"Con Sheraton quise poner a Mendoza en el mapa del turismo mundial"

Julio Camsen es responsable de uno de los hoteles que cambió el paisaje urbano. Su relación con el arte y su pasión por el coleccionismo.

"Con Sheraton quise poner a Mendoza en el mapa del turismo mundial"

Se deben contar 87 metros hacia arriba y 37 metros hacia abajo. Es un dato para conocer el edificio que ocupa Sheraton Mendoza, en pleno centro de la ciudad. Posee 17 pisos, 180 habitaciones, 7 salones para eventos sociales o corporativos, piscina climatizada, bares, restaurantes gourmet, spa y fitness center. La inversión del proyecto superó los 65 millones de dólares.

A principios de marzo de 2015, Julio Camsen, el que imaginó este negocio, logró el mejor score en un torneo de golf en La Vacherie, de 59 golpes neto (12 bajo par de la cancha), lo que le aseguró un primer puesto más que cómodo. “Un score que va a ser difícil  que alguien pueda mejorarlo en la temporada 2015”, dijeron los especialistas.

Es uno de los empresarios más ocupados en la atención de sus empresas. Sin embargo, además del golf, es dueño de otra pasión, que lo distingue hace décadas dentro del arte contemporáneo de Mendoza y Argentina: su faceta como coleccionista. El hablará sobre sus funciones de mecenas con varios talentos locales.

Cuesta encontrar momento para una charla fuera de agenda. Y así, a las corridas, respondió algunas preguntas de un mendocino que, a su modo, hace escuela y sienta bases sólidas, en la mejor tradición de los pioneros que le dieron forma, carácter y personalidad a este desierto ni siempre tan desierto. Julio Camsen también dedica más que tiempo en su proyecto inmobiliario de viñedos, en un predio de 200 hectáreas en Gualtallary, Tupungato. Ese emprendimiento tiene como vecinos a Chandon, Catena Zapata, Freixenet y Tupungato Winelands.

Un hotel de 120 metros de alto, con obras de arte de todos los tiempos.

“Se recibió de administradora de empresas con mi hija. Lo que ha sucedido es una desgracia”, dice, apenas lo encuentro. Se refiere a Alejandra Berman y al accidente fatal, sucedido la semana pasada. La noticia lo conmovió. Aquí la charla.

Quería saber exactamente cómo había nacido tu pasión tan impresionante por el arte. ¿Responde a algún mandato familiar, una inquietud individual?

En la familia tenemos (piensa)... siempre tuvimos una ascendencia típica, de alguna forma. Mi padre era muy buen dibujante y era también radioaficionado. Aunque siempre se dedicó a las finanzas. Mi madre, en cambio, cantaba en un coro. Y cuando yo era chico me mandaba a que aprendiese zapateo americano, seguramente porque a ella le gustaba como lo hacía Fred Astaire. Yo entraba por una puerta y salía por la otra. Nunca fui de zapateo americano (risas).

Los dibujos de tu padre. ¿Cómo eran?

Mi viejo (piensa). Yo descubrí el talento de mi viejo dibujando porque cuando era chico él me hacía todas las carátulas de mis cuadernos escolares. Entonces ahí me di cuenta que en el suyo había un trazo, una línea. Y ahí empecé a descubrir a mi viejo como artista. Ni yo ni nadie en la familia sabíamos que mi viejo tenía alguna pasión por el dibujo.

¿Era una pasión oculta la suya?

Era como oculta, sí. Él la demostraba, pero como a solas, muy en la intimidad. Nunca la exteriorizó, digamos, con la familia. ¿De acuerdo? Y la única forma de exteriorizarla era cuando nosotros le pedíamos que nos hiciera los dibujos para la escuela.

¿Cómo llega tu padre a Mendoza?

El es nacido en Patagones, al sur de la provincia de Buenos Aires. Y mi abuelo se viene a vivir a Mendoza porque mi padre era asmático. Entonces le dijeron que su hijo tenía que vivir en algún lugar a 700 metros de altura. Y eligieron Mendoza para radicarse. Mi pasión por el arte también se explica porque siempre en mi familia alguien se dedicó a coleccionar algo. Mi abuelo lo hizo con una importante colección de monedas. Era un numismático destacadísimo. Después mi padre hizo lo propio con la filatelia. Yo lo acompañaba a comprar al correo todos los domingos las estampillas, el mismo día de la emisión.

