No basta con pegarle al chancho, hay que derrotar al dueño corporativo

El caso del Fondo Nacional de las Artes es modélico de cómo el esquema de corporaciones genera monstruos. Si se trabaja bien, con inteligencia e integridad, como Victoria Ocampo y Pinasco, se debería lograr preservar los fondos.

No basta con pegarle al chancho, hay que derrotar al dueño corporativo

Por:Jaime Correas

 "Hay detalles que vistos por separado pueden apuntar hacia una solución; pero que considerados en conjunto se desactivan solos".

Arturo Pérez-Reverte, "El problema final"

"Las apariencias engañan"

Refrán popular

Es un lugar común entre los historiadores de la literatura la existencia de textos que preanuncian lo que conocemos como género policial. Se remontan a la Biblia y al mundo griego clásico para mostrar cómo el mecanismo de la indagación para desentrañar un crimen es milenario. Pero, curiosamente, la formulación de esa forma literaria es mucho más reciente y tiene hitos. Es célebre que "Los crímenes de la calle Morgue" de Edgar Allan Poe de 1841 inaugura el policial de enigma y con él nace una figura esencial: el detective. Será en 1844 cuando el mismo autor estadounidense publique "La carta robada", cuento en el que desarrolla mecanismos que han perdurado y reflexiona sobre la puja que se entabla entre el criminal y el investigador. El que hace la pesquisa debe analizar muy bien al autor del hecho investigado para descifrar el enigma. La conclusión de ese texto modélico es que frente a mentes muy elaboradas y meticulosas la mejor manera de esconder algo es ponerlo a la vista, pues el sutil no buscará nunca en lo superficial y evidente. Luego vendrá en la década de 1920 la segunda forma del policial, que se llamará "la serie negra". Se alumbrará en las páginas de la revista "Black Mask". Su mentor, Joseph T. Shaw, dará a conocer a notables escritores como Dashiell Hammett, Horace McCoy, Raymond Chandler o James M. Cain, entre otros. Mientras que la familia inaugurada por Poe se llamó "novela de enigma" y consistía en determinar cómo se había cometido un crimen, la promovida por Shaw, nacida en los Estados Unidos que iban a la crisis del 29, estaba preocupada en determinar el por qué del crimen. Sobre todo apuntaba a desentrañar sus motivaciones sociales. El detective, en la novela de enigma, aguzaba su ingenio y desarrollaba con su inteligencia estrategias para dar con el asesino. Mientras que en la novela negra el investigador se sumerge en el devenir social donde el delito ha sucedido para desentrañar sus razones.

El mecanismo iluminado por Poe en la "Carta robada" quizás sirva para desentrañar uno de los puntos de la ley ómnibus de Javier Milei que ha despertado polémicas y un duro debate: el cierre del Fondo Nacional de las Artes. Es un organismo estatal, pero autárquico, de fomento de las distintas actividades artísticas. Fue creado en febrero de 1958 por un decreto ley del gobierno dictatorial de Pedro Eugenio Aramburu. La inspiradora fue la escritora Victoria Ocampo, gran animadora y mecenas de la cultura argentina, que había fundado años antes la revista Sur, con una editorial que publicó las primeras ediciones en español de autores y libros imprescindibles. Ella conocía como pocos el devenir cultural no sólo del país, sino del planeta. Por sus relaciones internacionales y por sus propias experiencias podía imaginar realizaciones culturales en el más alto nivel. Por eso ideó en conjunto con un grupo fundacional un organismo de excelencia. Cuando está por cumplir 76 años ha sido disuelto por la derogación del decreto ley que le dio origen. De inmediato se han alzado las voces indignadas de figuras importantísimas de la cultura argentina, provenientes de distintos grupos, en muchos casos enfrentados ideológicamente en estos años. Todos coinciden en marcar el atropello y el daño que el cierre producirá. Se han invocado nombres notables como los de Antonio Berni, Jorge Luis Borges, María Elena Walsh, Astor Piazzolla, Ricardo Piglia, entre muchísimos más, beneficiarios del fomento del FNA. El argumento es que el empujón inicial a los artistas, cuando están en su momento de primeras experiencias, ha dado una cosecha verdaderamente excepcional. En ese plano parecería justificada la reacción contra el cierre por parte de muchos de los principales nombres de la cultura argentina.

