El grave error de dejar hacer solos a los depredadores

Los tiempos actuales requieren que los críticos busquen el modo de incidir en las nuevas políticas propuestas. La hora de los depredadores puede ser inútil en temas complejos como la educación.

El grave error de dejar hacer solos a los depredadores

Por:Jaime Correas

"Yo sólo veo aquello en lo que creo".

Éric de Zemmour, en la campaña francesa a la presidencia de 2022, citado por Giuliano da Empoli.

La reciente aparición de "La hora de los depredadores" del sociólogo, ensayista, asesor político y novelista Giuliano da Empoli, además de un suceso editorial por su predicamento en la Argentina, es una oportunidad para releer sus dos anteriores e imprescindibles libros: el ensayo "Los ingenieros del caos" (2019) y la novela "El mago del Kremlin" (2022). Las fechas son importantes porque el italosuizo, que dirige un think tank en Milán y da clases en París, ha sido un sutil predictor de lo que se venía en la política internacional cuando apenas, en 2019, se estaban dando las primeras señales. Sobre todo a través del primer Trump. Lo principal es que, aunque muchos lo han leído en clave de sorpresa o de condena de lo que detestan de esos nuevos fenómenos tan estruendosos, Da Empoli los analiza con curiosidad e intentando desentrañarlos. No los quiere excusar ni descalificar, sólo intenta entender lo que a priori lo desorienta y no le gusta. En "Los ingenieros del caos" escribió: "Para combatir la gran ola populista, primero debemos entenderla y no limitarnos a condenarla o liquidarla como una nueva ‘era de la sinrazón'... Las acciones de los ingenieros del caos no lo explican todo, ni mucho menos. Lo que hace interesantes a estos personajes, más que el hecho de que supieron captar antes que los demás las señales del cambio en curso, es la forma en que aprovecharon esto para avanzar desde los márgenes al centro del sistema. Para bien y, sobre todo, para mal, sus intuiciones, sus contradicciones y su idiosincrasia son las que marcan nuestra época."

Vale la pena en esta relectura de sus libros pasados leer aquellas aproximaciones a la luz de lo que sucedió luego. El análisis de entonces del autor se agiganta. Desde Bukele a Milei (a quien alude varias veces en su nuevo libro), y desde el segundo Trump al heredero al trono de Arabia Saudita, Mohamed bin Salmán (MBS), cada uno es abordado en "La hora de los depredadores" como ejemplos vivos de quienes están protagonizando la deliberación mundial. Y, sobre todo, marcando el ritmo de la acción. En este nuevo libro, sintomáticamente, casi no usa ya la denominación "populista", sino que se aproxima de un modo muy original a los fenómenos, remitiéndolos a alusiones históricas y literarias, con menos rótulos. Sabe que el término "populista" parte aguas y Da Empoli aspira a bucear en profundidad.

La presencia de Maquiavelo da paso a la figura de César Borgia y los "borgianos", es decir esos príncipes disruptivos que combaten a las elites tradicionales con formas renovadas. Ese control de las viejas élites ha sido demolido por los "borgianos" que avanzan depredando. Su característica es que a diferencia de lo que sucedía antes cuando los insurgentes eran los que empujaban al caos para voltear un orden, son ahora esos depredadores los artífices del caos para construir un nuevo orden en el desorden. En un mundo que se ha basado en las evidencias, en los datos, en el conocimiento, que transitó el Iluminismo, estos nuevos artífices, que Da Empoli no condena ni vanagloria sino que trata de entender, avanzan a fuerza de voluntad y decisión personal. Explica que Trump no lee nunca un libro, ni un diario, ni los informes de una carilla que le preparan sus asesores. Y concluye: "Pero qué más da. Lo que cuenta es sobre todo la acción, de la cual, el conocimiento, como bien sabemos, es uno de sus peores enemigos. Un contexto caótico exige decisiones audaces que capten la atención del público, dejando estupefactos a los adversarios".

Lo que antes era un equilibrio al que el autor ve metafóricamente como "el consenso de Davos", en alusión al encuentro anual del establishment económico, a través de la preeminencia de democracias liberales a cargo de una élite tradicional ha dado lugar a esta "hora de los depredadores". Han hecho estallar aquel estado de situación. Pero para complejizar el panorama las nuevas elites tecnológicas (Musk, Zuckerberg, etcétera) se han sumado con la irrupción de la IA como factor de desconcierto y cambio. Y estos protagonistas se llevan bien con los "borgianos".

Cuando analiza el "milagro Bukele" señala: "el presidente de El Salvador es partidario de la acción ‘borgiana': la conjunción de una iniciativa audaz y de unos medios expeditivos al servicio de la producción de una sorpresa divina. No obstante, a diferencia del príncipe saudí (en alusión a MBS), Bukele no se mueve en un sistema autocrático, sino en uno más bien democrático, aunque lo lleva a su límite". Y Da Empoli pone el ojo en el desempeño del hombre fuerte salvadoreño: "El Caudillo milenial fue elegido con el ochenta y cuatro por ciento de los votos y su partido, Nuevas Ideas, que no existía seis años antes, ganó cincuenta y cuatro de los sesenta escaños parlamentarios". Como se sabe, su secreto es que transformó el país más violento del continente en el más tranquilo. No parece poco. Frente a esa evidencia Da Empoli sentencia: "Una era de violencia sin límites se abre frente a nosotros y, como en tiempos de Leonardo, los defensores de la libertad parecen estar especialmente mal preparados para la tarea que les espera".

