Crónicas del subsuelo: Tizne de Ruar

Crónicas del subsuelo: Tizne de Ruar

Por:Marcelo Padilla

 Sentados al linde del precipicio, con las patitas colgadas al vacío y meneándolas de un lado al otro al compás de una zikata japonesa que sonaba en el ambiente nubarroso, Celebrante Retirado y Personaje Descolocado, charlaban lo más panchos. Discutían, reflexionaban, departían y devaneaban sobre su relación en estos años: vericuetos donde halláronse metidos, tiempos de oro que por entonces Malasya se vivía en las calles y plazas, y no caían bombas, ni había entrado en guerra este pedazo de tirreno que da al mar y supo ser grande, grandiosa la Malasya de antaño, con sus monstruos dando vueltas por las taifas, insertos en la cotidianeidad entre dioses y diablos acoplados en orgías como perros alzados, que ni un balde de agua helada los podía separar, mire vea. Las grandes alamedas de alabastros que en la noche resplandecían y se proyectaban con un sistema que inventaron, reproducciones visuales en el cielo, arte de taifa y principado, graffiteros de canaletas estelares de suburbios, pintando el cielo electrizado, en fin.

Bien lo sabe el kan del Celebrante, -a no olvidar ahora con las que se vio el pobre bicho aquella noche, más bien en el crepúsculo, luego de la terminal caída de la tarde, en aquel rememoramiento-. El kan, llamado por el Celebrante simplemente con el nombre de "choco", supo meter el hocico en un tarro de lata viejo y herrumbrado que vadeaba en la cuneta. El sol, luego de arder toda la jornada, se había metido en una boca de la noche que, en su nacer de oscuridad lunar, ofrecía el convite para el desasosiego luego de una larga jornada de estiveo. La cosa es que el tarro estaba lleno de hormigas coloradas. De las chiquitas rojas que pican y dejan roncha. El imbécil del "choco" empezó a desesperar, a moverse en círculos, agitando su cabeza con su hocico ensartado en el tarrito, que ni ladrar podía. Sangraba el choco. Por los orificios del tarrito salía sangre de choco. Además de la picazón desesperante por las hormigas comunistas, el perro pelotudo sangraba, porque a medida que se movía bruscamente, más se tajeaba el hocico con el tarro roto. El Celebrante había cenado. Estaba fumando opio en el sillón de su palacete con un vaso de coñac en el garfio, a punto de ser ingerido no sin tambaleos y diatribas a sus supuestos adversarios, flasheando cómo sería su taifa gobernada por princesas y príncipes adictos a la heroína, con una guardia de enanos requetepuestos de menudencias encontradas en la basura de las calles. Delirios de un drogadicto sin retorno, mire vea. De pronto sintió unos quejidos que venían de afuera. No estaba como pa salir el Celebrante del viaje que tenía por el fumete. Sin embargo, en su volada prorrumpió a ver qué pasaba en la parte exterior. Pa qué. Enloqueció. Y dicen que por el opio y los nervios que le agarraron hizo un brote. ¡Se las había agarrado con el tarro! A tal punto que cagó a patadas al perro; algunas patadas iban directo al hocico, otras al tarro, pero la mayoría al lomo y a las patas. ¡Tarro e mierda, salí, salí! -me contaron, que decía el Celebrante, descerebrado por tamaño azar. El perro estaba como loco. El dueño también. Fue tal el escándalo que terminaron ambos, presos, en la comisaría 24 de la Zona Este de Malasya, donde el verde aparece debajo de los azulejos, un paraíso mire vea. En la comisaría los milicos se les cagaban de risa. Al perro y al dueño. Estaban al cuidado de ellos, eran 9 policías armados para custodiar a la parejita de enfermos. Igual, de brutos, los canas no se dieron cuenta que algo podrían haber hecho, sacarle el tarro al chocho por lo menoj, y dejarlo al Celebrante internado en un neuropsiquiátrico. Acá en Malasya son muy buenos. El Celebrante ha estado más de 30 veces internado. Sale nuevo. Y el perro que se cague... si hace siempre lo mismo, y el pelotudo del Celebrante también che, que no se despega de ese perro.

