Borges pronosticó en 1946 el gobierno de Javier Milei

Ojalá Milei sea en un futuro próximo un hombre sensato que comprenda que el equilibrio fiscal no es nada sin el desarrollo humano que lleva a la felicidad de los ciudadanos.

Borges pronosticó en 1946 el gobierno de Javier Milei

Por:Jaime Correas

 "Las reformas estructurales vienen atrasadas. Hay un problema de gobernabilidad. Milei fue electo con el 30% de los votos, y luego en el balotaje obtuvo el 56%. El 30% le dio la escasa cantidad de diputados y senadores, y ningún gobernador. Por lo tanto, tiene un problema de gobernabilidad para la aprobación de su programa, aunque todavía tenga más del 50% del apoyo de la gente... la parte económica del actual programa viene bien, dentro de lo que era esperable... el foco debe ser la resolución de los problemas institucionales y estructurales, que repercuten en la gobernabilidad: si lo hacemos, el futuro es promisorio."

Ricardo Arriazu, economista, en La Nación del 26 de marzo de 2024

"Hay un país nuevo que las élites no están entendiendo."

Martín D'Alessandro, politólogo, vice presidente de la Asociación Internacional de Ciencia Política

Los buenos lectores logran relacionar distintos textos y los hacen dialogar entre sí. Es una virtud de la lectura atenta donde se persigue indistintamente y sin urgencias el placer y la reflexión. Emir Rodríguez Monegal, el gran crítico uruguayo y estudioso de Jorge Luis Borges, entre muchos otros autores, es un ejemplo notable. Recopiló una antología de textos borgeanos en inglés en 1981 y en 1985 la publicó en México. Bajo el título de "Ficcionario" es una guía magnífica de lectura pero tiene otros elementos destacables. Por un lado es la selección de textos hecha por un especialista y lector sensible e informado. Es interesante entonces analizar no sólo lo que eligió, sino lo que dejó fuera. Y también, entre lo que eligió, lo obvio y lo llamativo. En esta segunda especie hay tres textos no muy frecuentados de Borges que dialogan entre sí y arrojan luz a la Argentina y su siempre conflictiva vida social. Rodríguez Monegal hilvana ese diálogo a través de otra de las felicidades de su libro: unas jugosas notas donde consigna no sólo el lugar original de publicación de cada escrito, sino también datos esenciales de lectura y biográficos del autor. Ese triángulo textual está formado por "Nuestras imposibilidades" (1931), "Déle, déle" (agosto de 1946) y "Nuestro pobre individualismo" (julio de 1946).

Los tres tienen en común que aluden al país y su cultura política, en el intento de una sociología criolla. Influido por su juvenil yrigoyenismo (en su casa llegó a funcionar un comité radical), no siempre recordado en Borges, el más antiguo es una condena del golpe de 1930. Se propone analizar algunos rasgos nacionales: "El primero es la penuria imaginativa. Para el argentino ejemplar, todo lo infrecuente es monstruoso -y como tal, ridículo. El disidente que se deja la barba en tiempos de los rasurados o que en los barrios del chambergo prefiere culminar en galera, es un milagro y una inverosimilitud y un escándalo para quienes lo ven." Y más adelante agrega: "El otro rasgo que procuraré demostrar es la fruición incontenible de los fracasos. En los cinematógrafos de esta ciudad, toda frustración de una expectativa es aclamada por las venturosas plateas como si fuera cómica. Igual sucede cuando hay lucha: jamás interesa la felicidad del ganador, sino la buena humillación del vencido." Y al final remata: "Penuria imaginativa y rencor definen nuestra parte de muerte. Abona lo primero un muy generalizable artículo de Unamuno sobre ‘La imaginación en Cochabamba"; lo segundo, el incomparable espectáculo de un gobierno conservador, que está forzando a toda la república a ingresar en el socialismo, sólo por fastidiar y entristecer a un partido medio. Hace muchas generaciones que soy argentino; formulo sin alegría estas quejas".

Una rareza arqueológica que muestra una búsqueda profunda de lo nacional: el posterior conservador en su etapa de fervor por Hipólito Yrigoyen y el radicalismo y contra la revolución conservadora que lo había derrocado.

