Dos casonas, mucha historia y la memoria viva del vino en Mendoza

Las casas de Gargantini y Giol se convirtieron con el tiempo en un símbolo de la historia del crecimiento de la industria vitivinícola en la provincia. Conocé detalles y su historia.

Dos casonas, mucha historia y la memoria viva del vino en Mendoza

Por:Juan Manuel Lucero
Periodista

Construidos entre 1908 y 1910, los chalets de los históricos empresarios vitivinícolas Juan Giol y Bautista Gargantini siguen siendo símbolos del esplendor inmigrante que forjó la Mendoza moderna.

Hoy, uno de ellos alberga el Museo Nacional del Vino y la Vendimia, mientras que el otro, a pocos pasos, permanece cerrado, silencioso, como un testigo melancólico del tiempo. La historia, la arquitectura y el significado cultural de estas casas, contadas por Rubén Impaglia, presidente de la Junta de Estudios Históricos de Maipú.

Hay lugares en Mendoza donde el tiempo parece sostener la respiración. Rincones donde, al cruzar un portón o detenerse bajo una sombra antigua, uno siente que algo todavía murmura: el pasado o la memoria material de una provincia que se hizo grande a fuerza del trabajo de inmigrantes y lugareños entre hileras de vides y suelos áridos.

Los chalets de Giol y Gargantini, en Maipú, tienen ese efecto. Dos casonas majestuosas que se alzaron cuando alrededor no había ciudad ni barrio, sino viñas interminables. Dos viviendas concebidas no solo como hogar, sino como símbolo: de poder, de éxito económico, de la aspiración social de quienes transformaron la vitivinicultura argentina a principios del siglo XX.

Desde la vereda se percibe la majestuosidad de las viejas casonas.

Hoy el chalet Gargantini, impecable en su imponencia Liberty, es sede del Museo Nacional del Vino y la Vendimia. El de Giol, en cambio, espera su turno: bello y herido, cerrado al público, pero igualmente protegido como Monumento Histórico Nacional. Dos casas que fueron hermanas y que todavía cuentan, a su manera, la historia de la "Colina de Oro".

Rubén Impaglia conoce de memoria ese paisaje que ya no existe, pero que persiste en relatos y fotografías. Presidente de la Junta de Estudios Históricos de Maipú y exjefe del área de patrimonio del municipio, reconstruye la escena original con una claridad propia de quien es un gran conocedor: "Cuando se construyeron los chalets, a principios del siglo XX, eran una verdadera novedad. Maipú tenía apenas unas cuadras alrededor de la plaza". 

Ver también: El "Empire State mendocino": la historia del icónico Edificio Gómez

"Los chalets estaban a un kilómetro de allí, en plena zona de viñas. No había construcciones en ese trayecto. Eran como una perla en medio de lo rural", expresó.

Las dos casas fueron levantadas por los empresarios Juan Giol (italiano) y Gerónimo Bautista Gargantini (suizo), quienes fundaron su sociedad en 1896 y compraron 44 hectáreas para instalar una bodega que llegaría a ser conocida como la más grande del mundo.

Así lucía la Bodega La Colina de Oro, fundada por Giol y Gargantini. Foto: Mendoza Antigua.

Ambos chalets respondían al mismo patrón estético: el estilo Liberty, la versión italiana del Art Nouveau, diseñado por el arquitecto boloñés Emanuele Mignani y ejecutado por el constructor Ricardo Ciancio. Fachadas ornamentadas, torres-mirador, balcones sinuosos y símbolos vegetales componían la fisonomía de unas viviendas que buscaban impresionar.

Los detalles sobre las paredes de los chalets.

El Liberty en Mendoza: modernidad y jerarquía

Impaglia explica que estas casas representaban la sofisticación de la élite vitivinícola de la época: "Tenían una riqueza de estilos muy importante. Sin ser un experto, puedo decirte que son modernistas, con influencias del Art Nouveau. Y estaban muy bien construidas. Se usó un ladrillo especial, con comportamiento excelente en sismos. Eso ayudó a que perduraran".