En fin, estaban sentados en la cornisa de un edificio de 80 metros altura, empinadísima la cornisa mire vea, charlando. Recordando el viaje a China que el Celebrante hizo luego de las trifulcas de octubre, en la plaza principal, a partir de entonces hubiéronse distanciado con Personaje D, por celos, vaya uno a saber...

-: Hablando de china-, dijo Personaje Descolocado, estoy leyendo una novela china, de la época de la dinastía Ming... chabón.

- ¿Cuál?

-La del Viaje al Oeste, "las aventuras del rey mono"

- ¿Y cómo la conseguiste?

-: De pedo, mirá: resulta que me fui a la zona de los chinos, al Barrio Chino de Malasya precisamente. Acá nomás, a unas cuadras. Me senté a comer unas Chang Sawis con licor de Tizne de Ruar, me puse en pedo, no tenía un yunque para pagar y se me ocurrió hacerme el loco, y empecé a gritar: "¡¡¡Me robaron el libro, Me robaron el libro!!!", y ahí nomás cayo la montada, se llevaron presos a los del local, a los chinos. A los gritos los chinos: "No me quiso pagar, No me quiso pagar", cosa que no les creyeron y se los llevaron por ladrones. Los metieron a un calabozo, eran diez chinos en un calabozo de 4x4. Nadie se podía tirar un pedo. La cuestión es que un bombero que andaba por ahí se me acercó, preguntó cuál es el libro que me robaron, le dije "las aventuras del rey mono". El del viaje al oeste. Que con ese libro tenía que dar unos sermones en la montaña, mentí. El bombero me dijo que me lo iba a solucionar y se fue caminando con el casco en dirección al sur. Yo me quedé comiendo mortadela con pan en el bolichón de la esquina, -se apiadaron y me dieron de comer en esa especie de sucursal del Bataraz-, y pedí un Tizne de Ruar para campujar la mortadela con pan. Al rato, largo rato, como a las seis horas, el bombero cae con un libro, entra al bolichón y me lo da en la mano. "Aquí lo tienes", me dijo. Yo no sabía qué decirle. Sin embargo, se lo acepté, y le dije gracias. El bombero se fue, antes de irse me dijo que iría a escuchar el sermón, que ya se había enterado del evento, que quería escucharme especialmente. Porque ese libro, me dijo el bombero, era de su abuelita que estaba enterrada en el fondo de su casa. Y que para él representaba algo muy importante. Y que yo era la persona, ¡Yo tenía que guardar al libro por el resto de los días! Pa qué.

- ¿Y qué pasó entonces?

- Bueno, no podía fallarle al bombero, me lo tomé como un compromiso y preparé el sermón que del libro sacaría para leer. ¿Qué podía hacer ante un espíritu tan bondadoso?

- ¡Ahhhhhhhhh!, exclamó el Celebrante, con un bostezo larguísimo, dando muestras de aburrimiento con el relato.

En el bostezo, le entraron zumbando como seis moscas. En el revoleo de la inspiración, una se le quedó atragantada en la campanilla y a las otras se las tragó. Se le pegó la mosca con tanto fluido de baba resbalando por la zona hasta que se puso rojo, se hinchó como un sapo. Y tosía, tosía el Celebrante sin parar. A Personaje ni le importaba la tos de su amigo y siguió el relato solo, hablando solo como hablan los solitarios. Hablando raro. El Celebrante lo dejó en su delirio y se fue al baño como chancho punzó, se tomó un litro de agua y vomitó la mosca, y de paso unas centollas que estuvo picando, un asco mire vea. Y se pegó una duchita de paso. También se afeitó. Es que el chabón hacía tiempo, para que se fuera Personaje de una vez por todas. No se lo bancaba más, le dijo que se podía caer de la cornisa y que ochocuarto. Que pasara al "estar" del palacete y se sirviera algo para tomar mientras él terminaba de tejer una capa de 2 metros que se estaba haciendo para el desfile del 24. Una capa de lana. Con borlas peludas brillantes que arrastraban, prendidas al final de la capa, todas las pelusas del piso. Una capa gris plateada, con tiznes verdeoscuros empetrolados, una maravilla la capa mire vea.

Marcelo Padilla