Para mejorar la universidad hay que abrirla a las miradas no corporativas

Si se quiere revertir la decadencia de la educación argentina hay que introducir pensamiento libre.

Para mejorar la universidad hay que abrirla a las miradas no corporativas

Por:Jaime Correas

 "No hay peor mentira que una verdad levemente modificada"

De la sabiduría popular

El notable lingüista estadounidense Noam Chomsky explicaba que cuando los Estados Unidos entraron en Vietnam la posibilidad de expresarse públicamente en su país sobre esa guerra era muy amplia. No había censura. Pero que la trampa estaba en que se había borrado el concepto clave: era una invasión. Simplemente no estaba entre las opciones a elegir para hablar del tema. Ese significado había sido hábilmente sacado del menú. Se discutía todo, la oportunidad, los costos, el drama humano pero nunca ubicándolos en el contexto de una invasión. Se hablaba de intervención, de ayuda, de acción bélica, pero no de invasión. De ese modo, explicaba, se producía la mayor censura sin que se la advirtiera porque se había omitido del imaginario colectivo el corazón del intríngulis. Todo lo que se decía era cierto, pero estaba incompleto porque el concepto que articulaba y daba el sentido más profundo había sido escondido. Ese sagaz razonamiento chomskyano puede ayudar a entender algunos fenómenos que suceden en la actualidad. Incluso, Chomsky también advertía otro matiz clave. Quien intenta poner luz sobre el aspecto que falta es descalificado. A él le sucedió repetidas veces. Era una figura sobresaliente de la lingüística mundial y en su universidad no tenía cátedra. Preferían que estudiara y opinara, pero sin alumnos a quienes enseñar.

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En un entorno dominado por el corporativismo, quien quiere curiosear más allá de lo permitido se enfrenta con la corporación. Y es fulminado. Para descalificarlo se le atribuye al curioso el estar contra todos los miembros de esa corporación. Así se unifica la repulsa al infiel. No importan sus argumentos y evidencias. Está afectando lo intocable y hay que pararlo. Cuando se trata de una institución, se lo descalifica acusándolo de querer destruirla. Esta situación provoca que haya pocos dispuestos a meter el dedo en el ventilador.

El mecanismo descripto por Chomsky parece operar en algunos temas educativos. De ciertos aspectos sólo hay posibilidad de expresarse con elogios. Si alguien se atreve a traer a colación algún dato incómodo se lo frena con los mecanismos aludidos. Se lo acusa de crítico, como si fuera un insulto, y destructivo. Cuando la verdad es que en ciertos casos es la falta de críticas y advertencias lo que está destruyendo. Un ejemplo claro es el de la universidad argentina. Está vedado hablar de ella si no se lo hace encomiásticamente.

Un ejemplo interesante sobre ese freno al pensamiento, a la cancelación de ciertos conceptos, se dio esta semana en el discurso de Martín Lousteau en su lanzamiento para jefe de gobierno porteño. El candidato de Juntos por el Cambio, un universitario con una formación por encima de la media, habló extensamente. En el tramo dedicado a educación hay un notable desbalance entre lo que dice de la inicial, primaria y secundaria y lo referido a la vida universitaria. En ese primer análisis se mueve como pez en el agua con agudos diagnósticos y propuestas. Incluso en un tramo elogia la experiencia educativa de Mendoza en los últimos años. Pero cuando llega a la Universidad de Buenos decae notablemente. Ahí todo es elogio. Y se suma al intento de descalificar al que quiere husmear en qué está sucediendo realmente. Dice: "Ahora que para algunos se pone de moda pegarle a la educación gratuita y pública en la Argentina, porque veo que hay algunos candidatos que andan diciendo eso, ahora que hay un embate contra la Universidad de Buenos Aires voy a decir que nosotros queremos hacer todo lo contrario". Aplausos fervorosos del público.

Típico del mecanismo advertido por Chomsky. Si alguien aludió al tema universitario se dice que le pega a "la educación gratuita y pública", aunque no se haya hecho alusión ni a la gratuidad ni al sistema público, ni a la UBA. En su referencia a la universidad el candidato sólo tiene elogios. Por ejemplo valorando los servicios gratuitos a la comunidad en odontología, psicología, derecho y otras ramas que da la casa de altos estudios. Parece pobre, como si tuviera el freno de mano puesto. La universidad tiene evidentes problemas que si se los sigue omitiendo se profundizarán más.

Quien se ha ocupado de estos temas con mucha información ha sido Alieto Guadagni. En el libro que publicó en 2015 con Francisco Boero, "La educación argentina en el siglo XXI. Los desafíos que enfrentamos: calidad, deserción, inclusión", se puede leer en el capítulo dedicado a las universidades: "Es hora de que el estado planifique una matrícula universitaria orientada al futuro... Chile gradúa 200 ingenieros cada 100 abogados, nuestras universidades estatales gradúan apenas 74, las privadas gradúan muchos menos. Lo mismo ocurre con carreras como Física, Química y Matemática, cada 100 abogados las universidades estatales gradúan 13,5 profesionales de esas disciplinas, mientras las privadas gradúan apenas 2,3. Si queremos mejorar el nivel de vida de la gente a través del desarrollo productivo habrá que graduar más profesionales en ciencia y tecnología". Hay malas noticias para Guadagni, que por supuesto en su momento fue cancelado por advertir estas deficiencias. El anuario recientemente publicado con las cifras universitarias para 2020-2021 indica que sólo 26,1% de los nuevos ingresantes lo hace a carreras de ciencia y tecnología. Y la graduación sigue siendo muy deficiente, aunque el dato no está discriminado, desgraciadamente, en el informe. ¿Olvido u omisión deliberada? Guadagni cita cifras de Unesco en su libro mostrando como mientras en Corea y Finlandia la graduación en esas disciplinas estratégicas es del 30%, en algunos países europeos del 25% y en México, Chile y Colombia del 20%, en la Argentina llega apenas a 14% del total de graduados.

