El país bárbaro construyó seguros cerrojos para que nadie lo cambie

Una opinión política de un economista mileísta despertó calificadas réplicas. La deliberación pública debe tener en cuenta el país real, con sus cerrojos para los cambios, y no sólo los deseos ideales

El país bárbaro construyó seguros cerrojos para que nadie lo cambie

Por:Jaime Correas

 "La Argentina corporativa ha impedido el surgimiento de una Argentina competitiva"Jorge E. Bustamante, "La república corporativa. 35 años, 1988-2023. Nada cambió"

Tras la publicación el 14 de junio en "La Nación" del artículo de Alberto Ades "Audaz alquimia. Fondo, forma y ley en la estrategia de poder del gobierno de Milei" se desataron réplicas de tres sobresalientes analistas. ¿Qué dice el abogado y economista argentino doctorado en Harvard para despertar tanto interés entre cabezas que navegan muy por encima de la media? Las réplicas parecieron advertir que el nuevo protagonista del debate era mucho más temible que las personalidades rocambolescas que protagonizan desde el mileísmo la llamada "batalla cultural". Por eso valía la pena enfrentarlo, a fin de evitar la riesgosa seducción del mal que puede anidar en ese escrito. Ades parece ser otra cosa para ellos que un Laje, un Márquez o un Gordo Dan. Sería un ideólogo en serio, un rival a tener en cuenta porque explica con más hondura y perversidad los aspectos negativos haciéndolos buenos. Los otros no explican el mal, son brazos armados de la barbarie, meros militantes. Los tres excepcionales artículos muestran que en medio del barro en el que suelen desarrollarse las discusiones en la Argentina hay espacio para un pensamiento de mayor calibre. Jorge Fernández Díaz tituló "Sueños inquietantes de una revolución libertaria" su artículo de "La Nación". Vicente Palermo escribió en Panamá "Un alegato inteligente: la política del mileísmo según Ades".Cerró diez días después Carlos La Rosa en "Los Andes" de Mendoza con "Los defensores de los malos modales", nota que si bien no está enteramente dedicada al economista liberal, como los dos anteriores, si lo alude centralmente.

Cada lector puede recorrer esos artículos y ver cuáles son los puntos que sus autores ponen en cuestión, con firmes argumentos y excelente pluma. No es motivo de estas líneas discutirlos sino contrastar con algunas realidades históricas y políticas ciertos puntos de Ades.

 Alberto Ades junto a Javier Milei

Desde 1983, luego de las elecciones que ganara por un importante margen Raúl Alfonsín, el Senado nacional es controlado por el peronismo. Ese control, que en determinados períodos ha sido abrumador, ha permitido modelar y profundizar algo muy anterior al inicio de la democracia moderna que es la composición corporativa de la sociedad Argentina. Esta situación se materializa en que cada sector goza de legislación a medida y la vida social se transforma en un juego de tensiones entre esos diferentes grupos de poder, que se defienden ante cualquier cambio que pretende el bien común por sobre el sectorial. Con la gestión de Milei, a través del ministerio de Sturzenegger, han surgido innumerables casos, al tiempo que se encaraba un plan económico novedoso. Los impuestos y las leyes están estructurados para sostener ese esquema corporativo, con el garante final del Senado como cerrojo de cualquier cambio legislativo. El orden político (que Milei llama la casta) garantiza el orden corporativo. Ese guardián de los intereses está blindado por el esquema de coparticipación federal de impuestos, cuyo propio cerrojo fue puesto en Santa Fe en la reforma constitucional de 1994. Garantiza, salvo una catástrofe que parece estar cada vez más cerca, pero que no llega, ese control peronista del Senado. Alfonsín intentó morigerarlo con el tercer senador pero no alcanzó. Los estudios de Carlos Gervasoni muestran con claridad como el sistema político argentino está anudado por la perversa coparticipación que es imposible de arreglar, aún cuando, cada vez que es conveniente, algún político diga que "es un debate que nos debemos". Lo dicen porque el mecanismo que le pusieron para reformar hace imposible que suceda. Con una sola provincia que se oponga no se cambia nada.

