Crónicas del subsuelo: Muerte en el Bataraz

Crónicas del subsuelo: Muerte en el Bataraz

Por:Marcelo Padilla

-¡¡¡Que vivan los novios!!!- se escuchó, como un rugido de tigres. El coro en grito salió por el filo abierto de la puerta principal del Bataraz. -¡¡¡Vivan!!!- bramaron todos, elevando vasos llenos, hasta chocarlos en el aire, rebalsándose por el movimiento algunos, cayéndose su vino y salpicando gotudas entre la taita. -¡A ver! "Que hable/ que hable/ que hable" (entre el humo de la parrilla llena de achuras) -: "Enseguida, pará, déjenlos que se tomen unos tragos pue, allá afuera hay que servirse, al lado de la parrilla está la mesita con el chanchito des/trozado, en esa bolsa hay pan, cada uno retenga el vaso y las sillas, bueno, se arreglan como puedan, vamos que se acaba"-, gritaba, a los cuatro vientos malditos, el Asador Oficial vestido de harapos con boina plato francés. Esa tal Belinda Gomes es una china paisana habitante originaria del cilindro número uno, de la hilerita de silos. Los silos son monumentos de 97 metros de altura que visten de sepia, hay 5 de una fila, y pegada, otra fila de 5, gemelas. Entre medio, donde salen los camiones con el afrecho, granos y demases, hay un buen camarote preparado por la peonada. Es el camarote para los novios donde Belinda e Ismael vivirán luego de la cena, porque viaje de bodas no habrá, porque hay que seguir laburando y eso "es cosa e ricos" (se dice por ahí). Un modo del decir, una manera, como decir: "no hay luna de miel si con las erosiones solares nos vamos a derretir en la playita del Gordo Verdurita, que si bien nos la ha ofrecido, no vamos a ir a la propia quemazón, espero se entienda y no parezca un destrato a la invitación. Nosotros (dice Ismael, abrazando a Belinda Gomes) somos felices con lo poco o mucho que tengamos. Poco, es lo que nos sobra, y en eso somos millonarios de pocas cosas, tenemos muchísimas más pocas cosas que los que tienen algunas o varias cosas, o muchas. Solo nos diferenciamos con los que tienen muchas cosas. Con los otros flotamos en la misma dirección en círculos oblicuos y el bacheo nos gira los destinos. ¿Se entiende? ¿Me entendes lo que quiero decir, Carlitos?; mientras, Carlitos, mantiene su garra apretando un largo vaso de grapa pura. ¿Le jugaste a Don Facho o no le jugaste a Don Facho Carlitos? -: No, le jugué al Wizard Lazard, porque el jinete pesa 53 kilos y el de Don Facho pesa 56, eso figura en la planilla, no lo digo yo, ¿me entendeus? El caballo de Don Facho además está baqueta. No gana hace tres años, pero igual lo promocionan como el más pintao pa ganar. A ese... le juega el polako, ¿me entendeus lo que te estoy diciendo?, reafirma Carlitos, con el trago de grapa transpirado.

El Bataraz explotaba de gente manija. Adentro, la pantalla del televisor con los pingos al palo, Belinda Gomes, -que sabe del trato con los parroquianos-, les grita que no se empujen contra la barra: son manijas, y como buenos manijas contra la barra quieren mantenerse cerca de los traqueteos de los caballos de la pantalla, atrás del Bataraz hay cinco caballos sueltos, dejados a la vera de los rieles pa que mastiquen pastos verdes húmedos; adentro, otros caballos que galopan con sus yoquis, uno de ellos es el de Wizard Lazard, el caballo de Carlitos con su yoqui liviano, al que le apostó su pensión entera. Igual Carlitos sabe que si no gana, gana igual, porque estar ahí es ganar, porque gana el que se queda y no abandona. Belinda perfumada por el hedor del chancho a las brasas y las achuras crujientes que despiertan ese barandón de chamuscación de la carne. El rito de la carne quemada que ancestralmente se asienta en la ex modernizada Malasya luego de las explosiones. Los silos son refugio y hábitat productivo para la peonada. Las boinas se destacan en las mesas de afuera. Hay rifas de los clubes que se reparten religiosamente entre los dedos por la señora de los lentes culo de botella. ¿Me compra un numerito?, sortea el sábado a la noche por la nocturna de la lotería de la ciudad, dice: señora culo de botella, atenta y amable a los movimientos de los boinas que meten sus manos a los bolsillos. Dame el 606, y dame el de al lado, por las dudas, le dice Tano Perverso, que ha llegado de viaje a saludar. ¿Y los novios? Pregunta, de paso, mientras se guarda los dos números en el bolsillo de atrás del pantalón. Nadie contesta por los novios, a nadie le importan los novios, pero andan por ahí mire vea, si están trabajando hasta en el día de su boda. (Se oyó)

En una mesita perdida con una silla renga está El Celebrante Retirado masticando. Solo y encorvado, desmenuza hábilmente las hilachitas del chancho, se come de a hilachita y las disfruta, hilachita más hilachita, "qué rico chancho", dice por lo bajo, toma un trago de tinto y sigue con las achuras, se come los intestinos chupándolos de una punta, pa que la grasa interna salga destaponada y explote glissada en la garganta de El Celebrante. Luego la acompaña con un trago largo de soda con vino y hielo. Eructa hacia arriba tan fuerte que los demás levantan sus copas para homenajear el eructo. "Así se bendice compadre", le dice de atrás, el hombre de la cara quemada. El hombre de la cara quemada es Marcos, una liendre de la zona, un takunai, de los shelkeys que supieron pasar por aquí una vez y se quedaron como gitanos en jubileo. Atiende en el Bataraz los miércoles de bodas. Es el que ordena: las mesas de afuera, pone los vasos con los platos y cubiertos, ubica la bolsa de pan al lado de la mesa donde se reparte el chancho, saluda, sirve el vaso del que llega y conversa de astralidades dispersas, de la luz mala de la otra noche, de la que le engañó por la espalda, y sombreó al cuchillo traica de Don Ismael Hurtado, el que se casa con Belinda Gomes. Ya, la cosa, se estaba poniendo fulera. ¡Dónde está ese hijounagranputa!, dijo uno, muy en pedo, que no sabía nada de lo que estaba aconteciendo. Belinda Gomes ya se había descontracturado de trabajar en su propio casorio, entre mesas y sillas y caballos corriendo, Belinda se dejó estar y se puso a chupar con su amiga Itagary, la bruja de las calamidades. Por allá andaba su novio, a los abrazos con sus paisanos, de la cresta, todos en pedo, de grapa, cuando la tarde caía como un manto chuzno de alegoría sobre el campo. El cuchillo helado le entró por la espalda, como se le hinca la traición a un festejante, Ismael cayó lentamente y en el piso dejó de respirar. El piso era de piedritas y por el vientito que se estaba levantando en remolino, el polvo se hacía barro con la sangre que brotaba de la espalda de Ismael. Barro de sangre de Ismael. Pa qué.

Se había hecho de noche se había hecho.

Marcelo Padilla

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