Desde los planos trazados a escondidas hasta las obras que hoy forman parte del paisaje urbano, un recorrido por las primeras arquitectas que se animaron a desafiar el mandato de época y romper el techo de cristal en Argentina y Mendoza
Pioneras: la huella de "mujeres rebeldes" en la arquitectura local
Una serie de investigaciones realizadas por la arquitecta y doctora en Historia Natalia Daldi permite reconstruir las bases que sentaron aquellas pioneras que, a fuerza de talento y obstinación, lograron abrirse paso en un ámbito que durante décadas fue considerado "cosa de hombres".
Su tesis doctoral, titulada "Las primeras arquitectas argentinas" y dirigida por Cecilia Raffa (INCIHUSA, CONICET Mendoza), que combina archivos históricos, entrevistas y publicaciones especializadas, recupera las trayectorias de las primeras arquitectas argentinas y mendocinas: mujeres que diseñaron espacios, pero también construyeron nuevas formas de habitar el mundo y abrieron un camino a otras mujeres.
"Hasta bien entrada la década de 1930, en Argentina no había arquitectas recibidas. Las mujeres que comenzaban la carrera abandonaban por los mandatos de género, se casaban o directamente eran desalentadas a continuar", explica Daldi, docente de Historia de la Arquitectura en la carrera de Arquitectura de la UNCuyo.
La primera en romper esa lógica fue Finlandia Elisa Pizzul, quien en 1929 se convirtió en la primera arquitecta argentina egresada de la Universidad de Buenos Aires.
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A Pizzul le siguieron nombres como Nelly Nieburh, María Luisa García Vouilloz, María Mercedes Arauz Obligado, Stella Elba Genovese y María Alicia Anzorena, entre otras. Cada una, con distintos recorridos, aportó una pieza fundamental en la lenta construcción de la igualdad profesional.
Muchas de ellas participaron activamente en la Revista de Arquitectura entre 1926 y 1947, un espacio que, según los estudios de Daldi, fue clave para que las primeras arquitectas lograran cierta visibilidad.
Pero esa visibilidad fue siempre parcial: "En los estudios o en la obra, las mujeres quedaban relegadas a tareas de oficina, mientras los varones dirigían la construcción o negociaban con proveedores.
Se las cuidaba, se realizaba una 'división sexualizada de tareas', se las trataba como ‘muñequitas de cuento', con buena intención, pero desde una mirada profundamente patriarcal. La obra no era un lugar para la mujer", señala Daldi con tono crítico.
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Ese cuidado condescendiente fue, en los hechos, una forma de exclusión. Una barrera invisible, pero resistente. Lo que años más tarde se conceptualizó como "techo de cristal": ese límite no escrito que impide el ascenso o reconocimiento de las mujeres, incluso cuando su formación y capacidad igualan -o superan- las de sus colegas varones.
Mendoza, tierra de arquitectas
En Mendoza, la historia tuvo su propio ritmo. Hasta los años sesenta, la provincia no contaba con una Facultad de Arquitectura. Por eso, las primeras arquitectas locales se formaron en otras provincias y recién más tarde se insertaron en el ámbito profesional mendocino.
Entre ellas se destaca Graciela Hidalgo, formada en la Universidad Nacional de Córdoba, quien dejó una huella imborrable en la arquitectura pública provincial.
Hidalgo trabajó en la Dirección de Obras de la Municipalidad de Mendoza entre 1967 y 1973 y fue autora de proyectos emblemáticos como el Jardín para personas no videntes del Parque O'Higgins, el Crematorio y Cinerario del Cementerio de la Capital, y la remodelación de la Plaza San Martín, además de intervenir en el diseño del patio del Museo de Arte Moderno.
"Fue una arquitecta con una enorme sensibilidad social y estética. Logró que el espacio público fuera también un lugar de encuentro, de memoria y de inclusión", subraya Daldi.
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En paralelo, otras mujeres también tejieron sus historias en el ámbito local: Mónica Itoiz, primera arquitecta egresada de la Universidad de Mendoza en 1965; Beatriz Penny Cánovas, Herminia Muñoz, Colette Boccara o Noemí Goytía, entre tantas otras que abrieron camino sin que sus nombres fueran siempre recordados.
"La falta de referentes femeninos en la historia de la arquitectura generó durante mucho tiempo una sensación de vacío identitario. Las arquitectas jóvenes no encontraban en quién mirarse. Por eso, recuperar estas trayectorias es un acto de justicia, pero también una forma de construir futuro", aseguró la entrevistada.
"En Mendoza, era peor, el campo laboral local estaba muy masculinizado. Las mujeres que eran arquitectas acá venían de estudiar en otras provincias", explicó la entrevistada.
En tanto que advirtió que "el cambio fue lento, pero continuo. Una vez que ingresaron ya no dejaron de hacerlo. Hoy tenemos una feminización de la matrícula, somos más las mujeres que estudiamos arquitectura que hombres. Hemos ido ganando espacio, pero todavía resulta difícil trabajar en la obra en construcción".
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Hoy, cuando las mujeres dirigen obras, proyectan barrios o rediseñan ciudades,la distancia con aquellas pioneras parece enorme. Sin embargo, existe algo más allá de los planos que ellas trazaron -con lápices, pero sobre todo con coraje- y gracias a ese trabajo se levanta buena parte del presente arquitectónico argentino.
Porque si hubo un techo de cristal, ellas fueron las primeras en agrietarlo. Y aunque tal vez no todas vieron terminar de caer los vidrios, su legado persiste en cada obra que aún se sostiene en las columnas que levantaron a contramano de los mandatos.
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