Crónicas del Subsuelo: "La desesperación de estar aquí"

Crónicas del Subsuelo: "La desesperación de estar aquí"

Por:Marcelo Padilla

No se cómo la charla derivó en los kurdos. Creo que fue Soledad quien dijo algo y todos dejamos inmediatamente de hablar, miramos a la sole y prestamos atención bajo un colchón de nubes a punto de bombardearnos sin piedad en un pedacito de suelo de Dorrego. La escuchamos. La sole venía de una charla sobre “la ciencia de la mujer” en los kurdos, esa nación sin territorio o sin patria, o al revés: una patria sin nación ni territorio donde las mujeres no juegan un papel en la revolución por la liberación del Kurdistán, son la revolución, o mejor dicho “están siendo la revolución” en una zona no apta. Una sociedad nómade como tantas. Su filosofía y esas cuestiones de interés cultural. La sole sintetizó y volvimos a mirarnos las caras, en la desesperación de estar aquí, pechando el año al abismo, apurando su agonía. La vulnerabilidad de las relaciones, los naipes marcados, la noche cerrándose como una araña, la desesperación por estar aquí, en esta circunstancia. Eso, la desesperación de estar aquí en esta circunstancia. 

Algunas migajas nos dan. Aprovechamos y vemos Estudiantes de Buenos Aires y Acassuso, un partido de la B metropolitana. Rústico. Es una migaja televisada del “fútbol para menos”. Los nombres de los jugadores suenan extraños aunque uno se va familiarizando. A los 30 del primer tiempo ya los teníamos. Diciembre, un mezquino partido de fútbol por la tele entre semana, de noche, visto desde una provincia que padece tropicalismo ambiental. Fraking de amor a distancia. Tierra holandesa ganada al mar del norte. Rotterdam, la ciudad puerto bombardeada por los nazis hecha de nuevo. Uno de los mayores puertos del mundo imperial. Recuerdo esa tarde caminando por el muelle con 23 años, solo, nublado el cielo y yo. Decía, algunas migajas nos dan. La lluvia. El encapsulamiento. Dorrego. La calma permanente. Alguno que otro tiro y balas perdidas mechando los árboles. Los jazmines ya explotados. Los lunes al sol. El decaimiento de ella sobre mí. El sueño de los niños. La desesperación de estar aquí. De nuevo la desesperación y de nuevo aquí. Sin proyección, dudando del sentido supuesto anterior. La epistemología del cansancio. En eso caemos una noche al mar brasilero en la película “O fim de Arsenio Godard”, el triste fin de Arsenio Godard. 1893, rebelión en la armada brasuca que intenta bombardear Río de Janeiro. La película se sostiene en un barco que detiene a un desertor del ejército francés. Lo condenan al silencio, o más bien a la indiferencia de la tripulación mientras él intenta comunicarse, bajo la desesperación de está aquí, en esta circunstancia. La condena es el silencio de todos. Arsenio enloquece. Sí, por desesperación. Tal vez la misma que se siente en este diciembre nublado y solo, como en el puerto de Rotterdam a los 23, solo y nublado. Estudiantes (BA) – Acassuso. El ruego de Arsenio para que lo nombren, le hablen. La locura de Arsenio, el desertor desesperado.

El almirante a cargo del barco advierte con sentencia: “si le hablan, vive”.

La desesperación de estar aquí refiere a la ciudad, a su noción y su vivencia, al “estar” en la ciudad. ¿Por qué nunca pensamos qué significa estar aquí, en la escenificación de los deseos erráticos por “ser alguien”, imputados por la ley finita de las costumbres avarientas? No sabe no contesta. Y lo desopilante en el patio de los objetos (la ciudad) sucede como política cultural. La desesperación de estar aquí también involucra “enterarse”. Una dimensión de la vida cotidiana que es inexplorada por inentendible, tal vez, o por inexplicable, por qué no. Camino por calle San Juan de Norte a Sur. Paso por la puerta del que fuera “Tamanaco”, un sitio donde se tomaba licuado de frutas, se encontraban los pibes en los ochenta, pibes pibes, 13, 14, 15, 16…por las tardes. Otros lo hacían de San Martín para “allá”, metiéndose por 9 de julio, Colón, en fin, por esas zonas extranjeras al pueblo que al menos mantiene tomada Las Heras, General Paz (el suburbio de los cabarets, los whiskies con soda, cochinamente necesarios) y así. La desesperación de estar aquí en una siesta de sábado. Nada más que eso. La ciudad pone mala a la gente. Por eso “las grandes capitales” no perdonan. El reloj en la ciudad es un arma de un solo filo y corta los dones para repartirlos en cuotas. El don de la soledad en la muchedumbre.