El fondo de la decadencia es un problema cultural

En los editoriales de José Luis Romero, frente al desafío que le imponía la adversidad no se quedó en la crítica o la queja y apeló en primer lugar a sus conocimientos de historiador.

El fondo de la decadencia es un problema cultural

Por:Jaime Correas

"No llores por las heridas que no paran de sangrar no llores por mí, Argentina, te quiero cada días más..."

Charly García, Serú Girán, "No llores por mí, Argentina"

Los pliegues de la historia suelen esconder situaciones significativas, que alumbran corrientes profundas de las sociedades. En 1954 el gran historiador José Luis Romero, dejado fuera de los sistemas educativos en 1946 por el régimen peronista, sobrevivía junto a su familia con dificultad. Como si se hubiera vuelto a los tiempos de Rosas en que muchos de los principales intelectuales debieron cruzar el Río de la Plata para tener un modo de vida en Uruguay, en 1948 la Universidad de la República le ofreció una cátedra. Su sueldo era normal en suelo uruguayo, pero por esas magias del tipo de cambio, tan comunes en la Argentina como se puede ver hasta hoy, se transformaba en un ingreso importante en Buenos Aires. Desde ese puesto académico Romero obtuvo la beca Guggenheim con la que permaneció seis meses estudiando en Harvard. Esto le permitió trabajar en la Widener Library y hacer contactos con académicos estadounidenses. En 1953 la situación se dificultó al extremo porque el gobierno peronista dio un nuevo giro a sus políticas represivas. Y las dificultades para quienes iban al Uruguay, nuevamente como en tiempos rosistas, se ampliaron. Para atravesar el río se debía gestionar un pasaporte en el Ministerio del Interior. El documento sería entregado en un acto público, plagado de fotógrafos, por el propio ministro Ángel Borlenghi. Los principales opositores, Romero era uno de ellos, no se avinieron a esa escenificación infame. Pudo mantener la relación laboral a distancia, pero en 1954 dejó de cobrar, con lo cual volvió a estar en dificultades. Como sucede muchas veces, surgió una posibilidad salvadora. El redactor en jefe del diario La Nación Juan S. Valmaggia le ofreció escribir los editoriales del diario referidos a política internacional.

José Luis Romero. Foto: gentileza Archivo Digital de José Luis Romero

Todos estos detalles los cuenta su hijo, el también historiador Luis Alberto Romero, en el prólogo al excepcional volumen "La Guerra Fría vista desde Buenos Aires. Los editoriales de La Nación 1954-1955" (2025). Es un libro muy curioso porque reúne todos aquellos escritos, que no salieron con la firma de Romero, sino que reflejaban la línea editorial del matutino. El era el encargado de pensarlos y escribirlos. Una de las principales cabezas de aquel tiempo se ganaba la vida redactando lo que el diario publicaba como su editorial. A la caída de Perón, Romero fue nombrado rector de la Universidad de Buenos Aires, tal era su prestigio intelectual. Pero lo cierto es que quedó ese corpus de notas que se sabe por fuentes directas que se debían a la pluma de quien era el principal historiador del país. Fue además maestro de las generaciones de historiadores que vendrían luego y autor de una obra excepcional donde destacan "Estudio de la mentalidad burguesa", "Las ideas políticas en la Argentina", "La revolución burguesa en el mundo feudal" y "Latinoamérica, las ciudades y las ideas", entre otros libros. El volumen con los editoriales es doblemente interesante porque lo muestra a Romero escribiendo desde el historiador que debe hacer trabajo periodístico. Un historiador, con su caja de herramientas, analizando el presente. Un presente por otro lado conflictivo como el de la Guerra Fría, desatada entre Estados Unidos y la Unión Soviética al fin de la segunda guerra mundial. Luis Alberto Romero cuenta la cocina de aquellas notas, que se agiganta en tiempos de internet, donde todo está a la mano con un click. Todos en la familia colaboraban para juntar la información, que se iba recortando de lo que salía publicado y ordenando en carpetas. Era como una computadora analógica de los '50 en papel. Esto debe haber sido una enorme escuela para el hijo que luego siguió los pasos del padre. La hermana mayor hacía el viaje desde Adrogué hasta el diario para llevar puntualmente la nota que mandaba semanalmente y cobrar los cheques que permitían vivir a la familia. Otros tiempos. El volumen se completa con dos notas críticas, donde el historiador Julio Melón Pirro y el periodista y escritor Rogelio Alaniz dan sus visiones de este libro tan particular y sobre todo valoran a su autor. Alaniz sintetiza: "Los textos disponibles no sólo son un ejemplo de periodismo editorial, sino un ejemplo de historia en tiempo presente, un testimonio de cómo se sitúa un historiador para pensar el mundo". Y rememora una entrevista de Félix Luna donde ante la pregunta de la pertinencia de un historiador medievalista como Romero para entender sobre historia argentina, contestó con ironía que había que ser "medievalista para entender en serio la historia argentina".

