La batalla de los implementadores contra el gatopardismo conservador

Hay ahora una opción distinta. Que puede suceder o no. Depende de la voluntad colectiva además de la aparición de un liderazgo de cambio.

La batalla de los implementadores contra el gatopardismo conservador

Por:Jaime Correas

 "Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie"

Giuseppe Tomasi di Lampedusa, "El Gatopardo" (1958)

Muchas de los sucesos más notables surgen de un malentendido. El caso de "El Gatopardo", la obra maestra de Giuseppe Tomasi di Lampedusa publicada por primera vez en 1958, es emblemático. Otra particularidad es que son pocas las obras o autores a partir de los cuales se crean sustantivos o adjetivos. Se alumbran palabras que resumen un espíritu, un clima, una idea, una época. Kafkiano, borgeano, platónico, quijotesco, gatopardista, son ejemplos que habitan en una región donde la literatura y la realidad se entremezclan de un modo sutil. Allí hay autores, personajes, obras que interactúan con lo real de modo mágico. ¿O no lo es que sea muy claro cuando se dice que una actitud es quijotesca aún para personas que nunca han leído la obra de Cervantes? ¿Cuántas veces se oye decir que algo en política es gatopardista y sin tener noticias siquiera de la existencia de la novela italiana queda claro a qué se refiere el comentario?

Lampedusa, nacido en Palermo, Sicilia, en 1896 fue un aristócrata que participó en las dos guerras mundiales. Se dedicó al estudio y la enseñanza de la literatura a algunos discípulos que lo rodeaban. En 1954 comenzó a escribir, cuando ya tenía cincuenta y ocho años, y en el intenso trienio que le restaba de vida dejó una de las novelas más influyentes del siglo XX. Obra que, por las ideas que desarrolla, marcó no sólo la literatura sino también la política. En 1963 Luchino Visconti filmó su recordada película con Claudia Cardinale, Burt Lancaster y Alain Delon. Las brillantes páginas del libro se corporizaron para siempre en aquellas escenas de lánguida belleza. En esos años de escritura, Lampedusa dejó otros pequeños textos. Sin embargo no alcanzó a conocer el éxito de su obra máxima porque un cáncer lo mató en 1957. Antes de morir, "El Gatopardo" fue rechazada por Mondadori y Einaudi, en dos de las pifias más notables de la historia literaria pues eran dos de las casas editoras más prestigiosas de Italia. Recién apareció póstumamente en Feltrinelli, con prólogo del enorme Giorgio Bassani, autor de "El jardín de los Finzi-Contini", que fue su promotor. La obra de Lampedusa y "Doctor Zhivago" de Boris Pasternak, se transformaron en los dos grandes éxitos de Feltrinelli, transformándolo en otro de los editores italianos sobresalientes. Un hecho curioso es que la editorial Giancarlo Feltrinelli, fundada dos años antes de la publicación de "El Gatopardo", estaba a cargo de un joven de treinta y un años. El libro fue ácidamente criticado por la izquierda y la derecha italianas por igual. Su sólida calidad venció a la ceguera de editores y politicastros.

El libro fue llevado al cine.

En el posfacio a la reciente edición definitiva, el actual conductor del grupo Feltrinelli, Carlo, hijo del fundador, sostiene una sugestiva teoría sobre el sentido de la frase que ha dado celebridad a la obra: "La afirmación ("Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie"), ya proverbial, no refleja el mensaje de Giuseppe Tomasi di Lampedusa ni representa el pensamiento del protagonista de la novela: es una expresión muy política de Tancredi, futuro diplomático y hombre de los nuevos tiempos, que debe legitimar su opción revolucionaria ante los ojos de los hombres de los viejos tiempos, de su clase social... "Giuseppe Tomasi di Lampedusa aborda las problemática de la historia valiéndose de la invención de un personaje, el Gatopardo, quien, confrontado a los cambios históricos, los aborda sin actuar en contra o a favor sino meditando sobre ellos a fin de preservar y afirmar, independientemente de ellos, su irreductible identidad de persona en el fondo rebelde a los cambios impuestos tanto por la naturaleza como por la historia. Conceptualmente, el príncipe está dispuesto a acoger las transformaciones, pero existencialmente no se adhiere a ellas".

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Frente a la vulgar aceptación de que el gatopardismo es el mecanismo por el cual nada va a cambiar, se haga lo que se haga, porque fuerzas deterministas van a impedir el cambio, Carlo Feltrinelli aporta una variante muy sutil. La historia tiene sus mecanismos y el tiempo avanza sin tener en cuenta ni los deseos individuales ni los colectivos. Incluso muchas veces los devenires históricos son opuestos a los gustos de muchos. Una pregunta se impone: ¿qué hacer frente al cambio? Y la respuesta del novelista, según esta visión que contradice al malentendido que ha consagrado la idea de gatopardismo, es: los individuos con vocación de actuar deben interpretar su tiempo y subirse a la ola para conducirla hasta donde les sea factible e intentar con su actuación modelarla. Es decir, una filosofía estoica de la vida. Hay una tarea por hacer y más allá de los determinismo se debe llevar a cabo. Es lo que se plantea en la novela el personaje del joven Tancredi cuando enfrenta a su tío, el príncipe Salina, para decirle que se unirá a las fuerzas garibaldinas a fin de acompañar el cambio que se viene.