El informe reciente de universidades abre varios signos de interrogación, justamente con la graduación. Mientras entre 2011 y 2020 creció 28,2% la matrícula, los egresados apenas lo hicieron 12,2%. Y lo más destacable es que el informe, mientras desgrana diversos aspectos, como género de los estudiantes, edades, distribución geográfica, etcétera, apenas aporta escuetos datos de los detalles de sus graduados. Lástima, porque es vox populi que el más grave problema que afronta la educación universitaria es no sólo la baja tasa de graduación, sino también la escasa pertinencia de las carreras que se estudian para el desarrollo estratégico del país y la ausencia total de sistemas para comprobar de modo independiente la calidad de los egresados. El problema, que ya alertaba el libro de Guadagni con datos de hace una década, sigue su curso y como parece estar prohibido implícitamente hablar de él, poco y nada se hace para superarlo. Mientras, el sistema universitario crece y crece y crece, y se celebra su engorde con la presunción de que eso en sí mismo es un enorme mérito. Claro que tener más matrícula es bueno, pero es malísimo tener pocos egresados, en carreras que en general no son tan estratégicas para el desarrollo nacional y con egresados de los cuales es difícil certificar su calidad. ¿Por qué para ser neurocirujano hay que pasar por una serie de pruebas en la residencia hasta llegar a meter mano en un cerebro y un docente formado en la universidad, que interactuará en su carrera profesional con miles de cerebros jóvenes e ilusionados, no pasa por ninguna prueba de aptitud e idoneidad salvo haber aprobado su carrera?

Hay cifras en el valioso anuario que es importante conocer. Para que cada uno haga su análisis: apenas 32,5% de los ingresantes son menores de 20 años; 61,9% de quienes entraron en 2019 continuó en 2020, pero no se consigna el rendimiento que tuvieron durante ese año; este porcentaje indica que casi 40% de los ingresantes se van en el primer año, lo cual parece muy alto y debería llevar a costear la inversión que eso significa porque es plata mal invertida; 22,2% cambia de carrera en los dos primeros años después de ingresar y 10,2% lo hace a otras ramas del conocimiento; sólo 19,8% de los que egresan lo hace en el tiempo teórico de la carrera en la universidad estatal gratuita y 47,3% en la privada paga, lo cual es altamente significativo y no parece inquietar mucho a pesar de que la situación tiende a agravarse. ¿Alguien ha calculado cómo becar a muchos que querrían ir y no pueden por razones económicas con los fondos que se lleva ese 40% que se va en primer año porque nada se hizo para detectar si realmente estaban en condiciones de entrar? Para atenderlos, por la masividad, se destinan millonarias cifras del presupuesto. Difícil que algo suceda cuando la mera matrícula se exhibe como un logro en sí misma. Un dato muy significativo es que ingresa a las universidades sólo 12,3% de los chicos entre 18 y 24 años del país.

Otros datos de Guadagni que deberían preocupar a Lousteau y a todos los que están interesados en estos temas: "Entre 1992 y 2011 la población total estudiantil de la UBA se incrementó 55,7%, llegando a 263.000 estudiantes... El mayor crecimiento en la población estudiantil le corresponde a Ciencias Sociales, que entre 1992 y 2011 incrementó su población en 231,3% al pasar de 6.600 estudiantes en 1992 a 22.000 en 2011... el alumnado en las carreras científicas y tecnológicas en las facultades de Ingeniería y Ciencias Exactas crece mucho menos y por debajo del promedio general del 55,7%: apenas 11,5% y 28,9%, respectivamente." Estas cifras no son un ataque a nadie, son una foto y una luz roja que alguien debe atender prioritariamente.

Las cifras son muy preocupantes y muestran que si se quiere revertir la decadencia de la educación argentina hay que introducir pensamiento libre, no corporativo, en la universidad. Ella debe abrir su caparazón a la sociedad y aceptar las indagaciones de quienes, por otro lado, pagan sus cuentas con los impuestos. Esto es lo que prescribe, además, el espíritu universitario. Mientras cabezas brillantes, como las de Martín Lousteau y tantos otros, estén rehenes de sólo poder referirse lo bueno para no ser cancelados no habrá modo de salir del estancamiento. No es un secreto que las universidades argentinas necesitan una enorme revisión abierta y de buena fe si quieren ayudar al país a salir de la decadencia educativa general. Porque ellas tienen un papel crucial. Deben sumarse a la solución y dejar de ser parte del problema.