Las condiciones de presión y temperatura, estables. No sin boca abierta por las concatenaciones del hedor . Fétido anhelo de carnes de palomas, que, por cierto, son cientos y cenicientas en este playón. Ahora yo me gunto: ¿cuándo se entronizó a la paloma, para que de tal manera, por su causa y posterior honra y gloria, pase a representar tótems como la paz o cualquiera otra guar, como la suelta de guars en un lance de cacería druida, desdén del bajo cuando pían bichitos sin tanta prensa? Ah?!.... Tengo que son dudas y no la única para verdad decir, seguramente el veterinario Boris responder sabrá en el alegato. Como él, ninguno, porque además de veterinario es taxidermista y eso lo hace conocedor preciso de la complexión del bicho, por eso su declaración es clave para determinar, o al menos seguir pista, que nos fuera dada en gracia al llamarlo por teléfono a las 5 am cuando ocurrió aquello, en plena previa del albanecer de octubre.
Voy a rodear el hecho (o los hechos) con algunas cavilaciones que den frontispicio de entrada al exordio básculo de una fantasmal ceremonia en la zona abandonada de las calesitas y los gusanos del monte. Una especie de Detroit desmantelada al recuerdo de los flaneurs y correcaminos, anque ciclistas. ¿Por qué ha quedado intacto en su ruina ese parque de diversiones en medio del florecimiento de una zona paquetísima, que del agua sacan pozos y con los pozos la propiedad de ese vacío a domicilio? -"Tengo pozo"-, celebra el hombre abrazando esposa que con los niños juntan sisellas muertas a la vera de la avenida, matrimonialmente a tan solo unos 500 mts de La Catedral del Pomar. Algunos, por lo bajo, le llaman -poniéndose mano en boca de costao- La Basílica de las Gárgolas, y otros, simplemente Iglesia. Obstante no, o vice que versa, en el imaginario de las poblaciones del cerro le palabrean La catedral, La Catedral del Pomar, construida en el año 1698, vaciada allí por siglos de espadas, restaurada por los modernos que estetizan lo que consideran "la imagen de la decadencia a exterminar", y yo llamo "la infanto-oscuridad cósmica". Pero... ¿cómo se extermina una decadencia? Esa es la pregunta que la náusea evoca cuando veo salir de los azulejos trisados, por vetas invisibles, eternamente envenenadas, a las alemancitas, las rubias más delgaditas que ni con napalm un ejército podría eliminar. Por eso he decidido conversar o probar comunicación con ellas, si son domésticas como los caniches no veo porqué hablar con las cucarachitas pueda parecerles una forma de patología mental. Nadie cuestiona a los que hablan con las plantas o con los gatos, o los perros, caballos, en fin.
Ver: Crónica del subsuelo: El sagrado respeto hacia los fantasmas
Una de las posibilidades es invertir en las fachadas, y hacer que todo peregrino lleve su lata de pintura negra para enaltecer su carácter siniestro y lóbrego, propio de la oscuridad que con el sol del día contrareflejan las orejitas del gusano del parque de diversiones, y que en la oblicuidad de las sombras de la noche, el gusano, vire a ocelote gigante. El gusano loco, le decían. Supo el gusano arrebatar más de una carcajada detrás de los arboles del bosque de chañares y eucaliptos, que detrás del manojo de hierros despintados se escuchaba. Pero no todo fue diversión en "el parque de diversiones", porque una vez abandonado a su desaparición de los ojos abiertos, algunos de los esperpentos sin luz, doblados por la herrumbre, machacados por el rey sol, diseccionados por la naturaleza que no acoge ni puede asumir esos hijos de metal desvencijados en décadas por el desdén humano, bichos como el gusano y el dragón, quedaron a la vera de la ruta, listos para devorar a los niños curiosos que en un montículo de fierros jugaban a los monstruos. Ya pasado el verano de aquel abandonamiento.
Por las noches no hay una sola luz artificial, el sitio se torna brumoso, las sombras hacen de los viejos juegos carcomidos por el hollín figuras poliópicas de espíritus levantando las manos, brazos de hierro torcido emulsionados de oxido, cabezas decapitadas sin sangre ni dolor, como la del conejito que te daba las vueltas a la zarandella saltando como conejito, en las viejas épocas doradas, con un solo ojo ahora en la noche perturbadora quedó el conejito de ruinas. Da pavura acercarse, sin embargo a los traviesos les encanta el miedo originario, el asombro inicial, donde pone por primera vez al humano ante la extrañeza liminal, como el inca ante el trueno. Las caras son apariciones, fantomas líquidos como plasmas en el aire, alucinaciones doradas del esplendor que la luz del día no puede dar. Son sitios hechos para la oscuridad luminosa porque es desde ella que pueden aflorar los mitos y las leyendas que repercuten en la confortable infancia del espanto. El cementerio es su parangón postbiológico. Exceptuando a los visitantes y trabajadores del camposanto que saben de los anillos, relojes y cadenas de los muertos. No es la flor, son sus pertenencias.