Ambas viviendas estaban rodeadas por parques y concebidas bajo la idea del chalet: una casa de campo de categoría, típica en la Mendoza que por entonces aprendía de los arquitectos italianos y sus catálogos de ornamentación.

Ver también: Un barco, una playa y un balneario histórico en plena Ciudad de Mendoza

El chalet Giol, compacto y de una planta con altillo, abrazaba un profundo espacio central: la sala, pensada para banquetes y grandes recepciones. Galerías, amplios ventanales, dormitorios hacia el norte y áreas de servicio al oeste componían su planta de un modo funcional y elegante.

Chalet Giol.

El chalet Gargantini era, en cambio, ostentoso. Una escalinata doble escoltada por figuras antropomorfas -probablemente que representaban a Baco y Ceres- conducía a un vestíbulo que desemboca en un salón central de doble altura, coronado por una araña de bronce y barandas de hierro serpenteantes. Era la declaración explícita de una fortuna en ascenso.

El ostentoso chalet Gargantini.

Ambas casas contaban con adelantos técnicos inusuales para su tiempo: calefacción central, agua potable proveniente de los filtros de la bodega y energía eléctrica generada en el predio.

Los cambios en el tiempo

Paradójicamente, los dueños originales habitaron muy poco estas mansiones. Gargantini se retiró de la sociedad y regresó a Suiza apenas un año después de terminada su casa. Giol permaneció hasta 1914, antes de retornar a Italia.

Luego las viviendas pasaron por distintas manos: gerentes, huéspedes del Banco Español y Río de la Plata, y -más tarde- autoridades provinciales. Entre 1958 y 1960, el chalet Gargantini llegó a ser residencia oficial del gobernador Ernesto Ueltschi.

Ver también: Pioneras: la huella de "mujeres rebeldes" en la arquitectura local

En los años siguientes, los chalets perdieron mobiliario original y, en parte, su función residencial, hasta que en los años 80 el predio fue cedido al municipio de Maipú con el objetivo de crear el Museo Nacional del Vino y la Vendimia.

Aunque ambos chalets fueron declarados Monumento Histórico Nacional en 1999, el mantenimiento recae hoy en el municipio, algo que Impaglia reconoce como un desafío.

Juan Giol y Bautista Gargantini.

El estado de conservación dispar entre las dos casas confirma esa realidad: mientras el chalet Gargantini luce restaurado y activo, el de Giol permanece cerrado, esperando una inversión millonaria que permita su recuperación.

¿Qué significan estas casas para Maipú y Mendoza?

"No existe familia en Maipú o Gutiérrez que no haya tenido alguien trabajando en la antigua bodega Giol. Las colas de camiones cargados de uva eran inolvidables. Esto forma parte de nuestra identidad", asegura Impaglia.

Ver también: Así era el lugar en la Alta Montaña mendocina donde se alojaba Perón

Y aunque reconoce que el turismo ha puesto a los chalets en el mapa nacional -"uno googlea Mendoza y aparece el Museo del Vino"-, destaca que recién en los últimos años se ha logrado que la comunidad maipucina se reapropie de su patrimonio.

"Los eventos y actividades ayudan a que la gente local vuelva al museo. Es imprescindible. La población tiene que sentir orgullo por este lugar", expresó el referente local.

Ver también: La arquitectura como refugio del arte: uno de los tantos legados de Rosas

Brillar y renacer

Más de un siglo después, los chalets de Giol y Gargantini siguen siendo un hito, una postal reconocible de la historia vitivinícola. Pero también son una invitación pendiente: recuperar la totalidad del conjunto, integrarlo al casco original de la bodega y convertirlo en un espacio vivo.

Quizá, como toda casa antigua, lo que piden es simple: volver a ser habitadas -aunque sea por la memoria colectiva. Dos perlas antiguas en la tierra del vino. Dos silencios cargados de historia. Dos maneras, también, de seguir imaginando la Mendoza que fuimos, la que somos y la que aún podemos ser habitando nuestra propia memoria.

La majestuosidad del estilo Liberty en Mendoza.

Ver también: Marineros de tierra firme: las "casas barco" en la Ciudad de Mendoza

Esta nota habla de: