La Argentina en el laberinto de su neurosis colectiva

Si hay algo que la Argentina no hace es solucionar sus problemas. Los acumula y los maquilla con mentiras y relatos. Quien gobierne en el futuro se encontrará con una tensión cruzada.

La Argentina en el laberinto de su neurosis colectiva

Por:Jaime Correas

 "El Progreso no puede ser siempre monótono porque las soluciones a los problemas crean nuevos problemas, pero el progreso puede proseguir cuando los nuevos problemas se solucionan a la vez".

Steven Pinker, "En defensa de la Ilustración"

"La neurosis hace referencia a un patrón de conducta repetitivo que suele producir relaciones inadaptadas con el otro, con su entorno y consigo mismo. Una cierta desesperación por no querer ser uno mismo, (y tener que serlo), o una cierta desesperación por querer ser uno mismo, (y no poder serlo)."

Definición de Google de autor anónimo, quizás conseguido con IA

"Gobernar es explicar, explicar, explicar."

Fernando Henrique Cardoso, ex presidente de Brasil

Si hay algo que la Argentina no hace es solucionar sus problemas. Los acumula y los maquilla con mentiras y relatos. Es un caso de gabinete de neurosis colectiva. El economista Juan Carlos De Pablo esta semana sostuvo en la entrevista que le hizo Carlos Pagni que la misma medida económica tiene efectos distintos según quien la tome y en qué contexto porque el valor confianza determina las conductas de quienes reciben las iniciativas. Sintéticamente explicó que los ciudadanos actuarán de modos distintos en circunstancias diversas frente a los mismos estímulos. Y agregó que el gobierno de Mauricio Macri ocasionó que la mecha de esa bomba futura que es la confianza se acortara por la decepción que muchos sintieron frente a las expectativas que había despertado una gestión nueva, luego de años de populismo.

Ver: Quincho: Cierre de listas con PASO, y más de Paco el constructor

Esta conclusión abre dos vías de análisis. En primer lugar, hay que aprender de la experiencia, y en segundo término, cuando hay que hacer algo inevitable es mejor no retrasarlo, sino acelerarlo. El "Maestro" De Pablo desarrolló una de sus fábulas para mostrar una vez más su gran experiencia. Si alguien llega al dentista con un gran dolor de muelas será mucho más proclive a arrancarla y pedirá pocas explicaciones frente al panorama de la cruenta extracción. Querrá salir de ese infierno y se avendrá al tratamiento más extremo y doloroso. Si llega con un dolor de muelas moderado, en cambio, el odontólogo deberá esmerarse en su narrativa, si pretende que el paciente se avenga a extirpar su preciada muela. Recomendó, como al pasar, que quienes aspiren a gobernar vayan preparando una narrativa muy sólida para explicar lo que se debe hacer y cuáles serán los dolores que traerá. Es lo contrario de lo hecho por Macri, quien decidió el gradualismo y no decir la verdad de lo que recibía en 2015 porque sus asesores de imagen le decía que podía ser pernicioso. Hoy sabemos que se equivocó, pero, la verdad sea dicha, había que estar en su lugar en ese momento. Un aprendizaje, que quizás el propio ex presidente haya hecho, es que política mata analista. El político debe hacer lo que le marca su olfato y la preparación que viene haciendo para la acción y no linealmente lo que le dicen los sondeos y los analistas, aunque los tenga en cuenta.

Un interrogante que se abre es si el modo de conseguir esa comprensión que De Pablo vaticina como corta es blanqueando documentadamente la situación, sin anestesia y proponiendo medidas profundas de cambio. Esto no se ha experimentado en el país y la consecuencia ha sido una pendiente de caída que difiere sólo en el punto de partida, según quien la analice. Otro camino es repetir esa actitud paternalista que une en alguna medida a Macri con Alfonsín, de no querer dar malas noticias económicas y no ir con el bisturí hasta la raíz o tomar el camino de Menem que fue cacarear en un lugar y poner los huevos en otro, pero dejar ciertos aspectos intocados, porque le servían de sustento. Los temores de Alfonsín están magníficamente contados en el imperdible libro de Juan Carlos Torre, "Historia de una temporada en el quinto piso. Episodios de política económica en los años de Alfonsín". Obra de lectura obligatoria para aspirantes a la Casa Rosada.