Algo que la polémica ha dejado a la luz es que el gobierno de Javier Milei tiene problemas estructurales de comunicación de sus acciones. No ha tomado el consejo de Fernando Henrique Cardoso, tantas veces repetido, de que "gobernar es explicar, explicar y explicar". Es extraño en un gobernante que llegó a la presidencia con escasos medios económicos y de estructura pero explicando, explicando y explicando lo que quería hacer. Más allá de las extravagancias de buena parte de sus propuestas, ya criticadas y meneadas hasta el hartazgo incluso en esta columna, su método de acción política fue la elaboración de un relato que proponía un cambio profundo. Eso es lo que una porción amplia del electorado votó, dándole un triunfo muy generoso. Simplificando: Milei transmitió que una casta perversa gobernaba el país con una serie de acciones para beneficiarse a sí misma en detrimento de un pueblo suficiente al que había que liberar de ese yugo con una motosierra. Todo sazonado con mucho "viva la libertad, carajo", cantos a grito pelado de "la casta tiene miedo" y emblemáticos videos donde el entonces candidato iba repasando la estructura de gobierno existente y tachando o arrancando acompañado por el aullido de "afuera". Eso bastó para llegar al poder. Ahora, para mantenerlo y hacerlo fructificar, parecería que tiene que elaborar estrategias que le permitan avanzar en un contexto de enorme conflictividad, tanto judicial como parlamentaria. Una estrategia imprescindible y casi ausente para esta etapa es una comunicación tan eficaz como la que le permitió llegar. Por ahora es deficiente y donde podría tener adherentes o al menos figuras que le pusieran una ficha sólo recolecta voces en contra.

Usando la teoría de "La carta robada" para el caso del cierre del FNA se podría argumentar que lo más evidente es lo que está a la vista de todos. El público al que se enfrenta es sofisticado y sutil y se sumerge en las profundidades, por eso no mira el dato más obvio y determinante. Para colmo ese dato ha sido explicitado en un documento gubernamental, pero sin estrategia comunicacional efectiva. Dos elementos hay que unir para desentrañar dónde se encuentra la "carta robada" y que es esencial en la trama para develar el misterio. En un trabajo emanado del equipo de Federico Sturzenegger se puede leer: "Respecto al Fondo Nacional de las Artes (FNA), concluimos que no ha cumplido sus objetivos. Hoy recauda los ingresos de los impuestos al derecho público pagante, es decir un impuesto que paga la misma cultura. Esos impuestos viajan al FNA que luego decide cómo distribuirlos a los mismos individuos que contribuyeron inicialmente. Pero el problema es que el FNA para decidir esa distribución gasta aproximadamente un 67% de esos recursos (según el presupuesto 2023) o 73% (según el presupuesto 2024). Mucho más efectivo es canalizar esos recursos directamente a una estructura ya existente como es la Secretaría de Cultura evitando ese costo hundido y cuadruplicando los recursos que recibe el sector." Resulta contundente, pero está deficientemente comunicado. Además le falta la otra pata que sostiene la decisión y la justifica.

Carlos Pinasco, consultor en arte, cuyo padre Juan Carlos Pinasco fue uno de los fundadores del FNA y su presidente durante 15 años da un dato duro en una columna periodística: "el 89% de los recursos obtenidos en el período (se refiere a 1958-1974) volvieron de una forma u otra, a la cultura. El 11% restante fueron gastos operativos, en su mayor parte salarios".

Conclusión y dato que hace aparecer la "carta robada": mientras en su creación lo recaudado se usaba 90% para promocionar el arte y el 10% para administrar la institución, hoy cerca del 70%, según el informe oficial sobre el presupuesto, se lo lleva la administración y sólo el 30% va a la promoción del arte. Es decir, se recauda para satisfacer a la burocracia, contradiciendo el espíritu fundacional de Victoria Ocampo y Juan Carlos Pinasco. Lo que sobra después de ese saqueo va al objeto del FNA: promocionar el arte. A todas vista un contrasentido. Eso viene ocurriendo hace años, con distintas gestiones. Es significativo como ese dato sólo se observa en el informe publicado por el propio organismo recientemente, en lo que resulta una información autoincriminatorio de lo mal que ha funcionado el FNA. Para atrás, hasta el tiempo de Pinasco, es difícil encontrar datos sólidos. Otro aspecto cuestionable son los cuantiosos fondos que, con la excusa de la pandemia, puso el tesoro nacional en 2020 y 2021, sin que nadie se escandalizara, abriendo otra puerta a las enormes dudas que el FNA provoca.

