obra en la cárcel. Y pudo morir en paz en las alturas de nieve, como él quería, a los 96 años, viejo testarudo.

Los discípulos... todos contentos con el librito.

- ¿Bah? ¿Qué le pasa a este enfermo? No es mago, dice que es árabe alemán, no entiende lo que le pregunto, ¡es un estúpido!

-Parrdón, dijo el árabe, con cierto cinismo interrogal.

- ¿Perdón qué?

-Debo decirle que escucho los pensamientos, señor Kanishca. Lo que acaba de rumiar está muy en lo cierto.

-Quedé helado. Las voces de los arquitectos Porchia menos uno, retumbaban en las paredes de viento.

Es la séptima aurora boreal que dejo pasar. No sé si llegaré a ver la próxima. Sin haber visto tan siquiera la primera. En fin. Logré entrar al café sigilosamente por los techos, luego salté y caí a un patiecito español. Nada se sentía. Nada se oía. Parecía desierto Café Ni Hablar. Sacudí mis pantalones y la camisa. Caí con una rodilla. Pero no siento nada. Entré por una cortina de plástico, de tiras, de esas de colores -o de un solo color- para dividir un espacio de otro sin necesidad de clavarle una puerta. Bonita la cortina, debo decir. Verde fuerte. Cata.

-Shhh... con el dedo me hicieron. -Es una obra de teatro-, dijo una voz, por lo bajito.

Y un cartel:

Café de obras de teatro en silencio

con un director callado

haciendo señas

interviniendo en la obra.

¡Era el mismísimo Kántor con sus petates! ¡Ah no! Kántor, otra vez aquí. Lo había visto en Kanishca. Y fue en la misma circunstancia. En un café que no se podía hablar.

¿Estará haciendo La Clase Muerta?

¿Será El Café Muerto?

Vaya circunstancia.

La balacera iba y venía de un lado a otro sin que pudiera distinguirse quién le tiraba a quién. Mahmud iba caminando por la calle principal, con unos walkmans escuchando vaya a saber qué música. Me dijo que le encantaba la sinfonía, especialmente Brahms y Wagner, pero también el hip hop argelino, que en Francia ya, pegaba en radios y televisores. Además, el francés, es muy del palo. Está lleno de árabes París: segundo y tercer cordón industrial son árabes. En el sur, dominan: Marsella, Córcega y Burdeos. Se calcula en toda Francia hay más de 6 millones de árabes. Si se organizaran, en poco tiempo toda Francia sería dominada por ellos. Por otra parte, los franceses ya no copulaban con sus mujeres. Y las mujeres francesas copulaban con extranjeros ¡Pero no querían tener hijos! Sin embargo, no usaban preservativos, ahí tenés.

Los árabes llevaban hijos y esos hijos hacían nuevos hijos, árabes. En Francia, en Alemania. Es simple la cuenta demográfica. Ascendente y malthusiana por donde se la mire. Además, están en Alemania hace décadas, y son, 5 millones. No sé si se entiende dónde quiero llegar.

De niños, hablamos un idioma extraño, raro. Nadie que yo sepa, ya de grande y entrado en años, sabe o recuerda cómo habló de niño. Qué dijo, qué no dijo, cómo dijo lo que dijo. Qué escuchó, qué vio, qué no le contaron. Ni el dialecto con los congéneres, ni mucho menos los sentimientos que atraviesa un niño determinado, específico. No se sabe y no se recuerda. La memoria, se sabe: es la gran maquina del olvido. Si partimos de la base del habla: hay arquetipos, no lenguajes. Y de esos arquetipos, supuestamente universales, nosotros de niños lo traducíamos en un lenguaje permitido. Y también las formas y atajos que se toman para hablar desde un lenguaje no permitido. Esas voces primeras constituirían cierta inteligencia para armar el segundo bloque de poder del habla. El segundo bloque de poder del habla en la infancia crece, se arma en fase distorsiva 1 a imagen y semejanza del lenguaje dominatriz. Torna herramienta, hay artefacto. Se enciende la maquinita. Y luego, escritura o nosocomio.

***

Al terminar la obra de teatro, me le acerqué a Kántor. Estaba tomando un trago en la barra. Whisky. En silencio. Se lo veía agotado y pensativo. No por la obra precisamente que la hacía de taquito y era un éxito de silencios. Estuvo lavando ropa toda la mañana en el balde, porque Kántor no tiene lavarropas, y lava a mano. Ahí, en ese trance de lavar, se le activa el dispositivo de la creación del artefacto. Y el artefacto al monstruo

-Buenas noches, Kántor ¿usted se acuerda de mí?

El polaco Tadeusz Kántor bebe un sorbo largo y voltea su cara hacia Kanishca. Lo mira y no dice nada, ni un ademán, ni una mueca. Se asoma a la ventana para buscar una idea y vuelve a beber. Yo lo miro sin sacarle la vista de su espalda.

-Ey, Kántor, le digo al oído, ya no me reconoces, ¿me vas a negar tres veces? Porque esta es la segunda si mal no recuerdo. ¿Dónde tendré que encontrarte la próxima vez para que me digas en la cara lo que dijiste de mi vieja?

-En Bagdad, en el mercado de Bagdad, dijo Tadeusz Kántor, mirando la barra con la cabeza colgando. Contundente.

***

El árabe alemán, de gracia: Mahmud, el árabe loco (apodo) regresó del paseo por Las Dunas de Albornoz. Seco de sed como lengua e loro. Le di mi cantimplora y se la bebió toda de un trago larguísimo, sin ahogarse. Se tomó un litro y medio ¿de agua? ¡Ay no! Creo haberme equivocado. ¡Le di la que tenía Tizne de Ruar! ¡El trago loco de los desiertos de Malasya!

Esto tendrá consecuencias, pensé.

Mahmud, ni bien lo terminó, se tiró al piso como una comadreja. Viboreaba con gemidos abortados como gato que está soñando. Fue durmiéndose en el revolqueteo, hasta que quedó tieso en un hongo de polvo. -Vivirá, dijo Kántor de pasadita, y se esfumó.

***

Bagdad. Once de la mañana. Un calor del orto. Alego una incapacidad en el habla y le pido al hombre de la cofia negra si me puede decir dónde tomar un café. Por el cielo los aviones no dan abasto, las mezquitas turulecas de jazz en su interior, zumban. El mercado, según me dice el mapa, queda exactamente a 250 km al sur de donde me encuentro. En las afueras de la gran Capital Persa, ni griego queda en Salamina (la gran batalla victoriosa para los atenienses) Decapitados los soldados, El Imperio, se jacta de su fortaleza y resiste la invasión de los imperios nuevos: otomanos y mongoles. Es todo ruina por aquí. Las grandes pilastras, los alabastros, las cúpulas de miles de años. El fuego enemigo ha derribado las arquitecturas más valiosas del patrimonio cultural. El olor es nauseabundo, pringoso el clima. En el Tigris, dicen: flotan cientos de cuerpos africanos. No me queda otra que llegar al mercado para ver al estúpido de Tadeusz Kántor, quien, me ha citado allí, para el tercer encuentro, esta vez, pactado.