La búlgara, al corazón de la campaña libertaria y el PJ entre egos y pintadas

En medio de la tensión cambiaria, la presión del FMI y la incertidumbre electoral, una antigua varada en Ezeiza reconvertida en jefa de prensa relata desde adentro cómo se sostiene, a fuerza de slogans y narrativa, el equilibrio económico y político argentino.

La búlgara, al corazón de la campaña libertaria y el PJ entre egos y pintadas

Por:Florencia Silva
Secretaria de redacción

La búlgara fue a lavarse la cara en el baño de Ezeiza y fue la última vez que vio su pasaporte. Anduvo días, semanas, meses deambulando por el aeropuerto mientras trataba de encontrar una forma de salir. Un asunto diplomático. Meterse en los berretines domésticos de un país ajeno no estaba bien. Al final se fue quedando, como ocurre con todas las cosas que ganan por cansancio.

Aprendió a colgarse del wifi y a diferenciar el carlitos del barroluco. Bailó temas de Ojos Locos en Cemento, se cortó el flequillo y compró  un CD trucho de "Sed" de Callejeros en Plaza Miserere y en un pestañeo se convirtió en "la búlgara" de Constitución. Fueron algunos años de yiro hasta que en un descuido afortunado le convidó el último cigarrillo del paquete a un mantero senegales y, tal como dice la tradición de su país, cuando haces esto, le pasas tu suerte al otro. Y así fue que la búlgara abrió un nuevo capítulo y en una suerte de carambolas terminó  con una oficinita con pava eléctrica, una silla de plástico y un escritorio cirujeado en el búnker libertario de San Telmo. Con la gorra puesta y la lapicera presta para la nueva saga como jefa de campaña.

La búlgara ya era parte del ecosistema de ese limbo político: entre la impresora 3D que nunca imprimía nada, el mate frío con stickers de Ayn Rand y el cuadro de Elon Musk con el sable curvo de San Martín. Esa oficina de San Telmo, arriba del bar libertario, era ya su derecho ganado.

Se había vuelto imprescindible. Sabía redactar comunicados en el tono exacto donde la inflación era culpa del Estado, el FMI era un aliado estratégico temporal y la soja era un deber moral.

Cada mañana, el Excel de guerra llegaba a su bandeja.
Las fechas eran balas trazadoras: "18 de mayo: resistir en CABA como sea", "julio: apretar cerealeras", "octubre: votar o sobrevivir".

Los rumores eran densos. Que Leandro Santoro podía ganar en CABA. Que el PRO quedaría segundo. Que La Libertad Avanza caería al tercer puesto como una bolsa de papas.

Ver: Milei le pidió a Macri "las facturas" de los dirigentes "comprados"

La preocupación ya no era sólo política: era económica. La banda cambiaria recién instalada sostenía expectativas. El dólar mayorista bajaba pero el campo, los cerealeros, miraban para otro lado.
Viterra, Cargill, Cofco: los dueños de la soja seguían sin liquidar.

La orden, enviada desde Economía en modo cadena nacional de Telegram, era clara: había que presionar sin asfixiar. No espantar, pero sí inquietar. Si no largaban los dólares ahora, en julio se duplicarían las retenciones.

La búlgara escribió el primer comunicado del día mientras sorbía un mate lavado: "El grano argentino florece cuando hay libertad, no amenaza. Unidos en la cosecha, unidos en el destino."

En la calle, mientras la inflación bajaba en los informes del INDEC, las góndolas de los supermercados empezaban a mostrar zonas peladas: ni leche, ni yogures, ni harina. Los importadores, avivados, habían adelantado compras para seis meses, temiendo un rebote del dólar apenas terminara la cosecha gruesa.

En las oficinas del FMI, la búlgara  había dicho en público que la Argentina debía "mantener el rumbo". En privado, los técnicos escribían en sus reportes que temían un sacudón por intervención cambiaria encubierta: el Banco Central estaba comprando dólares a escondidas, cuando se había comprometido a sólo intervenir en los extremos de la banda.

La búlgara leía todo eso mientras en la oficina improvisaban un podcast que explicaba que "el dólar alto es un mito marxista" y rifaban libros de Rothbard firmados por el Gordo Dan, que también sostenía que el grafeno iba a salvar la economía.

La cosecha de soja había sido buena en volumen, pero pésima en confianza. Aunque el Gobierno había eliminado retenciones temporariamente, los productores retenían. La mitad de la soja estaba guardada en silobolsas como cajas fuertes rurales.

El cronograma era  complejo: había que juntar 4.500 millones de dólares de reservas netas antes del 30 de junio para cumplir la meta con el Fondo. Tres mil millones llegarían del BID y del Banco Mundial. Los 1.500 restantes había que cazarlos dólar a dólar en el mercado.

Afuera, San Telmo, olía como siempre. Adentro, en la oficina, olía a relatos que había que sostener.

La búlgara fue al bar para buscar un cigarrillo suelto. En la televisión se enteró de la novedad. El Partido Justicialista -ese mamut resucitado a los golpes- había lanzado un comunicado acusándola de intromisión

La interna justicialista estaba en llamas y ahora la búlgara, con su historia de pasaportes perdidos y silobolsas de soja, se encontraba en el centro del incendio.

Desde el Instituto Patria bajaban línea: Cristina Fernández había casi decidido volver al ring, ser candidata en 2025. No como presidenta, sino como diputada provincial por la Tercera Sección Electoral. El corazón populoso del conurbano. Más de cinco millones votantes. El territorio donde -decían sus fieles- podía sacar más del 60% de los votos y ratificar que, pese a los murmullos de retiro, seguía siendo la dueña de la calle.

Los afiches de Cristina en el conurbano.

En los pasillos libertarios, esa noticia cayó como una bomba. Cristina no sólo planeaba ser candidata: planeaba reordenar el PJ. Había intervenido los partidos de Misiones y Salta, echando a los peronistas que negociaban con Milei en el Congreso. En el fondo, el mensaje era sencillo: quien se desvíe, se queda sin sello.

El PJ se desangraba en internas. Kicillof no quería saber nada con ser conducido. Máximo Kirchner maniobraba para controlar el cierre de listas. Y en el Senado, senadores como Carolina Moises rompían bloques en protesta contra la "camporización" forzada.

En el conurbano, las pintadas de "Cristina 2025" aparecían en cada esquina. En Avellaneda, incluso, se había desatado una guerra silenciosa entre las huestes de Ferraresi y los militantes de La Cámpora, a puro afiche arrancado y bronca muda.

La búlgara apagó el cigarrillo en el borde de la pava eléctrica. La acusación del PJ era apenas el síntoma de algo más grande: la interna peronista había entrado en combustión. Entendió rápido: lo que se estaba disputando ya no era sólo la campaña presidencial de 2025, sino la supervivencia misma del peronismo.