Crónicas del subsuelo: Loquero

Crónicas del subsuelo: Loquero

Por:Marcelo Padilla

Es de noche. Y en unos países, la luna, llegó primero. En otros es el sol el que se apronta. Y la luna toda se ha desfigurado en el firmamento. Se hace de día. La luna está licuada. Tiene manchas. Es por el velo del amanecer que se enguata y zangolotea, o acaso es por el "mistagge", que significa couplé, que no la llaman la opaca luna de todo albanecer. Y aún siga oronda y plateada en lo alto de la diana, se nota mucho cuando se va consumando, su propia idea de escamoteo momentáneo. Y ahora, esto que cuento, sucede por debajo de la diana. Puedo observar cómo la montaña le hace de muro a ella y a él. Esto no ocurre en las geografías donde la pianura se impone. En ese contraste, el sol y la luna se estiran a la vista del humano. Primero, llanura y extensión, luego viene la montaña, y hacia el otro lado está el mar, y en la misma dirección pasa lo que pasa: a veces el viento trae un extraño lamento.

Para decirlo de otra manera: ya es año nuevo en Australia. Mientras aquí preparamos ensaladas: la rusa demora, por dar un ejemplo, más que la clásica de tres vegetales. En otros sitios ya están ebrios celebrando la llegada del nuevo año. El hombre ha llegado a la luna. Y lo vemos todos por el televisor. Es un gran acontecimiento en el mundo. Al menos lo es en mi barrio. Sin embargo, lo que puede incitar a la mueca, o a la risa socarrona y digo cómplice en el lector, es tan solo por el interés de que me diga, quién en su lectura silenciosa, y para sus adentros, porque a mí me sirven sus adentros silenciosos, supongo por mis antepasados, que dedicados a la telepatía según me contaron ciertos vecinos, poseyeron un don, y no sé si yo lo haya heredado a ese don. Tan solo porque no sé quiénes fueron mis antepasados no puedo estar seguro de nada de lo que digo y escribo. Los más próximos. No digo los que vinieron de algún barco, no, no digo eso. Me refiero a quienes nos trajeron a este enchastre. Y en este caso, me pregunto, quiénes me habrán alumbrado el mundo. A ellos, a todos ellos, mi lealtad de entenado. Ahora vivo en una jaula. Llena de barrotes. Pero entra el sol y puedo ver la luna. Y puedo pensar lo que pienso de noche. Me es gratis, hacerlo, me emancipa. No tengo que pagar nada por mis pensamientos, porque ya mi cuerpo todo está cautivo. Es hora de entenderlo en toda su dimensión espiritual a Antonio Gramcsi, quien escribiera su obra fundamental desde una cárcel de don Benito Mussolini. Querían la cabeza de Antonio. Y los brutos del duce les llevaron el cuerpo entero para que dejara de pensar. Y ahí fue que se equivocaron, porque Antonio siguió pensando, y escribió sus "cuadernos de la cárcel". Esto, es lo único cierto en este relato. Lo demás es de dudosa procedencia.

Me gusta recuperar la palabra firmamento de las viejísimas redacciones escolares. Para decir cielo suele haber otras palabras, pero se me vino la palabra firmamento en el pensar de la cabeza. Y lo puse aquí, en el escrito, para la lectura del morboso que denuncia mi uso de la palabra firmamento en lugar de otras: éter, cosmos, infinito. Me han dicho que si escribo, todo lo que se me pasa por la cabeza, los problemas se me van a pasar. Como pasa el verano, pasa el otoño. O más bien la memoria, esa máquina cruel, será quien deje filtrar lo que comúnmente denominamos con el nombre de recuerdos. El recuerdo. El firmamento. Si una persona no recuerda lo que vivió deberá empezar a escribir como sea, cualquier cosa. Lo que se le venga por capricho a la cabeza, eso mismo, lo tiene que escribir.