En "Déle, déle", relata Borges sus penurias cuando con el advenimiento del peronismo lo echaron de su humilde puesto en la biblioteca municipal Miguel Cané, "ascendiéndolo" a inspector de gallineros. Relata: "Nueve años concurrí a esa biblioteca, nueve años que serán en el recuerdo una sola tarde, una tarde monstruosa en cuyo decurso clasifiqué un número infinito de libros y el Reich devoró a Francia y el Reich no devoró las Islas Británicas y el nazismo, arrojado de Berlín, buscó nuevas regiones. En algún resquicio de esa tarde única, yo temerariamente firmé alguna declaración democrática: hace un día o un mes o un año platónico, me ordenaron que prestara servicios en la policía municipal. Maravillado por ese brusco avatar administrativo, fui a la Intendencia. Me confiaron ahí que esa metamorfosis era un castigo por haber firmado aquellas declaraciones. Mientras yo recibía la noticia con debido interés, me distrajo un cartel que decoraba la solemne oficina. Era rectangular y lacónico, de formato considerable, y registraba el interesante epigrama ‘Déle, déle'. No recuerdo la cara de mi interlocutor, no recuerdo su nombre, pero hasta el día de mi muerte recordaré esa estrafalaria inscripción. ‘Tendré que renunciar', repetí, al bajar las escaleras de la Intendencia, pero mi destino personal me importaba menos que ese cartel simbólico... Lo formulo así: las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomentan la idiotez. Botones que balbucean imperativos, efigies de caudillos, vivas y mueras prefijados, muros exornados de nombres, ceremonias unánimes, la mera disciplina usurpando el lugar de la lucidez... Combatir esas tristes monotonías es uno de los muchos deberes del escritor. ¿Habré de recordar a lectores de Martín Fierro y Don Segundo Sombra que el individualismo es una vieja virtud argentina?"

Segunda etapa borgeana. Ya asentado en un profundo y justificado antiperonismo recuerda su defensa de la libertad planetaria, puesta en duda por el nazismo. Haber firmado una declaración fue motivo para humillarlo mandándolo a revisar gallineros. Destaca la virtud argentina del individualismo y la correspondiente rebeldía e inconformismo.

Finalmente, "Nuestro pobre individualismo" ayuda a equilibrar la declaración final del texto anterior. Además de ser uno de sus escritos memorables, mantiene hasta el día de hoy una curiosa vigencia: "Las ilusiones del patriotismo no tienen término... Aquí los nacionalista pululan; los mueve, según ellos, el atendible o inocente propósito de fomentar los mejores rasgos argentinos. Ignoran, sin embargo, a los argentinos; en la polémica prefieren definirlos en función de algún hecho externo; de los conquistadores españoles (digamos) o de una imaginaria tradición católica o del ‘imperialismo sajón'.

"El argentino, a diferencia de los americanos del Norte y de casi todos los europeos, no se identifica con el Estado. Ello puede atribuirse a la circunstancia de que, en este país, los gobiernos suelen ser pésimos o al hecho general de que el Estado es una inconcebible abstracción (el Estado es impersonal: el argentino sólo concibe un relación personal. Por eso, para él, robar dineros públicos no es un crimen. Compruebo un hecho; no lo justifico o excuso); lo cierto es que el argentino es un individuo, no un ciudadano." Luego de una serie de reflexiones, Borges se sumerge en una explicación profunda de esta desviación que proyectada nos trae al fracaso actual de una sociedad que lo ha probado todo y ha fracasado en casi todo, siendo piadosos. Ensaya: "Los films elaborados en Hollywood repetidamente proponen a la admiración el caso de un hombre (generalmente, un periodista) que busca la amistad de un criminal para entregarlo después a la policía; el argentino, para quien la amistad es una pasión y la policía una maffia, siente que ese ‘héroe' es un incomprensible canalla. Siente con Don Quijote que ‘allá se lo haya cada uno con su pecado' y que ‘no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello' (Quijote, I, XXII). Más de una vez ante las vanas simetrías del estilo español, he sospechado que diferimos insalvablemente de España; esas dos líneas del Quijote han bastado para convencerme del error; son como el símbolo tranquilo y secreto de nuestra afinidad. Profundamente lo confirma una noche de la literatura argentina: esa desesperada noche en la que un sargento de la policía rural gritó que no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente y se puso a pelear contra los soldados, junto al desertor Martín Fierro".

