La cooperación necesaria o el caldo gordo al populismo

Las visiones populistas no admiten culpas propias en la decadencia y las remiten a los "otros", los que no son propios y con los cuales hay que confrontar.

La cooperación necesaria o el caldo gordo al populismo

Por:Jaime Correas

En general, las relaciones menos sanas son las que encuentran las maneras de "por qué no" y les resulta difícil llegar a los "por qué sí". Sobre todo porque la negativa suele ser de clausura. En cambio la visión positiva puede ser de sí, pero con prevenciones, razonables prevenciones. Esto trae como consecuencia que se bloquean posibilidades de modo tajante, pero no se encuentran las síntesis que permitirían avanzar y mejorar. En este juego de suma cero la ganancia de uno implica la pérdida del otro y se bloquea la posibilidad de la colaboración que permite potenciar el resultado para el conjunto. La realidad no funciona como un juego de suma cero porque muchas instancias se dan superpuestas, son complementarias y los esfuerzos de unos sirven a otros, al tiempo que potencian al colectivo. Es cierto que para que esto suceda debe existir voluntad de los socios integrantes de una sociedad.

La Argentina está atrapada en un laberinto donde se rastrea el inicio de la decadencia para intentar revertirla y se ensayan variadas hipótesis al tiempo que se construyen falsos pasados para ganar la batalla dialéctica. El mismo día de esta semana nos enteramos que el papa, condenando la pobreza en el país desde Roma, remitió al idílico 1955 del fin de su escuela secundaria con 5% de pobreza preguntándose qué había pasado luego. Para contestarle la vocera presidencial dijo que la cifra actual del 52%, que se planteó desde el Vaticano pero no es la oficial, es producto de los cuatro años del gobierno de Macri. En primer lugar, a pesar de las simpatías políticas papales explícitas, es difícil encontrar mediciones de pobreza del año al que aludió y por supuesto tampoco de 1945, para compararlas, o de 1916 o 1930. Los estudiosos de estos temas empiezan a comparar de los años 60 para acá y coinciden en que hasta la debacle que muchos centran alrededor de 1974 la cifra de pobreza era constante y bajísima, siempre cercana a ese angelical 5%. Lo de la vocera se contesta por sí mismo por la precariedad de su visión, pero curiosamente remite en la conformación ideológica a la amañada elección de la fecha bergogliana: la búsqueda de un culpable, de un victimario y, por consiguiente, de una víctima. En ambos casos para justificar una praxis política y exceptuar de responsabilidades a los propios. Malraux cuenta en sus diálogos con De Gaulle que el general le confesó: "Y no deseo echarle las culpas a nadie: culpar a alguien es siempre una debilidad".

Ver: Quincho: La UCR apura, De Marchi amaga, el PJ defiende sus territorios

Ríos de tinta, en muchos casos interesantísimos, corren en estos años sobre el tema del populismo. Se discuten definiciones, características, orígenes. Y a esta altura se ha acordado que los hay de derecha y de izquierda, autocráticos y en envase democrático, parecería que estamos frente a un modo de la política que toma diversas formas, como esos monstruos de las películas de terror recientes borrachas de tecnología y flacas de argumento. En la línea de los diagnósticos sobre la situación de la Argentina uno de los signos distintivos es que las visiones populistas no admiten culpas propias en la decadencia y las remiten a los "otros", los que no son propios y con los cuales hay que confrontar. Está en su ADN y en el de sus ideólogos. Eso es lo que lleva a postular a alguien informado como la vocera presidencial que la decadencia actual se debe a los cuatro años de 2015 a 2019. Si se toma el período cuyo inicio fue marcado con sutileza pontificia en 1955 hasta hoy, son sesenta y siete años en los que su partido tuvo largos períodos de responsabilidad, sobre todo recientes. Pero ella pretende que toda la culpa fue por cuatro. No suena muy serio. Esto debería ser un alerta para que la vertiente republicana democrática se diferencie elaborando un diagnóstico más sofisticado que en vez de repartir culpas encuentre errores estructurales y posibles caminos de salida.

El Papa condenó desde Roma la pobreza de Argentina. 

En una entrevista del escritor español Javier Cercas al presidente de Francia Emmanuel Macron el autor de "Anatomía de un instante" no duda en decirle que el problema de la democracia es el combate entre el "nacional-populismo" y la democracia y apunta a la guerra en Ucrania donde destaca que Vladimir Putin ha apoyado y se ha apoyado en los regímenes populistas. Se pregunta si esto es la antesala de algo grueso. Basta con mirar el planeta para comprobar que el esquema derecha-izquierda ha dejado paso a algo bastante difuso, por las diversas formas que toma, mejor abarcado por esta puja entre el nacional-populismo y la democracia que apunta Cercas y que quizás sería más preciso enmarcar en un match populismo versus republicanismo. Sobre todo atendiendo a la novedad de que en un país con una democracia robusta, como Estados Unidos, un presidente como Trump no entregó el poder en persona a su sucesor, como había sucedido en Argentina y pasaría en Brasil y alentó a sus partidarios a tomar la sede del poder, algo que se repitió en Brasilia hace días. Uno de los pilares del sistema republicano es la alternancia en el poder y la no descalificación del compatriota adversario, tan emparentada con la echada psicopática e infantil de culpas. Más allá de las responsabilidades que a cada uno caben en los problemas de su país. Los populismos tienen la característica de excusarse de cualquier responsabilidad sobre lo negativo y de encontrar lo malo siempre en su rival.

