El corset del siglo XIX: la sororidad

"Sororidad es red, es estrategia, es potencia en acción, es liderazgo, es darse y deberse favores, reconocer en la otra el poder y apoyarla, ser leales y cumplir nuestra palabra", escribe aquí Emiliana Lilloy.

El corset del siglo XIX: la sororidad

 Últimamente la palabra sororidad se encuentra en boca de todos/as, incluso de aquellas mujeres que no se sienten cómodas con el feminismo y por tanto niegan ser una de ellas. Ya sea por su origen etimológico y asimilación por parte de muchas personas a la palabra sor que refiere a "hermana monja" en el ámbito religioso, o por haber sido teñida con infinidad de estereotipos e ideales asimilados a la mujer, la palabra ha logrado tal popularidad que la misma RAE, ardiente contestataria de los derechos y libertades femeninas, lo ha incorporado en su diccionario: agrupación que se forma por la amistad y reciprocidad entre mujeres que comparten el mismo ideal y trabajan por alcanzar un mismo objetivo.

Esta palabra que comenzó a ser utilizada por la feminista radical Katte Millet y que es muy utilizada en cualquier situación en las que nos veamos involucradas las mujeres en general en forma de juicio de valor, implica en realidad un pacto político: la necesidad de generar redes y alianzas, la búsqueda de una corporatividad femenina en la lucha para alcanzar los espacios de poder y así lograr una sociedad igualitaria.

Sin embargo, en la cotidianidad se escucha por ahí que si tal o cual es verdaderamente sorora, que será muy inteligente pero de sorora no tiene nada, que en la política no hay sororidad y todas responden a intereses partidarios, que tuvieron una discusión sobre quien ocuparía el cargo y se pelearon porque no saben de sororidad, y finalmente que le pedí que me ayudara y no lo hizo: ¡qué poca sororidad!

La primera pregunta que a una le viene a la mente, es si esta sororidad como juicio u obligación les es exigida de la misma manera a los varones en su par masculino "la fraternidad". Si se escucha por ahí que un varón es poco fraterno por ocupar un cargo de poder y no cederlo a otro, o si no lo es porque no va por ahí ayudando a otros que lo necesitan, o incluso porque alguna vez habla mal de otros que lo rodean o no coincide con sus ideas y lo expresa abiertamente.

Por mucho que una piense y busque, se advierte que no, no exigimos esto a los varones. Esto sin perjuicio de que todas advertimos que existe una corporatividad que subyace, y que se manifiesta en la defensa constante y sistemática entre ellos, su identificación con ciertos "valores masculinos" y la tendencia a beneficiarse y darse poder y trabajo mutuamente (entre otras cosas).

Y es que ambos términos tienen una significación y uso diferente según se aplique a varones o a mujeres, quizás porque cargamos de contenido a los conceptos según las expectativas que tengamos sobre ambos. Así, muchos varones y mujeres atribuyen al concepto de sororidad connotaciones vinculadas a los estereotipos femeninos: abnegación, gratuidad, incondicionalidad, cuidados, ayuda emocional etc. Se imaginan quizás, mujeres en círculo, rodeadas de niñas/os, sonriendo y abrazándose mutuamente.

Pero la sororidad no son flores, ni abrazos, ni ayuda constante ni incondicionalidad. La sororidad es un pacto político de complicidad entre mujeres. Una propuesta política que lejos está de volver a encorsetarnos para comportarnos como "lo que debería ser o hacer una mujer", y más lejos aún, de la incondicionalidad y abnegación que tanto daño y empobrecimiento nos ha costado a las mujeres.

¿Qué es entonces?

Es primeramente entender que esta supuesta competitividad entre nosotras es uno de los grandes engaños del patriarcado. Las mujeres hemos aprendido a tejer redes, a construir espacios de ayuda mutua, a apoyarnos. Sucede que todas estas estrategias tienen como escenario el ámbito privado al cual fuimos relegadas y por tanto, el desafío son nuevas estrategias para generar esa corporatividad en el ámbito público que estamos conquistando. Nos toca romper con el mito de que peleamos, de que somos astutas y traicioneras, siendo conscientes de que esas difamaciones son y fueron estrategias para negarnos el acceso a la cosa pública.

Romper los estereotipos de la mujer santa, sin ambiciones y dispuesta a la ayuda incondicional, sabiendo que la mujer fue alejada al tal punto de las estructuras de poder que el sólo hecho de manifestar deseo por él la convierte en una bruja, frívola y "ambiciosa". Trabajar para resignificar el poder y entenderlo como una disputa que es necesaria para lograr nuestros objetivos. En esta ecuación, interiorizar el carácter transaccional del mismo, despojándonos del concepto de gratuidad para construir lazos de ida y vuelta entre mujeres, lazos que no siempre son de amor o amistad, sino que tejen redes que llevan al poder o a cumplir metas.

Sororidad es red, es estrategia, es potencia en acción, es liderazgo, es darse y deberse favores, reconocer en la otra el poder y apoyarla, ser leales y cumplir nuestra palabra.

Sororidad es no permitir la humillación y desprecio de las mujeres en las palabras, comentarios, conductas y símbolos del espacio público. Lo que no significa amar y defender a cada mujer o a todas, sino proteger nuestro espacio simbólico para evitar que las mujeres como tales sigamos siendo difamadas.

Finalmente quizás uno de los mayores actos de sororidad es asumir y decirse a si misma feminista, entendiendo que hay tantos feminismo como mujeres en el mundo y que esta autodeterminación implica un pensamiento crítico hacia el mundo, una rebeldía a aceptar sociedades desiguales, y una vocación de alianza y objetivo común con otras mujeres para cambiarlo.

Más en Memo

El dólar sin techo, y nadie le pone el cascabel al gato

Giuliano da Empoli, "Los ingenieros del caos", las redes y el populismo