Crónicas del subsuelo: Suplicantes

Crónicas del subsuelo: Suplicantes

Por:Marcelo Padilla

Troncos bestiales de toronja de mil quinientos años (y más) sostienen la terraza aérea montada sobre el risco mayor, donde van los que se animan y llegan iluminados. La parkusia meladromina seca bien para sostener los pilotes que, con el agua borboteando, sube el río y es seña de meses de bateo en la Venecia malasyana. Así trepan los botecitos y con ellos la gente aguaita las costumbres de Los Boras en plena selva, porque desde ahí se ve lo despampanante de la selva, desde el agua, arriba de los botes, en esa inmensidad que hace infinito el viboreo del raiver en el cantón nativo que cruza toda la península. Marky, hace todos los esfuerzos por subir al risco, pero no puede, lo tienen que ayudar empujándolo del culo. Trepa, logra aprisionar un mechón de tizra con la mano derecha y sube, luego levanta las manos, las abre como si abajo lo estuvieran viendo millones. Marky ha trepado el risco mayor y desde ahí lanzará sus mantras lacustres. Mientras, en uno de los barsuchos de abajo, una mujer vestida con velos en todo el cuerpo, -no se le ve la cara-, dice: "ese muchacho es débil, sin embargo, está iluminado. Por las proezas no realizadas y su esfuerzo por lograrlas tendrá noches de recompensa en la taifa 4 que queda hacia el sur, cruzando el Río Salem, peligroso río, pero en las balsas que lo surcarán tendrá rescate. La flota de mujeres ocultas, plañideras del lugar, se encargarán llegue a destino. Allí se lo atenderá bien, como corresponde a un malasyano jugado por la mística. Y Marky lo ha hecho esta vez, lo ha hecho con sobras de místico", dijo la mujer, de blanco, sopleteada por el viento de arena. Por momentos, en su monologo, se confundía entre las ramas de geranios explotados sobre nuestras cabezas, y el perfume del Alcázar que imanta la tundra y deja a los manglares quietitos suspirando en su crecimiento. La casa de madera no quedaba lejos, pero llegar demora. El río viene con troncos largos y anchos que han caído sobre el agua y la corriente es tan fuerte que navegan como submarinos a muchísima velocidad. De esos troncos y de las anacondas deberán cuidarse. Del otro lado del risco nieva, son dos temperaturas pardas divididas por los accidentes naturales y, mientras de un lado del río hacen 40 grados... del otro hacen 5; y ya las nevadas, lo sabemos por los reportes del celebrante, han tapado al pueblo chico que hiberna bajo tierra toda la temporada. Ese pueblito pertenece a la Esquimalia polar que linda con la Malasya tropical de octubre, y Linternaia, mucho más abajo del mapa, se florea de sol y playas vírgenes, donde los camellos aterrizan cerca del atardecer para luego despegar al albanecer del otro día. Son flotas de camellos de 6. Y en el aire dibujan sus nubes de cachemira para las taifas atolondradas de hechizos. -: "escúcheme señora, entiendo lo que usted dice y le creo, pero ¿me podrá decir si Marky soportará la energía que le pringa el pueblo malasyano?".

No puedo decir más nada de su destino. Marky vivirá feliz y pasará momentos difíciles en la guarida. Morirá algún día, pero joven, porque su ... ¿Cómo joven? ¿Si tiene 67 años? Se irá juveneciendo a los 70 y de ahí retrocederá hasta que la taifa lo decida. "Bue, eso sí que no lo entiendo".

Luego el escribiente averiguó el nombre de la mujer que por el ocultamiento de sus ropajes solo se le escuchaba una voz tenue y segura. Perfumada mujer de blanco por las arenas abriendo paso a las barandas de sílice que desarma el viento. De espaldas, flotando en el aire va la mujer de blanco.

- ¿Y cómo se llama entonces? -, pregunta un rotoso que curioseaba el relato, y se interesó tanto que no se le despegó al escribiente, -éste lo echó varias veces-, le tiró unas piadinas con jureles para que coma y se vaya, pero el rotoso le dijo que no come pescado porque le cae mal, que está a dieta, que viene de una colitis infernal, que no lo eche, que no necesita pedir ni comer, que solo quiere ser parte de algo, porque todos lo echan de todos los sitios donde va, "¿Qué, acaso soy un monstruo?"

