Tengo que transcribir lo que me encontré escrito en un papel que alcé de la calle cuando caminaba hacia el café.
Y que dice así:
Mi madre me abandonó, ¿será que dejó de quererme?, ¿y mi padre, a quien nunca conocí, será que nunca me quiso? ¡Si hasta mis hijos me abandonaron! Y ahora que estoy viejo ¿será que yo he dejado de quererlos a ellos? No, no, no. Mis amistades, otrora amores, ¡también me abandonaron por goteo! ¿Será que el amor se termina o será que no existe, o que se termina cual fuego apagase una vida en el último aliento en un incendio? Me hice esas preguntas y di esas respuestas, y de lo hondo de mi mente retumbaron más preguntas. ¿Se alejan por mis sentencias? ¿Se alejan por mis condenas? ¿O es por mis frutos que me dan la espalda?
Hace frío y es invierno. Punto, y aparte.
El café está atestado de solitarios. Son el UNO superior, esos todos. Le pido a la moza un cortado, haciéndole una seña desde lejos. Suena en la musicana un tango, que he escuchado, y se llama Fruta Amarga, y es en la voz de Roberto Goyeneche lo que escucho con temblor. "Corazón..." empieza, y el violín se desvanece como el atavío de un hada, que se deja. Con una mano, y con los dedos, le hago una seña en su forma y contenido a la moza, le hago el dibujo del café en el aire de un ademán. Y además un vaso de soda helada le pido a la chica que me adose a mi pedido. Pero esto no se lo dibujo. Porque no sé cómo se dibuja con los dedos una soda en el aire. Interpreta bien la moza mi seña. La moza tiene un mueca parca en su rostro ¿será el invierno tal vez, que a su cara de domingo le moleste mi pedido? Sin embargo, no reparo más en su mímica y me acomodo en la silla a esperar lo que yo le he solicitado.
Tengo una ventana pegadita a mi izquierda por la cual veo al domingo en Buenos Aires. Está nublado y siempre gris. Un libro de un mendocino o que vivió en Mendoza o que pasó por Mendoza, saco del fondo de mi cartera. Lo abro y en la primera página salta la cita, y al leerla, algo que no sabría cómo describir me impulsa. Algo me impulsa a escribir en el cuaderno preguntas y respuestas. A Roxana le he dicho que no voy a ir a Ezeiza al asado que me invitó, le digo, no me siento bien para socializar con gente desconocida. "Me quedo en el café roxi, gracias por la invitación, nos vemos en la semana", le escribo. No sé si ha visto Roxana mi mensaje. Pero al mandárselo yo me siento más libre con esa canción a cuestas. Entonces, a la moza le pido otra vez lo mismo. Y ahora, ella cree, que me quiero ir, y se me acerca y me pregunta si quiero pagar con mercado o efectivo, ¿acaso me quiere echar? No, no, no. Le digo yo: "tráigame lo mismo, otra vuelta". La moza me interpreta. Ahora sí. Mi pedido.
He decidido quedarme en el café. En este mundo de solitarios acompañado por el murmullo que sostiene el vibrar de este salón. Me dejo estar en el siendo de mi propio silencio. Nadie habla con nadie. Pero hay un murmullo en el ambiente. Y eso, lo hace acogedor al café El Faro, fundado según dice en el cartel verde, y pintado con letras porteñas fileteadas, en 1931. Invita a sentirse acompañado en la sordera este sitio indómito donde paro. A la soda le digo a la moza que me la traiga en un vaso grande, porque a la primera, me la trajo en un vaso chico. "Es que tengo mucha sed" le digo. Y mientras espero el café y la soda, salgo a fumar a la puerta. Y miro los balcones. Y miro el frente de las casas y de los departamentos.
