Lo curioso es que cualquier advertencia de estas desinteligencias en vez de ser capitalizada es vista como un ataque o una traición.
Siempre la última palabra es del que decide
"La Argentina no es un país capitalista, es un país precapitalista que todavía no llegó al capitalismo. ¡Y es imposible que llegue el capitalismo si los proveedores de Estado son siempre los mismos diez!... Creo que la Argentina tiene solución a mediano y largo plazo, pero no a corto plazo. Y para eso, además, hace falta un liderazgo fuerte, cambiar estructuras muy arraigadas de la política y hace falta que cambie la educación, la justicia... ¡Imaginate el quilombo que es cambiar este país!"
Jorge Lanata, entrevistado por Hugo Alconada Mon, La Nación, 24 de enero de 2024
Al inicio de los '90 un joven periodista del interior visitó a Jorge Lanata en su oficina de la dirección de Página 12. Eran los tiempos del escándalo que se conoció como Swiftgate. El embajador de Estados Unidos, Terence Todman, envió una nota al gobierno argentino en la que daba crédito a la denuncia del frigorífico Swift que decía haber recibido un pedido de coimas de altos funcionarios. El propio presidente Carlos Menem tildó de "delincuentes periodísticos" a quienes había publicado la información. La primicia había sido de Horacio Verbitsky a principios de enero de 1991. Los tiempos en los que al periodista le preocupaba la corrupción. Para fines de ese mes todo el gabinete debió renunciar, además del asesor presidencial Emir Yoma. La salida del ministro de Economía Erman González dio lugar al enroque con el canciller Domingo Cavallo, quien se hizo cargo de la economía y lanzó su Plan de Convertibilidad. Menem tuvo un durísimo golpe político, pero la crisis dio lugar al mayor éxito de su gestión, la aniquilación de la inflación, que se extendió hasta diciembre de 1999. Vendrían muchos otros casos de corrupción que marcarían esos años. El joven periodista que charlaba con Lanata le preguntó cómo hacían para investigar casos resonantes como el Swiftgate y la contundente respuesta lo dejó pasmado: "Nosotros no encontramos nada de eso, toda la información viene de adentro del gobierno. Es la consecuencia de las internas entre ellos. Lo único que hacemos es confirmar que sea cierto porque, obviamente, intentan vendernos mucho pescado podrido". Página 12 y Lanata quedaron asociados para siempre al control periodístico de las contradicciones de la incipiente democracia. En realidad también eran "facilitadores" de las peleas intestinas del menemismo. A través de ellas se alimentaban de las "primicias" que hacían las delicias de los lectores.
Esta que pasó ha sido quizás la semana más negra de la gestión de Javier Milei, superando incluso a la del caso Libra. Además de las múltiples dificultades en el Congreso con los rechazos a los vetos de leyes que el presidente considera letales para su programa económico y la caída de varias desregulaciones estalló el caso del audio del ahora renunciado encargado de Discapacidad. Justo en los mismos días en que el Parlamento rechazó el veto a la ley de financiamiento para discapacitados que Milei resistía. Todo lo negativo de estas jornadas, sin excepción, parece ser el resultado de problemas internos del gobierno más que de la pericia de sus opositores. Como el Página 12 de Lanata son beneficiarios de los déficits políticos gubernamentales, de las heridas autoproducidas.
Ver: Quincho: caras largas, PJ en stand by y cómo "pagar" una renuncia
Sin importar demasiado cómo se filtra (es difícil imaginar la ausencia de los organismos de inteligencia en este escándalo) que un alto funcionario de gobierno implique en casos de corrupción a la secretaria general de la Presidencia y hermana del presidente, diga que lo había puesto en conocimiento del propio primer mandatario y apunte a otros altos funcionarios hace acordar a aquellos tiempos de las feroces internas menemistas. Sin embargo hay enormes diferencias: hoy los medios tienen mucho menor predicamento y Carlos Menem era un crack político, especialista en cabalgar dificultades. Durante toda su gestión procesó gravísimos cimbronazos, pero además estaba rodeado de cuadros políticos de alta calificación y de alfiles técnicos para gestionar el gobierno. Una debilidad enorme de la gestión Milei es que mientras un señor con escasa competencia estaba a cargo de la Discapacidad, sólo porque ser amigo presidencial, se echó de un lugar clave como Anses a una persona muy capacitada porque su esposa no votó un apartado de una ley. El cordobés Osvaldo Giordano fue eyectado a los dos meses de gestión luego de haber detectado y denunciado los negociados de los seguros por los que hoy se investiga a Alberto Fernández, quien no parece vaya a salir indemne de esa pesquisa. Diego Spagnuolo se fue haciéndole un flaco favor a su amigo Milei y al entorno presidencial más íntimo. Contraste para analizar.