Entonces vos tenías que seguir esos hábitos.

Yo inicié lo que se llama, dentro de los distintos tipos de coleccionismo, la colección de arte. Cuando tenía 13 años compré mi primera obra. Fue una escultura de (Antonio) Pujía. Yo estaba en la puerta de una galería de arte en Buenos Aires, y el dueño de la galería, me miraba. Entré. Y me dijo: “¿Te gusta?”. Sí, claro que me gustaba. Valía 1300 pesos al día de hoy, ponele. Y yo tenía nada más que 300 pesos. El tipo me dijo: “Bueno, no importa, llevátela igual. Yo te voy a dar tantas cuotas para que me la pagués”. Y así empezó mi colección.

¿A los 13 años?

Sí. A los 13 compré un Pujía. La segunda obra fue un (Juan) Scalco.

Juan Scalco, uno de los artistas preferidos del prematuro coleccionista

¿Cómo fue que a los 13 años, en Buenos Aires, estabas solo?

Por un accidente me tuve que quedar en Buenos Aires. Por un accidente, ya que el avión no había salido o había problemas con los vuelos o no me acuerdo qué. Y mi padre me piloteaba, con un amigo que tenía en Buenos Aires, y me dijeron: “Mirá, quedate a dormir”. Era un departamento que está en calle Corrientes. Y en la noche salí y me puse a caminar por las galerías de arte.

En esa época, Buenos Aires, era un hervidero de artistas más de lo habitual.

Claro. Ahí se me empezó a despertar la pasión por el arte, digamos. Y después, bueno, el coleccionismo. Y después, qué sé yo, tratar de hacer lo que he hecho toda mi vida: ayudar a los jóvenes artistas. Hacerles un poco como de mecenas o sponsor para que puedan desarrollar su pintura.

¿Nunca pensaste que podías ser artista?

En una época, estando en Buenos Aires, en la que vivía solo por mi trabajo, de lunes a viernes, empecé a tomar clases de dibujo, en un estudio en Avenida Santa Fe. Una academia que había de dibujo, no me acuerdo el nombre. Tenía 26, 27 años. Y descubrí que me gustaba. A mí siempre me gustó el lápiz, trabajar mucho con el lápiz. Pero, por supuesto, al empezar la colección mi padre no dejaba nunca de llevarme a todas las muestras que había en los museos. Entonces se despertó en mí un amor por el coleccionismo. Ayudado, en aquella época, fundamentalmente por amigos como Giacomo Lo Bue, que tuvo galería de arte en su momento por Mendoza. Lo cierto es que con estas actividades se despertaron en mí un montón de pasiones. Por el dibujo, el color. Y, contrariamente a lo que colecciono, a mí me gusta mucho el dibujo. Para mí uno de los grandes dibujantes ha sido Spilimbergo. Contrariamente a eso siempre coleccioné óleos (risas).

¿Tenés obra de Spilimbergo?

Sí tengo, por supuesto. Porque tengo una aversión, te diría, al color. El color es todo lo contrario a lo que te da el lápiz, en un buen trazo. El lápiz te da la forma, pero no el color y la vivacidad que aparecen en el óleo.

¿Tuviste noción de lo difícil que iba a ser alguna vez dibujar bien, al nivel de lo que has coleccionado toda tu vida? ¿Abandonaste o sigue en la intimidad.

No, las clases las tuve como un hobbie. Como un hobbie, a tal punto que, después, mis hijos me pedían que les hiciera dibujos. Y actualmente también mi nieta me pide que se los haga (risas).

Se estaría repitiendo la historia…

Claro, se está repitiendo la historia familiar. Pero lo hago como y me da una cierta satisfacción hacerlo. Pero decididamente yo nunca pensé que podía llegar a ser un artista plástico. Las clases si me sirvieron para darme cuenta cómo se manejan los dibujos en el plano, cómo se le puede dar volumen. Y es lo que he tratado de buscar cuando conozco obras de artistas contemporáneos. Aprendo la técnica que vi en el plano, en el manejo del dibujo. Y trato de ver y aplicarla cuando una obra me gusta. Me gustan las obras que tienen mucha profundidad, mucho equilibrio de colores, que tienen mucha materia. En donde hay una cierta habilidad por la composición de la obra. Y a veces, te confieso, que hay obras que no reúnen ninguna de estas partes y, sin embargo, me gustan por algún otro motivo.