Firmamento, por ejemplo. Redacciones. Dictado. Saquen una hoja. Sáquense la careta. Estamos en la escuela 14 de febrero. Y no es por el día de los enamorados que le pusieron 14 de febrero. Fue gente de Sarmiento. Pero como los masones son así de rosacruces, lo guardaron en secreto. Un hondo y silencioso pacto de mutismo sobre el nombre fechado protege de lisonjas a nuestra institución. Cuando sean grandes serán más infelices. Tomen la leche que les damos, háganme caso, alumnos, especialmente usted, alumno, tómese la leche que le provee la escuela. No sea un infeliz como su compañero de banco. Así de raquítico va a quedar, como él. Aprenda de su compañerita Lucrecia. Ella se va a meter a monja si sigue así de aplicada. Ella se toma toda la lechita. Tómela toda por la boca y guarde que no se le caiga. Que después le tienen que lavar el guardapolvo y almidonarlo y no hay otro guardapolvo más que el que tiene puesto, por eso, tómese despacito la lechita, está en la escuela 14 de febrero, le repito, por si no sabía, alumno.

El método es sencillísimo. Uno ha realizado una serie de acciones y operaciones mentales en la vida, y en un momento determinado de la misma, cuando ya el tiempo hizo lo suyo en las oscurísimas cavernas de la mente; negar, por ejemplo, sucesos acaecidos donde uno fue arte y parte, o solo fue arte, o fue solo parte, y que quiere recordar lo que no ha grabado la memoria, a toda costa uno quiere recordar. La memoria ha dejado su cifra como seña para ir en cierto tiempo a buscar ese recuerdo, escondido en una alforjita tirada en un cajón. Pero viene y se le olvida a uno dónde es que estaba esa alforjita. Y en qué cajón, y en qué mueble la ha dejado. Aquí, el problema, como se verá, no es el recuerdo en sí mismo, sino más bien por intermedio de la no ubicación de la alforjita, y por caso, también por descuido. Por no acordarse si el cajón es el mismo cajón de algún mueble de los tantos que hay en la casa. Y si uno no recuerda lo primero, tampoco recordará lo segundo, y al revés. Y así, sucesivamente todo lo contrario.

Primero hay que recordar donde está la marca, la herida, el tajo. Hay que tocarse el tajo, me dijeron que hay frotarse lentamente la herida con agua tibia. Algunos le ponen sal, pero en ese caso se necesita más que aliviar el dolor volver al dolor. Con la sal se produce el tiritar desde la punta de los dedos de los pies hasta la punta de los pelos de la cabeza. Y que si hace frio o hace calor, habrá más indicaciones. Lo cierto es que para franquear el olvido, o más bien dicho ese no recordar, a los pacientes de esta institución nos han planteado que tenemos que escribir. Agarrar un cuaderno, una lapicera, y ponerse a escribir.

Hay que ponerse, me dijo el doctor al pasar a inspeccionando el salón donde nos alojamos. Yo le dije que sí, que estoy escribiendo, pero que me disculpe por no haber retenido su nombre. Por no recordarlo no quiero faltarle a usted el respeto, doctor, siesque me lo habían dicho alguna vez al nombre del profesional, porque nunca me acuerdo del nombre del profesional, le agrego al galeno. El doctor me dice que eso no importa, mi nombre no es lo que aquí cuenta, reafirma. Para recuperar del pasado algo importante a redimir el colegio de doctores ha establecido que: si una persona mueve su mano en el mero acto de escribir, el pulso la denota y la connota. Y si puede lentamente desplegar imágenes sobre el papel verá, podrá comprobar, que la acción de escribir, al sujeto lo deslía de su razón perdida, iracunda. En el enfoque de su locura, digamos así, su locura, que en este caso incluiría a la palabra delirio, des liar, de lire, dejar el surco de la tierra, abrirse del surco de la tierra deslizándose, usted pone a funcionar de manera indirecta la maquinaria de la memoria esquizofrénica.

