La Saga de las Entrañas de Malasya supo no comunicar -a sabiendas; en todo caso, lo que hizo y hace Malasya es "transmitir" su OBRA CALLADA- lo que hubo sucedido aquí, hace siglos, entre montañas de vapor y somnolientos mascurros de tripis flotando, plena sudestada, zona sur, donde el mapita se añica hacia el final de su maldecida tierra, preñada de olivares antiguos, reflejo póstumo en el Mar de los Ciegos. Dicho de otro modo, el Mar de los Ciegos se le llama así porque etcétera, mire vea. Según el censo de olivares, hechizo en el 260 de la Era Medianera, 41 millones de olivos de más de 45 metros de altura custodiaron el tirreno que da al Mar de los Ciegos, donde se reflejaron aceitunas del tamaño de una sandía de las grandes, los árboles -jey, lest gou- los árboles llegaron a frutar en su mejor época,-estamos hablando de siglos, de varios siglos entreverados con las discusiones de las Eras-, trescientas mil toneladas de aceitunas, eso juntaban. ¿Me entendés o no me entendés lo que te estoy diciendo? Trescientas, mil...
(Malasya no era consciente de esas discusiones, por otro lado)
Entonces Malasya, mundo conocido solo por sus malasyanos y visitantes, que, como yo, -forastero viejo y peludo nomá-, he quedado atrapado aquí, en una piecita de pensión frente a la Estación del Tren, estacionado justamente hace más de dos siglos y medio, que refleja la ventana del paradero donde escribo estas líneas. Las escribo a las líneas, sobre las líneas escribo o dibujo, me las tomo, las vomito, a veces las tiemblo, las dejo reflejarse en la ventana, vaporizada como pizarrón te invita al deseo más primigenio: romper los juguetes de bronca y de alegría, por puro romper lo que no se sabe, hasta que pierdo las riendas, como suele ocurrir en zonas despobladas de humanos, perder las riendas, y que las tomen, por suerte y en definitiva, los que viven pegadito al tapón. Otros humanos no humanos, parecidísimos a los humanos humanos, pero dudo que sean algo definitivo, ellos y yo. Le escribo porque no me queda otra, mire vea:- porque... qué carajo se puede hacer aquí, en esta desolación postular en que ha devenido la furtiva, en la inacción de los favores que se dan y al circular dan la vuelta angular, en las manos llueven caramelos de arena antigua, brillante, al punto de encandilarte por horas. Yo una vez los tiré a la mierda, hacía poco había llegado y por buena onda le di a un ciego la mano para cruzar la calle, encandilado. Eso, generalmente, hace un forastero que quiere de entradita quedar bien con la comarca. Encandilar, no ser de entrada... encandilado. Ese tal vez sea el secreto de esta misteriosísima civilización más perdida que encontrada. Pa que lo traten como una buena persona en definitiva, mire vea, cultivada en las ciudades, tal vez croto pero en las ciudades. Eso es lo que uno cree, pero nada que ver, se equivoca el que lo cree, -aquí un testimonio de primera mano-.
(La mano del ciego y la primera mano del testimonio, mire vea, como la ceguera, pasa de mano en mano, encandilando)
En primer lugar, lo que das en acción de aparente solidaridad, te vuelve con furia: piñata explotada por el sol de agradecimientos y de placeres, a los que no estamos acostumbrados los no malasyanos, psicodélicos, diría, aunque brutales, se avalanchan sobre tí los placeres, que aquí se los siente emparientauj con la muerte, mejor dicho, con el placer en el instante eutanásico, eu-tanásico. El placer que aquí experimentan no se conoce en ningún lugar o, al menos, yo no he escuchado ni sentido, mire vea, esa dimensión del placer, que dicen, le repito, se siente al momento de morir. No es el suicida el que lo siente en el mundo desconocido en Malasya, lo siente el que muere en la calle por un mensaje astral que dura cuanto menos una eternidad, un mandamiento incorporado como correo, buzón astral mejor dicho, pa que se entienda, donde cae la llamada, y el placer que dicen experimentar resulta ser el homenaje de la tierra y el sol que se le hace al malasyano, por solo ser un servidor a la existencia de Malasya; se mueren... sí, pero pueden pasar un siglo y medio muriéndose en una bacanal que ni te cuento. Acá te pagan por ser malasyano si cumplís todas las etapas en el forjamiento de la identidad, como decía al principio, antes de todo este rodeo de conversa, que tengo que dejar al menos por escrito, lo que uno al menos ha visto y vestido. Yo ahora se lo cuento por escrito, y que en copla de cuento se lea a la luz de la calma vela y sepáis qué decisión tomar, a la postre del reposo de la noticias que estos dedos dictan a Su Majestad, estimada y queridísima, Condesa de todos los arrabales, mi cigüeña papagáyica, Dama del Agua.
Desde hace una década no veo a ninguno más, me las he tenido que arreglar cual náufrago en este páramo fugado del tiempo, populosamente habitado por miles de miles de miles de miles de años. Yo ahora lo soy (malasyano de pura cepa) porque aquí malasyano se hace, no se nace. El que nace puede llegar a no ser malasyano. La identidad malasyana se forja, se talla, se esculpe, se filotea finamente, como chinos antiguos, delicadeza ancestral que espasma. La respiración. El sable fino corta en rebanadas lo inevitable, para (de una vez y yá), pero con arte. Aquí, estar solo, es un contrasentido, se respira la presencia de miles de fantasmas, qué digo miles, millones de fantasmas que siguen poblando la Gran Malasya, orgullosa de sus resistencias, civilización perdida debajo de algún peñón que el mapa no sabía. Que ni en helicóptero la vieron, ni tampoco en barco. De existencia planetaria, Malasya no compite con país por nada, por la simple razón que ni Malasya ni los otros supuestos "países" se conocen, y, la verdad, aquí en Malasya, te la llegas a creer, "solo existe Malasya", y Esquimalia y Linternaia, y pará de contar chabón, corta.
Se escucha música malasyana adelantada. Así le dicen aquí, tocan sus músicos con instrumentos manufacturados con desechos tecnológicos,-: "No sabes cómo suena la Filarmónica de Malasya. Un palo. Te vuela la tapa". Los viernes en el descampado tocaban de 8 a 9, y las gentes se iban juntando, che. Terminaban de madrugada todos durmiendo en las calles. Tapados con las colchas que el Principado dispone para los mendigos :- "te cuidan loco, te cuidan del descontrol", me contesta por carta, un amigo desde Guaymallén del medio, diciéndome solo eso: "te cuidan loco, te cuidan del descontrol". Eso nomas, en una carta, que encima demora dos meses en llegar del pico de las gárgolas porque en el camino se detienen a folgar con la belleza de la animalidad que atraviesan, para ir y volver, y dejar las buenas o malas nuevas. Las gárgolas son aquí el cartero de allá, ponéle. :- "El rio no se ve desde la ciudad, lo mejor es ver los barcos"- le contesté, de puro resentido, mire vea.
La Dama del Agua no contesta, no sabe tampoco, como en una encuesta, La Dama del Agua no sabe/no contesta, no te atiende el teléfono, no te contesta las cartas. Ella te lo responde de otra manera al mensaje, o a la carta, o lo que fuere, ella te manda a decir cosas a través de los incendios de las basílicas, donde se sabe lo que luego pasa, por años, no podes salir de tu piecita.
Marcelo Padilla



