Es imperioso gambetear los atajos cleptócratas y delirantes

Lo más distorsivo es que en el electorado rumbo a un comicio se mezclan quienes consumen información elaborada mediáticamente con quienes sólo están en ese mundo artificial de las redes.

Es imperioso gambetear los atajos cleptócratas y delirantes

Por:Jaime Correas

 "Y aunque digan que va a ser muy fácil

Es muy duro poder mejorar

Hace frío y me falta un abrigo

Y me pesa el hambre de esperar

....................................

Y la radio nos confunde a todos

Sin dinero la pasaré mal

Si se comen mi carne los lobos

No podré robarles la mitad".

"Confesiones de invierno", Charly García

Ricardo Piglia ha sido, quizás, el escritor de ficción argentino que más ha reflexionado sobre los modos de construcción de lo literario. Entre sus muchos trabajos en este sentido hay uno muy sugestivo. Su comprensión permite no sólo leer de un modo más inteligente, sino que ayuda a observar la realidad menos linealmente. En su texto "Tesis sobre el cuento" escribe: "En uno de sus cuadernos de notas Chejov registra esta anécdota: 'Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a su casa, se suicida'. La forma clásica del cuento está condensada en el núcleo de este relato futuro y no escrito. Contra lo previsible y convencional (jugar-perder-suicidarse) la intriga se plantea como una paradoja. La anécdota tiende a desvincular la historia del juego y la historia del suicidio. Esa escisión es clave para definir el carácter doble de la forma del cuento. Primera tesis: un cuento siempre cuenta dos historias".

Ver: Quincho: Cornejo activo, PJ despierto, y viáticos increíbles de Las Heras

Herman Melville, el escritor estadounidense que debe su fama a "Moby Dick", la historia de la puja entre un ballenero y una ballena, cuyas páginas han sido leídas como una metáfora de la inmensidad y desolación de la existencia humana, publicó en 1856 un cuento largo que confirma la tesis de Piglia. "Bartleby, el escribiente" es protagonizado por uno de los personajes más tristes y perturbadores de la literatura universal. Borges tradujo el texto en 1944 para publicarlo en los "Cuadernos de la quimera", colección de la editorial Emecé que dirigía el olvidado Eduardo Mallea. No dudó además en afirmar que el texto de Melville prefigura varios años antes el universo de Franz Kafka. Ese mundo literario que ha dado origen al tan difundido adjetivo "kafkiano" para aludir a lo atroz que no tiene explicación. Un laberinto donde el individuo se encuentra atrapado en un engranaje que lo arrastra sin que logre entenderlo.

"Bartleby, el escribiente" cuenta la historia de un hombre que ingresa a trabajar al estudio de un abogado como copista. Quien narra es el jurisconsulto, el otro gran protagonista del relato. La oficina tiene tres empleados, Turkey, Nippers y Ginger Nut. Los dos primeros son escribientes y el tercero es el niño de los mandados. El crecimiento de las tareas requiere de otro copista y Bartleby irrumpe allí por una convocatoria laboral. Rápidamente se transforma en un eficiente y misterioso empleado, pero sus actitudes desatarán conflictos en ese universo que había sido tranquilo. El quiebre sucede cuando el particular hombrecillo empieza a repetir ante los requerimientos laborales una frase que lo hará célebre como personaje en la historia literaria: "Preferiría no hacerlo". Impone a su entorno una inacción que empuja al resto al conflicto. La negativa de Bartleby a realizar los trabajos que se le encomiendan o a cumplir con otros pedidos va acompañada de una gran mansedumbre. Su único escudo es la frase inalterable para rechazar los pedidos, que repite ante cada requisitoria: "preferiría no hacerlo". Sus respuestas no son agresivas ni desafiantes, la introducción de la preferencia como excusa lo dulcifica. Las acciones se van desarrollando y crece la inquietud de los oficinistas. Ellos también tienen sus rarezas que son toleradas por el jefe porque no paralizan la acción. Se llega al descubrimiento de que Bartleby vive de modo precario escondido en la propia oficina. Ha invadido el espacio también de modo pacífico y discreto. Ante la imposibilidad de que acate el despido y abandone el lugar, el abogado decide irse él mismo y alquila otra oficina, alejándose de Bartleby. Aún así no logra desentenderse de su ex empleado porque ha establecido con el desvalido hombre una relación simbiótica que los mantiene unidos. Los dueños de la vieja oficina tampoco logran sacarlo. Recurren a la policía. Bartleby va a parar a la cárcel, sin demasiada convicción de la justicia, porque a los agentes los sorprende su tranquilidad. Queda para los interesados leer el final en el link adjunto, pero lo cierto es que es un magnífico ejemplo del mecanismo de construcción narrativa planteada por Piglia. La historia no contada en el cuento resignifica lo que se pueda pensar de Bartleby. Esa parte no contada está en el pasado del oficinistas. ¿Quién era antes de llegar al trabajo? El lector se encuentra con un personaje y se solidariza con él o se inquieta, pero ¿cuál es su vida anterior? Develar ese enigma explicaría, quizás, sus actitudes desconcertantes. Pero como no hay modo de hacerlo, se pone en marcha el mecanismo maravilloso de la literatura que despierta la imaginación del lector. De hecho, la enigmática última línea del texto dice: "¡Oh, Bartleby! ¡Oh, humanidad!". Con lo cual el autor parece indicarnos que en ese extraño ser se refleja algo profundo de la condición humana, común a todos.

