Crónicas del subsuelo: The Future

Crónicas del subsuelo: The Future

Por:Marcelo Padilla

Tanto anduvo en el pasado este buen hombre que viene un día y se encuentra de golpe en el futuro. De un momento a otro. En The Future. ¡De Fiuter! O sea, en el mismísimo más allá del que todo el mundo habla. ¿Cómo aterrizó en el futuro? Es una incógnita. El hombre miró ambos lados de la calle. Parado sobre el cemento, tísico, en medio de la arteria; y por suerte para él no hubo tráfico tan temprano. Habrá sido por la madrugada que llegó. Y empezó a clarear. Por la vereda vio a unas damas y a unos caballeros del brazo que pasaron caminando sin apuros. Parecían recién salidos de una fiesta. Iban alegres, campantes ¿Acaso salieron de un cabaret? Se les notaba algo borrachos. Unos caballos claqueaban sobre una cinta trasportadora, cansados de ir a contramano para que las aspas suban agua al aljibe, y sudaban la gota gorda. Las herraduras de los pingos musicalizaban con su tempo la madrugada augusta. El hombre no quiso chequear con nadie lo que intuía. Había transitado de una dimensión a otra. ¿A la muerte? NO. Claro, ¡El teléfono! Buscó en su bolsillo; miró el teléfono y leyó:

"Bienvenido al futuro, Sr. Quark".

¡Ah! ¡Ahora Sr. Quark! ¿Ese es mi nuevo nombre? ¿A que sí? El hombre siguió dudando. Pensó que se trataba de una jodita de los amigos del bar de la mañana. Recordó que uno de ellos, un tal Venancio, le había dicho una mañana en el bar que tenía al futuro por delante de sus narices, y que tal vez no lo quería ver. "Siempre andas buceando en el pasado", le habría dicho Venancio ese día. "Así no progresarás nunca en tu puta vida". "Es el ánimo -le insistió- tenés que asumir el ánimo de futuro, porque si no estás frito, Tito". "Te comen las deudas del pasado y te comen los piojos y después te sentís un miserable ¡Escuchas tango todo el santo día! ¿Qué querés que te diga Tito?"

Estaba con un susto grande Tito. Y así fue hasta la esquina con el miedo suyo. Le pegó una pispiada hacia lo hondo de la cuadra. Y aguaitó. Se fijó si llovía. Vio a los arboles preciosos. Era la temporada de su brote escandaloso. Y sobre aquellos gentiles caballeros que caminaban del brazo, consideró de muy buen gusto verles pasar dándose piquitos en la boca, sin tanto aspaviento ¡como dos machitos franceses! ¿serán napolitanos del viejo reino? ¿y si le pregunto a esa señora, mejor? Tito dejó pasar a una vieja y no se le animó a largarle una palabra, se quedó mudo, petrificado en el futuro. El Sr. Quark esta vez pensó en voz alta. Se le escapó el silencio de sus labios. Y miró hacia el cielo que era de un celeste único. Había una nube de tono rosa pálido que lo perseguía. El sol apenas se asomaba ¿Y si le pregunto a ese niño? Dijo, en voz alta.

Rumió pa adentro. Vio a un niño tieso. Perfectamente vestido. De marinerito de pies a la cabeza. Parecía norteamericano. Sintió un impulso interior por cerciorarse. No pudo acercársele. O, más bien dicho, no le salió un solo movimiento de sus extremidades. Quizá su cerebro todavía no le mandaba las órdenes para que su motricidad funcione de acuerdo a los patrones del futuro. Recién había aterrizado. En los cuerpos recienvenidos, se sabe, el reseteo demora como mínimo cuatro horas. Una especie de ademán le sale de los brazos. Pero, por su cara y por su ánima, Tito, parece no poder controlar los ademanes. Se le escapan. No son ademanes hechos a propósito.

