Uno podría pensar y a la vez preguntarse, qué tipo de problemas tendrá un escribiente con el autor. Y sí. Es una buena pregunta. Y legítima es hacérsela. Yo me la hago todos los días como amanuense. Un lector podría quejarse por tener que leer un texto en donde se detallen las intrigas y sospechas mutuas, entre escritor y escribiente, mostrándose las hilachas, ¿a quién le importa? Y tener que leer las trampitas que se hacen escribiente y autor en el desarrollo de un escrito por detrás de bambalinas. Para develar el texto entonces, haría falta algo más que desentrañar la mera estructura del relato y del sosiego, en el fluir de una narrativa fugitiva en los ríos de la novela, por dar un ejemplo. Disculpe lector que se lo entretenga en estas cuitas. Pero quien narra y teclea aquí soy yo: un escribiente amanuense, que para mí es lo mismo. He tomado la posta del relato en carácter de segundón de un proceso creativo, y usted quizá lo habrá notado en otros textos donde se ha hecho lo mismo, asaltar el poder del autor, cuando éste se distrae o se va de mambo. Si ha sido un lector atento se habrá dado cuenta. Soy un amanuense contratado sin identidad, y, en resumidas cuentas, podría ser un autor anónimo que escribe obras escandalosas para lectores escandalosos. Siempre soñé con el anonimato. Con la idea escandalosa de ser libre. En su más profunda interpretación de lo que uno considera ser libre en base al ocultamiento de quien escribe. Mi primera fuente de anónimos fueron las "Memorias de una Princesa rusa", y así por el estilo.
No es miedo ni temor. Por el contrario. Se duda de los que con su nombre y apellido legal, y foto de su rostro tipo carnet de conducir, digan otras cosas por el estilo. Lo que escriben es lo que se permiten escribir y les permiten publicar, por el estilo de la editorial a la que se rinden, por decoro, por corrección política y aplicación de pautas morales. Como escribiente debo decir que a mí no me ha publicado nadie. Ellos escriben porque por dentro, y como en toda peregrinación, el estilo no destila, y va por dentro como la censura auto impuesta de quien escribe. Entonces no destila la escritura. Tiene fórceps, y es lo más parecida a un parto, con todo el sufrimiento que implica un parto cuando el crío viene de culata. Nadie que escriba desde lo exótero le caerá bien a su inestimable audiencia. Esa que lo escucha y que lo lee cuando habla bien, y lo ve peinando y afeitado en el pupitre de escritor.
Muy por el contrario: lo que cae bien de entrada es el ecúmeno poseedor de un nombre y un renombre, portador positivo de familia y de esposa, y que anda en el bondi con un morral de cuerina para confundir su situación. Es un lúser intelectualoide de barba rala que sin necesitarlo usa un bastón, y que en su boca posee todos los dientes. Porque al tipo le pinta cuidarse el comedor. Y pueda que transporte libros debajo del brazo y tenga por ello un buen parecer en sociedad. Y mil posibles estereotipos más. Es porque habita un lugar y tiene nombre que lo designa, y número de documento, por lo que es asentado en una dirección fija. Para que le llegue el correo hasta su casa, un escritor deber tener casa. Por eso a determinadas personas les dicen escritor o escritora. Los llaman y los aplauden: "Ey escritor, plash plash", con las palmas de las manos. Les dan premios en veladas literarias. Y salen en los diarios en notas culturales como botón de muestra de lo que pasa en la literatura de la zona oeste del país.
Este páramo se encuentra aislado del mundo, y vive en un microclima oprobioso que se forma entre la montaña y el habitante de esta ciudad ficcional. Ciudad que nació empotrada al desierto. Una ciudad que hubo de inventarse para que se quedaran los que vinieron. A vivir, no de vacaciones como se hace ahora, los que vinieron se vinieron a quedar. Hicieron suyo el territorio. En este caso el escritor es el que se queda en el mareante papel, y eso lo tiene siempre al borde del fracaso, y escribe del fracaso, y le publican su fracaso con su esposa. ¡Qué bien que retrata su fracaso y mirá cómo el tipo escribe un poema autobiográfico! Esa autobiografía permanente del tipo insoportable. Ayer me levanté y llovía y me hice un café con leche y no tenía leche. Al escritor se le acaba la leche y llora como el que ve una editorial.
