El tiempo estaba cosí cosá. Llovía y no llovía. Arriba las nubes brillaban con el sol y abajo se veía que amenazaba una tormenta. Las casas bajas explotaban de plátanos. El musgo y la humedad daban cansancio. Nadie podía moverse por el clima pegajoso. Hediondo. Las cosas se hacen porque la rueda rueda, pero a cualquiera que le preguntabas, desde lo más profundo de su corazón te decía que esto tiene que parar de alguna manera. Pero el que lo decía lo decía apurado porque se le pasaba el bondi. Y estaba llegando tarde al trabajo de la mañana.
... ¡la página nena! ¡del blanco de la cocaína!
... y tan solo un relámpago durará blanca y cocaína
... apenas largues los primeros trazos
... y aspirando al misterio de la inconsciencia en el escribir
... irás encontrando la luz. Tu propio camino. Tu propia muerte. Lo mío es para siempre
... ¡ya te lo dije nena!
... pero lo tuyo
... NO
-¿Soy didáctico?
-¡Claro!
... en la mismísima oscuridad puedo guiarte en tus primeros pasos. En la penumbra de la tarde, en su amargo crepúsculo. Tendré que dejarte solita y sola con la cocaína... y hagas tus propios experimentos. Promuevo tu libertad. Pero sabrás bien entender reina mía a este viejo siervo, o a este viejo zorro, que solo obedece a los encantos del amor que le generan tus labios y tus rulos; y tu mirada estólida y afectuosa, y no a otra cosa, mariposa.
-¿Se va entendiendo?
- ¡Guau que sí!
Ella lo besó con la pasión con la que se besa a un ser querido y entrañable. Y él se dejó besuquear dejando a su cuerpo inerte. La pendeja se fue al baño y Roberto quedó mareado por los chupones.
-¡No podes besarme así, nena!, le dijo el viejo siervo y de espaldas, ladeando la cabeza para que escuchara la nena.
En la cocina suena un bolero que puso él. Porque el clima del bolero, decía Roberto, es el propicio para tomar mate en la mañana cuando empieza a clarear el alba, a lo que se le llama albanecer. Y sin entrar en la melancolía de sus letras, a él le gustaba evocar, escuchando boleros de otras épocas (cuando la luz se esté apagando y yo esté cansado de vagar, piensa que yo por ti estaré esperando, hasta que tu decidas regresar) ¡sus cualidades de galán! Y repasó uno a uno sus amores de memoria. Los que le hicieron creer en sus años mozos un galante caballero. Pero ahora duda, y al calar tenue la noche se tira abajo. Piensa que ya nadie lo querrá como lo quisieron aquellas mujeres con las que estuvo y fue feliz. Ni su madre ni su abuela estaban ya para acurrucarle. Y llevaba un siglo de terapia. Y en el evocar se le coló el recuerdo cuando fue encerrado de niño en el baño, y luego al fumar, en un calabozo, y más tarde por no entender nada de su vida, en un manicomio, del cual salió mejor, por un tiempo.
Sin embargo ahora, Roberto, está locamente enamorado de pizpireta, una chica treinta años más joven que él, con la que se conocieron en el patio central del Psiquiátrico. Y de hacerse amigos allí salieron enamorados. O algo parecido a lo que le llaman amor sintieron, y no pudieron despegarse. Estaban rotos. Y probaron la miel. Rotos y todo sintieron lo que ya nadie siente. Y se hizo una urdimbre de signos y símbolos y de gestos, que solo ellos saben interpretar. Habían creado un idioma propio solo para ellos y hasta pensaron escapar a Italia en ese idioma de ideas herméticas. Pero lo que pensaron lo pensaron en el loquero cuando todo era esperanza.
"Mi pizpireta". Así le llamaba él. Y a ella le gustaba escuchárselo a cada rato. Él lo percibía. Le hablaba a cual reina de una corte. A ella sus tratos y sus palabras cariñosas la anestesiaban. El tono bajo y suave en su voz cuando le conversaba al oído la dejaba en un estado alelado, por fuera de las preocupaciones cotidianas. Él era su droga. Y ella, la droga de él. Se saludaban al irse y al venirse con muchísimo cariño. Los labios de cualquiera de los dos cuando se decían "pipi", o "mi amor, "o "mi viejito loco, "o "mi Fogwill"... como dos pajaritos en la cocina, jugaron un papel particular, liando más la cosa. Se admiraban sus labios y se decían piropos en los labios, y el otro se vanagloriaba.
-¿Un saque, viejo?
-Pero... es domingo nena ¡pará la moto!
La nena armó dos rayas gordas y largas en la mesa. La mesa era negra, y las dos rayas de cocaína relucían por contraste. El ambiente estaba oscurecido con cortinas. En la cocina la pendeja sacó su bic y aspiró un lagarto blanco, largo y ancho, y después le hizo una seña con la mano a Roberto cediéndole el otro lagarto para que se lo tomara.