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Sugestivamente el libro en sus primeras páginas ejemplifica con Moctezuma y la llegada de Hernán Cortés. Analiza la actitud del jefe del Imperio Azteca: "atenazado por opiniones contrarias, el emperador hizo lo que todo político hace en cualquier época y en semejante situación: decidió no decidir... al querer evitar la guerra a costa de su deshonor, Moctezuma tuvo deshonor y guerra". Ahora eso cambió, la acción le ganó a la inacción y arrastró a los votantes, al público. En esa disyuntiva los depredadores llevan una ventaja. Lo de Bukele es grueso pero efectivo: si se saca de las calles a quienes siembran el terror y la violencia (todos tatuados para la guerra lo cual los identificó y permitió atraparlos y también inducir al error cuando quien portaba el tatuaje era cualquier cosa menos un delincuente), las ciudades se tornan calmas. Para que eso suceda se necesita de voluntad política y decisión. La exitosa operación genera contradicciones muy condenables que son atenuadas por los resultados. La muestra está en la reelección de Bukele.

Da Empoli profundiza más aún: "Así, el destino de nuestras democracias se juega cada vez más en una especie de Somalia digital, un Estado fallido a medida planetaria, dominado por los señores de la guerra digital y sus milicias. Hoy, no se trata ya solo de técnicas de comunicación, sino de gritos de guerra, de contenidos y programas que circulan con fluidez de los seminarios del Danube Institute de Budapest a las conferencias de NatCon, de Miami a Buenos Aires." Y más adelante completa: "Lo que ha cambiado con relación a hace ocho años es que el zócalo sobre el que descansaba el antiguo orden se ha hundido. Si a mediados de la década de 2010 los partidarios del Brexit, de Trump y de Bolsonaro podían parecer unos grupos de marginales que desafiaban el orden establecido y adoptaban una estrategia de caos, como hacen los insurgentes en guerra contra una potencia superior, hoy la situación se ha dado vuelta: el caos no es el arma de los rebeldes, sino la marca de los más fuertes". Pero no conforme con llevar a ese extremo el análisis concluye: "Trump, en el fondo, no es más que la enésima encarnación de uno de los principios inmutables de la política, da igual quien lo constate: no existe prácticamente ninguna relación entre el poder intelectual y la inteligencia política. El mundo está lleno de personas inteligentes, incluso entre los especialistas, los politólogos y los expertos, que no entienden absolutamente nada de política, mientras que un analfabeto funcional como Trump puede alcanzar una forma de genio por su capacidad de ir al unísono con el espíritu de los tiempos".

Da Empoli tiene una lectura muy orteguiana de la historia y la política. Sus ideas están muy cerca de "Mirabeau o el político", el ensayo de 1927, que refleja los valores intemporales de la política. Ahí Ortega dice que lo que caracteriza al político es su deseo de cambiar la vitalidad del ciudadano, es decir de transformar la realidad. Y para eso necesita de la competencia en la praxis en los temas que tiene entre manos. Aquí es donde surge la mayor duda sobre los depredadores (todos los "borgianos" lo son, pero no todos los depredadores son "borgianos", a muchos les falta su Maquiavelo y, sobre todo, su Leonardo). Hoy países como la Argentina tienen temas calientes como la economía en transición a salir trabajosamente de la enfermedad corporativo-populista o la seguridad (no es casual la mirada a Bukele en este sentido, luego del baño zaffaroniano del kirchnerismo con resultados ruinosos y catastróficos). Pero hay temas que son más sofisticados, como la educación. Es que allí se juegan variables que no son tan claras como hacer una cuenta para evitar el déficit o meter delincuentes presos. Por eso Sarmiento, que era un liberal convencido y doctrinario, explicó ya en el siglo XIX que es la única actividad humana en la que no talla la ley de la oferta y la demanda. El que es ignorante no sabe de la importancia de la educación y no la busca o la requiere como sí lo pide en su necesidad el que tiene hambre, frío o se enferma. La ignorancia es asintomática para quien la padece. Por eso pretender transformar un sistema estado centrista en uno sin estado es un error letal. Lo que se debe hacer es desregular para que tenga tanto de estado como de privados y familia como sea necesario.

No es casual que Da Empoli termine su libro con un ejemplo municipal de Francia, cuando en el resto de su incisivo ensayo ha sobrevolado a figuras principales de la política mundial. Allí posa su mirada crítica en una anécdota de la gestión de una dificultad. Concluye en el caso aludido que las medidas tomadas producen su efecto pero no arreglan el problema. Y ese puede ser el gran talón de Aquiles de los depredadores. Que su acción les sirva para los efectos que persiguen y que logran con enorme efectividad, pero que no alcancen para cambiar la realidad. El problema de la educación argentina es lo suficientemente grave, y no sólo en nuestro país el problema es complejo, como para creer que se arregla con los efectos de una nueva ley o de medidas tenues. Se requiere de una mirada compleja políticamente hablando y técnicamente densa en la acción. No parece estar sucediendo porque como se le escapó al político francés Éric de Zemmour: "Yo sólo veo aquello en lo que creo". Es decir: "creo, luego existo". Penoso. Renovada tarea para la Ilustración. Quienes sólo ven lo que ya creen tienen una visión a través del ojo de la cerradura y la educación necesita una mirada de apertura enorme. Y en ese punto aparece la necesidad urgente de quienes pueden aportar las visiones críticas y complejas. Pero, como están ofendidos, enojados y, quizás, asustados con los depredadores, se apartan y sólo critican. ¿No les habrá llegado el momento de jugar su carta de conocimiento incidiendo en lo que sucede? La experiencia de oposición al populismo kirchnerista debería al menos servirles para comprender lo hueros e inútiles que fueron, calmando sus conciencias y permitiendo que todo lo malo pasara. "La hora de los depredadores" es una hermosa reflexión que bien leída podría permitir quizás no llorar a futuro sobre la leche derramada.