A pesar de los discursos sobre integración, en Mendoza los niños con autismo siguen enfrentando un muro de desinformación, falta de recursos y una infraestructura que no los contempla. Escuelas sin preparación, actividades inaccesibles y una burocracia asfixiante son parte del día a día.
Niños con autismo en Mendoza, en el olvido y sin apoyo
Cuando una familia recibe el diagnóstico de autismo para su hijo o hija, empieza un camino nuevo y cuesta arriba. Y en Mendoza, lamentablemente, lo tienen muy difícil: después del diagnóstico, lo que llega no es el acompañamiento del Estado, las escuelas y los clubes, sino una larga lista de obstáculos.
Uno de los primeros desafíos aparece en la escuela. Si bien existe la Ley de Educación Inclusiva y discursos políticamente correctos sobre la integración, la realidad en las aulas es otra: la mayoría de los directivos y docentes no están capacitados para trabajar con chicos dentro del espectro autista.
No se trata de buena voluntad, muchas veces la hay, pero falta formación específica, herramientas concretas y acompañamiento real.
¿Cómo contener a un niño que necesita regular sus emociones si ni siquiera existe un espacio preparado para eso?
Las escuelas de Mendoza, en su gran mayoría, no tienen salas sensoriales ni rincones tranquilos. Tampoco cuentan con protocolos claros para actuar ante crisis. Todo queda librado a la improvisación o al instinto.
Y eso, en una provincia que se precia de tener uno de los mejores sistemas educativos del país, duele.
¿Y fuera de la escuela? lo mismo, abandono
Una vez terminada la jornada escolar, para muchos chicos comienza otro mundo: el de las actividades recreativas, los talleres culturales, el deporte. Pero para los niños con autismo, ese mundo directamente no existe.
En la mayoría de los departamentos de Mendoza, no hay propuestas culturales ni deportivas adaptadas. Los clubes no tienen personal capacitado. Los talleres no contemplan necesidades específicas. La música, el teatro, la pintura o la natación -actividades que podrían ser clave para su desarrollo emocional, motor y social- están pensadas con un único molde. Y cuando una familia consulta si su hijo puede participar, la respuesta suele ser evasiva o directamente un "no".
No hay lugares seguros. No hay comprensión. No hay derecho al juego, al arte, a la conexión. Hay, en cambio, exclusión silenciosa.
El privilegio de tener obra social
En este contexto, acceder a una terapia adecuada se vuelve vital. Pero también se vuelve un lujo; porque si no tenés obra social, no accedés a nada.
Las terapias de integración sensorial, los acompañantes terapéuticos, los psicopedagogos especializados y las consultas con neurólogos cuestan una fortuna. Y el sistema público, aunque intenta, está totalmente desbordado. Hay profesionales excelentes en hospitales y centros de salud, pero la demanda es inmensa y los turnos escasos.
Esto genera un sistema de dos velocidades: quienes tienen cobertura médica privada logran acceder a diagnósticos más tempranos, más estímulos y mejores resultados. Y quienes no, quedan atados a la espera y la mediocridad.
Las pensiones por ley nunca llegan
En teoría, la pensión por discapacidad es una ayuda para aliviar parte de ese desequilibrio. En la práctica, es un laberinto burocrático de lo más humillante.
El trámite es largo, engorroso y lleno de requisitos difíciles de cumplir. Se exigen papeles que a veces no existen, certificados médicos con precisiones técnicas que no todos los profesionales pueden emitir, y una serie de pasos que desgastan incluso a las familias más organizadas.
Hay quienes tardan más de un año en cobrarla. Hay quienes nunca la obtienen.
Y mientras tanto, los gastos siguen: transporte, terapias, adaptaciones, alimentación. Porque criar a un niño con autismo en Mendoza no solo requiere amor y paciencia. También requiere plata. Y eso no siempre está.
Ni al cine pueden ir los niños con autismo
Podría parecer menor, pero no lo es. En Mendoza, ninguna sala de cine ofrece funciones adaptadas para niños con autismo.
Ir al cine -una experiencia que muchos chicos disfrutan con naturalidad- se convierte en una odisea, o directamente en una puerta cerrada. Y esa escena, aunque simple, refleja todo lo demás: un entorno que excluye lo diferente, no por maldad, sino por desinterés.
¿Por dónde se puede empezar a ayudar de verdad?
Mendoza necesita una política seria y transversal de inclusión real para personas dentro del espectro autista. No se trata solo de discursos ni de efemérides con globos azules.
Hace falta formación obligatoria para todos los docentes y personal de escuelas. Hace falta que cada escuela tenga un espacio sensorial. Que cada club, cada centro cultural y cada cine tenga propuestas adaptadas. Que el acceso a la salud no dependa de una credencial. Que la burocracia no bloquee derechos.
La inclusión no es una palabra bonita. Es una deuda concreta. Y es hora de empezar a saldarla. Se empieza por acciones directas desde el Estado.
En la era de las inclusiones, el autismo queda de lado.
Ver más: Las enfermedades que te podés agarrar si no usás preservativo