Si el candado del Senado falla, aparece como segundo resguardo la Justicia, que por diseño constitucional ha mantenido un esquema de funcionamiento que permite que un amparo de cualquier juez pueda ir contra el bien común. El 3 de agosto "La Nación" publicó un editorial imprescindible cuyo título sintetiza lo que sucede: "El bien común, al desamparo por tantos amparos". Las sólidas argumentaciones del escrito, ilustrado con una foto de Federico Sturzenegger, que hoy está sumido en el laberinto de los cambios que no suceden por el mecanismo descripto, llevan a algunas conclusiones: "En la coyuntura actual, después de décadas de atraso debido al bloqueo impuesto por grupos corporativos a la competitividad de la Argentina y su consecuencia, el déficit fiscal, es natural que las medidas del ministro Sturzenegger afecten a quienes pierden privilegios, contratos o empleos... Será difícil desarmar la madeja corporativa que empobrece a nuestro país mientras quienes gozan de un privilegio legal, un subsidio oficial, un régimen especial o un mercado cautivo puedan lograr que algún juez afín detenga de inmediato su aplicación por razones constitucionales." El editorial explica que hasta la reforma de 1994 el control de constitucionalidad de los jueces era, al igual que en Estados Unidos, para resolver casos individuales con efectos limitados a cada uno de ellos. Aclara que en Francia o España hay Consejos Constitucionales que pueden anular una ley, algo que no puede hacer un juez. El artículo 43 de la CN permite que esa declaración de inconstitucionalidad vaya más allá de las partes en conflicto. El escrito concluye: "se ha abierto una Caja de Pandora, pues cualquier juez del país (nacional, provincial o de paz) e incluso incompetente, puede suspender con mínima fundamentación la vigencia de una ley o de un decreto de forma precautoria, requiriendo solo caución juratoria y dándole efecto universal." No hace falta más que recorrer los escándalos con algunos jueces a lo largo y ancho del país, muchos llevados a jury, para comprender que no es muy difícil conseguir un juez afín para frenar un cambio. Está claro que entre los muchos buenos jueces que hacen su trabajo los hay que llegan incluso a cargos de alta responsabilidad porque sus padrinos políticos "valoran" justamente las debilidades de su personalidad que los hacen manejables.

Ver: Quincho: del coto de caza de un peronista al papelón del PRO

Este esquema de un Senado cautivo sostenido en su conformación en un sistema de coparticipación de impuestos intocable y con efectos nocivos todos y positivo ninguno; una Justicia que no es justa y no sólo es venal en muchos casos sino también militante en otros, con lo cual hay jueces a demanda con poderes que no deberían tener; un corpus legal que garantiza privilegios en muchos casos no por quebrarlo sino justamente por aplicarlo; un sistema de partidos políticos cuyos protagonistas y existencia están sostenidos en todo lo anterior, que a su vez permite un escandaloso patrimonialismo; un sindicalismo que defiende privilegios y negocios de cúpula aún a costa de sus representados; un empresariado que se mueve como pez en el agua en ese mar de malformaciones, con la excusa de que para sobrevivir ellos deben adaptarse, esta pútrida cadena, es la Argentina fracasada y decadente. Cruza transversalmente a todos sus integrantes aunque sean pocos los que estén dispuestos a aceptar su cuota parte y actuar en consonancia y muchos los que están al salto para encontrar cómo el resto es culpable de todo.

Ese es el país cuyo gobierno tomó el presidente Javier Milei. Su gran e inocultable mérito hasta hoy no sólo es haber frenado la inflación sino también haber dejado como nunca antes este esquema infernal a la luz. Antes de él estos debates no existían y las corporaciones vivían siempre en primavera, con sus guardianes ahítos de bienestar. La gran consecuencia de este esquema perverso ha sido que una nación con innumerables razones para ser exitosa sea uno de los fracasos más estruendosos e incomprensibles de la historia de las naciones.

Ades, que antes de Milei planteaba la economía que el presidente está llevando a cabo y que hoy es amigo del primer mandatario (bueno es aclararlo para evitar los argumentos ad hominem en su contra) intenta en su artículo una explicación política del fenómeno libertario, al que adhiere en lo económico. La calidad, minuciosidad y contundencia de las réplicas que recibió deben llevar a buscar en los pliegues de su escrito. Allí se encuentran tramos que aluden a esta Argentina que se ha descripto más arriba e intenta encontrarle salida. Es así como algunas de sus aseveraciones pueden ser vistas como un llamado a la barbarie o simplemente como una descripción de lo que sucede, de acuerdo a quien lo lea.