Lo sucedido con Romero habla en profundidad de la Argentina y del problema cultural que subyace a su decadencia. Está más allá de la coyuntura política. Se cree que las dificultades dependen de que estén unos u otros en el poder o de que se saquen determinadas leyes o de que alguien enumere cambios para conseguir que el país salga de su estancamiento. Argentina es un país fallido, que vive de la ilusión de un simulacro por el cual se supone que pasan cosas que en realidad no pasan. Por ejemplo, estos últimos días se armó una gran polémica por la circulación de un documento con un proyecto de ley educativa que llevó a enfriar las discusiones en el seno del Consejo de Mayo. Está claro que las fuerzas conservadoras que quieren que todo siga igual fueron quienes hicieron circular el escrito como si fuera ya una realidad, cuando era sólo eso, un escrito preliminar en discusión y que tenía enormes objeciones. Como varios otros que circulan entre quienes se interesan por la educación. Además, es obvio que no será una ley nacional la que cambie la educación sino dar en la tecla con las gestiones concretas que mejoren los resultados. Gestiones que suceden en las provincias. Por otro lado hay consenso de que la norma de 2006 es una buena ley que podría mejorar con ajustes, sobre todo en aspectos que no han sucedido tal como se preveía que iba a ocurrir. Por ejemplo, el artículo 83 propugnaba que "los docentes con mayor experiencia y calificación se desempeñen en las escuelas que se encuentren en situación más desfavorable, para impulsar una mejora de los niveles de aprendizaje sin perjuicio de lo que establezcan las negociaciones colectivas y la legislación laboral". Pues bien, en casi 20 años esto no ha sucedido ni va a suceder porque son justamente las razones laborales que se plantean las que impiden ese mejoramiento. Ninguno de los estatutos docentes de las provincias permiten que suceda ese objetivo bien pensante de que el docente más calificado vaya a la escuela más vulnerable. Si pasa, es de casualidad, pero en general quien tiene más puntaje elige y suele ir a donde le viene mejor, no donde la tarea es más dificultosa. Este es el tipo de cosas de fondo que se podrían cambiar, para lo cual habría que meter mano en mecanismos que son resortes provinciales y despertarían resistencias.

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Problemas como el educativo se repiten en todas las actividades en la Argentina porque su arquitectura institucional, la real no la de los papeles, está marcada por una concepción corporativa, sustentada en un funcionamiento patrimonialista. Esta situación lleva a que las corporaciones sean las que marcan las políticas y mantienen las vacas atadas sin importar el interés general. Para garantizar eso se usa al débil estado para fines partidarios y sectoriales. Funcionarios de los tres poderes garantizan que no se toque nada importante. La Argentina vive hoy una coyuntura en la que esta malformación ha quedado en carne viva. Puede elegir enfrentarla para demolerla o seguir con el esquema que garantiza la decadencia. Esto es lo que se ha hecho y ha sido paradójicamente exitoso. Nada ha sucedido por error, ha habido consenso para hacer cosas que han traído efectos devastadores. Por ejemplo, la baja productividad de la economía no ha sido el resultado de errores, sino la aplicación al pie de la letra de principios que llevan a esa consecuencia. Por eso es que el problema no es de leyes, aunque hay muchas que modificar o derogar para evitar el picnic que se hacen las corporaciones a costa de todos los ciudadanos. Se trata de gestionar y para hacerlo se necesitan los más capaces, no sólo en cuanto a conocimientos, que son imprescindibles, sino también a capacidad de acción. Hablar es relativamente fácil, accionar con efectividad desde un estado cuyos músculos son débiles es mucho más difícil. Porque, entre otras cosas, nunca se consiguen vencer las resistencias de quienes viven bien en ese status quo. Para que la gestión camine se necesita liderazgo claro desde la cabeza, con aporte de mucho capital político para bancar las tormentas que todo cambio desata, equipos técnicos competentes y equipos políticos eficientes. Sin eso las mejoras son ilusorias y sólo quedan en el mundo de las palabras. Por ejemplo, y volviendo a la educación, si se duplicara la inversión en el sistema actual, tanto obligatorio como universitario, los resultados serían igual de malos. Siempre es deseable contar con más medios, por supuesto, pero también es importante considerar cómo y en qué se gasta. La calidad de la inversión es lo que está en cuestión, pero de eso no se habla, sólo se discute el monto final, como si él fuera el problema único y el resto estuviera resuelto.

El ejemplo de los editoriales de Romero es sugestivo. Frente al desafío que le imponía la adversidad no se quedó en la crítica o la queja y apeló en primer lugar a sus conocimientos de historiador. Pero también echó mano a la información que le acercaban los medios. Así pudo sintetizar el pasado con el presente y hacer bien su trabajo. Ordenó colaborativamente a su familiar para ayudar en una tarea que sólo él podía liderar. Su esposa y sus tres hijos trabajaron no sólo detectando y procesando datos, sino también cumpliendo con la logística de llevar las notas desde su casa al diario, camino que había que recorrer en tren y ómnibus, y luego cobrarlas. Cuando la adversidad acecha a algo o a alguien, nada ni nadie sobra. Todo es necesario pero depende de quien lidera que cada pieza cumpla su función adecuadamente. El país está en una situación inédita en ese sentido y parte de la población ha intuido que hay una posibilidad. A esto se debe el resultado electoral favorable al oficialismo y el modo en que el sistema político partidario se está reconfigurando después de su demolición. Si esta generación tiene buenos arquitectos, como tuvo la del '80 del siglo XIX, el futuro puede ser promisorio. Más que frases hechas y voluntarismo, se necesita gestionar bien las bases del porvenir. Las cabezas potentes, como la de José Luis Romero, ayudan a pensar los momentos complejos y de cambios profundos. Como lo fue la Guerra Fría y como lo es el actual. Pero a ese pensamiento hay que agregarle la acción y la pasión de la política. Argentina espera se concrete.