Es claro que no es ajeno el proceso electoral en este tipo de denuncias. Lo llamativo es que es el propio gobierno el origen de lo que le trae problemas. Pero, como en el tiempo del menemismo, todo parece indicar que hubo retornos, más allá de a dónde fueron a parar. Una enorme diferencia, y esto es destacable, es que la justicia ha actuado con una premura que ojalá tuviera siempre. La cadena de allanamientos y diligencias en la causa de medicamentos para discapacidad contrastan con lo que siempre ha sucedido en gobiernos peronistas como los de Menem y los Kirchner. Las denuncias entraban en unas ciénagas que cuando iban a buscar las pruebas había que contratar a un arqueólogo. Cuando han existido condenas han pasado décadas. Ojalá esta velocidad sirva para despejar lo antes posible las responsabilidades. Quienes conocen la relación de Milei con su hermana sostienen que es inverosímil que alguien de su entorno realmente haya ido a asegurarle la corrupción de Karina. Eso pone en duda que el presidente estuviera al tanto como se dice en el audio, pero deja abiertas el resto de los enigmas. Tampoco exime de responsabilidad a nadie que las denuncias más ácidas provengan del bando de quienes han sido condenados luego de largas y complejas investigaciones llenas de pruebas.
El economista Ricardo Arriazu suele hacer hincapié en el proceso económico que se está viviendo de algo que es esencial para cualquier economía: la confianza. El riesgo país, por ejemplo, es difícil que baje hasta los niveles deseables sólo por razones de orden macroeconómico. Requiere de que semanas como esta que pasó no sucedan. Necesita de acuerdos para conseguir que las medidas de gobierno no se caigan, como viene sucediendo cada vez más. Cuando pase el tiempo seguramente la historia estudiará este extraño período en que un gobierno no sólo va contra sus opositores sino contra sus potenciales aliados, contra quienes pueden ayudarlo. Se estudiará positivamente el Pacto de Mayo de 2024, pero será difícil explicar cómo lo que podría ser un bloque de muchas provincias apoyando un proceso nacional se ha transformado en apenas un puñado. Y lo que es peor, en el surgimiento de un grupo de opositores. Las votaciones de la semana que pasó son emblemáticas. Lo curioso es que cualquier advertencia de estas desinteligencias en vez de ser capitalizada es vista como un ataque o una traición.
Hay una ventana en las elecciones de octubre y el recambio legislativo de diciembre. El programa económico sigue su marcha y todavía no es claro qué impacto pueden tener estos escándalos. El gobierno más comprobadamente corrupto de la historia argentina fue reelegido en 2011 con el 54% de los votos. Menem con el Swiftgate y otros casos llegó al 49% al ser reelegido en 1995. Es cierto que eran elecciones presidenciales. Esto muestra que la corrupción no ha tenido mucho peso a la hora de elegir.
El gran enigma es cómo cambiar el rumbo y que sea sustentable. Que el siguiente no vuelva para atrás. Desequilibrar el equilibrio fiscal es más fácil que conseguirlo. El presidente Milei llegó con un diagnóstico macroeconómico y un plan de desregulación. Se expuso con convicción, se dieron pasos, y la impericia en el manejo político ha hecho que muchas acciones se hayan empantanado. Los cerrojos dispuestos para que nada cambie, disimulados en mecanismos institucionales perversos que sostienen a la Argentina corporativa, lo que Milei gusta llamar la casta, están funcionando cada vez con mayor fuerza. Política, justicia y diseño institucional (ya descriptos en esta columna hace dos domingos) han sacado sus armas al ruedo. Y eso se enfrenta sólo con cooperación virtuosa, con acuerdos, con consensos de acción. Esos apoyos se logran con el tratamiento que se da a quienes sin ser propios están dispuestos a colaborar. Son los vencidos que no están en la oposición descarnada y a los cuales hay que tender una mano. Por supuesto que esos consensos no pueden ser conseguidos relegando lo que se quiere cambiar. Encapsularse en una visión sectaria cuando lo que se necesita es colaborar puede ser muy negativo. Hay quien cree que esto es imposible con una personalidad como la de Javier Milei. Muchas veces la historia da sorpresas porque las circunstancias llevan a los protagonistas a defender su supervivencia. Sólo el futuro lo dirá. En aquella entrevista de Lanata con Alconada Mon sentenciaba: "Milei es el presidente que teníamos que tener, después de todo este delirio. Es lo que nos tenía que tocar. Es el delirio final. Si fracasa, lo que va a venir es mucho peor de lo que tuvimos". La última palabra, en definitiva, la tiene el presidente.



