La conductora acusó a Lizy Tagliani por trata sin pruebas, apoyada en Tim Ballard, exagente norteamericano que dice tener información sobre Loan Peña. Las coincidencias con el perito que sembraba pruebas y los riesgos cuando la Justicia se convierte en una cuestión de fe.
Miente que algo quedará: Canosa, el falso perito y la verdad emocional
Viviana Canosa abrió su programa acusando a Lizy Tagliani de estar involucrada en una red de trata de menores. No lo dijo como una hipótesis. Dijo que alguien se lo había contado y que, además, había estado reunida con Tim Ballard, el activista conservador estadounidense sobre el que se inspiró la película "Sonido de Libertad" y que dice haber salvado miles de niños del tráfico sexual.
Ballard, según Canosa, tiene información clave sobre el paradero de Loan Peña, el niño desaparecido en Corrientes. Dijo que "tiene todo el camino de donde está o estaba", pero que "el poder no lo deja avanzar". El poder, en este caso, es el Gobierno nacional, al que acusa de negarse a recibirlo. La denuncia contra Tagliani, el respaldo de Ballard, la mención de Loan y la acusación al Estado fueron presentadas como parte de un mismo relato con la misma estructura narrativa completa: víctima, villana, salvador y encubridores.
Ese es el modo en que se construyen hoy ciertas verdades alternativas. No importan los datos, importa el encadenamiento emocional. Lizy Tagliani, figura popular sin antecedentes penales, se convierte en señalada. Ballard, cuestionado internacionalmente, aparece como héroe. Loan, cuya desaparición conmocionó al país, es usado como símbolo. Y Canosa, en el centro, organiza la escena como directora de una ficción que simula ser investigación.
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¿Qué tiene en común Canosa, Ballard y el perito trucho que sembraba pruebas en los escenarios de crímenes y desapariciones? Durante años, Marcos Herrero hizo lo mismo con otros recursos. Era un ex policía de Río Negro que se presentaba como adiestrador de perros especializado en causas complejas. Llegaba a escenarios donde la justicia no daba respuestas, decía tener la clave para resolver lo que nadie podía. Herrero también operaba en ese mismo terreno narrativo: el del que viene de afuera, el que no es parte del sistema, el que promete resolver. Su credencial era emocional. Familiares desesperados, medios necesitados de giros dramáticos, causas que dormían. En ese contexto, su relato era más potente que cualquier peritaje oficial.
La conexión entre Canosa y Herrero no está en su estilo, sino en su función. Ambos se insertan cuando las instituciones fallan o no alcanzan.
En el caso de Ballard, lo importante no es su historial ni sus denuncias. Lo importante es lo que representa: un extranjero, exagente, con supuestas habilidades especiales. En el relato de Canosa, Ballard es una garantía. Si él dice saber dónde está Loan, entonces debe haber algo.
Este tipo de personajes prospera gracias a un segmento específico de la sociedad: el que cree que el poder siempre miente, que los medios ocultan, que hay una verdad detrás de la verdad. Se nutren de ese clima conspirativo que ve en cada silencio una señal. Y cuando no pueden sostener lo que dicen con evidencia, apelan a ese libreto conocido: "nos censuran", "nos persiguen", "el sistema no nos deja hablar". Se escudan en la idea de que si no los dejan actuar, es porque están demasiado cerca de una verdad peligrosa.
Esa narrativa funciona porque hay un terreno fértil. Una sociedad frustrada, un Estado cuestionado, un aparato judicial lento. En ese contexto, los relatos se imponen sobre los hechos. Lo que se puede probar importa menos que lo que se puede creer. Y en esa economía de lo creíble, la espectacularidad vale más que el procedimiento.
La denuncia contra Lizy Tagliani, aunque fue desmentida por la familia de Loan y no tiene correlato legal, cumple una función clave: cargar de emotividad el relato.
En ambos casos, lo que se instala es la lógica que señala que si el Estado no responde, cualquiera puede venir a ocupar ese lugar.
La justicia puede tardar. Pero cuando llega, revela más que culpabilidades. Revela los mecanismos que permitieron que durante años se impusiera una dialéctica sin pruebas.
El riesgo no es solo la desinformación. El riesgo es que la justicia se vuelva decorado. Y que cuando alguien plante pruebas, o acuse en televisión, o diga que sabe todo pero no lo dejan actuar, eso ya no nos sorprenda. Porque lo hayamos visto demasiadas veces. Porque lo hayamos creído. Aunque no haya pasado.