Dice Ades: "La convicción fundante del mileísmo es que la Argentina ya no admite reformas graduales; que el reformismo clásico, basado en el consenso, ha fracasado. El sistema político ha demostrado ser más hábil en metabolizar los cambios que en sostenerlos: las reformas se diluyen, se negocian hasta volverse inofensivas y, finalmente, se revierten. Para Milei, solo hay una manera de hacerlas efectivas: ir a fondo. Que duelan, sí, pero que produzcan resultados antes de que puedan ser desactivadas." Si se lee esta descripción a la luz de esa Argentina corporativa garantizada por la mayoría peronista en el Senado, basada en la coparticipación, apuntalada por una Justicia a medida y gerenciada por una política que es custodia de las corporaciones, queda claro que es casi imposible hacer cambios y que lo más probable es que se reviertan, tal como está sucediendo en demasiados casos. Y apuntala más adelante: "De ahí la otra ruptura: no solo con el gradualismo, sino también con la idea de que el consenso es condición previa para reformar. Toda reforma suavizada para lograr apoyos legislativos tiende a diluirse. Las concesiones, en lugar de garantizar gobernabilidad, terminan por vaciarla de eficacia. Y si una reforma no da resultados, no se vuelve popular. Y si no se vuelve popular, no se sostiene. En esa lógica, la profundidad del cambio y la velocidad de sus efectos no son solo una estrategia técnica: son, para el Gobierno, la única forma de volverlo políticamente irreversible. Primero los resultados; después, el apoyo. No convencer para reformar, sino reformar para convencer." Para luego llegar a una frase que ha irritado a los críticos porque la han leído como cercana al quiebre del sistema: "Esta lógica también condiciona la relación con las instituciones. La negociación clásica, basada en el matiz y la confianza, cede lugar a un cálculo: ceder lo indispensable para avanzar sin diluir. El Congreso se convierte en un escollo a sortear, no un espacio para alcanzar consensos." Si se lee que el Congreso es un escollo en clave clásica se piensa en Fujimori o en Maduro, pero ¿qué sucede si se lee en clave de la descripción hecha al principio? Ahí se transforma en problema y hay que explicar cómo se realizan cambios profundos, estructurales, en un esquema institucional que tiene candados tan bien sellados que los hacen imposibles. Y esa explicación es en la que la realidad muestra su mayor crueldad y el diseño de Milei y su equipo es más difuso y débil, porque no está claro que sus estrategias sean efectivas en este sentido. Esta semana ha sido paradigmática. Sin embargo, más allá de las retóricas parece haber muy poco margen para el quiebre del orden institucional que consolidó Raúl Alfonsín desde 1983 y que permite que Milei gobierne. Hay que encontrar el camino y no omitir a la hora del análisis las trabas siniestras para luchar contra la lacra corporativa que tiene tomada a la Nación. ¿Esto es un llamamiento al "todo vale"? No, es apelar a engrosar la deliberación pública, algo que hasta ahora el mileísmo, con su líder a la cabeza, ha bloqueado con su modo de acumulación de poder. En un hecho auspicioso el presidente ha prometido no insultar más. Habrá que verlo. Aunque no se trata sólo de insultos, sino de estar dispuesto al intercambio y la escucha. Por eso, no hay que dejar de leer el epílogo de Ades en esa clave: "Por ahora, los datos preliminares ofrecen motivos para el optimismo: el tipo de cambio se ha estabilizado, la inflación se ha desplomado y se consolidan los signos de recuperación. Pero el verdadero examen va más allá de esas cifras: consiste en convertir el cambio en norma. El desafío es lograr que las reformas se integren al sistema y que la confrontación -útil en la ruptura- deje de ser la estrategia para avanzar. En esa transición -de la excepción al orden- se juega no solo el futuro del Gobierno, sino además la posibilidad de que la democracia argentina recupere una credibilidad extraviada durante décadas."

Los críticos dicen que llegar a la civilización a través de la barbarie es un contrasentido. Y que no sucederá. Quizás. En la historia no todo es sucesivo, los cambios se hacen con procesos superpuestos y simultáneos. Lo que hay que explicar es cómo se civiliza un país bárbaro, donde los bárbaros tienen todos los cerrojos para que nada cambie. Ades hace su intento describiendo más que prescribiendo. Ojalá muchos se sumen a una deliberación pública de calidad que sería óptimo fuera mejorada desde la cabeza del poder y que, sobre todo, aísle al país corporativo y empobrecedor. 

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