Hay un ejemplo mendocino que quizás valga sopesar. En la década de 1930 los gobiernos conservadores dieron origen a una institución sabia: la Caja de Seguro Mutual. Todos los empleados públicos de Mendoza contribuyen a un fondo común voluntariamente (esto es clave), pues pueden elegir no hacerlo, con un porcentaje pequeñísimo de su salario. Se recauda durante un año y pasados doce meses se liquida ese fondo en partes iguales para los beneficiarios que cada fallecido adherido al sistema haya dejado determinado. La cifra que se recauda es millonaria y muchos gobiernos han intentado meterle mano sin éxito porque la ley de origen pone los cerrojos adecuados. Lo que cobra cada deudo es una cifra significativa y está demostrado estadísticamente que fallece un número proporcional estable cada año (quizás el de la pandemia sufrió desequilibrios) con lo cual es equitativo y justo. La clave está en que la presidencia de la Caja por ley no puede gastar más del 7% en su administración. Si la caja fuera el FNA gastaría 70% en la administración y sólo destinaría el 30% al familiar designado de quien aportó durante años.

Surge una pregunta: ¿es arreglable la distorsión acumulada en la FNA? Parecería que no, porque ese viraje lleva años y nadie lo advirtió ni se preocupó de denunciarlo. Hubo polémicas sobre la recaudación de fondos en el período 2015-2019, durante una gestión que mejoró enormemente lo recaudado. Pero nunca se discutió el punto que acá se pone a la luz: qué porcentaje va a los artistas y cuál a la burocracia, que incluye un lucido directorio, además de más de cien empleados de planta.

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Por eso parecería que quienes de buena fe están preocupados por la disolución del FNA deberían aceptar que la institución se malogró gravemente en su propósito original y que no es recuperable. Hay que alumbrar, en el marco de la autoridad de Cultura de la Nación, un mecanismo (inspirado en el caso mendocino de la Caja de Seguro Mutual y en las buenas prácticas culturales del FNA) que garantice la preservación de las buenas políticas que tuvo el organismo durante años. Eso es lo que quienes protestan de buena fe, con una información incompleta, quieren preservar. Pero que además evite esa desnaturalización que sucedió, guste o no, sin que nadie pusiera el grito en el cielo. Si se suman a esto habrán ayudado al cambio cultural enorme que está proponiendo el actual gobierno contra los poderes corporativos. El caso del FNA es modélico de cómo el esquema de corporaciones genera monstruos como el descripto. Si se trabaja bien, con inteligencia e integridad, como Victoria Ocampo y Pinasco, se debería lograr preservar los fondos, porque tienen por detrás un modo notable de recaudación sobre el que hay experiencia, y destinar la mayoría a una potente promoción del arte.

Pero lo que deberá atender el presidente Milei y su equipo, muy marcados por un perfil economicista, es que lo más importante que está sucediendo es una despiadada batalla cultural contra la cultura corporativa. Hay que recuperar usos y costumbres republicanos y democráticos alentados por la libertad. Para eso se desregula y se regula lo que hay que preservar, que no es generalmente lo que pretenden las corporaciones sino lo que necesitan los ciudadanos. Para eso deberá esta gestión comprender que la revolución cultural requiere de explicaciones y relatos que se sustenten en datos y evidencias. No es suficiente dar los datos numéricos y económicos, que es lo que embelesa con inocultable cortedad a Milei y muchos de los suyos. Los cambios culturales requieren de ideas y de una confrontación con el populismo que ha colonizado muchas mentes con mentiras e ideologismos baratos. Se han naturalizado falsedades a destajo. Hay un sentido común fallido que se debe desmontar y esa es una tarea ciclópea. Por eso hay que debatir, dar los argumentos y entablar una discusión titánica. Por ahora se está confirmando esa metáfora porcina que dice que "hay que pegarle al chancho para que aparezca el dueño". Con el DNU y la ley ómnibus hay un ejército de dueños de los chanchos corporativos presentando amparos y quejándose amargamente. Enfrente hay que ponerles una deliberación pública de calidad que dé la batalla cultural con datos y evidencias. Esa deliberación, por ahora, Milei la está perdiendo en áreas donde podría estar ganando por goleada.