Cristina, el peronismo inmobiliario y el pichón de Stalin

La corredora vendió rápido el 3° F de San José 1111,  enConstitución. Doscientos treinta y dos metros cuadrados, pinotea, entrepiso, mármol y luz natural todo el día, por 295 mil dólares. Pero había un defecto oculto que nadie sabía: una filtración hacia el piso de abajo. Por ese detalle, escuchó con atención la oferta que le hizo el "triángulo de hierro". Nada los extasiaba más que la idea de tener a Cristina abajo y vigilarla todo el día.

El barrio,en el fondo, les gustaba. Un pedazo de la capital lleno de transas, drogas y prostitución, esa especie de pecadito permitido que tienen los más conservadores. Pero el agua, el poder más paciente que existe, a cuentagotas iba a generar un lamparón de humedad entre los libertarios que estaban arriba y la virgen de San Perón que residía en el de abajo. Había que llamar al plomero.

Roberto Stalin estacionó, bajó su caja de herramientas, subió al piso 3 de la calle San José y tocó el timbre con su loro barranquero en el hombro. El Presidente abrió la puerta y miró atónito al pichón de Stalin que ingresaba al departamento.

Era evidente las escasas habilidades que poseía el hombre en materia de plomería. Era miope, chiquito, que se movía lento por la gordura y tenía las manos siempre hinchadas. Su pichón era su aliado: un loro barranquero que había aprendido los nombres de todas las herramientas y lo iba guiando en la labor.

Ver: Milei habló de "parásitos mentales" y disparó: "Soy cruel, kukas inmundos"

El pichón de Stalin aflojó la grifería de la bañera pero se olvidó de cortar antes el agua y un chorro helado brotó entre los azulejos y le dio en medio de la panza al Presidente que espetó un "¡pelotudooo!" largo y agudo. Después, intentó cortar el suministro aprentando una llave de paso con una pinza pero la rosca se robó y el golpe de agua se hizo aún más fuerte, inundando todo el baño. "¡Burro eunuco limitado!" seguía vociferando, pero el pichón de Stalin solo agravaba la situación.

No era solo el lazarillo de un plomero medio ciego, el pichón de Stalin se posaba a veces en la baranda del departamento de abajo. Ahora que se jefa se podía asomar al balcón, cantaban juntos la marcha, ella le leía La fuerza es el derecho de las bestias, discutían acerca de la distribución del ingreso , entre otras actividades. Él recibía alguna que otra instrucción, algunas políticas, otras por pura diversión de una mujer mayor presa que necesitaba mitigar el aburrimiento. Entonces el pobre Roberto, que confiaba a ciegas en su pichón, solo ejecutaba sus travesuras.

En una de esas andanzas, la jefa le contaba cosas al pichón. Le dijo por ejemplo que en 45 días se esfumaron US$4.000 millones por culpa del levantamiento del cepo, el déficit de cuenta corriente y la fuga de capitales. "La macroeconomía está para el tuje y la micro es una tragedia social", mientras le metía fichas para que le inundara el departamento al de arriba. También le explicó su plan intramuros. Sabía que iba a hacer condenada entonces se anticipó como candidata en el programa del gato Sylvestre para poder ajustar los mecanismos de victimización que le darían tiempo para pensar. Tuvo acaloradas discusiones con Máximo Kirchner y resolvió que salga a hablar con los medios, para empezar a torcer la pésima imagen pública que tiene él y La Cámpora. En plena evaluación de los resultados, el hijo mayor podría ser el heredero forzado y presentarse como candidato por la tercera sección electoral el 7 de septiembre.

Ver: Cristina envió un audio: "Este modelo económico se cae"

El agua empezó a brotar por el parquet y llegó al pasillo del piso. El Presidente se tiraba de los pelos e insultaba a Roberto que se tapaba los oídos mientras el pichón de Stalin se sacudía en un espasmo parecido a la risa de un loro. Al final, todos tuvieron que dejar de gritar y bajar a pedir ayuda porque la inundación era inminente. Salieron por la puerta principal pero el ascensor estaba detenido en el primer piso: el encargado venía de pasear a su burro eunuco y el animal se había encaprichado y no quería moverse de allí. Finalmente tuvieron que bajar por las escaleras llenas de agua. Al pasar por la puerta del departamento de abajo ella abrió la puerta pero la tobillera emitió un pitido de alerta. Ella no podía dar ni un paso más. A él, el agua le mojaba los tobillos.