La difícil construcción de la cooperación amplia

Lo que se impone es reflexionar y debatir sobre cómo se revierte la profunda decadencia nacional, que muchas veces no se mira en profundidad sino sólo para echarle la culpa al otro o a los otros, interiores y exteriores.

La difícil construcción de la cooperación amplia

Por:Jaime Correas

 "Después de bastantes viajes, cuando ya conozco un poco la Argentina real, podría decir sobre ella lo que dijo Churchill sobre Rusia: es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma."

Javier Cercas, escritor, entrevista de Juan Cruz en "Clarín" de ayer

"No hay manera de reactivar la economía a menos que se dé vuelta la confianza. El clima va a ser mejor el año que viene y si se da vuelta el mercado cambiario, claramente la economía se expande. ¿Cuándo? En cuanto se dé vuelta, es instantáneo"

Ricardo Arriazu, economista, en una conferencia la semana pasada

Quizás a la necesaria deliberación pública en la Argentina le sucede lo que a la genial novela de Mario Vargas Llosa "Conversación en La Catedral". Publicada en 1969 y escrita casi toda en París, pero también en Lima, Londres, Washington y Puerto Rico, sobre ella el premio Nobel peruano dijo que es el libro que rescataría del fuego si se quemara toda su obra. Su lectura está rodeada de una serie de malos entendidos. El primero es la bendita frase de cuándo se jodió el Perú, usada a diestra y siniestra para cualquier cosa, pero sobre todo para hacer banales los análisis con raquíticas explicaciones. Ha sucedido a pesar de que el autor se encargó de explicar una y mil veces que la realidad es lo suficientemente compleja como para tener explicaciones simples y unidireccionales. A renglón seguido viene el error más torpe de que se trata de una conversación adentro de una iglesia. "La Catedral" refiere a un desaparecido café del centro de Lima que el novelista frecuentó. Vale la pena recordar la recia prosa vargasllosiana en el párrafo inicial para ver el contexto de la frase célebre: "Desde la puerta de 'La Crónica' Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Los canillitas merodean entre los vehículos detenidos por el semáforo de Wilson voceando los diarios de la tarde y él echa a andar, despacio, hacia la Colmena. Las manos en los bolsillos, cabizbajo, va escoltado por transeúntes que avanzan, también, hacia la Plaza San Martín. El era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento. Piensa: ¿en cuál? Frente al Hotel Crillón un perro viene a lamerle los pies: no vayas a estar rabioso, fuera de aquí. El Perú jodido, piensa, Carlitos jodido, todos jodidos. Piensa: no hay solución. Ve una larga cola en el paradero de los colectivos a Miraflores, cruza la Plaza y ahí está Norwin, hola hermano, en una mesa del Bar Zela, siéntate Zavalita, manoseando un chilcano y haciéndose lustrar los zapatos, le invitaba un trago. No parece borracho todavía y Santiago se sienta, indica al lustrabotas que también le lustre los zapatos a él. Listo jefe, ahoritita jefe, se los dejaría como espejos, jefe." Lo que hace perdurable la novela no es la bendita frase de la jodienda peruana sino su magistral escritura y la compleja estructura narrativa para llevar adelante de vida de centenares de personajes que le dan al lector una mirada de lo que pasaba en el Perú durante la dictadura del general Manuel A. Odría. Pero no es sólo eso, sino también la complejidad psicológica de esos personajes torturados por lo que los rodea. Que no es sólo su entorno político y social sino también su propio drama existencial en ese escenario. Nada nuevo, lo novedoso es la prosa con que Vargas Llosa transita ese mundo complejo intentando comprenderlo. Tenía apenas 33 años y ya era el autor de lo que Javier Cercas consideró en Arequipa en el reciente Congreso de la Lengua un trío de obras maestras junto a "La ciudad y los perros" (1963) y "La casa verde" (1966). A esa edad ya había escrito tres novelas que más de cincuenta años después los lectores más calificados consideran de enorme valor literario. Una verdadera hazaña. Una más de las muchas que Mario Vargas Llosa alcanzaría hasta su muerte en abril de este año.

En esa sucesión de malos entendidos de "Conversación en La Catedral" los potenciales lectores se dividen en al menos tres grupos: los que han leído la novela y la valoran, los que sin leerla demasiado les alcanza la frase de cuando se jodió el Perú y los que, por razones ideológicas, enarbolan su enojo con el hombre público que los lleva a descalificar la obra o simplemente a no leerla porque no pueden ser buenos los libros de un liberal de su tipo. No queda más que invitar a la lectura.

Ver: Quincho: picardías, papelones y el acuerdo que cocina la UCR

Las recientes elecciones en las que el presidente Javier Milei ha sido el gran (y quizás único) ganador también llevan a malos entendidos. Valga como ejemplo que a pesar de su afán de facturarle a su hermana Karina el peso de la victoria es indudable que no se debe a ella (en algunos casos fue a pesar suyo) sino a la figura presidencial, con todos sus atributos, buenos y malos. Por supuesto que han existido otros ganadores, Karina entre ellos, y muchos perdedores, pero esos ganadores lo han hecho a la sombra de lo que parecen haber votado los ciudadanos: una esperanza en Milei. No fueron suficientes ni la retahíla de errores del oficialismo, ni la derrota reciente en la Provincia de Buenos Aires, ni los intentos de armar terceras posiciones al mileísmo y al kirchnerismo, ni la crisis económica, ni el salvataje del siempre denostado Estados Unidos, ni los escándalos de corrupción, ni la mala situación de muchos argentinos, etcétera, para que una porción amplia del electorado votara a nivel nacional al presidente y sus candidatos.

