Crónicas del subsuelo: De Cloth a Bishma, carretera de malidiciones

Crónicas del subsuelo: De Cloth a Bishma, carretera de malidiciones

Por:Marcelo Padilla

No fueron tantas las horas desde que el Coche partió hacia la ciudad de Bhisma. Deben estar al llegar en cualquier momento. Además, son de avisar cuando viajan. No sé por qué esperar envíen un mensaje, si hacen cinco o seis horas salieron de Cloth. Por lo general llaman. Y si no llaman o no avisan lo mejor será dormir y ver el mensaje mañana por la mañana. De Cloth a Bhisma habrá cuanto menos 1500 kilómetros. El Coche está en perfectas condiciones. Los caballos que tiran del Coche son de los mejores. Dos hermosos corceles criados en el Stud de Lichy: Gamuza y Bartola (hermanos de yegua) De competición.

Así los alquilaron, de competición para llegar más rápido a Bhisma, calculando que, caballos acostumbrados y criados para la velocidad no se cansarían tanto. Por el contrario. Sabemos quienes vivimos de esto, los caballos de competición no son para la tracción de Coches ni Galeras. Es más, nuestros animales son más delicados, tanto como el jockey que los monta en el aire y se suspende en cada tranco para soliviar el peso sobre el animal. Es un arte oriental, diría.

Como se sabe, los que montan, pesan no más de 45 kilos.

Pero, los viajeros quisieron alquilar a Gamuza y a Bartola. Y Lichy se los alquiló.

¡A ver! En el Stud de Lichy crían los mejores potrillos de la zona. De ahí salió el mismísimo Miriñaque, el campeón. También Belleza de Arteaga, Treasure Island, Mery Laurent. Los mejores caballos, las mejores yeguas han salido del Stud de Lichy ¡No veo por qué habremos de dudar de los caballos! Encima Lichy, tiene una relación especial con ellos. Su existencia está dedicada a sus cuidados.

De vez en cuando Lichy sale por ahí a tirar unas cuatrifectas en alguna agencia cercana. Por lo general le va bien en las apuestas, pero al entusiasmarse con los triunfos es de quedarse donde no lo llaman. La noche del galpón fue una de ellas. No lo llamaron y como un fantasma apareció en la barra. Había ganado en un pueblo contiguo un buen lote de dromas. 700 mil dromas dejó en su casa. Luego salió con 50 mil dromas para gastar en vidurria con quien se pusiera. Llegó borracho al galpón luego del éxito de esa tarde. Invitó tragos a diestra y siniestra. A él le pintaba siempre la siniestra, por lo cual hacía noche en los bares... del pedo que se cargaba en esas situaciones.

Sabemos, por los acontecimientos que se murmuraron en la villita, lo que sucedió después. Hubo confusión entre los invitados a tomar escabio. Algunos lo desconocieron y nuestro jugador se puso peliagudo. Quería fajar a un gigante de dos metros porque no le aceptaba el trago. En fin...el lodo de la acequia lo contuvo luego de un giro inexplicable con el pie derecho, intentando tirar una patada a alguna cabeza enemiga.

Lo de Belleza de Arteaga a esta altura bien podría considerarse una película. La sinopsis diría: La desconocida yegua de 5 años que fue vendida por el fallecimiento de su primer propietario y se convirtió en la mejor fondista del país.

Es más, dijo el nuevo dueño en declaraciones a la prensa: "No entramos en la camisa. En el remate por el fallecimiento del dueño, hice una oferta sin consultar nada, me llamaron varios amigos y me dijeron que sangraba mucho y era una loca pérdida. Decidí no ofertar más pero nadie superó la que había realizado y me la quedé. Esos amigos no me llamaron más".

Matar es fácil, lo que cuesta es atontar a la mosca.

Anoto fórmulas para ganar carreras de caballos. Hace años lo hago, dice Lichy, tomándose una caipiriña y hojeando un cuaderno de apostillas donde vierte sus escrituras epifánicas, por momentos proféticas. Además asesoro a gringos que vienen a apostar desde el exterior, y en eso me va bien. A mí vienen por recomendaciones de boca en boca, saben de mi pasado por mis logros, no por mis palabras. Dijo Lichy, cerrando su alocución.