El Sr. Quark pasó a espaldas del niño norteamericano, a pasitos de bebé, sudando su extremaunción. El niño ni se mosqueaba. Se preguntó a sí mismo si se trataba de una escultura al aire libre ¿será una estatua? Sí, es una estatua. ¡Afirmativo!, se contestó, pasando una de sus manos por el birrete del niño tieso. No le quiso preguntar a nadie porque le daba vergüenza preguntar. Pero pensó, que más que vergüenza, tal vez tenía miedo. Lo que sintió fue pánico, pavura, escalofríos de terror en todo el cuerpo. ¿A que lo trataran de loco le temía? A que lo encerraran de por vida en el futuro ¿Cómo voy a preguntarle a alguien si estamos en el futuro? ¡SI SE NOTA!, gritó.

El hombre indudablemente necesitaba corroborarlo por interpósitas personas. "Tito, -le susurraba su voz interior- chequéalo y preguntá, no seas sonso". La panadería de la esquina es tal cual. No hay diferencia con la mayoría de las panaderías. Hay japoneses. La panadería está llena de japoneses. Y la persona que atiende en el mostrador es de raza negra. Estoy seguro que esa mujer debe ser africana, del Congo Belga, se dijo. La cara de los japoneses ni fu ni fá. ¿Estamos en el futuro? ¡Cómo! ¡Qué cara de ojete tienen los japoneses! El hombre empezó a elucubrar, y en sus adentros se animó a juzgar. Juzgó lo que veía. No se animó a preguntar si esto es el futuro o qué carajos era. No tenía paradigma de sentido, ni moral que lo guiara en sus actos temerarios.

¿Había perdido el juicio? Había perdido varios juicios en el pasado. Pero, sabía, que en su teléfono, estaba el mensaje: "Bienvenidos al futuro, Sr. Quark".

Sí, ¡todo bien! Pero ¿y si mejor pregunto? No me cuesta nada. ¡A una vieja de la calle tendría que preguntarle! ¿A una vieja charlatana? Cuando vea a una se lo pregunto y me saco la duda de encima. El hombre postergaba sus acciones. Se acordó de unos trámites pendientes que había dejado en el camino cuando fue del bar al banco. Oh, ¡es imposible! ¿cómo hago para entregar el pedido? Pero, ¿qué digo? ¡si están todos muertos! ¿cómo voy a preocuparme por mis deudas? Si mis acreedores deben estar a tres metros bajo tierra. ¡Qué emoción! Pero, ¡qué tristeza! Pero, ¡qué bien no tenga yo una sola deuda encima!

El hombre insuflaba grandeza, y empezó a caminar erguido con dos patas. Había entrado en confianza con la situación transhumanoide. Y la tecnología del futuro ya le había reseteado cada órgano, cada pelito de su barba, cada célula. La metástasis tecnológica se le disparó en todo el cuerpo en menos de una hora, apenas cantó el primer gallo, Tito, era un nuevo humano, trans, en este caso. "Parece que ya funciona a la perfección como lo imaginábamos" ¡Miren qué bien que camina el Sr. Quark! ¿Lo vieron? El Sr. Quark disfruta ahora de los perfumes de las flores, y a los frutos que se descuelgan de las casas se los come a lo primitivo, como cuando era un niño y devoraba los tomates en la siesta, como una fruta. Pero ahora está contento ¡Por fin me siento feliz! Expresó con vehemencia.

"Es tal cual se lo prometieron, Sr. Quark", le dijo una voz por la espalda.

El Sr. Quark se sentó a descansar en un banco de plaza y echó un vistazo a las palomas. Embobado, imbécil. Las miraba como un descerebrado. Las palomas le aparecían de diversos colores. Pero, a decir verdad, eran en blanco y negro. Las plumas de los bichos lo abanican al Sr. Quark, y nuestro querido viejo Tito, como le decíamos los amigos, por tirarles unas miguitas de pan a las palomas, vienen y se le posan en la cabeza. Y lo cagan siete palomas juntas con toda su bosta universal al mismo tiempo. ¿El Sr. Quark es el príncipe feliz? El Sr. Quark se siente un monumento. Un busto de un prócer de la época de la emancipación. De las cruzadas. Un guerrero budista. Las alas de las palomas son veteadas. Como gallinitas. Una preciosura. ¡Oh! Exclamó, como un actor; y se preguntó si las harían así de preciosas los japoneses; si ellos con sus manos las pintaban. Estaba hecho un verdadero idiota el amigo Tito. No sé por qué relacionaba todo con los japoneses. De eso no puedo decir más que lo que dijo Tito, ahora llamado en este relato, el Sr. Quark. Por momentos vio pasar a gente del África ardiente. Él decía que los africanos y los japoneses son gente del futuro. Elaboraba teorías al pedo. Nadie lo escuchaba ni le discutía. Eran teorías puras, con hipótesis transparentes. Desarrollos de conocimiento que él sistematizaba sin negociar con otras teorías en otras discusiones. Era la teoría pura e inmaculada, de convento. La teoría claustral.