Lo nunca experimentado es el plan de poner la información sobre la mesa sin maquillaje y desde la política construir los acuerdos para intentar salir de un camino de decadencia que ya lleva muchas décadas, aunque algunos se esmeren por querer hacer creer que hubo alguna ganada. Fueron todas perdidas, porque siempre el país fue para atrás, más allá de los simulacros y los embustes. Los números crudos muestran un declive económico que sólo se atenúa circunstancialmente con excepcionalidades, sin que cambie la tendencia estructural. La tarea no será fácil porque la Argentina tiene un entramado corporativo muy poderoso que antepone intereses personales y sectoriales al bien común. La inercia es muy grande y sobre todo es muy difícil modificar rumbos que están imantados hacia el desastre.

Vale la pena escucharlo en este sentido a Steven Pinker cuando insta a construir evidencias con datos confiables para fijar rumbos e invita al uso de la racionalidad, algo que él mismo confiesa no sucede a menudo. Lo interesante es que el canadiense introduce, por su formación científica, el componente psicológico de los protagonistas, que suele pasarse por alto o minimizarse: "Yo pensaba que un desfile de gráficos con el tiempo en el eje horizontal, cifras de muertos u otras medidas de la violencia en la vertical y una línea que serpentease desde la parte superior izquierda hasta la parte inferior derecha curaría al público del sesgo de disponibilidad y lo persuadiría de que, al menos en esta esfera de bienestar, el mundo ha hecho progresos. Pero aprendí de sus preguntas y sus objeciones que la resistencia a la idea de progreso es más profunda que las falacias estadísticas. Por supuesto, cualquier conjunto de datos es un reflejo imperfecto de la realidad, por lo que resulta legítimo cuestionar hasta qué punto las cifras son realmente precisas y representativas. Pero las objeciones no solo revelaban escepticismo acerca de los datos, sino también una falta de preparación para considerar la ‘posibilidad' de que la condición humana haya mejorado. Muchas personas carecen de las herramientas conceptuales para determinar si se ha producido o no algún progreso; la idea misma de que las cosas puedan mejorar sencillamente no cuadra".

Quien gobierne en el futuro se encontrará entonces en la tensión cruzada entre los datos y la percepción de los ciudadanos, que en muchos casos hacen valer sus creencias, pasiones y suposiciones antes que aceptar las evidencias. Por eso es que la idea de mejorar no cuadra, como dice Pinker, no es aceptada como posible, porque sueltos en la tempestad de las sensaciones colectivas el populismo saca ventajas diciendo majaderías y repitiendo eslogan tras eslogan en una sucesión a la que llaman relato y que conduce siempre a la catástrofe. Producida por otros, por supuesto. Muchos dichos y pocas nueces. De allí que sea tan importante la política y los políticos (esto no se soluciona con comentaristas, sino con protagonistas) que tomen el toro por las astas y le den faena. Uniendo el pensamiento de De Pablo con el de Pinker hay que tener una narrativa muy sólida, con datos comprobados y comprobables y un certero plan de acción, por supuesto con los gestores políticos adecuados y los técnicos necesarios, pero también es imprescindible esa empatía con un público proclive a la ensoñación y el atajo. Y es clave que quien se proponga hacer los cambios tenga un aval ciudadano importante que le dé aire en el Congreso para hacer lo necesario. Y para esto se necesitan acuerdos políticos. Son las resistencias a las que alude Pinker, atendiendo a esa "cierta desesperación por no querer ser uno mismo, (y tener que serlo), o una cierta desesperación por querer ser uno mismo, (y no poder serlo)" de la que nos habla la descripción de la neurosis.

El mayor desafío en el porvenir cercano, que se lanza en las elecciones de este año, es vencer esa inercia de una ciudadanía convencida de que todo va para peor, que nada puede mejorar y que sólo resta irse o hacer lo individual sin ocuparse del resto. Hay que reconocer que hay razones suficientes para este estado de ánimo, muchas y sólidas. Pero también se da el contrasentido de que si no se busca cortar esa espiral de desánimo no hay modo de revertirlo. Esa es la paradoja. A la mayoría no le parece posible que se pueda mejorar y con su actitud le ponen un cerrojo infranqueable a un futuro que ya parece definido. La historia nos enseña que hay sólo una cosa que nunca deja de suceder: el cambio. Todo cambia, para peor o para mejor. Depende de los protagonistas y hasta qué punto se den por vencidos hacia dónde y a qué velocidad se producirá esa mejoría o ese empeoramiento.