"La diversidad y la pluralidad hacen a la excelencia"

Es lo caprichoso del arte.

Lo bueno es encontrar todo esto en una obra: que te guste y que tenga todos los atributos de la mejor obra de arte que uno puede imaginar.

En ese rol de mecenas, ¿el motivo es la fascinación por un artista, el apostar a lo desconocido?

Yo soy un convencido, y esto lo he aplicado en varios órdenes de la vida, que la diversidad y la pluralidad hacen a la excelencia. Yo siempre digo que si tenemos un solo hotel 5 estrellas estamos en el horno. Si tenemos varios hoteles 5 estrellas cada uno se va a preocupar para tener el mejor servicio. Y en definitiva los que ganan en esto son los mendocinos. Y con este concepto es que me he movido también en el tema del arte. En el arte, me parece que lo que va a hacer que tengamos buenos coleccionistas y buenos artistas, es aprender a motivarlos. La forma de aprender a motivarlos es tratando de asistir a todas las muestras que se hacen. Tratando de comprar, el que tiene poder adquisitivo, una obra de arte y no una lámina para poner en su casa. Porque de esa forma está ayudando a un artista plástico. Y lo que queremos y lo que deberíamos lograr todos los mendocinos es el desarrollo de los mismos mendocinos. Tengo varios ejemplos de amigos que empezaron a pintar y que hoy son grandes plásticos, que están muy bien cotizados, que empezaron como aficionados. Y yo siempre les insistía y hasta a algunos les he pagado un viaje al exterior. Viajar al exterior te abre la cabeza, te abre el mundo, te abre a un montón de cosas. Y creo que eso es lo bueno, poder transferir experiencias y conocimiento. Y creo que esa transferencia de conocimiento que se produce desde afuera hacia adentro hace que, en definitiva, todos los mendocinos tengamos una riqueza intelectual cada vez más afinada.

Sos uno de los grandes coleccionistas de arte, incluso no ya de Mendoza sino de la Argentina. ¿Crees que hay más gente en esta actividad que cuando la empezaste?

Yo no trato, en lo posible, de esconder nada, sino de mostrar. Creo que el hecho de mostrar es una cosa innata en mí. O sea, yo tengo la posibilidad de tener obras muy buenas y se las muestro a los huéspedes en mis hoteles. Las tengo colgadas. Vos podés estar tomando un café en la Peatonal, que está bueno que lo tomés en la Peatonal, porque tiene su cosa interesante y yo lo hago de vez en cuando. Pero aquí podés estar tomando un café frente a un Spilimbergo, frente a un Fader, frente a un Fidel de Lucía, del año 1930, que tiene que ver con la historia de Mendoza. Y es otra cosa. El café vale lo mismo. Pero son dos cosas distintas. En una estás viendo todo el paisaje maravilloso que tiene que ver con la Peatonal, nuestra cultura urbana. Y en la otra opción estás frente a una obra de arte, en una especie de museo, con una obra que es parte de nuestra historia. Y que tiene que ver con nuestras raíces. Entonces eso creo que es lo que hace valioso el hecho de mostrar la obra. Que la gente pueda apreciar que en una época, en Mendoza, por el año 1900, tuvimos muchos talentos. La gente tenía mucho dinero en Mendoza. Había familias de bodegueros que contrataban pintores del exterior que venían y pintaban en Mendoza. E incluso algunos se quedaban a vivir en Mendoza. Y de eso quedan series de obras maravillosas. Es el caso de Fidel de Lucía, Lorenzo Domínguez. Hasta Berni pasó por Mendoza.

Fernando Fader, casi de puño y letra, en 1917

¿Le falta mayor visibilidad, a este recorrido que propones desde el arte?

Creo que lo que nos hace falta es mostrar, más y mejor. Soy un crítico, cuando he hablado muchas veces con el Ministerio de Educación, con gente que está en la Universidad. Les he dicho: “pasen por los hoteles, organicen visitas, traigan a los chicos”. Es la forma de llegar al arte. Es importante mostrar. Porque es una forma de abrirse. Yo me acuerdo que mi padre, cuando yo era chico, me llevaba de la mano al museo. Y yo era un tipo tan feliz ¿no? Este, era como si tuviese un juguete. 

