Crónicas del subsuelo: Perro viejo a la olla

Crónicas del subsuelo: Perro viejo a la olla

Por:Marcelo Padilla

 Tanto llegó el cántaro a la fuente, que finalmente, Personaje Descolocado logró que le cayeran las fichas. Fue en un momento de distracción, al pasar por los sembrados, de noche, tipo 3 de la madrugada, cuando el campo tornea el sonido a su guisa y los chiflidos de los pájaros se hacen bucle, la luna pesada sobre el área de La Orden de los Disonantes, espacio aéreo ya delimitado a puro ojo, siguiendo las estrellas que se ahogan después del paradero 18, a la altura de los kasimires que anidan tras la represa, ya dentro de la boca del monstruo que acelera el rocío y la frescura en las alturas de Agua Amarga, cerca de los glaciares. Personaje, decía, se había dado cuenta de los macaneos que lo llevaron a la situación en que se encontraba. Con él llevaba: un mate, dos cigarros industriales, tabaco, ron, una edición del Corán traducida del árabe por un sanjuanino costumbrista, una campera y la jarra de shilbeck, la que lleva con ácido para electrificar los conductos gelatinosos de los autos que estacionan en la parte mesopotámica del restaurante; a pleno a esa hora. Todos comiendo vitriólicas tapas españolas, tortillas y remolquetes de espinaca hilada en ten ten pié con villazi, una pasta de avestruz que se sabía hacer en los tiempos del Restaurador, para que el estómago no naciera con sus demandas en el momento de la intrusión a los pozos públicos, guaridas para el cuidado de las bombas de nipa, de las que explotan hacia abajo y se llevan puestas las construcciones hasta quedar enterradas de tanto removimiento de las tierras en grado 4 de alerta limón. Las ruinas, las que nos quedan, son los blancos de ataque, luego que el enemigo de los caseríos de enfrente decidiera acabar con nuestros testimonios: edificios, monumentos ancestrales venidos a menos, hospitales soviéticos y búnkeres, el cóndor sin cabeza luego de la tormenta cerca de la virgen embarazada de uvas dulces, como una Justine a aconsejar por el Marqués de la Sociedad Argelina de Esquizofrénicos (conocida como SADE). Los de la Malasya pujante y esplendorosa que alguna vez estuvo en boca de todos los habitantes del planeta.

Tenía dos mates a decir verdad, uno para el amargo y otro para el dulce, con azúcar, para darles bronca a los enemigos del mate dulce que al ofrecérselos sacaban cuchillos de taimi afilados a carne y hueso de perro entre las coyunturas, cuando los pelan para la gran sopa comunitaria que demora 12 horas de cocción, pa que ablanden esos bichos duros de carne musculosa y llena de cartílagos. Era en realidad sopa de cartílagos de perro viejo. De esos que terminan sacrificando de un balazo en la frente. De esos, se comían dos por noche, más las verduras que le daban ese tinte, ese gustor de hortalizas embebidas en sangre negra atintada con los malbecks de la zona de las valichas. Donde se han hecho unos viñedos paralelos en la quinta dimensión, pero en el aire, sobre las propiedades inglesas y cipayas que hacen de paño vitivinícola a la falda de la cordillera. Se paró a beber unos tragos en la pulpe, luego se puso picantón con el brebaje de chalakrista, el que le dan al forastero para violarlo y sacarle la billetera. A Personaje Descolocado se lo cogieron tres gauchos de montaña y luego se abrigaron con él, en el pasto que da a las cortaderas donde se escucha el sonido del agua que baja, bravía, por los arroyitos secos. A Personaje se lo cogieron de parado mientras se sacaba unas hilachas de carnecita de los dientes con la uña del dedo índice derecho, muy relajo Personaje en ese momento, se distrajo, lo apersonaron tres changos gauchos muy en pedo, le hicieron unas caricias y de paradito nomás se la pusieron amenazando con el puntín del cuchillo. Personaje Descolocado ni sabía lo que pasaba, se durmió luego de tomar un largo trago del brebaje. Los gauchos lo desvalijaron, le sacaron la guita y los mates, el sombrero panameño y le bolsiquearon toda la ropa. Quedó así, violao.

Sin embargo, al libro que llevaba entre las fajas de la caja no se lo llevaron, y cuando despertó Personaje del viaje de Descolocado durmiente, el caballero que tomaba whisky a su lado, acodado a la barra de los matorrales, le dijo que brindara, que se había encontrado con el hombre sin cabeza, en esa, Personaje dio vuelta su cara al oírlo y le vio el cuerpo desde los pies, llevaba botas de cuero marrón, avejentadas, pantalones negros de hilo, una especie de frac de arriba arrugado y una corbata suelta. No tenía cabeza pero sí una voz gravosa que hacía eco en las laderas y se disolvía en la lejanía de la noche. El hombre del whisky, inglés por cierto, no tenía cabeza, era el mismísimo Futre que hacía su reaparición desde 1857. Descolocado se quedó duro como hielo de cubetera, le tiritaban los dientes, en la desesperación le pidió un sorbo de whisky y se lo dieron, pidió el segundo y se bajó la botella, era el veneno el que estaba tomando, el veneno para matar perros convalecientes, el trabajo sucio que tenía El Futre luego de su oda a la vida retirada. A personaje lo salvó la cagadera y el vómito inmediato. Se quedó tirado al lado de los juncos escuchando el ruido del agua helada. Sombreaba el sol tímido en el alba, Personaje había adelgazado una banda de tanto largar sus heces, su líquido, litros de vómito y churretera. Desvalido, se incorporó como una serpiente a la que le tocan la quena, sacó su lengua enrollada y le disparó un escupitajo al caballo que dormía a su lado, pero de parado, atado a la champa con la piedra. El caballo se despertó embolado y le pegó una patada en los guevos, pa qué.

El inglés, el mismísimo Futre, el hombre sin cabeza y decapitado a mediados del siglo 19, hacía su reaparición en la Malasya engualichada. Se resistía como se podía, las tropas enemigas de Facebook se abalanzaban contra sus muros, estrellaban consignas en sus paredes móviles y táctiles, que cambiaban de colores según... En fin, la Malasya de los dones de sus gobernantes que supieron valerse de los registros akásicos, las cartas náuticas, las puestas de sol en el oriente para decidir el fuego y contrarrestar la estrategia pascaliana del bicoque. Todo era pasado por la nostalgia de las buenas guerras, ahora no. Era todo nuevo para la Malasya de los crípticos paisanos que azulaban con su peregrinación, la noche en sombra, que el fractal dominaba. La orden de los disonantes proyectaba en la pared sur de la boca del río, imágenes, una especie de corto documental en vivo, por streaming, todas las peripecias. Eran homenajes en vivo al pasado reciente de tres mil años. La Malasya que pudo ser y no la dejaron por la suba del precio de los comodities, por eso, para el mercado interno: perro viejo a la olla.

Marcelo Padilla