Esta semana, circuló un trabajo del politólogo Vicente Palermo, uno de los analistas lúcidos del país, quien hace un esfuerzo muy profundo de entender esta problemática que parece condenada a enfrentamientos irreductibles. Si bien su caracterización no es exactamente entre populismo y republicanismo, pues usa otras categorías, guarda contactos y sus reflexiones contribuyen a la comprensión de una problemática política que parece ser global pero con signos distintivos locales, incluso provinciales, en el caso de nuestro país.

Palermo, en su esfuerzo por buscar esa síntesis que no paralice el intento de hallar confluencias de mejoramiento llega a evitar terminologías más rígidas y habla de estilo 1 y estilo 2 para caracterizar a los grupos en pugna en estas tierras. Analiza: "Esto no puede cambiarse así nomás, conversando con buena onda (batendo papo numa boa) y llegando a un acuerdo. Sin ilusiones, lo que podría cambiarlo es un gobierno que tuviera a la vez capacidad, fuerza y un proyecto de largo plazo de una Argentina próspera e igualitaria, sustentado, si no es mucho pedir, en unos partidos sólidos. No se trata de un ‘proyecto nacional', sino de una serie de objetivos que se podrían convertir n políticas de cooperación, negociación, transacción y compartición del comando político, que estimularía a parte de la oposición a alterar sus orientaciones, alargando los tiempos de las políticas de reforma y de las gestiones macroeconómicas. En suma, la cooperación es tan indispensable como -al menos por ahora- imposible: no podemos renunciar a ella. Pero la cooperación nos coloca delante del conflicto, no nos aparta de él. Hay que cooperar para confrontar. Si tomamos en cuenta los casos en los que -desde 1983 en adelante, como el Plan Austral y la Convertibilidad- se reunió un activo político estatal suficiente como para encarar objetivos ambiciosos de estabilización y reforma, veremos que los gobiernos buscaron la cooperación sólo reticentemente, y las oposiciones aceptaron cooperar de un modo más reticente todavía. Este fue uno de los factores por los que los gobiernos que intentaron estabilizar la economía lo lograron, pero de inmediato se sentaron sobre sus logros y no fueron más allá. Ir más allá era atreverse a avanzar sobre un terreno inseguro, y sin acompañamientos: ir más allá implicaba encarar riesgosos conflictos. Claro, este no fue tanto el caso de la Convertibilidad, en la que el gobierno avanzó, pero la cooperación que buscó y encontró para las reformas institucionales, como la Constitución de 1994, no la buscó ni le fue ofrecida para llevar a cabo una salida ordenada de la jaula de hierro del tipo de cambio fijo, herencia envenenada primero para sí mismo y luego para quienes lo sucedieron. El muy alto grado de cooperación política que era preciso para encontrar el camino de salida, inevitablemente conflictivo, no estuvo al alcance de la mano."

El texto de Palermo merece ser leído entero con atención pues recorre los problemas que enfrenta el presente y el futuro de la Argentina y, fundamentalmente, no echa culpas a nadie sino que intenta comprender y proponer. Es paradigmático para un país en el que sus políticos conciben la política como un decálogo de los errores ajenos para ocultar la mayoría de las veces las incapacidades propias. Volviendo al inicio, daría la impresión de que para conseguir esa cooperación en la Argentina hay que decidir si se comparte en el diseño institucional un espacio republicano o uno populista. Con todo lo que esto implica, respeto de la división de poderes, igualdad ante la ley, soberanía popular, todos principios que funcionan a la vez, coordinados y con consecuencias, como la división de poderes y la periodicidad en los cargos y la alternancia que tiene rituales, el traspaso a quien gana las elecciones, entre ellos. Para consolidar una república no basta con aceptar una derrota electoral, hay que cumplir con los ritos de la continuidad republicana.

Todas estas situaciones, sin dudas, en cada realidad política se dan con impurezas que hay que ir mejorando. Pero es determinante en cuál opción se ubica cada protagonista y también con quien colabora con sus decisiones. Es cierto que los espacios se consolidan hacia el centro y la moderación porque ahí está el núcleo ciudadano más consistente, pero contienen elementos ultras, que es preferible minimizar. Aunque a veces las carencias del centro dejan crecer a los adefesios extremos.

Algunos fenómenos como el bolsonarismo, el trumpismo o el chavismo proponen radicalizaciones en las que no importa si van por derecha o por izquierda, sino que ponen en duda el sistema democrático y republicano al que usan cuando les conviene y lo debilitan cuanto pueden en la práctica. Tanto la conformación de los posibles frentes de gobierno para el futuro argentino y para el mendocino están jaqueados e interpelados por este panorama trazado. Y por eso la responsabilidad de los principales referentes de la coalición opositora, sobre todo del PRO y del radicalismo que son las estructuras más complejas y grandes, de jugar en un mismo espacio. No sólo mejorar sus internas sino, sobre todo, sus relaciones mutuas. Porque el espacio que está enfrente por ahora está cautivo del populismo. Aunque es obvio que en los dos anidan ambas concepciones. En proporciones diferentes, eso sí. No hay otra opción. Ya no es partidaria o ideológica solamente, ni siquiera de apetencias personales, se juega en ese diseño estructural quienes quieren el país que dejó Alberdi en la Constitución o quienes hacen todo por abandonarlo y sumarse al nacional populismo internacional.

Si gobierna el populismo, como lo viene haciendo casi sin interrupción hace muchos años, es difícil enderezar el rumbo, porque su derrotero es el conflicto, la hegemonía y el aniquilamiento del oponente, opción muy atractiva para muchos en el planeta como está quedando claro. En una opción republicana, los resortes para corregir las deficiencias se construyen, porque los principios son la concordia, la pluralidad y el acuerdo, opción que es más trabajosa y que en su construcción hace el caldo gordo a quienes no la quieren.