Al escritor lo llaman de un periódico y lo llaman de otro, y al otro día lo llaman de una radio, y a la tarde del otro día, lo llaman de otra radio de la competencia. Pero le quedan pocas ocasiones para la difusión de su librito. Los días pasan, y le dice quien lo llama por teléfono, en este caso el periodista. Che: "qué bueno que sacaste un libro, te quiero hacer una nota mañana a la mañana. A las ocho de la mañana si te parece, porque tenemos la columna de economía a las ocho y cuarto, y después de las noticias, viene el pronóstico meteorológico. Vos me entendés. Decime qué te parece y confirmáme ¡así difundimos tu obra! ¿Te parece?". Y el autor sin contestar, lejos de pensar la propuesta y en un acto reflejo se baja con los dedos los lienzos, y se rebaja a lágrima, y le dice como una Magdalena desesperada ¡que sí! Que gracias, y que qué bueno es lo que hacés para difundir la cultura y la literatura local. Sos un genio local, ¿vos sabes Fernando que yo siempre te admiré como periodista local? Y en un entramado de elogios, el periodista le responde: ¡Y yo siempre te admiré como escritor local, Horacio!".
Así funcionan, periodista y escritor en su melange, porque el periodista que le propone la nota quiere ser escritor también, su diablito inconsciente le dice: "vos también podes ser escritor como él, es cuestión de sacar un libro". Queda muy bien relacionarse con escritores, porque algún día le tocara al periodista que entrevista al escritor recibir el llamado, y será tratado de escritor y de autor a la vez como por arte de magia. Entre periodistas y escritores se traba una relación de mutua atracción fatal. Y vienen y van, y van y vienen. Se caiga un edificio o amanezca la ciudad entre los escombros por un terremoto, todo, pero todo, les da igual. Del periodista y escritor se dirá en la noticia: "el autor de los poemarios ilustrados con pajaritos sin pajareras presentará su decimo noveno poemario en la sala Mengueche, esta noche a las 21 hs, y haremos un brindis con vino y empanadas amasadas a mano por la esposa del autor"; pero el libro lo presenta él, solo él y nadie más que él. Su mujer colabora, para que él sea escritor, y le hace las empanadas amasadas a mano a él, cada vez que él presenta un nuevo poemario.
El periodista le hace la entrevista según lo pautado, a las ocho de la mañana. "Decime Horacio -lo encara y le pregunta- ¿cuándo es que se te dio por escribir? Y decime, para vos: ¿qué es la poesía? Y te pregunto algo que siempre me gusta preguntar cuando estoy con escritores frente a frente, estimadísimo Horacio, ¿qué le dirías al lector que te está escuchando en estos momentos? Y para finalizar -el periodista le preguntaría- ¿dónde se consigue el libro, Horacio? Es un circuito muy bien aceitado por una armazón invisible, análoga a la idea de fantasma. Por eso muchos asistentes de presentaciones van por el vino y la empanada a la presentación, y muy pocos por el libro presentado. Y se llena de gente, y es un éxito la presentación. ¡Éramos treinta! Dice, la madre del escritor. Muy contenta que su hijo haya sacado un libro de la galera. Pero después me tengo que bancar yo como amanuense, que al escritor lo feliciten o hagan como que lo felicitan. La verdad, no sé si soy yo que estoy con la guardia baja o que tengo el ánimo por el piso, o tal vez que mi persona se vea afectada por estas cosas. No es envidia. Ojo. No. Aclaro. Quiero ser lo más sincero posible más allá de mis lapsus de deshonestidad intelectual con que me tengo acostumbrado. Y digo "me tengo..." porque es con el espejo que hago estas digresiones.
No hablo con nadie. Y con los que lo he intentado hablar -me he enterado por otros- me toman por loco. No me toman en serio. Me ronda en la cabeza como una mosca todo esto. Y no me deja pensar. ¡Yo no soy yo ni él es él! Y eso, ¿él no lo aclara? Somos dos dados vuelta. Dos caras de una misma moneda. Solo se muestra la cara que vale mostrar porque a la de atrás donde estoy agazapado nadie la mira; y nadie le da valor, como a la otra cara de adelante. Pero el que se las lleva de arriba soy yo. Y no me queda otra. Porque si bien nos movemos por desdoblamiento de personalidad, no nos podemos separar físicamente. Tengo un pucho prendido mientras escribo entre dos dedos de la mano derecha. Soy un experto y puedo escribir sin problemas mientras el humo me acorrala y no veo la página, la intuyo y no toso, y me la banco en las tinieblas tecleando hasta el albanecer, fumando y tomando mate. Hay diferentes formas de escribir con las manos, y eso quiero contarlo alguna vez, pero fumando. Tomando mate. Haciendo lo que se me canta. Porque para eso soy amanuense.