Ver: Crónicas del subsuelo: La venganza de la dama del agua
El elefantito da más pena que miedo. Porque su bondad está en la idea construida de elefantito. Sigue redondeada su cabezota pero por los ojos, los niños, le meten basura y luego prenden fuego chino para ojos de dragón. El elefantito es demonio por unas horas mientras se hartan de usarlo para el bramido y las lenguas de fuego por los ojos yectas hacen de la situación un espectáculo por momentos muy pero muy conmovedor. Yo estoy comentando lo que veo, atrás del árbol, que por falta de luz casi no da sombra. La luna se ha ido. La noche es enteramente negra. Las champas tapan alguno de los bichitos más chicos, un zorrito maroma para niños de uno a tres años, de hierro, doblado como chatarra abandoneonada que emite notas con eco cuando las piedras le repican: cualquiera que lo vea de día o de noche no podría dejar de afirmar el tipo de animal con el que se encuentra. Tiene dientes de acero horadados por el extermino, lleno de mapas de oxido y numerosas nubes sin despintar, de un celeste fulminado por el sol, como las casas celestes de la montaña. El zorrito tiene un solo ojo y lo mueve suavemente con el viento, que por la zona de altura es muy común, el viento y los zorritos en la carretera que va al oeste. Donde topan con los cerrillos chicos, los primeros de la falda de la montaña. Donde habitan esos bichitos que miran con fuego a los autos en medio de la ruta. Quedándose y jugando al sacrificio.
Por suerte traje la petaca de ginebra y unos puchos, que no puedo prender porque me descubrirían en un voltear de sabiola. La sensación embriaga, y ya no son cinco niños los que juegan y se trepan a los jueguitos herrumbrados. He perdido la cuenta, pero seguro son como cincuenta. Como una horda de pordioseros están los niños jugando a las quemaduras. El pasto viejo y seco sirve para rellenar los bichos, y maderas que siempre se tiran por ahí, más alguna rama descolgada por los zondas alevosos con la soga atada por algún suicida. Desde aquí se divisa toda la ciudad iluminada. Fogosa, ardiente se ve la ciudad desde la oscuridad negra, donde uno imagina es una fiesta de burdeles carcelarios, realizan elogios al sometimiento, practican la deshumanización como método de sobrevivencia. Uno se imagina eso cuando ve, luego de empinar la petaca y darle un largo trago, a toda la ciudad encendida. Los niños deben seguir siendo cincuenta cenicientos diablos. No hay más ni menos de los que vi hace un rato pero lo que no había registrado es un a par de enfermeros -o vestidos de enfermeros- entre los niños, también una niña con una capa larguísima que tenía los ojos pintados de negro y todo el cuerpecillo enrollado en papel higiénico, como una momia pobre, o los gemelos de brazo, eso escuché decirle a uno de los diablitos cuando vi a dos niños iguales con un solo brazo. No tenían el izquierdo los dos. Y saludaban a la gente que pasaba en coche con las manos derechas a la vez, provocando reacciones en las caras de las personas que no podría describir ni con la palabra espanto. Aceleraban aterrados los autos. Era uno de los mejores números de los pibes. Porque estos chicos, mientras yo estoy todavía atrás del aguaribay, han tomado el lugar. Por lo que escucho en sus charlas, están tramando otro plan para mañana a la noche. Otros se encargan de la siguiente, y así; es, diría, un grupo de niños punks que en forma de okupas se adueñaron por su uso del parque de diversiones. Empieza a correr un aire helado, el viento se pronuncia y se hacen ráfagas permanentes que descansan cuando amaina el silbido. Pero el silencio no dura nada y el silbido trepa sostenido vez más en plena negrura, ya casi sin automovilistas. El silencio en la noche produce un específico conocimiento, desarrollando una capacidad auditiva, diría, astral.
Estuve en trance un buen rato mientras los niños pateaban cajas de cartón que luego prendían fuego en una pira alimentada con pastos secos y troncos. El fuego iba trepando, los niños jugaban, obsesionados, con la crecida de las lenguas, que mientras más altas más gritos y aplausos dispensaban. No entiendo cómo todavía no ha pasado la policía. Tengo entendido que por más retirado es el lugar al menos debería tener retenes para los que gustan de la velocidad postmortem. Así uno puede encontrar un zorrito aplastado al cemento. Como una suave bufanda de piel y dárselos a eso diablillos, para que lo rellenen de papeles y en proceso alquímico exhumen, con una buena acción de taxidermia del señor Boris. Para ponerlo en el living, como un trofeo.
Marcelo Padilla



