Crónicas del subsuelo: Aguiluchos en la ciudad

Crónicas del subsuelo: Aguiluchos en la ciudad

Por:Marcelo Padilla

A la primera paloma que apareció en mi ventana la recibí bien -digamos con sorpresa- justamente porque a semanas del establecimiento de la cuarentena los animales se acercaron tímidamente a las ciudades; y, por las noticias que empezaron a viralizarse, pude ver fotos de ciervos en rutas y delfines en el las costas. Quise sentirme partícipe de tal acontecimiento: ver a una o dos palomas diariamente en mi ventana me resultó -debo reconocer- (en estado de sensibilidad embrionaria por el shock de aislamiento) auspicioso. Les saqué fotos, las palomas no se movían más que para picotear las migas de pan que caen del séptimo o las que le dejé una vez, reitero, por el embrionario estado de sensibilidad, sobre el canto de la ventana. Luego recordé, pasada una semana de tal sentir, la muerte de un amigo por infección de palomas que se alojaron en el aparato del aire acondicionado de su oficina, en un edificio céntrico, hace varios años. Mi amigo murió a los meses de aquella infección. A la semana entonces de haberse instalado el recuerdo decidí espantarlas cada vez que posaban en el canto de la ventana. Las eché. Acá palomas no más. Y me di cuenta que en realidad palomas hay, con o sin pandemia. La naturaleza seguía escondida pero asomando. Luego de 80 días de cuarentena, a eso de las 9 de la mañana del domingo, observo a un bicho extraño, un ave, no paloma, de gran tamaño. Posó en el canto de la ventana del sexto y giró su cabeza hacia el sur. Quedó ahí detenida, descansando de su vuelo errante. Era un aguilucho en plena Alemania del Este que pudo cruzar el muro imaginario para husmear en la ciudad, recalando en un complejo arquitectónico de más mil habitantes, especie de sanatorio auto conservado, dispuesto con camas para cada uno de sus miembros. El aguilucho no se movió y pude acercarme hasta su propia cabeza con la cámara del teléfono. La ventana estaba cerrada y tras el vidrio el aguilucho miró de frente para luego desaparecer en un vuelo oblicuo.

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Si es por la pandemia, la mengua del fluir de autos puede que sea una oportunidad para eliminar de plano y pensar una ciudad realmente menos contaminada. No digo lo de "las colillas" porque eso es "humo para la foto", digo "eliminación de los autos y motos" en la ciudad. Entre tantas otras posibilidades en el horizonte, una decisión política de esa dimensión bien podría venir a dar el gran paso para deshollinar donde habitamos. ¿La oposición? Parece estar en otras cosas, algunas importantes pero no sabemos bien en qué, porque si no lo propone el que gobierna bien podría proponerlo el que se opone, si es que se opone, porque ayer la novela era de romance con la minería y algunas otras comidillas, saludos y felicitaciones, un "romance de estación" de trenes que se van para no volver. Una ciudad sin autos ni motos. Y claro, sin palomas. De paso vamos al grano con el bosquejo de una ciudad sustentable eco eco. Ya que no pudieron con la minería luego de llenarse años la boca con pasto, bien podrían desarrollar una política pública noruega, o sueca, bien bien no sé a qué país estaríamos ensalzando por estos días. Las calles sueltas para caminar y andar en bici, en mono, en patinetas, o para marchar si es que marchar habrá de concebirse caminando y no por selfies: "acá marchando por el supermercado". En el estacionamiento vital de la cuarentena no podemos volver a las mismas prácticas, supongo, ahora que se vuelve a hablar de "nueva normalidad". No sabría bien cómo definir "nueva normalidad". Y tampoco sabremos bien "Qué dirá el Santo Padre que vive en Roma, que le están degollando a sus palomas".

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Las instituciones son más que el edificio, eso lo venimos declarando, el "discurso del edificio" hoy está más vivo que nunca, vacío el lugar, hundido el barco sin tripulantes para seguir navegando, lo que queda y se realza sobre la superficie es "el discurso del edificio", la institución sale a flote por sus reglamentaciones y protocolos, sin edificio pero en la virtualidad que hace que todo siga por atosigamiento. También podría repensarse cómo volver a los edificios, y dejar de replicar con resoluciones que descansan en el digesto. Como la ciudad y sus calles, los edificios vacíos. El mismo tedio de jornadas repitiendo. Monumentales edificios para la educación. La vigilancia del lector de caras para entrar y salir, el expediente equis, y la desengrasada máquina medieval que tracciona a los "claustros".