¿Es muy difícil comprarte a vos una obra que ya compraste?

¡Sí! ¿Obras de acá? Han estado expuestas en el Museo Nacional de Bellas Artes. A muchas las han venido a buscar a Mendoza y han participado en exposiciones en museos nacionales. Tenemos obras muy importantes.

¿Por qué te embarcaste en instalar la marca Sheraton en Mendoza?

Cuando saqué a la luz el tema del Sheraton en Mendoza lo que pretendía era poner a Mendoza en el mapa del turismo mundial. La cadena Sheraton es la cadena hotelera más importante del mundo, la que más hoteles tiene. Y creo que eso nos iba a poner dentro de las tendencias globales. Y me parece que lo hemos logrado. Hoy estás en Dubai, abrís la revista de Sheraton, y vas a encontrar el hotel de Mendoza. Te vas a Pekín, y lo mismo.

¿Cuál fue el aporte, además de la internacionalización?

Hay un refrán que dice: “si en una ciudad hay un Sheraton es porque la ciudad es importante”. Con eso te respondo todo.

¿Cómo manejás el tema del negocio del arte? No vamos a negar que, en algún punto, manejás algunas cotizaciones y algunos precios.

Lamentablemente puedo decirte que no estoy en el negocio del arte. Puedo saber de cotizaciones, porque compro, soy coleccionista. En el coleccionismo estás un poco como obligado a conocer los precios del mercado, pero debo decirte también que soy una especie de esclavo del coleccionismo. Porque esto es como cuando éramos chicos y nos faltaba la estampilla o la figurita del álbum para poder terminar y completar el álbum. En esta actividad nunca se termina de completar el álbum: cada vez aparecen mejores cosas y uno quiere llegar a todo. En mi vida hice cosas muy extrañas. Una vez llegué a vender mi único auto, cuando mi esposa estaba embarazada de mi primera hija. Era el único auto que tenía para movernos. Lo vendí por un cuadro. Y la pregunta de mi mujer fue: “¿cómo nos desprendemos del único vehículo que tenemos para movernos?” Respondí: “Muy sencillo, ya vamos a tener otro vehículo. Pero no va a haber otra obra igual que ésta. Porque esta es una oportunidad”. En la pasión del coleccionismo no hay límites (ríe).

Insisto que es imposible comprar alguna obra que vos ya hayas adquirido.

(Risas) Es imposible. Es que, además, en el coleccionismo siempre sos comprador y nunca vendés nada. Por lo menos eso es lo que me pasa a mí. Cada obra que tengo tiene una historia. Hay obras que yo he seguido durante muchos años. Y cuando he logrado tenerla, imaginate que vos me llegás a proponer que la querés comprar. Vas a tener que esperar a que me muera. No hay otra forma (carcajadas).

¿Has podido transmitir esta debilidad entre tus hijos?

Les he enseñado a querer el arte y a tener esa pasión, sí. Tengo la esperanza que alguno de ellos la siga, ojalá sean todos. Siempre me han acompañado y los he llevado conmigo a todas las ferias de ArteBA. Y les he enseñado a comprar. Ellos mismos, cuando eran chicos, 10 o 15 años, han negociado con los propios pintores. Yo los he esperado en el bar esperando a que vinieran para ver qué cosas traían y qué cosas les había gustado.

¿Por qué no tenemos un museo de arte contemporáneo importante en Mendoza? Moderno, dinámico, contemporáneo hasta en su infraestructura.

Tenemos en Mendoza, me parece a mí, muy buenos museos. Lo que hay que hacer es ponerlos en valor. Creo que estamos pasando por un momento de país en donde hay una pobreza muy grande a nivel económico. Y por supuesto que el nivel económico también conlleva a la pobreza intelectual. Tenemos que aprender que hay cosas que son muy importantes. Una es que los museos tienen que estar en condiciones y tienen que estar atendidos por personas muy profesionales. Creo que así como se hicieron este año muchas obras a nivel deportivo, el gobierno… Nos debemos un buen museo de arte contemporáneo. Y estoy de acuerdo con vos, estaría muy bueno. Pero, primero, pongamos en valor los museos que tenemos. Me parece que ahí hay una gran deuda.