Crónicas del subsuelo: Pitos y matracas

Crónicas del subsuelo: Pitos y matracas

Por:Marcelo Padilla

 Escribo para felicitarte y al felicitar... te cuento:

Terminé cagándome de risa con el material que me pasaste la noche aquella en el bar, excelente che. Sobre todo la parte donde el coronel se tira unos pasos.

¡Nunca imaginé que el coronel gustara del sucundúm!

Es más, yo sabía lo de sus perritos y las joditas en la gran casona con miliquitos jóvenes y canitas de la agrupación juvenil. A ellos me los imaginaba... sí, sacándose de a poco sus atuendos y, del éxtasis de escuchar al coronel como si les estuviera hablando una virgen aparecida en un altar de una ruta ciega bajo la noche más oscura de la humanidad, quedar completamente en bolas cuando le declararon la guerra a nuestro país.

Todos en bolas, ¡hasta el coronel! ¡Del cagazo! Porque había que ir a pelear en serio esta vez. En medio de esa, digámoslo así, "orgía de cuartel", nos declara la guerra El Principado de Mónaco. Por supuesto que nosotros nada que ver...si con las travesuras otrora de Guillermo Bigas, tenía entendido, éramos dos pueblos hermanos. Si hasta Guillermo Bigas, quien tuvo una historia de amor con La Princesa de Mónaco dijo que todo más que bien. No entiendo cómo nos hemos rebajado a tal punto que un principado donde viven tan solo 38 mil personas nos declare una guerra así, de buenas a primeras.

Pero te repito, el material es excelente. Nunca vi a un coronel bailar así, con un ritmo tan pegadizo y vestido de coronel.... Naaaa. Porque los coroneles son de bailar un minué o un vals, ¿pero sucundúm? Es lo máximo que he visto en materia de bailes militares, de los escondidos bailes militares que no se ven ni salen por las noticias. En serio che, buenísimo, buenísimo y mil veces buenísimo el material que me pasaste.

Además, sopla la primera corneta y la banda se pone como loca, la banda militar se pone como loca y larga toda su adrenalina de vientos y tambores estancada por años. Tocan pitos y matracas. Más matracas que pitos, pero da igual porque no se entiende nada ni se ve bien en esa parte del material.

El sonido es perfecto te diría. Yo veo a los miliquitos saltar con globos celestes y blancos atados de un piolín de la década del setenta y empujarle con las manos la cabeza al coronel sobre la torta que habían preparado las canitas de la agrupación juvenil para la ocasión. Nooooo, ¡la cara del coronel! Quedó como la de Curly en Los Tres Chiflados. Llena de crema, frutillas y dulce de leche de cabra hecho en el sur de La Patagonia.

Al coronel se lo ve contento y se nota le pinta cualquiera, me encanta esa parte. ¿De dónde sacaste ese material? ¿Es inédito no? ¿Se lo mandaste a los de la Junta de Estudios Militares? ¡Decíme che! ¿Cómo lo conseguiste? ¿Te lo pasaron para hacer una operación política o es por mero interés archivista lo tuyo? ¡Es que es muy bueno!

¿También sabes a qué me hace acordar, ahora que lo estoy pensando y me viene de golpe y porrazo el recuerdo luego de ver el material? Al juego de la botella, al que tanto le gustaba jugar al coronel cuando niño hombrecito, ¿te acordás cómo le gustaba jugar al coronel? Dicho sea de paso, en ese momento ni enterados que iba a convertirse más adelante en coronel... pero bueno, ¿vistes que cuando uno habla del coronel es como hablar de la virgen? Vos me entendés, además lo has hecho. Lástima que no hemos coincidido en ninguno de aquellos retiros donde nos confesábamos entre nosotros en La Capilla de la Iglesia del Racimo, donde bajo tierra buceábamos en túneles de esquina de más de mil metros cuadrados y diez de profundidad. Porque era solo de machitos y no había más que una vieja monja que pasaba por el patio agachada por su sumisión.

Era rezar sí, pero al pasar al recreo hundíamos nuestros cuerpitos en las catacumbas de esa esquina hecha bajo tierra que te hacía sentir en otra época, en otro siglo, en otro país. Vaya a saber en nuestras cabezas, y digo también en la cabeza del coronel, qué pasaba cuando recorríamos los túneles tenebrosos con olor a vino y licor de curas viñateros italianos. Todo húmedo. Todo así.

En fin, éramos fascistas.

Niños fascistas a los que nos gustaba jugar en túneles fascistas italianos. El coronel, ya desde ahí nos confesaba su devoción por La virgen del Fascismo, desde ahí ya mostraba las uñas de coronel. Porque no es lo mismo ser teniente que coronel o que general. Yo prefiero el mote de coronel para referirme a él, porque no sé, es un título más guerrero, ¿no?

