Crónicas del subsuelo: Terranos

Canto anarquista, rito dramático que sintetiza con su silencio todas las palabras que puedan haberse dicho.

Crónicas del subsuelo: Terranos

Por:Marcelo Padilla

Ayer decidió viajar, irse, en desesperación programada con los ojos esperanzados y manos temblequeando por el efecto de la resaca de las despedidas mentales. Fue con música de brincos todo el día. Cantaría por la ventana que cerró con hileras suficientes de ladrillos usurpados en la calle de las margaritas vietnamitas. 

Mala fama. "En el mundo no hay otra clase de fama que la espalda encorvada pueda soportar" (Ases Falsos) Con Nacao Zumbí en el rebote de las paredes y Curumin planchando el sopor de una temporada en el infierno, rasgando la guitarra suben notas por la escalera hacia los Jardines Esclavos que nutren la era Antropocena para arrasar con todo lo que en pie queda y buscar refugios en genes cuestionados por las costuras y el bordado de los relatos sobre identidades seriadas en la industria del registro civil.

Fueron tres horas y media de viaje y de rezos a la planta sagrada que la noche del viernes trasplantó por imperio de la luna llena y nueva. A esperar sus frutos en el aire de un sueño de otras avenidas paulistas malamente decoradas con pira de cadáveres perfumados para el ritual del día de los muertos. Sacrilegio de un paganismo mental y esotérico que cada tanto la ponía en kamikaze frente a los colectivos recitándole leyendas de mujeres bombarderas.

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La tierra preparada esparcida por los pisos, especies de especies no remuneradas. Canto anarquista, rito dramático que sintetiza con su silencio todas las palabras que puedan haberse dicho. En el vacío. En el aire. Barroco sentimiento de templarios reducidos a profesar una fe inconmensurable. 

La fe irresuelta y el amor desganado. Al tablero de ajedrez le faltan los peones de ambos bandos. Quedan las reinas y los reyes, blancos y negros. Cuatro torres y cuatro alfiles que oblicuos se dirigen fanáticamente contra sus propias divinidades. Inválidos peones volando por los aires luego de que la orden monárquica disparara la acción de todo poder que se relame por las supresiones y eliminaciones. 

Reducción a cero del carácter colectivo y anónimo de intervenciones incómodas que reverberan la moral y le sacan toda la rabia a las malas revoluciones. El canto se escucha por el eco de las escaleras y el ruido de tacos perseguidos. La era del linchamiento y especie de "neoguerra del cerdo" recreada en geriátricos bombardeados con molotov ha venido a disputar el sentido póstumo de toda creencia desvanecida. Claro, hay matrices, planillas de cálculo y agrimensores metidos ahí con el hambre de la conspiración. Los órganos gravitando en el cuerpo mientras cae la tarde dadivosa de sol con cuchillos toledanos usurpados en la tienda del Alcázar.

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"¡Hagan parientes y no bebes!" reza la consigna de la bióloga. Festejemos la baja en las tasas de natalidad. Ha sido suficiente si a vistas en un par de décadas serán 11 mil millones de habitadores terranos. 

La tierra y las especies no aguantan, el arrasamiento brutal de la extinción se ha largado solo y tiene vida propia como los monstruos criados en el fondo de las casas, que no hacen nada hasta que salen acariciados por el dueño y se comen las piernas de los albañiles que a las 7 de la mañana arrancan lisiados la jornada. El café helado por las altas temperaturas, los pulmones manchados por el ancestral vicio de la ansiedad. En el parche están las marcas de los golpes que ya no baten el latido de la ciudad. Puede que se hayan desmarcado y en la ira de las comunicaciones relatos de cuchilleros y bombarderas que ya no cumplen la misión a rajatablas. 

Es tiedra la vigilia que dispara ojos abiertos cada cinco minutos espaciales. Y del sabor de la hiel que enmudece ante el envenenamiento, el grito seco y manicomial del destetado de todo beneficio. A lo sumo estadísticas con márgenes de error del más menos 3 o 4 por ciento. Para cuidar las formas porque no sabemos si el resultado de hoy es otro fracaso sostenido por la noticia de cada amanecer.

Marcelo Padilla