-: "Es la Difunta Correa"-, dijo el escribiente revelando el secreto. -: "Anda por toda Malasya, tiene un santuario en la zona de las yungas y cientos de miles de profesantes suben hasta ellas a dejarle sus ofrendas"-

La cara del rotoso se arrugó de golpe y lívida quedó. Agarró la cara con sus manos, apretándola de bronca. "Uy", dijo, "La difunta, si hubiera sabido le doy unas ofrendas, no tengo tanto pa darle, pero los guesos de los chocos se los podría haber dado. Son mis chocos, los que me acompañaron en la travesía desde el Río Azúcar cuando Ludovica nos correteó a todos los idiotas", refunfuñó el roto: se me murieron de sed y de hambre en el desierto y quedaron marchitando al sol, los esperé hasta durar sin un pedazo de carne. Como era verano, se chamuscaron en la arena en un par de días a pleno sol, y me quedé con sus guesos. Los tengo como recuerdo, pero a La difunta se los daría como ofrenda, ¿usted no me puede ayudar a encontrarla para dárselos? Mire, (continuó el roto) yo le cuento un secreto: un día me la encontré en un baile y quedé maravillado con su estilo, además es muy linda La difunta, es una belleza malasyana de las que no hay, le gusta mucho bailar a La difunta, hasta una piecita me otorgó aquella noche. Yo me puse nervioso y al apoyarle mi pecho en el suyo...

- ¿Qué pasó? Preguntó, sorprendido el escribiente.

- ¡Se me puso durita señor! Me dio vergüenza y me fui, la dejé sola en la pista. Por eso le debo ofrendas de disculpas, por mi fogosidad para con sus pechos y su perfume, y también por la forma de apretarme cuando bailábamos lentos, es brava la mujer, mire vea. Pero es nuestra santa, yo por eso tengo culpa. Creo que con los guesos de mis perros puedo remediar lo hecho.

Mire rotoso, le dijo el escribiente acercándosele al oído y mirándolo fijo a los ojos: La difunta tiene a su marido muerto, un baqueano que se fue a pelear con su chesche con las montoneras entre jarillales y pencas y nunca volvió de aquellos garabatales. Ella le debe todo su amor a Malefisto Quiñones, el gaucho que le robó su corazón. ¡Pero de verdad le robó su corazón! Le cuento: una vez, etcétera. Bla bla bla. Dos horas y media contándole al roto la historia de La difunta con el gaucho Quiñones... cómo se conocieron, dónde se fueron a vivir, y finalmente lo que sucedió aquella noche, que no es la noche que cuentan en la leyenda; el gaucho, como se iba a pelear, -y para que no le robaran a la china-, le atravesó un cuchillo y le sacó el corazón, se lo llevó a la guerra y Deolinda quedó sin corazón (Deolinda se llamaba y luego de esto que le cuento le pusieron La difunta) Vivió, sí, pero sin corazón, y como un fantasma recorre toda Malasya, es un ente superior errante dando misivas del destino que solo ella escucha de no se sabe dónde. Algunos dicen que es bruja, otros que es un fantasma inofensivo, no es una mujer común mire vea. Ojo, porque dicen que en el sur de Esquimalia le temen, como a la santita, le tienen miedo por las pestes que podrían caer si no le cumplen. Porque mire vea Don roto, a La difunta hay que cumplirle, y a la santita también. ¿Lo sabía?

Sí que lo sabía, responde el rotoso poniéndose de rodillas. Y en clave de rezo, dijo:

"Ay mi amada Deolinda de los acarreos del campo, rezo y me hinco pidiéndote me oigas por esta vez, y escuches mis dolencias, yo de chico vi una estampita suya sobre una mesa de luz, y en la noche de verano brillaba en la oscuridad, la vi a mi Oma pidiéndole por la salud de los desvalidos de toda Malasya, y por la mía, yo la escuché a Oma decir: "oh santita mía cura de todos los males a mi niño y a todos los malasyanos luego de este terremoto atroz que nos ha dejado a la intemperie", eso la escuché decir, amada Deolinda, y me sentí protegido, y yo estoy aquí vivo, soy roto pero estoy vivo, entonces, quisiera pedirle se me aparezca en la choza pa darle unas ofrendas y remediar la ofensa que le he cometido cuando se me quedó durita esa noche que bailamos...."

Había enloquecido el roto, no paró de rezar y de hablar hasta que se hizo la noche. Las estrellas se prendieron y el roto estaba ahí, en la misma posición, de rodillas e hincado, suplicando.

Marcelo Padilla

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