¡Qué bien lo muestra el material que me pasaste che!

La verdad, esa panorámica en cámara lenta con el coronel corriendo detrás del perro, se te mete en el corazón che, ¡el perro un zarpado con el libro de Maquiavelo en la boca! Además se lee bien en la toma: El príncipe de Maquiavelo. Se lo ve de cerca al nombre del libro cuando el perro lo lleva entre sus dientes correteando contra el viento y el coronel detrás con la sonrisa de Gardel pegada. Eso me encanta también, ¡qué bien logrado che!

¡Cómo se los echa al hombro el coronel a los enfermeros que llegaron de apuro! ¿Los llamaron por lo de la guerra o porque se sentía mal el coronel? Eso no se nota claramente en el material. Pero yo, conociendo al coronel y a la guardia de enfermería de Los aventajados por la Cruz Negra, te diría que fue por el coronel que llegaron, porque la vejez ya se le ha venido encima y si bien se lo nota contento en el material, yo sé lo que está viviendo por dentro. Un mar de quilombos tiene el coronel por dentro, como si fuera una gran ballena el coronel con problemas estomacales crónicos. Dentro de su cuerpo ya desperezan los gusanitos negros que carcomen. Y si es La Gran Ballena de nuestra gesta histórica y nacional, allí dentro de su cuerpo hay un barquito con un par de miliquitos tratando de mejorar la situación interna del coronel a puro remo.

No digo que se vaya a morir che, no quiero decir eso, ¡que la virgen ni me escuche! Lo que quiero advertir es que el coronel ya no tiene la fuerza de antes. La vitalidad, ¿no ves que no puede alzar los perritos? Si cuando correteó a uno de ellos con el libro de Maquiavelo después se lo ve toser y toser hasta ahogarse, ¿qué paso después?¿Sabés lo que pasó después de esa corrida tras el perro? Porque tengo miedo te consulto, ¿vos sabés el desastre que acarrearía la muerte del coronel? ¿Y los pobres? ¿Y las pobrecitas viejas que lo fueron esperar al ferrocarril cuando en realidad vino en avión? ¿Y los niños y las niñas que en la puerta de la escuela después de izar la bandera cantan glosolalias indescriptibles en el idioma que inventó el coronel? ¿Vos sabes el quilombo? En fin, que no quiero pensar en eso.

Te cuento que cuando veo y reveo el material me transpiran las manos. Es que más allá de disfrutar al coronel en esas imágenes no puedo negarme el sentimiento de amargura que me provoca pensarlo en un cajón de muerto. A todo esto ¿han pensado alguna vez en eso? ¿Qué puta haríamos sin el coronel? Desde ya te digo que a los perros no me los pienso quedar si se produjera tal catástrofe. No es bueno el hombre que lame perros ajenjos. Y mucho menos bueno ser lamido por perros ajenjos. Lamer y ser lamido es, cuanto menos, un acto en dos partes.

El coronel es de tener dos partes a la vez en su aparato psíquico y en La Gran Ballena donde sus órganos se hacen revoltijo en la carne y solo la virgen puede exhumarlo si fuera a ocurrirle algo no esperado por todas las milicias inconscientes que proliferan por el supuesto naufragio del coronel en el barco que lo llevó al Paraguay para ver si era posible una guerra contra El Principado de Mónaco.

Guillemos Bigas nunca le atendió el teléfono al coronel porque se lavó las manos a lo Pilatos en el mar negro. Y el mar, lleno de raquetas que el propio Bigas tiraba para que sus perros ozukas fueran a buscarlas tras las olas, pero te digo que fueron miles de miles de raquetas que tiró Guillermo Bigas en un acto de desprendimiento de todo su ser de Guillermo Bigas. Cazó, pescó, y fueron felices con La princesa de Mónaco en las playas malasyanas donde tienen, dicen, un quincho con pileta pegadito a los riscos donde rompen las olas azules del Mar del Norte de Malasya.

Ya sé, vos me dirás que es mi teatro acuático, mi pecera, mi televisor al que veo. Pero cuando no es eso es cualquier cosa porque ya no puedo verle así al coronel. Creo, repito, que el material es bueno para varios fines pero lo que más me preocupa es la salud de un tipo al que todos quieren revivir, entonces pienso que ya está muerto y eso me pone triste y pienso en la virgen que llora por el naufragio del coronel que en la cañonera tosía y tosía por el agua que se le metía en la boca cada vez que una ola azul le apuntaba a la cañonera. Ahora veo a la virgen quieta con una fila de millones de fieles que hacen una infinita fila para pedirle en persona que salve al general en la cañonera.

Iba, iba por el río la cañonera.

Marcelo Padilla