La entrevista televisiva a Lara, la adolescente de 15 años asesinada en Florencio Varela, reavivó el debate sobre los límites éticos
La TV ataca: la niña asesinada y un lamentable show
Es 23 de julio. En un canal de televisión hay un productor que no tiene nota. Alguien le dice que vecinos de un barrio están escandalizados porque hay más prostitutas. Se frota las manos y manda un movilero y un camarógrafo. Salen en vivo. Hay dos entrevistadas, dos chicas que "hacen la calle". No hace falta tener conocimientos avanzados de fisiología para las vocecitas de nena que tienen. La de 15 va a presentarse como "Luna", pero en verdad se llama Lara. Dos meses después aparecerá desmembrada y bañada en lavandida en una bolsa.
Su compañera se llama Flor y tiene 20. Nadie se pregunta si está bien o mal entrevistar a dos chicas muy jóvenes que se están prostituyendo. La entrevista se convierte en un episodio de The Jerry Springer Show donde ellas son canchereadas por Mauro Szeta y Sergio Lapegüe, dos señores mayores y experimentados que juegan por momentos a ser pícaros, en otros a ser conservadores mientras se pasan de mano en mano a dos chicas que rebotan con la dignidad de una pelota de playa.
La aparición televisiva de Lara, la adolescente de 15 años asesinada en Florencio Varela, bajo el seudónimo de "Luna" y diciendo tener 20, debe interpelar al periodismo. ¿Qué significa poner frente a una cámara a una joven en situación de prostitución, sin reparar en la asimetría entre quien pregunta y quien responde?
La escena fue presentada en un noticiero en A24. En ella, Lara hablaba con soltura de su trabajo en la calle, de las contravenciones policiales, de los pagos "en dólares si es posible" y de las medidas de seguridad que tomaban con sus compañeras. Lapegüe, con larga trayectoria en la tele, y Szeta, prestigioso periodista de Policiales, preguntaban, acompañaban el relato sin detenerse en lo obvio: estaban entrevistando a una menor de edad en un contexto de explotación.
No había un adulto que la protegiera, ni un marco legal que se respetara, ni una alerta ética que interrumpiera la transmisión. Había una cámara, un micrófono y la voracidad por la nota que "vende". El periodismo se escudó en la excusa de informar, pero lo que hizo fue revictimizar a una adolescente que necesitaba ayuda, no exposición mediática.
La responsabilidad es doble. Porque no solo se trata de la vulnerabilidad de Lara, sino de cómo esa vulnerabilidad se convierte en espectáculo. Los medios fueron capaces de mostrarla sin problematizar su edad, sin preguntarse por las redes de explotación detrás, sin advertir que lo que se exhibía como testimonio era en realidad una radiografía de la desprotección absoluta.
Ver: El triple crimen fue transmitido por Instagram a un grupo privado
La entrevista, hoy rescatada como un material que "adelanta" algo de su destino trágico, es en sí misma un testimonio de la falla periodística. El periodismo que se limita a amplificar voces sin contexto, que se deslumbra con la crudeza de una frase y que no se detiene a pensar en las consecuencias, no cumple con su tarea. Por el contrario, alimenta el morbo y desplaza las preguntas verdaderas: ¿dónde estaba el Estado? ¿quiénes se beneficiaban de esa explotación? ¿qué mecanismos fallaron para que una adolescente de 15 años terminara siendo mostrada como "trabajadora sexual" en la televisión abierta?
Nombrar a las víctimas no alcanza. También hay que señalar las complicidades. Y esas complicidades incluye a todos los que eligen no preguntarse nunca nada.
Ver: Estos son los cuatro detenidos por el triple crimen de Florencio Varela