En los edificios altos y asimétricos diviso, una pancarta del Club Chacarita Juniors. Siempre me gustó Chacarita Juniors, de niño me gustó la camiseta de Chacarita Juniors, aunque nunca había conocido la capital ni el mar, ni las grandes avenidas; me gustaba Chacarita de purrete. Yo en mi pueblo jugaba a la pelota en una esquina, un potrero, con una camiseta blanca, y recuerdo que una vez con unas fibras la pinté con los barrotes de Chacarita. ¡A mí no vengan a hablar de chaca! Porque yo de niño... Pensé que nunca iba a conocer la capital, y nunca conocería el mar, porque mi pueblo está ubicado en un lugar lejano más pegado a las montañas, apartado de las grandes ciudades que pasaban en la televisión en blanco y negro. Chacarita, era un equipo en blanco y negro para mí. Pero ahora, veo esa pancarta de colores, con los colores de Chacarita.
"Esto será muy corto" dije, pa mis adentros. En cualquier momento me pararé y me iré. Porque soy absolutamente libre pa dejar este murmullo me puedo parar y pagar e irme silbando bajito tangos chinos. En un televisor pasan imágenes de un accidente en Brasil y luego, a ese accidente, lo comparan con otro accidente, ocurrido en la India, con minutos de diferencia. No se escucha un carajo lo que dice la televisión, pero se nota que a los accidentes los comparan, más allá del murmullo que anula. Hay cientos de muertos y heridos en ambas tragedias viales. Hay fuego.
Hay caras en el café que no prestan atención a ningún estímulo extranjero. Hay caras que no están en su lugar. Digo en su cuerpo. Digo en su mente. Porque son caras de gente ajada que se repiten; y en un vistazo yo veo a todos los hombres solitarios del lugar, iguales. Todos igualitos. Y yo quiero ser igual a ellos. Tal vez pa los demás sea igual a todos. Pero yo hoy me siento solo. Con mi cara, igual a todos, soy yo el que no se siente en ese todo y me pregunto ¿por qué me han abandonado? ¿No se supone que por haber publicado un libro a uno lo deberían querer más? Qué va. Qué ingenuidad.
Si antes de publicar ese libro me querían, o yo creía que me querían, y que yo era esa alegría de ese sueño abrazador, si ya de noche no me encurdelo y tengo mejores consuelos. Pues, era mejor antes que ahora, que sé, que no me quieren más, y que por ese libro a veces pienso, es que no se me arriman los que antes se acercaban a mi lecho, a mi casa, a mi vida. ¿Qué he hecho yo en tan pocos años pa quedar tan solo, acaso he hecho algo que no sé, acaso nadie me lo ha dicho y yo siento ahora que no me lo querían decir?
Mi madre me ha abandonado. Es tan solo eso. Mi madre viva, está muerta de abandono, y yo, que no sé nada de su vida ni de su muerte, me detengo ante un árbol corpulento y añoso. Un perro caga en sus cimientes. Está seco ese árbol. Pero por dentro debe de estar vivo, y hacia debajo de la tierra escruto, que el árbol hace de su exterior, una muerte solo aparente. Tan solo por afuera se ve muerto ese árbol que ya dejé atrás mientras camino por la Avenida de los Constituyentes hacia el sur. ¿Hacia el sur está Saavedra? Creo. O no. Hacia el sur está la General Paz. La Avenida General Paz. No. Me confundo. Me pierdo caminando. No quiero que me guíe esa voz española que le habla igual a todos, y no quiero manejarme con ustedes, tecnológicos sociales. Me lleno de ira con las aplicaciones. Y me pierdo, como antes, entre calles cortas y largas, asumiendo la gravedad de la situación.
Lo que parece muerto. Lo que parece vivo. Lo que no se parece a nada. Es el sentimiento que uno tiene. Y por más que la cara, en este caso la mía y la de todos los paisanos sean iguales, es por dentro que va la procesión. La procesión va por dentro, reza el dicho. Me tomo la soda de un solo trago largo. Embucho. Se me caen unas lágrimas por la heladez y por el gas. Me encanta el gas de la soda y sé que es agua, pero la soda, con su propia personalidad, se nota en el paladar distinto al agua. A veces tomo café pa tomar soda, y a veces tomo soda pa tomar café. Son combinaciones que a uno le pide desde adentro un algo, que es un gusto. Un gustito a café y a soda, pa saborearlo.