Los ciudadanos toman a diario los relatos que circulan a su alrededor por los medios, las redes, las conversaciones personales y tejen con ellos un mundo de creencias. ¿Qué sucede cuando sus insumos son falsos, o una buena parte de ellos lo es, y no hay modo de legitimar lo que se escucha o se lee? Lo más distorsivo es que en el electorado rumbo a un comicio se mezclan quienes consumen información elaborada mediáticamente con quienes sólo están en ese mundo artificial de las redes. ¿Por qué artificial? Porque por definición las redes llevan a quienes se alimentan informativamente de ellas por senderos que tienen que ver más con los prejuicios del consumidor que con la realidad. Mientras escribía estas líneas recibí de Google un video de Javier Milei acusando a Patricia Bullrich de haber puesto bombas en jardines de infantes. Yo había leído una documentada nota en un diario con historiadores e intelectuales refutando esa teoría. ¿Cómo leyó eso mismo el que sólo navega en las ciénagas de las redes? ¿Cómo se compensa una mentira que ya ha sido refutada y que sigue horadando los cerebros presos en esa cloaca? ¿Incide?

El primer debate presidencial tiene un ejemplo inquietante de omisión. ¿Cómo es posible que si Javier Milei creció en las preferencias del votante con los conceptos de "casta" y "dolarización", esta segunda espada desapareció de su mensaje? Quizás porque la ilusión dolarizadora le paga dividendos en las redes con un consumidor que quiere satisfacción inmediata. Como un narcótico. Sus penurias se solucionarán rápido, por arte de magia, con una motosierra. Cambiará pesos devaluados por dólares y ya está. ¡Voilá, desaparece la inflación, y vuelve la fiesta de consumo! En las redes, donde no hay contrastes, ni réplicas, ni matices, ni ninguna sofisticación de los razonamientos con eso basta y se fidelizan votantes. Por eso para el debate sólo se guardó la "casta" que, aunque falso como concepto, es efectivo. El riesgo es que, como sucedió, se empiece a identificar al propio denunciante con lo denunciado. Difícil a esta altura para Milei disimular su cercanía con la casta a través de Massa y de personajes emblemáticos como Barrionuevo. Esos hechos son determinantes para un público más sofisticado. Los adoradores de la motosierra de las redes son refractarios a ellos. Les basta con el estruendo, los gestos y los gritos. Tik tok piensa y selecciona por ellos, pero no tienen, ni parece hacerles falta, el complemento de otras fuentes para contrastar.

El caso de Massa es también paradigmático en el sentido de los relatos escondidos. Pero en este caso lo increíble es alguien hablando de una realidad como si esa realidad no existiera. Gestionar su candidatura presidencial con 140% de inflación, 40% de pobres, demolición del salario real, Insaurralde, "Chocolate" Rigau, por sólo aludir a lo más actual, lo lleva a un desdoblamiento de personalidad por momentos desopilante. Avanza intentando desprenderse de una larga lista de hechos efectivamente sucedidos. El diputado de JxC Rodrigo de Loredo se los recordó al kirchnerismo en el Congreso con inusuales dotes oratorias. Lo hizo en un discurso que circuló ampliamente y eriza la piel. En él cuenta esa historia que Massa pretende disimular huyendo hacia adelante como si fuera un cuentista genial descripto por Piglia. La desgracia para la Argentina es que la cleptocracia K no parece hacer mella en una buena parte del electorado.

Los dos candidatos populistas corren con una ventaja. Sus votos tienen un núcleo duro donde la realidad poco importa. Se construye en las redes con fragmentos falsos o en los medios con un relato épico basado en fantasías. Pueden mentir a destajo. Subir gastos y bajar impuestos en un país quebrado como hace Massa o arreglar todo con una motosierra como el libertario, sin un sólo equipo y con un staff facturado en las cuentas oscuras del candidato de Unión por la Patria. Pueden saltar lo real sin hacerse mayores problemas. Un indicio aparece en los spots radiales de los candidatos. Mientras Patricia Bullrich y Javier Milei hablan ellos mismos, Sergio Massa le deja la voz a un locutor para que diga mentiras e ilusiones que sonarían todavía más falsas con su inconfundible tono canchero en falsete.

Patricia Bullrich, con un mandato republicano, tiene mayores dificultades. No cuenta en su menú con magias para ofrecer. Más allá de errores, debilidades y falencias, propone cosas factibles y para eso ha formado equipos y elaborado programas. Ese camino es menos sexy que repartir demoliciones y platita. Ofrecer orden para atacar la enfermedad argentina es razón necesaria pero no suficiente. Sobre todo frente a un candidato como Milei que como método para curar un cuerpo enfermo le propone sucididarse o un postulante como Massa que ofrece para curar al sufriente inyectarle más dosis en las venas del virus letal que lo está matando. De allí que Bullrich deba ofrecer su mercancía sabiendo que a cierto público cautivo del populismo no tiene chances de llegar. Y que hay muchos, demasiados, legítimamente hartos y desencantados que no están muy dispuestos a confiar. Sin embargo, su oferta principal es una novedad absoluta en la Argentina. A diferencia de los otros dos postulantes abre una luz: si logra saltear la ilusión populista será presidenta del primer gobierno de la democracia no peronista con cantidad de senadores y diputados como para encarar reformas de fondo; con una liga amplia de provincias afines, como siempre ha tenido el peronismo, con posibilidades crecientes de que la integre la problemática Provincia de Buenos Aires; con alrededor de quinientos municipios en todo el país que le dan una cobertura y una gran distribución territorial; con sólidos equipos de gestión y programas. Al lado de la derogación de ganancias y planes platitas al mismo tiempo y de Fátima Florez pareciera una oferta soporífera. Pero la Argentina es un país tan extraño e impredecible que a lo mejor mientras en el resto del planeta muchos parecen haber enloquecido, gambetea su pulsión habitual y esta vez opta por la sensatez contra la necedad.