"El Gatopardo", a pesar del sentido que ha tomado el término gatopardismo, es, como toda gran novela, una reflexión mucho más rica que la simplificación del sentido del cambio político. Por eso vale la pena repasar sus páginas. Allí anidan secretos que se van enriqueciendo con el paso del tiempo, como suele suceder con los textos importantes, esos que se transforman en clásicos. Además, como enseñara Borges, cada generación vuelve a leer los viejos textos y les da nuevos significados, no porque la literalidad haya cambiado sino porque el que se ha renovado es el lector y la circunstancia de la lectura.

La Argentina se asoma a un cambio con las próximas elecciones. Falta una semana para que comience un proceso de mutaciones que puede estar marcada por la interpretación conservadora de gatopardismo. Es decir, que todo cambie para que nada cambie en sentido literal. O, en el sentido que se ha observado, el cambio sea para abrir nuevas puertas. Dependerá de los programas que quien llegue al poder traiga y de su predisposición a hacer síntesis colaborativas que no se dejen vencer por los intereses conservadores corporativos y por los sectarismos. El sistema que ha estado vigente durante veinte años, con una pequeña interrupción que no alcanzó a germinar, estuvo signado por un enorme cambio para que nada cambie. Mucho relato y pocas nueces. Pero hay ahora una opción distinta. Que puede suceder o no. Depende de la voluntad colectiva además de la aparición de un liderazgo de cambio.

Un ejemplo educativo puede mostrar el camino. Durante años se han tenido estrategias de enseñanza de lengua y matemática que han conducido a un resultado aterrador. Y sin embargo se ha insistido con ellas. No vale la pena repetir las estadísticas y las cifras de las evaluaciones pero hay demasiados argentinos que no se alfabetizan ni adquieren las destrezas matemáticas básicas. Mientras eso sucede se repiten estériles enfrentamientos ideológicos que han conducido a un callejón sin salida: la desconexión entre esas teorías ideologizadas y las realidades de aprendizaje. De allí la resistencia a evaluar. Para no ver el desastre se rompe el espejo.

En una entrevista de Luciana Vázquez en "La repregunta" a la especialista en la enseñanza de la matemática Sandra Torresi se lee este diálogo significativo:

"-Primero el concepto y después el número. ¿Qué impacto negativo tiene en el aula?

"-Cuando se lleva esa teoría a una metodología, empiezan a aparecer ciertas dificultades dadas por la implementación de esta teoría. No es que sea una teoría negativa o que no pueda dar buenos resultados; el problema fue su implementación.

"-¿En qué falla la implementación?

"-Falla en que se han creado nuevos algoritmos, por ejemplo, de descomposición numérica. Pero los niños o los adolescentes siguen sin comprender qué es lo que están haciendo pero han aprendido a que, si tienen el número 23, lo van a descomponer en dos 10 y en tres palitos sueltos. Empiezan a aparecer ciertos errores que desde la didáctica se llaman de transposición didáctica, un saber complejo teórico, cuando se lo pasa a la práctica, cometo algún tipo de error.

"-Hay una traducción fallida.

"-Eso es un error metodológico.

"-¿Y qué implicancia tienen en el aprendizaje efectivo de la matemática por parte de los chicos?

"-Enorme. Vamos notando que sobreviven los más aptos, aquellos que pueden advertir inmediatamente esta característica de lo numérico, esta descomposición. Ellos pueden sostener esa metodología que se ha creado y que, insisto, nunca fue creada por estos didactas. Han aparecido formas de mediar el pensamiento matemático que en lugar de simplificar la situación, la complejizan. Aparecen nombres extraños como 'la famosa cuenta chorizo', donde se hace una división por restas sucesivas que a veces lleva hasta una hoja completa.

"-En lugar de ser un conocimiento simple y abreviado, se pierde el sentido.

"-Se perdió el sentido. Algunas instituciones educativas y algunos grupos lo manejan con mucha solidez pero son los menos. Está muy generalizado en nuestro país y no es la metodología más adecuada. De hecho, tenemos innumerable cantidad de niños con dificultades en el aprendizaje matemático. Y no te estoy hablando de una dificultad específica."

Esta pérdida de sentido y la desconexión entre la teoría y la implementación que marca Torresi sobrevuela en todo el sistema educativo como una nube negra. Y se ve con claridad en los fracasos. Porque se abandonó la implementación, que, por supuesto, es lo más difícil y lo que necesita de una colaboración enorme de muchos protagonistas. Excluyentemente son imprescindibles quienes están en la escuela, a años luz de las ideologizadas peleas metodológicas y los debates académicos: los docentes y los alumnos, acompañados de sus familias. De allí que, volviendo al dilema de Tancredi en "El Gatopardo", ya no se trata de lanzar relatos para calmar a un tío conservador, sino de ponerse manos a la obra para que ese darwinismo fallido de los más aptos, que lleva a que sólo aprendan los que igual iban a aprender, se quiebre. Es necesario y posible que aprendan todos los que están en condiciones de hacerlo, más allá de las condiciones externas. Para eso debería estar la escuela, para ser el refugio de quienes en el afuera son bombardeados por los diversos males que los asfixian. Por eso un programa político debe rescatar al país de las corporaciones que aparentan enérgicos cambios para que todo siga igual. Es imperioso que suene el estruendo de los implementadores de lo nuevo que estén atentos a las evidencias de lo que sus acciones producen para asegurar los cambios.