¿A quién carajo le pueden importar mis hábitos? Las pocas charlas mano a mano que hemos mantenido en todos estos años, me confirman, que lo que sospecho, tiene cierto sentido. ¿Cómo es que en tantos años no nos hemos sentado cara a cara a conversar sobre lo que hacemos los dos? Se lo ve algo cansado al autor. Y seguramente se excusaría de conversar, porque excusas para no hablarme le sobran. Pero no me queda otra que escribir yo, este devaneo, para organizar mi mente destartalada. Le he dicho al oído la mayoría de las cosas que he pensado para su porvenir en la escritura. Le he recomendado lecturas y pasadizos en las técnicas de la gramática indoamericana para que él las aproveche. A veces cuando lo veo perdido y mirando por la ventana yo le sigo la historia donde él la dejó, para darle una manito. Y él ni se da cuenta, o se hace el pelotudo. Ni agradece. Por haberle avanzado dos o tres capítulos y copiarle un libro entero mediante su dictado, el escritor no agradece nunca. El va caminando por el living de su casa tomándose un whisky, mientras se rasca las pelotas dice que él así piensa en la poesía y en la literatura. Es que el autor se acostumbra y se aburguesa, y se da vuelta como una milanesa. El desdoblamiento genera con el tiempo una relación de obediencia, y yo no quiero seguir en esta relación de sumisión.
Claro, que él no lo va a reconocer nunca. Una vez me dijo que ésto, es una relación de subordinación entre él y yo, y no de sumisión ni de dominación, y agregó que, puede que se transforme por momentos en una relación de antagonismo, como la que tenemos por estos días, pero nunca de sumisión, mi querido amanuense. Siempre tiene una salida dialéctica por arriba del laberinto de la que se agarra para convencerme este cretino verborrágico. Se le quedó pegadito el párrafo donde Laclau y Mouffe hablan de ese tipo de relaciones: subordinación, dominación, antagonismo. Es un estúpido. Piensa que no me doy cuenta. Apela a teorías que ha hecho suyas, y las manda cuando tiene que edificar un discurso para justificarse, está abarrotado de teorías e imposturas el escritor. Por eso yo a veces lo enfrento, como puedo, porque sé que ya perdí y me la tengo que jugar.
"Dejá de leer al mismo autor para fundamentar tu postura", le dije un día. Y no me quiso contestar. Se arruga a un debate más amplio en términos teóricos porque yo le planteo otra filosofía de la escritura y él se emberretina llevándome la contra con sus metáforas y anáforas, hipérboles y analexis, susyaxis y menotinimios, términos que él mismo deberá entender, siesque no son una manera de vender humo con su lenguaje chasco y académico. Pero lo comprendo, porque donde se ha metido es difícil de salir. Primero hay que querer salir. Es como el adicto que algún día decide su propio fondo y se empuja del fondo del pozo para tomar aire nuevo y salir al aire verdadero. Al autor le pasa lo mismo. Es un adicto que no reconoce su adicción, pero él dice que la maneja.
Y como he probado mil formas de comunicarme con el autor, ahora he decidido tomar yo el toro por las astas. Quiero pasar al frente de la escritura y no por segundón a quien le dicten. Ahora yo en mi silencio, y en mis ratos libres, escribo lo que será mi obra, mi gran obra anónima que por el momento lleva por título "Ya verán, hijos de mil putas". Quizá más adelante cambie el título. Pero por ahora es esa expresión la que me guía como brújula para no perder el horizonte de mi escritura. Sin nombre ni autoría. Y eso, es lo que les jode a todos estos autores, que ponen el rostro de escritores en la vidriera y en la góndola del supermercado literario. ¿Les jode que uno sea libre y no tenga el corsé que ellos se ponen y que después se vistan de putona para que se los cojan al finalizar la lectura de su poemario en círculos de poesía? Porque las editoriales editan, yo, amanuense, escribo en la sombra de la noche. De noche y por su condición de clandestinidad, la escritura oculta.
¿Ustedes quieren hacer su revolución?
Yo no.