Borges reflexiona con hondura que la expresión "¿yo?, argentino", que implica no meterse, hunde sus raíces en la tradición hispánica. Aporta dos citas claves del Quijote que justifican la propensión argentina a que las corporaciones, que defienden intereses de grupo en detrimento del individuo, impongan su voluntad. La excusa es que cada uno se ocupe de lo suyo, que no es "de hombres honrados" meterse con otros hombres y sus intereses si no los afecta en nada. Esa es la clave cultural, prematuramente descubierta y expuesta por Borges a la consideración pública, para justificar la conformación corporativa de la sociedad que ha llevado al desastre. Los distintos gobiernos han avanzado determinando desde el Estado lo que le daban a cada grupo, mientras los intereses del individuo eran pisoteados. Esa actitud, que ha sido consolidada por los populismos sobre todo, pero que las opciones republicanas no han podido conjurar, es la que estalló en la sociedad actual y derivó en la inesperada llegada de Javier Milei al gobierno. Y con él se instaló el desconcierto ante un país nuevo que las élites no alcanzan a descifrar. Suceden hechos desconcertantes, enrarecidos por las extravagancias presidenciales, muchas veces difíciles de seguir y de digerir para muchos.

"Nuestro pobre individualismo", uno de los textos esenciales de la reflexión borgeana sobre la Argentina, muy marcado en su momento de composición por el ascenso asfixiante para él del peronismo, tiene un final quizás profético que, con calma y sin exaltaciones ni esperanzas desmedidas, habría que leer en clave del presente: "Se dirá que los rasgos que he señalado son meramente negativos o anárquicos; se añadirá que no son capaces de explicación política. Me atrevo a sugerir lo contrario. El más urgente de los problemas de nuestra época (ya denunciado con profética lucidez por el casi olvidado Spencer) es la gradual intromisión del Estado en los actos del individuo; en la lucha con ese mal, cuyos nombres son comunismo y nazismo, el individualismo argentino, acaso inútil o perjudicial hasta ahora, encontrará justificación y deberes. Sin esperanza y con nostalgia, pienso en la abstracta posibilidad de un partido que tuviera alguna afinidad con los argentinos; un partido que nos prometiera (digamos) un severo mínimo de gobierno. El nacionalismo quiere embelesarnos con la visión de un Estado infinitamente molesto; esa utopía, una vez lograda en la tierra, tendría la virtud providencial de hacer que todos anhelaran, y finalmente construyeran, su antítesis."

Javier Milei hasta hoy ha mostrado tres aspectos, que se destacan en muchos análisis. El primero es el plano político, donde está consiguiendo una dudosa efectividad. Tiene traspiés en la ejecución. La inesperada propuesta de Ariel Lijo para la Corte y los frenos hasta el momento de la Ley Ómnibus y el DNU parecen cumbres de esa desesperante e indeseable falencia. Luego está el programa económico, que con sus durezas y rigores es visto por los especialistas más avezados como una proeza que podría tener efectos benéficos incluso más rápido de lo esperado. Ahí está puesta el 100% de la energía del presidente, que va sazonando con un derrotero comunicacional muy vistoso y sofisticado para la obtención de nuevos plazos de tolerancia social. Si logra contener la inflación, como muchos esperan, cambiará el eje de la deliberación pública.

El tercer aspecto es el cambio cultural. Fundamentalmente es la demolición de la Argentina corporativa para moldear una Argentina liberal donde se cumpla la profecía borgeana: el triunfo del individuo, en el sentido de que cada uno pueda desarrollarse en sociedad sin la asfixia del aparato estatal. Existe hoy un Estado que en la búsqueda de solucionar todo para todos embrolla el devenir social al punto de debatirse entre la inutilidad y la corrupción. El cambio cultural sólo se logrará con política, un insumo de calidad que hoy escasea, y con un programa de desregulación como el elaborado por Federico Sturzenegger y su equipo. Hoy se pide aceptar que el Presidente es un ermitaño abocado a tiempo completo a la crucial tarea económica. Ojalá también sea en un futuro próximo un hombre sensato que comprenda que el equilibrio fiscal no es nada sin el desarrollo humano que lleve a la felicidad de los ciudadanos.