Autocine de los 70, el regreso a Mendoza

Como si fuese un capricho del destino, la pandemia nos dejó imágenes que superan la ciencia ficción y ahora intenta llevarnos de regreso al pasado con aires de futuro.

Autocine de los 70, el regreso a Mendoza

Por:Gabriela Moreno
Periodista

Nací en 1969, lo que me permitió vivir cambios de épocas y de artilugios, pasar de la Remington 80 a la computadora para trabajar, del tocadiscos combinado al cassette y al Cd, y agradezco siempre haber disfrutado entre esas sustituciones de la música de los 80 en el momento justo.

Pero, además, con tanta información sobre la instalación de autocines, en las playas de estacionamiento de los shopping y la puesta en funcionamiento de El Cerro en cuanto la flexibilización de la cuarentena lo disponga, más la demanda demostrada en Alemania y Corea, tuve un recuerdo efímero de infancia. Y decidí rescatarlo.

El autocine El Cerro fue cambiando de manos, pero nunca cerró, siempre tuvo un público fiel, que puede haber ido variando entre familias, parejas y estudiantes universitarios a la salida de clases. Y puede haber ido modificando las formas de administración o los frentes, pero ahí se mantiene firme, en la avenida Champagnat 2980, cada tanto maravillando algún turista y ofreciendo las películas que durante alguna semana previa se estrenaron en una sala.

Hoy en día queda pionero entre los posibles trámites para apertura de nuevos y las empresas de celuloide digital que ofrecen hasta por Facebook equipamiento y know how para la "nueva tendencia".

Y me centro en el recuerdo y pienso en cómo cambiaría hoy en día. Mi papá tenía un Valiant IV, (que había lanzado en 1966 la Chrysler Fevre Argentina) verde agua metalizado, que probablemente en esta época llamaría la atención no sólo por el tono, sino también por el largo y lo macizo de su carrocería. Además era amplio, tanto como para viajar horas con niños jugando, durmiendo y comiendo en el asiento trasero uniforme y acolchado.

Con ese auto pesado y grande, al menos para mí, una niña en ese entonces, a mediados y fines de los`70, íbamos al autocine. Sin Covid19, sin necesidad de distanciamiento social, sólo por placer, como salida familiar, como un buen plan. Creo que no volví de adolescente o adulta. Quizá sea lo que nos devuelva la pandemia.

Recuerdo que una vez que el auto pasaba el portón de ingreso, tipo tranquera ajustada al alambrado, mi papá iba en busca del lugar indicado por el vendedor de entradas. Probablemente, a esa altura de la salida, los niños ya especulábamos sobre el momento en que mi mamá abriría el canasto parar repartir los sanguchitos de miga y el vaso con gaseosa.

Generalmente, la merienda/cena arrancaba antes de que aparecieran las primeras imágenes en la pantalla sostenida por una estructura de caños, en la que intentaba descubrir los tornillos que unían los bloques de chapa que la formaban. Ese montaje hoy sería reemplazado por pantallas inflables.

Y el sonido, que en la actualidad se emite por frecuencia de radio, en los años 70 también tenía su particularidad. Una vez estacionados, aparecía el señor que entregaba auto por auto un parlante que se colgaba de la ventanilla, obviamente delantera, con alguno de los adultos en nuestro caso, para evitar que se moviera o cambiáramos de volumen.

Las imágenes de aquel autocine El Cerro me traen además la sensación de buscar la inclinación justa, con varias maniobras con el Valiant, que se lograba estacionando sobre una ondulación del terreno y siempre intercalando vehículos para que los que estaban en la parte trasera no se perdieran de nada.

Se proyectaban dos películas y si bien no tengo recuerdo de cuáles sé que supo primar el cine argentino. Aunque tengo algunas ráfagas de Tiburón, entre sueño y sueño, porque si de algo no se olvidaban los padres era de la manta o frazada por si se ponía frío y de la almohada por si nos dormíamos.

La comida la llevábamos, pero siempre algo vendían en el sector de ingreso. Quizás ahora los locales de comida rápida y snaks de los cines de sala que se podrían transformar en autocine sean los proveedores, ya veremos.

Las quejas venían si alguien en el auto de al lado hablaba muy fuerte y se perdían alguna frase. O si algún grupo de jóvenes corría entre los vehículos en plena proyección o se juntaban debajo de la pantalla y dejaban asomar su sombra que arruinaba la imagen. Ni hablar si alguna pareja tenía su propia escena romántica. Y si el sonido o imagen se cortaba, se avisaba a bocinazos.

Alguna vez hubiéramos querido bajar del auto a jugar con el ripio del terreno, pero el lugar no era para eso. Era para ver las estrellas y la magia del cine. Y si te aburrías podías ver las estrellas del cielo, en la oscuridad del cerro, que en ese tiempo no tenía barrios que lo rodearan.
Todo eso era el autocine, que había tenido su apogeo en los 70, justo cuando me tocó ser niña.

Había surgido en Estados Unidos, casi por casualidad en la década del 30, cuando un vendedor de lubricante para autos, Richard Hollingshead puso un proyector de 1928 sobre el capó de su auto y reflejó las imágenes sobre una lona atada a unos árboles. Al poco tiempo en 1933, patentó la idea como "Drive In Theater", hoy de regreso en busca de diversión en medio de la pandemia.