Hubo celebración de fin de año y los miembros del Gabinete recibieron, como regalo de Navidad, un libro que defiende el trabajo infantil, la prostitución y la esclavitud. Qué piensa Walter Block, el economista que admira el Presidente.
La Nochebuena de los intocables: teorías "austríacas" envueltas para regalo
Hubo celebración de fin de año y los miembros del Gabinete recibieron, como regalo de Navidad, un libro que defiende el trabajo infantil, la prostitución y la esclavitud. Qué piensa Walter Block, el economista que admira el Presidente.
En este conventillo los grandes temas de la política y la economía se mezclan con vecinos excéntricos, perros mágicos que administran el lugar y una saga de sucesos con límites difusos entre la ficción y la realidad.
Las mesas largas ocupan casi todo el patio del conventillo. No hubo tiempo de lijarlas ni de cubrir las astillas, pero sobre los tablones ya están los manteles que alguna vez fueron blancos. La luz amarilla de los cables eléctricos cae sobre los platos alineados, sobre las botellas de sidra barata que esperan abiertas, sobre las servilletas dobladas con prisa. En el fondo, cerca de la escalera de hierro, alguien dejó una bolsa con pan; el olor se mezcla con el de la salsa que todavía hierve en una olla inmensa llena de salchichas.
Los vecinos empiezan a llegar. Cada uno trae algo: una fuente de ensalada, una bandeja de garrapiñadas, una bolsa de hielo. Hay gente que no vive ahí pero entra igual. Un hombre con dos camperas puestas se sienta sin que lo inviten. Una mujer que duerme en la vereda de enfrente elige una silla y se acomoda despacio.
La mesa principal está reservada para los invitados especiales. Cada uno con su cuerpo en una postura distinta, van a explicar las ideas de la biblia liberal de la Escuela Austríaca de Walter Block que los vecinos del lugar han repartido entre los presentes. Los invitados especiales no llevan ropa elegante, pero alguien se tomó el trabajo de limpiar sus sillas, de acomodarles los cubiertos, de dejar frente a cada uno un vaso reluciente. Es que ellos traen obsequios para repartir en esta cena de Nochebuena. Uno a uno toman la palabra:
Esto es lo que dice Walter Block, el autor del libro que Milei le regaló a sus lamebotas, sobre los abusos sexuales: "si los abusos sexuales se prohíben en lugares privados, ello viola los derechos de quienes desean voluntariamente participar en tales prácticas» pic.twitter.com/sxMicAPpKR
Es el primer en hablar y presentarse. Tiene un aspecto juvenil y reparte bebés de juguete, mientras expone su postura: Si un bebé puede ser entregado voluntariamente a cambio de dinero, el resultado es superior a cualquier adopción regulada por el Estado: la familia que desea un hijo lo obtiene sin trabas burocráticas, la madre recibe una compensación que valora más que la tenencia del niño, y la sociedad elimina un intermediario ineficiente que solo encarece y retrasa la solución.
El traficante de órganos
De perfil adusto, nariz aguileña y algo encorvado, el segundo invitado a la mesa especial obsequia galletitas con forma de páncreas y explica: Cuando el Estado impide que una persona venda un órgano que no necesita, viola su derecho de propiedad sobre su propio cuerpo y condena a otros a morir esperando un transplante. Un mercado libre de órganos, permitiría registrar precios claros, incentivos reales y transacciones voluntarias donde todos ganan, mientras que la regulación estatal solo sirve para mantener la escasez y el sufrimiento.
Milei regaló a su Gabinete el libro "Defendiendo lo indefendible", que detalla las ideas ultraliberales del economista Walter Block, que argumenta a favor del trabajo infantil, la prostitución, entre otros temas.
El esquirol heróico
Es el menos liberal, en su aspecto físico, de todos los invitados a la mesa especial. Tiene una vientre desparramado sobre el elástico de la bermuda y regala a los presentes pinitos de Navidad hechos con residuos de fábricas recuperadas. Como un arma de doble filo, argumenta: El trabajador que rompe una huelga no es un traidor ni un explotado: es un defensor de la libertad individual frente a la coerción sindical. La huelga funciona como una extorsión colectiva que intenta obligar al disidente a actuar en contra de su voluntad.
El discriminador filosófico
Mediana estatura, tez cremosa, rostro soporífero, ojos planos. Podría ser el presidente de algún país chiquito y helado. Con las manos en jarra, exclama: La discriminación privada, incluso cuando se basa en prejuicios repugnantes, es una forma legítima de libertad personal. Nadie está obligado a asociarse, contratar, alquilar o comerciar con quien no desea. La defensa del discriminador no parte de simpatías morales, sino de la convicción de que la libertad incluye el derecho a preferir, excluir y rechazar. A diferencia de los otros, no regala nada porque es rata.
El contrabandista redentor
Calvo al medio, rulos húmedos cayendo sobre la nuca y las orejas. Huele a jabón de hotel alojamiento, siempre sonríe. Usa una camisa floreada metida dentro del pantalón blanco. Reparte iPhone comprados en el limbo impositivo de Ciudad del Este y explica: El contrabandista no es un criminal, sino un agente económico que responde a la verdadera demanda del mercado. Cuando un gobierno prohíbe un producto que la población desea, crea un precio artificial, una escasez artificial y una necesidad real. El contrabandista corrige esa distorsión ofreciendo bienes que las personas valoran, y lo hace pese a la violencia estatal que intenta impedirlo.
Nadie lo ve, pero lo escuchan. Su voz viene de algún lado. Sin embargo, como buen magnate, su cara es un misterio. Obsequia tickets de descuento en una plataforma de streaming de comedias musicales y detalla: Las corporaciones globales, lejos de explotar a los pobres, generan oportunidades que no existirían sin ellas. Los salarios bajos no son una injusticia, sino un reflejo del nivel de productividad local, y su presencia contribuye al desarrollo más que cualquier intervención estatal.
El abolicionista
Todo intento de regular el trabajo -salario mínimo, licencias, seguridad laboral, negociación colectiva- constituye una intrusión injustificada en acuerdos que deberían ser puramente voluntarios. Si un salario es demasiado bajo, el trabajador lo rechazará; si un empleador necesita mano de obra, ofrecerá mejores condiciones. Cualquier regulación solo genera desempleo y rigidez.
El proxeneta
La prostitución no es un delito ni una amenaza social, sino un intercambio voluntario entre adultos que ofrecen y reciben algo que valoran. El acto de pagar por sexo no difiere, en esencia, de cualquier otro servicio en el que una persona utiliza su tiempo y su cuerpo para satisfacer una demanda. La criminalización -sostiene- no protege a nadie; solo introduce violencia estatal en una transacción que, sin intervención, no perjudica a terceros. Si la sociedad acepta que alguien trabaje limpiando pisos, actuando en escenarios o realizando tareas físicamente desgastantes, no tiene fundamento prohibir que una mujer o un hombre negocien libremente servicios sexuales.
En el centro del patio, una silla queda vacía. Nadie recuerda haberla puesto. Los diez intocables se incorporan al mismo tiempo y, sin despedirse, atraviesan el conventillo rumbo a la calle. Sus pasos suenan parejos, casi armoniosos, como si hubieran ensayado esa salida. Afuera estallan los primeros fuegos artificiales de la medianoche. Las luces rojas y verdes iluminan sus perfiles por un segundo y después los tragan las sombras del pasillo.
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