"Pero, ¿y los chinos?". Alguien le preguntó.

El Sr. Quark se dio vuelta y no vio a nadie. Estaba seguro que lo importunaba alguna oreja en su divague. Como si un mosquito lo escuchara y le zumbara al oído. Lo vi ponerse muy nervioso. Le tuve que decir que fui yo, su amanuense, para que se calme. Y de paso decirle que yo era su enemigo escritural. Tan solo para hacerle una consulta (una jodita) lo molesté en medio del relato. Quería preguntarle sobre los chinos. Lo vi muy atrapado en su personaje transhumanoide. Le pedí disculpas y le dije que no volvería a suceder. ¡Ah!, exclamó. Y se calmó. El cielo se nubló de buenas a primeras. El hombre apresuró su marcha hacia ningún lugar. "Va a llover" pensó, ¿pero dónde estoy yendo? ¿dónde está mi casa en el futuro? No tengo deudas. ¡Pero tampoco tengo casa! ¿Qué hago si llueve? ¡Tendré que buscarme un lugar!, protestó a los cuatro vientos.

Como amanuense me tenté a decirle que no se preocupara porque en el futuro su casa estaría en el mismo sitio donde la dejó. Pensé en advertirlo: que tuviera en cuenta que nadie estaría en ella, y hacerle saber también que ya no tiene en el futuro a quién recurrir. En el futuro las cosas son distintas. Así como existe el paraíso también hay un infierno, y eso del purgatorio, aquí no funcionaba, se pasaba de largo de uno a otro escalafón sin la intermediación de Virgilio. Pero no se lo dije. No pienso meterme más. Esta historia no es mía y debo seguir al pie de la letra la narración.

Ese tumulto. Ese enredo de palabras. The Future. De Fiuter. ¿El Sr. Quark padece amusia? Le va y le viene la amusia cada tanto. No escucha los sonidos musicales que le brotan a la máquina de madera que tiene frente a su cara. Es un organito antiguo medieval conservado tal como en aquel entonces. Una belleza de reliquia. Funciona a la perfección. Y el que mueve su manivela, y pedalea con sus pies para que funcione, es una persona diestra en su oficio, de los que ya no quedan. ¡Cómo se han perdido los valores! Que ya no sabemos si el organillero de la otra cuadra, aún vive. No hace falta irse a Holanda. Pero, el Sr. Quark, ha quedado loco. Babeando miraba a los muñecos del mueble de madera. Y pudo ver por sobre los muñecos, al barquillero. Se le notó en la cara cuando lo vio. El Sr. Quark no entiende lo que pasa a su alrededor. No escucha al barquillero silbando ese bolero suave, mientras de la caja de madera sale una música muy particular y repetitiva, como vieja, de fiesta religiosa, más bien anglicana, típicamente holandesa del norte, de los alrededores de Rotterdam. De zonas rurales.

Atrás del barquillero está el mar muy verde, y con mucha espuma encabritada. Rompen bravías sobre las rocas. Y hay niños correteando en la arena. Son marineritos norteamericanos ¡Qué felicidad es ver a esos niños norteamericanos! ¿No escucha Sr. Quark? Ni el tronar de la tormenta oye nuestro viejo amigo Tito. ¿Será que ha quedado sordo? ¿No sabe acaso que los niños corren espantados tras las bombas de humo gris? El Sr. Quark no sabe nada del futuro y es un viejo que se hace bien el choto. Le conviene hacerse el sordo. Pero él está muy contento de estar en el futuro. Sordo y todo. Ya no registra deudas. Y eso, para el Sr. Quark, no tiene precio. Se ha conmovido el Sr. Quark por un momento. Se emocionó en medio de tanta desolación futurista. Y tiritó al ver a una niña que sostenía con su manito derecha una muñeca de plástico despintada. Una imagen triste para él. Pero la niña reía. Tenía una mueca eterna de imputada sonrisa. Programada para ser feliz en la perennidad. La niña vestía una camisetita verde oliva, tipo militar. Y tenía unos zapatitos de madera pintados de los colores de las flores del tulipán. Vestía una jardinerita del color del atardecer. Holandesa parecía la niñita, pero no. ¡Era japonesa! Era una niña japonesa que servía para decorar la situación. Era, por establecer una analogía, ese niño norteamericano vestido de marinerito. El que vio al principiar su aterrizaje al futuro. El tieso.