La memoria esquizofrénica no es en sí una memoria que se le dé a un enfermo mental per se. No. No se preocupe. Es condición suficiente pero no necesaria, porque para declarar el estado patológico suyo hay que esperar y tener paciencia y ver si en el camino del tratamiento hay adelantos o retrocesos; y si estos retrocesos se deben a una u otra causa. El camino es largo, como el porvenir, me dice el doctor, mirándome de cerca, con la planilla aferrada a su pecho y agarrada de su mano peluda. Pero, resulta, señor paciente, que el colegio de médicos adictos a estos tratamientos, indica que: debe salir de su estoicismo mental para extraer la materia prima del dolor, la materia prima del sueño, el que hizo que se levantara y fuera hasta el cajón a buscar la alforjita, y ver si dentre su fauces encuentra usted lo no dicho. Esa alforjita bien puede figurar al cuaderno. Y la lapicera, puede figurar a la tecnología. Exterior al cuerpo.

Lo mismo si pensáramos en los antiguos, quienes con sus manos mancharon la primera roca, tramando un lenguaje indescifrable para otros, de símbolos, hechos en ritos, inscribiendo en la piedra fundamental un mensaje eterno, para que quede algo de fondo en esta comedia atávica de la vida de la especie, como telón del fondo de los tiempos. El rey del bosque, por ejemplo, ejercía su reinado en absoluta soledad. Era un gran sacrificio ser el rey del bosque, porque, para acceder a rey, había que matar al que estuviera en el trono desde la oscuridad del bosque, y el rey debió cuidarse mañana tarde y noche para que no lo decapitara quien quisiera sucederle. No había asamblea y ni había elecciones libres y democráticas fiscalizadas por la ONU y la OTAN. Se resolvía así, según bien lo cuenta en La rama dorada el genio de Frazeer. Solo, entre reflejos de luz se refractan en el pinar los contornos de los brujos, el rey del bosque se defendió comiéndose a los atacantes, y se dice, que tal vez, haya sido una mujer, sin que nadie lo pudiera confirmar, la que vestida con capucha y sosteniendo una rama descolgada de un árbol dorado mantenía su poder sobre los demás. Era el ciclo de los tiempos antiguos.

Atención. Aquí y ahora, señores pacientes, prestemos atención. El llamado de atención atenta, justamente, en el momento del silencio monacal de la meditación y la reflexión. Y es parte del método llamar la atención de los pacientes, usted, supongo, sabrá disculparme, lo veo muy entretenido, paciente, qué escribe, qué dice lo que escribe, acaso tapa su hoja por vergüenza. Atienda por favor, como el resto. Al caso que aquí nos referiremos y, dado, que estamos investigando en proceso, in progres, los patrones de patología que un paciente podría haber heredado genéticamente, en el caso de ustedes, se sostiene por obsesión secular. Aquí se lo decimos a todos, al verbo lo comunicamos, despacientar es una consigna verbal que ha tenido de narices a los investigadores de la mente. Estar de la mente o estar de la cabeza son expresiones que vulgarizadas significan algo, y les sirven a ustedes, y por qué no decir a nosotros, para vincularnos, humanamente hablando, todos contra todos.

El retorno de los brujos viene a la memoria insípida. La memoria es un objeto maquinístico impalpable. No es un órgano táctil. Pero, todo lo que reviste a la memoria, no es más que la propia carne, el tajo, la herida por donde entró la espada. La herida se cura por donde entró la espada. En este caso, ¿es el tajo? Me piden que nos masajeemos, o que le echemos sal al tajo. Pero yo no necesito hacer eso, y se lo digo al doctor al verlo volver pasar por mi jaula. Y el doctor me mira con recelo, pero sigue caminando con sus manos cruzadas, detrás de su cintura, observando los avances y adelantos del método en otros pacientes, que no soy yo, ni tienen lo que tengo yo: deseo. Soy un paciente deseoso, y eso lo saben hasta las enfermeras. Especialmente lo sabe mi enfermera Daisy. Ella dice que es norteamericana. Y no sé porqué ella es norteamericana, o porqué una enfermera norteamericana está en esta institución tan argentina, el loquero, 14 de febrero.