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Es verano, el calor en la pampa se nota por la humedad. Habrán de ser las seis de la mañana. Sueltos los breteles del sol, caen las primeras tetas cálidas del albanecer. Una tundra no deja verlas del todo. Cuando suban por la mata serán otra cosa en su metamorfoseo. Si es poner la pava y asomarse nomás.

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Calish vive a quinientos metros de Lichy. Está tendiendo ropa. Es una buena vecina. Amasa. Da de comer a los caballos de su padre. Mientras, el señor Being (su padre) desayuna huevos revueltos con tocino y café. Calish tiene apenas 16 años y no va a la escuela. Todas las mañanas con el sol asomando cuelga ropa para que a eso de las doce del mediodía las descuelgue. Son esos dos momentos de la mañana que Lichy se asoma a verla por la ventana. El frío cala. Por eso no se le arrima a decirle lo que tiene en mente desde que ella creció en el baldío, pero sobre todo por no molestarla. Lichy mira con un cariño especial a Calish. Lichy no tiene hijos. Solo a sus caballos. Y al verla cuidar el caballo del señor Being, Lichy siente una empatía tremenda con esa niña. Ya crecida a mujer, dedicada a las tareas del campo.

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Deben estar al llegar. Ni un mensaje han enviado siquiera. Tal vez hayan aparcado el Coche en alguna posada para pasar la noche. Los caballos tomarían agua y comerían algo de pasto en los alrededores. Cuando la luna achicare, seguramente sabremos de ellos. Lichy es optimista por naturaleza, pero, si uno lo mira y estudia -o escucha en sus parlamentos- sabe, o intuye, que es un camino de fracaso. Si por fracaso entendemos esa punción permanente de las horas que le pasan a Lichy por los costados. El éxito y el fracaso no estaban allí en su lucha interna, eran una misma cosa flácida que a veces tenía saltos pesadillescos. Ni Yin, ni Yan. Ni Fu, ni Fa. Ni Do, Re Mi. Tal vez un Sol de negras sostenido e interminable dentro de una glosa única y contradicta.

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Llueve. Lichy se arrodilla y extiende sus brazos al cielo, empapándose. Delira su demencial herida. Vuelve a su caballo y lo besa. "Ya pasará hijo mío", le dice, acariciándole las orejotas. El caballo lo lame. El caballo lo adora como a un dios y le teme a truenos y relámpagos. Lichy es un dios para el caballo y el caballo lo es para Lichy. Lejos del horror primitivo de dos especies enfrentadas por mimetización, son la misma cosa. El ego es Lichy y el ello es el caballo. Y para el caballo es al revés. El ego es el caballo y el ello es Lichy. No hay comentario en el pueblo que le erre. Lichy, se dice, está mutando a caballo y el caballo mutando a Lichy. Sutura así, su herida originaria.

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Dioses, dioses, dioses como los caballos del Stud de Lichy... no he visto jamás de los jamases. ¿Y Mamá? Mamá Mamina no sale de la cama. Es un espectro. Lichy lo sabe pero no la puede mirar. Entra y sale de la habitación con las flores que a ella le gustan (geranios) y cambia el agua del florero dos veces al día. El hedor en la habitación es de hospital. Sin embargo, a Mamá Mamina le gustan los chocolates y, Lichy, cada vez que gana en las apuestas le sabe comprar un kilo de chocolate suelto. Aún postrada disfruta del dulzor. No llora ni gime. No se queja. Pareciera estar en el más hondo y cómodo de los anonimatos.

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Lichy vive solo en la cocina de la casa y duerme en un colchón mogolludo, tirado en el piso. El caballo adormila en el Stud. Mamá Mamina descansa en su cuarto heráldico que supieron habitar sus ancestros. Hay calma. Silencio. Soledad. El cuarto tiene decoraciones del siglo 19. Un reloj de pared de su padre que vino de Irlanda. Sillones ingleses que alguna vez trajeron en barco sus familiares. Arañas y caireles de Estambul que compraron en el puerto. Una preciosura la pieza de Mamá Mamina.

Y bien que se lo merece. La postración es su decisión, no por una enfermedad particular que haya tenido o la tenga tirada en el camastro. Es de puro entregarse nomás lo que hizo la viejita. Por las noches lee, y por el día duerme y sueña con lo que lee. Después despierta en pesadilla. Y como la pesadilla es diabólica por naturaleza exterior, Lichy no le dice nada y la deja hablar sola. Anota descripciones y argumentaciones alucinatorias que inventa Mamá Mamina, de una profundísima filosofía estoica. Pero lo de Lichy, claro está, son los caballos.