Los niños en la playa jugaban a la guerrita. Y se morían en la arena. Los padres pasaban a buscarlos con sus cajoncitos blancos para el entierro de cada atardecer. En la filigrana del crepúsculo vespertino, cuando cantan los insectos, los niños fueron sepultados con fastuosas pompas por las autoridades de la gobernanza religiosa y judicial. Todos los santos días hay peregrinaciones por muertos de juguete. El Sr. Quark dudó. Y no quiso acercarse a la playa. Aún tuviera mil preguntas que hacerles a esos padres y a esos funcionarios. Desfilaban de negro, adustos y cabizbajos.

"No, no, no", se dijo. Mejor me doy vuelta y pego una acelerada ya mismo hacia el hangar de los camellos. Es un parque bellísimo donde los tienen. Cada uno tiene su propio desierto y su propio beduino. Y está acondicionado para toda la familia. Uno pareciera estar en el mismísimo Egipto en ese parque. Pueden subirse las personas que quieran en las jorobas de los bichos. Como a los elefantes. Pero, en este caso, acostados entre sus gibas. Se sacaban fotos los que tenían cámaras de fotos. No quiso meterse en la fila para entrar al parque. Estaba lleno de japoneses. Por las escenas que se le vinieron encima, el Sr. Quark salió despavorido. Y se fue sin decir ni mú del parque de diversiones.

Lo vi entrar por una boca a una estación de trenes, y lo vi salir por otra boca. Y al salir se encontró con una fiesta de jázaros, en un descampado negro. Los jázaros estaban ahí. Seguían gobernando la tundra musilosa. Agazapados, tiznados sus cuerpos y con lanzas en sus manos. No estaban divididos esta vez. Las mujeres jázaras desnudas tenían un pañuelo que envolvía sus cabezas. Rezaban a coro. Le dio temor al Sr. Quark, muchísimo temor. Y le agarró el asustamiento. Y se cagó encima de la misma situación en la que estaba.

Y dijo: ¡Me cago en la situación!

Lo dicho. Se cagó encima de su propia situación, su única intimidad. El futuro es estremecedor, dijo el amanuense. El futuro es adaptativo y está pensado para el decantamiento de las especies que en su concepción a veces traen fallas de fábrica. El Sr. Quark, a esto no lo sabía. Se le iría diciendo de a poquito. Por goteo. Porque se trababa de un hombre grande. Y podía darle un bobazo en el pleno transcurrir de su futuro. Y no era la idea de su amigo Venancio. Para nada lo era. El Sr. Quark hace avistajes sobre el mar. Imaginó a ese mar por el catalejo como a una alfombra en movimiento, constante y sonante, cash, una arriba de la otra, poniendo estaba la gansa; es decir: se volvió loco con la posibilidad de encontrar en el mar el tesoro que lo salvara de sus problemas económicos, y así salirse del futuro, que, si bien estaba joya, extrañaba a los amigos del bar, y esas pelotudeces que le suelen ocurrir a los astronautas, porque no lo dicen, ni nadie lo cuenta. En fin... Árabe la alfombra que imaginaba como el mar. Y se largó a delirar en su viaje. Rampante iba la alfombra sobre las olas, mar adentro. ¡Ahora sí! El futuro es el mar, el futuro está en el mar, y en los pueblos del mar que yacen en el fondo del océano. Todo bien con Marte. Pero, el futuro está en Gondwana ¡El futuro es Lemuria!