Crónicas del subsuelo: Cascote y la Calle Literal

Crónicas del subsuelo: Cascote y la Calle Literal

Por:Marcelo Padilla

Mira hacia el cielo y ve zapatillas colgadas de los cables. Es el atardecer. El celaje del verano que cae a la hora 19. Según los psicólogos, a esa hora sucede. Los chocos no ladran y las viejas sacan las sillas a la vereda para apreciar el ocaso. Se produce un silencio oceánico y funeral. Anaranja el espíritu de la gleba. Cascote… patea piedras, solo, al lado del basural de su barrio ancho. Es un pibe adolescente. Un ser en trance que de día mira hacia arriba. Cuando baja el sol se le quiebra el cuello. Y así queda. Mirando el piso, pateando piedras, a la hora 19. Después…la noche. Cascote dice que vive en la Calle Literal al 368 del “Barrio Atardecer”. Intenté buscar esa calle en google maps y no sale. No figura en los mapas. Los geógrafos contemporáneos no tienen ningún apuro en relevar las huellas que van a ninguna parte en las afueras de la Ciudad Maravillosa. La Capital, toda Capital, escupe su hedor hacia los márgenes. Sus restos, espejos donde nadie quiere verse.

***

-¿Qué haces cascote por acá?

-Ey viejo, ando de changa, y de chamuyo, gediento nomás… ¿tenés algo pa tirarme?

-Una piedra te voy a tirar, cascote ¿qué te pasa, me has visto cara de banco? Jaa… vení, comamos unas tortas y charlemos.

Cascote no sonríe, no sabe. No ha ejercitado eso que conocemos y nombramos con la palabra “sonrisa”. Una pizca al menos de felicidad. Cascote sobrevive así. Cubierto de cemento, niño de plomo, niño basura que trapeaba autos en los semáforos hasta que lo sacaron de piro.

-Rapeáme algo cascote botón!!!

-Y… tiráme un par viejo sarnícaro!!!

-Dale: naranja, nubes, sangre

-Ok güey.

***

Son las siete de la tarde y a cascote se le quiebra el cuello. Y suelta:

“mírame a los ojos/ naranja naranja… que yo te la doy/pachanga pachanga

mírame a los ojos/ con nubes con nubes… que yo te la doy/ la lluvia que huye

míra al cascote ya/ que baila que canta… y cambia tu sangre…se cae la tarde cascote se arrastra

naranja naranja

las nubes ya sangran

ya sangran

ya sangran”

-Y? Viejo ganso…te gustó?

-Manso chogüa sos cascote, ¿por qué no rapeás a la gorra?

-No estoy ni ahí con la calle, la gorra es la yuta viejo, y ya me sacó cuando trapeaba autos en los semáforos de Brasil y Costanera, me quedo por acá nomás en el barrio manyineando.

Cascote me saluda con tres gestos de mano cerrando puño contra puño y se va hacia el norte en busca de su “Calle Literal”. Me quedo quieto y miro su espalda, su caminar pringao con cabeza gacha. Un derrotado, un condenadito del sistema. Al menos es lo que yo veo y siento, metido en la crónica misma de la que soy parte porque no se puede escribir desde afuera, al menos, yo no puedo. Escribir es boxear y boxear implica poner el cuerpo. A cascote lo conozco desde que me cambié hace tres años a la República de Dorrego. Recogiendo verduras y frutas sobrantes de la verdulería de la esquina. Galgeando. Y de hablar con él aprendí que no existe “un saber”, tampoco una sola mirada de las cosas. Hay saberes diversos y cascote tiene el suyo con lenguaje propio, palabras propias de güeto, palabras para cuidarse, protegerse de nosotros, los que miramos y clasificamos. Cascote tiene además su estilo, una estética propia, un andar por la vida. Mendoza ni sabe quiénes son esos cascotes que andan vagando por los acantilados mesiánicos, los vacíos, la tierra y el polvo de los humedales ficcionales, la fantasía de los ninguneados. Cascote llegará a su casa, la de su madre, y su madre no estará, simplemente porque nunca tuvo madre. Elige una casa por noche, la de su madre ficticia y ahí se queda con la cabeza caída en posición de niño inca sacrificado, el cuello quebrado por el espadazo de la hora 19, luego de improvisar un rap, luego de hablar con un viejo que, de tanto en tanto, lo escucha.