Algo similar a preguntarse cuándo se jodió el Perú sería darle una explicación única o acotada a este complejo fenómeno sociológico. Se necesita una mirada amplia y hacer buenas preguntas, más que engolosinarse con las respuestas. Y también mirar con detenimiento algunas novedades: la boleta única papel y su transparentamiento de la votación; la caída en desgracia de buena parte de los candidatos que representaban lo conocido, la izquierda incluida; la pérdida por parte del peronismo de la mayoría legislativa en el Senado que le ha garantizado desde 1983 gobernar con magros resultados y bloquear todo intento ajeno de producir cambios. El etcétera puede seguir y seguir. Porque la elección en sí misma arrojó novedad tras novedad.

Lo que vale la pena empezar a discutir es el futuro, en esa deliberación pública para la cual son tan malas las simplificaciones. Que la Argentina es un país fallido, jodido, es algo difícil de discutir. Es doloroso y de ese dolor muchos han sacado partido para seguir repartiendo un botín cada vez más flaco. Lo que se impone es reflexionar y debatir sobre cómo se revierte la profunda decadencia nacional, que muchas veces no se mira en profundidad sino sólo para echarle la culpa al otro o a los otros, interiores y exteriores. Siempre sin asumir los pecados propios. En estos días se ha visto esto por doquier. No alcanza discutir hay que empezar a pensar en cómo se hace. No son pocos los cambios de estos dos años que sucedieron sólo en los títulos, pero no en l práctica. No basta una ley o una desregulación, luego debe suceder.

Lo más complejo ahora entonces es terminar de ver la arquitectura con que Milei piensa enfrentar lo que viene. La primera señal en su discurso de la noche del triunfo y la posterior reunión con los gobernadores son altamente favorables. No lo es la salida de Guillermo Francos del gabinete, pues parecía el gran artífice del espíritu que originó a ese Milei en clave moderada. Hoy es difícil conciliar las barbaridades presidenciales del último año, que han sido de tal calibre que resulta difícil conciliarlas con la nueva etapa. Por dar un ejemplo. Basta ver el video donde pasa de largo y deja con la mano extendida a Jorge Macri en un acto junto con el abrazo del jueves como si lo quisiera. Se hace difícil entender la primera escena, que no fue un hecho aislado sino una constante en cuanto a lo desacomodado. Hay quien cree que estas cosas son secundarias y lo que importa es el equilibrio fiscal y la macroeconomía. Pues no, la simbología, los ademanes, los gestos del poder son determinantes porque son claves para conseguir el éxito económico. Lo sucedido en el último mes, luego de la derrota en PBA, debería ser suficiente muestra. ¿Si no por qué cambió tan radicalmente Milei? El diálogo que ahora busca es clave y está muy marcado por la dupla salvadora norteña Trump-Bessent. Se requieren acuerdos parlamentarios. No hay futuro sin cooperación y para que eso suceda se necesita hablar y dejar de gritar. Por ahora son indicios, deben consolidarse en hechos. Es importante para esto la explicitación de programas más detallados en diversas áreas: economía, con el capítulo impositivo a la cabeza, pero también con el de producción y desarrollo, educación, trabajo, la reforma laboral es imprescindible porque está en el centro de la falta de productividad nacional, y en cada uno de los puntos del por suerte revitalizado Pacto de Mayo. Los principios que allí se enumeran tienen que ser rellenados de contenidos y hay que apelar en cada área o tema a la experiencia internacional y a las mejores cabezas nacionales. ¿Están disponibles para dar las discusiones imprescindibles? No parece y este es un déficit en un gobierno cuyo conductor, en su alocada carrera, se ha negado al diálogo con quienes no son exactamente del palo. Así como el peronismo gobernó veinte años sin hablar con nadie, que es el sello de fuego de la soberbia kirchnerista, sería un grave error que Milei haga lo mismo. En ese sentido, debido a la particular personalidad del presidente, sería bueno que quienes tengan para aportar a la deliberación pública, si el presidente sigue con su búsqueda de acercamiento, intenten contribuir. Para eso se necesitan grandes acuerdos. Son aquellos en los que quien ha ganado es magnánimo y da más al perdedor de lo que le correspondería. Ya se ha dicho que más difícil que saber perder es saber ganar. Porque eso requiere un ejercicio de humildad y convocatoria que el kirchnerismo nunca tuvo en veinte años. Sólo mintió acercamientos, para ganar tiempo, cuando perdió. No hay que olvidar que no hubo nunca diálogo político, todo era sometimiento e indiferencia. Muy peronista por cierto, si se recorre la historia, e iluminador de lo sucedido en el Senado desde 1983. La oportunidad de Milei es única. Más que de propios y ajenos, incluso de irreductibles opositores, hoy depende de él. Ese es el mandato que ha recibido.

Esta semana el economista Ricardo Arriazu dijo: "Argentina es el país de las oportunidades perdidas. Siempre hemos tenido oportunidades por falta de sentido común tan grande. Entonces, ahora tenemos una oportunidad más grande que nuestras oportunidades. Pero si no la aprovechamos..." Dejó la frase sin terminar, pues seguramente estaba pensando en las innumerables veces que escribió y dijo en el último año que nada funciona sin confianza. No se refería a Trump y sus dólares, sino a Milei. Aunque no se conocen, dicen que Milei le presta mucha atención. En este caso más que atender a sus palabras, tiene que saber interpretar su silencio y reflexionar sobre su conclusión: "Milei con traje y sin un grito y sin un insulto. Hoy están todos reunidos con los gobernadores. Es un cambio de política". Sólo queda saber cómo seguirá el humor presidencial y qué actitud tendrán los que tienen cosas para aportar y todavía están enojados por los insultos.