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Las moscas rodean el cuerpo de Mamá Mamina. Es una música. Cientos de moscas revolotean sobre la cara y algunas posan en los labios donde puede quedar algo dulce, tal vez en las comisuras de su boca quede un poco de chocolate. Impávida, Mamá Mamina no se mueve, solo aprieta las manos contrayendo sus músculos. Parece muerta, está muerta y sigue pareciendo. Las moscas aprovechan la quietud de Mamá Mamina. Se aprovechan oportunísimamente. Son un asco. Sin embargo, Lichy sabe, porque se lo ha dicho Mamá Mamina, que la tiene que dejar sola cuando cierra los ojos. Que no entre a la habitación. Que no le molestan las moscas.

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Para Lichy no es un problema la custodia de su Madre. La única preocupación de Lichy son sus caballos. O los caballos en general. Especialmente los que tiene que atender en su Stud. Es que Lichy, además de los cuidados de todo tipo, hace algo raro con ellos. No sé bien cómo se podría definir lo que hace. Es algo así como una magia. No sé qué les da con la mano. Pero ellos olfatean un polvo ocre y tiemblan un buen rato hasta que salen a correr por el campo. Locos, ensimismados en la aceleración del punto fijo en el horizonte.

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En fin. Han pasado más de quince horas y no hay recado. Ya no sabemos si han llegado o han tenido un accidente en la carretera. Si se fueron por la senda que linda el abismo de la montaña deberían haber llegado, aún parando una noche en la posada. Si agarraron por la ruta normal, puede que el tráfico haya mermado su marcha. De cualquier manera, es hora ya de avisar. ¿Y si no llegan más y no nos enteramos dónde quedaron? Deben estar bien. Mejor pensar en positivo. Las tragedias son rápidas de anoticiar. Lo sabríamos por el correo. O algún vecino o vecina nos hubiera dicho. Mismo el señor Being, o su hija Calish nos hubieran participado del cuento. O en el almacén donde todo lo saben antes que sucedan las cosas. Nada. Pero lo concreto acá es que no sabemos si han conseguido pisar Bhisma. A todo esto ¿por qué fueron a Bhisma si acá pueden encontrar lo que andan buscando?

Bhisma es una ciudad exuberante. Tiene de todo. Pero sufre de abandono desde que ocurrieron cosas extrañas en los caminos. Más bien podría considerarse hayan hecho un paseo y de paso comprar esos polvos que saben buscar por la zona de los Conguth. Pero ellos quisieron hacer la travesía. Porque desde Cloth hacia Bhisma pueden pasar muchas cosas. Porque en el camino, cuenta la leyenda, hay fantasmas, apariciones espectrales de los últimos indios muertos por los colonos. Solo diremos que, la última vez que viajó un conocido hacia Bhisma por la ruta normal, saliendo desde Cloth, no volvió jamás de los jamases.

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Dicen que Pendorcho Ufa es un cacique vengativo que vive en una cuevas. El último que peleó con los suyos para recuperar el poblado luego del incendio del invasor. Pendorcho Ufa lo esperó tras la roca simbólica de Uth. La inmensidad, las estrellas, la oscuridad. Cuando el conocido que menciono dio la vuelta por la roca en su caballo, un alambre de púas le atravesó el cuello. Lo había puesto Pendorcho Ufa para cazarlo. Claro que nadie puede ver a Pendorcho Ufa, es un fantasma. Pero lo que sí se comenta es que una vez lo vio una mujer pequeña, ella iba a buscar leños para calentar la casa. La mujer pequeña se metió en la oscuridad del monte. Pudo ver algo por las sombras originarias. Recolectó unos sarmientos y gajos de ramas secas. Al volverse, vio una especie de espectro se levantaba desde el piso, haciéndose gigante por las sombras. La mujer pequeña tiritando pidió a la virgen ahuyentara ese espectro. Era un enorme indio de tez morena y pelos largos hasta la cintura. Semidesnudo, con una guadaña en su mano derecha, los ojos eran de fuego.

"Qué me va a hacer señor indio, qué me va a hacer", dicen, dijo ella