-¡Es todo tuyo mi amor!, le dijo atrevida la pendeja.
Roberto no quería tomar más. Pero como andaba encajetado se lo tomó de un saque sin pensarlo dos veces.
-¿Y? ¿Cómo estás ahora viejo loco?
-Son las once de la mañana nena. Y... ¡duro! ¿Cómo querés que este?
-¿Y qué hacemos?
-No sé ¡cojamos!
- Mmmmmnnn, ¡dale viejo!
(Cogieron y mucho. Y apasionadamente)
Roberto se levantó de un salto de la cama y se metió al baño. Abrió la ducha fría. Se miró al espejo porque le ardía un moflete y el contorno de un ojo despedía algo así como una gotita de sangre.
-¡Mirá lo que me hiciste pendeja! ¡sos un gato!
Se vio los rasguñones en la cara. Y una pizca roja en el ojo derecho. Sopló de bronca y con los brazos duros apoyó sus manos a los lados de la bacha. Lavó su cara con agua helada y se metió desnudo a la ducha fría. Dejo caer la lluvia sin moverse. Demoró en agarrar el jabón. Después puso a tope la caliente. Y así lo hizo dos veces: fría y caliente, fría y caliente. Finalmente salió del baño y agarró la toalla y rápidamente por el frio se secó, y se cambió, y se peinó con las manos frente al espejo. Se miró mejor. No se dijo nada. Volvió a la cocina.
-¿Y los mates pizpireta?
-Paraaaaa ¡Cálmese viejo! Que la patrona está leyendo
-Entonces los hago yoooo... ¡Mi condesa! ¿Viste lo que me hiciste en la cara?
-Dale mi corazón... ¡Noooo! ¿En serio? Jaaaa, perdón mi rey
-No pasa nada, pero sé más suave la próxima, pendeja ¿qué lees?
-Valentine Penrose.
-Guau...
-¡Mirá la edición qué belleza!... ¡pasáme un mate viejo loco!
-¡Ahí va mi reina! ... ¡Ufa! ¿Es alemana la edición?
-¡Sí! ¡De la que te hablé mi amor! Tiene unas ediciones increíbles y ésta es de La Condesa Sangrienta y está ilustrada con unos dibujos tremendos. -¡Mirá!, leéte esa parte...
Roberto se acomodaría en una silla que llevó hasta el patio. Y se llevó el libro que le dio la pendeja. Pero antes preparó su propio mate dulce para independizarse del amargo que le gustaba a ella. Él se dejó estar bajo la parra cálida de la siesta. Eran las tres de la tarde del domingo, y si bien estaba con pizpireta, en el fondo, Roberto siempre estaría con sus vacios. Necesitaba del aislamiento para que se le fueran los demonios. Ni siquiera para pensar a esos momentos muertos los usaba, o para pensar en otras cosas que no fueran las que lo tenían dopado, le vino bien aislarse cada tanto, y así fue que con los libros que le mostró pizpireta encontró una forma de perder el tiempo. Una real y consiente pérdida del tiempo. A Roberto su conciencia cotidiana lo acosaba. Muerte, era una palabra que tenía por costumbre latirle, sin que él quisiera escucharla. La muerte le rondaba en los pasillos y los zócalos, y su sombra ejercía una potestad homínida a determinadas horas del día. Y el silencio encontraba a un Roberto perdido con la mirada anulada. En el camino de la nada Roberto navegaba en sus meditaciones. Pero ya era viejo para lo nuevo y no quería más caminos, ni largos ni cortos. No quiso transitar más avenidas. No quiso manejar más el auto. El ánima le dictaba cada movimiento.
Pero con pizpireta reviviría. Y cada vez que se veían y pasaban un par de días juntos, transfundían sus sangres como dos vampiros en complicidad, ¡deseosos de verse y chuparse los cuellos!
Renacía la magia.
-¡Ay viejo, quiero darte un abrazo, estoy muy triste!
-¿Qué pasó mi reina?
-No sé, te voy a extrañar...
-Yo también mi amor... ¡Vení, sentáte acá en mi falda!
Roberto tenía una forma particular de abrazar y de pasar sus manos por la espalda. Lo hacía masajeando con algunos apretoncitos. Luego dejaba resbalar sus yemas en la piel de ella, y ella, se desarmaba como un gato, y se le dormía en el hombro. Y él le acarició los rulos y la dejo ahí, dormitando en su pecho. Haciéndole un pequeño movimiento con la yema del dedo mayor en la frente. Así la dejó inconsciente. Y pizpireta durmió profundísimo. Roberto la levantó con las manos y la llevó a la cama y la tapó con una colcha y le dio un beso en la frente... y sin decirle te amo apagó la luz, y se fue de la habitación al patio.
El amor era total.



